AMLO EN EL INDEX ON CENSORSHIP

Sobre la caducidad del gran engaño

Index on Censorship, una organización británica dedicada a defender la libertad de expresión, incluyó a AMLO entre sus nominados a tirano del año 2022. | Leonardo Martínez Flores

Escrito en OPINIÓN el

López Obrador logró engañar a todo el mundo, literalmente. Lo dicen en corto sus más allegados, y la prensa internacional lo sigue identificando, ingenuamente y a pesar de toda la evidencia en contra, como un político de izquierda. Caras vemos, pero no sabemos de la efervescencia con la que se agitan los demonios interiores. Tantos años de rumiar sentimientos de odio, de rencor y de venganza han puesto su parte para generar una personalidad enferma de soberbia y tutelada por un enorme narcisismo. Cuando esto se combina con un amplio poder autoritario, se obtiene una fórmula cuya aplicación ha generado una cascada de retrocesos que ha mermado seriamente la calidad de vida de la población y vulnerado nuestra endeble democracia.  

Pero la historia nos enseña que ningún ciclo es perenne y que, como lo dice la elocuente frase atribuida a Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.

Como humanidad, estamos viviendo una etapa en la que las actividades cotidianas están siendo envueltas y transformadas por un gran ecosistema digital que está generando cambios paradigmáticos en todo lo que hacemos. Esos cambios se están dando de maneras hasta ahora insospechadas y a velocidades cada vez más altas, lo que no sólo aumenta la incertidumbre sino que le dificulta a nuestras mentes, calibradas para encontrar y entender patrones de cambio mucho más lentos, el poder captar la naturaleza y la magnitud de los cambios que enfrentamos.

Quiero pensar que en el fondo eso ayuda a explicar la velocidad de propagación de fenómenos como el populismo en este siglo 21, porque si bien los regímenes populistas no son una novedad, la rapidez con la que han estado pululando tomó por sorpresa hasta a las y los estudiosos de la ciencia política y el tema pasó de ser una curiosidad más del catálogo histórico de los regímenes políticos, a uno de los temas más estudiados actualmente pues se ha convertido en un cáncer mortal de las democracias modernas.

Ya he comentado en otras ocasiones que de entre las muchas definiciones que se pueden encontrar del término populismo, me quedo con la que lo define como una ideología elástica y simplista que divide a la sociedad en dos grupos genéricos, maleables y antagónicos: "el pueblo puro o bueno" y "la élite corrupta”.

El manual del populista es sorprendentemente simple y eficaz. Es tan maleable que le viene bien y por igual tanto a los extremistas de derecha como a los de izquierda. La polarización de la sociedad es un objetivo sencillo de alcanzar cuando se tiene la suerte de enfrentar las condiciones propicias. Los populistas lo han logrado recurriendo a los nacionalismos; satanizando a la migración; atacando a las minorías étnicas y religiosas, a los científicos y a los intelectuales liberales; subvirtiendo los objetivos de las feministas y de los grupos LGBT; denostando a  los poderes constitucionales que no los apoyan y a las instituciones que consideran “herramientas de las élites corruptas”, como los bancos centrales independientes, las agencias reguladoras, los organismos internacionales, los medios de comunicación independientes, las organizaciones no gubernamentales y los gremios y colegios de académicos y profesionales que no comulgan con su letanía; y en época de pandemia, satanizando las medidas de prevención y las campañas de vacunación.

Todo lo que aparece en esta lista lo acomodan, casi puerilmente, en la categoría de los enemigos del pueblo bueno. Y el impacto es sorprendente: han ganado elecciones locales y nacionales sin recurrir a la violencia física y dentro de los cauces de las democracias electorales. 

La maleabilidad del discurso basado en la guerra entre el pueblo puro y bueno contra las élites corruptas ofrece una amplísima gama de posibilidades para el engaño. Por ejemplo, permite que un hombre ultraconservador como López Obrador se presente como el adalid de la izquierda progresista y que al mismo tiempo que destruye las redes gubernamentales de seguridad social y de protección de las mujeres contra la violencia, se jacte y presuma de ser el presidente más feminista de la historia. 

Pero así como el incremento de la velocidad de los cambios que estamos observando ha contribuido en la multiplicación de los populismos, no hay razón para suponer que ese mismo incremento no afecte por igual la proliferación del desencanto y de los desengaños. Porque el peso y la comunicación de las evidencias también se intensifica: el aumento del número de pobres y el número insolente de muertes asociadas al covid, por ejemplo, son resultados directos, reales y comprobables de las decisiones tomadas por el gobierno de López Obrador cuyo apercibimiento puede ser matizado, pero no borrado, por sus otros datos. La comunicación de los pesares, las angustias y los desencantos provocados por las decisiones que ha tomado se intensifica entre la población gracias a los efectos de red que fluyen por las redes sociales digitales y sus vasos comunicantes con las redes tradicionales. 

Un estudio apenas publicado en la prestigiada revista científica The Lancet Regional Health en octubre de 2022, en el que se usa una amplia base de datos de Estados Unidos, muestra claramente los efectos de las posiciones políticamente conservadoras sobre las tasas de mortalidad por covid-19. Los autores analizaron la composición política de cada uno de los distritos electorales y las decisiones tomadas por las autoridades estatales y locales en relación con las medidas de prevención y de vacunación durante la pandemia, así como los niveles de ocupación de las unidades de terapia intensiva y las muertes atribuidas al covid-19 en cada distrito. 

Los resultados son contundentes: la ocupación de las unidades de terapia intensiva y el número de muertes por covid-19 fueron notablemente mayores (hasta en un 26%) en los distritos electorales gobernados por políticos conservadores, que en la práctica significa que son políticos populistas que se negaron a promover las medidas de prevención (como el uso de cubrebocas) y que se opusieron a poner en práctica buenas campañas de vacunación. Guardando las proporciones del caso, la analogía de las formas en las que se manejó la pandemia en los gobiernos de Trump, López Obrador y Bolsonaro en Brasil es notable y explica los primeros lugares que los tres países ocupan en la tabla de naciones con el mayor número de muertes asociadas a la pandemia

En la versión del populismo obradorista el pueblo bueno es sinónimo de pobres y la élite corrupta se compone de “conservadores y neoliberales”. Claro que las definiciones no resisten un mínimo análisis de congruencia pero eso no es importante para la efectividad de la comunicación política. Lo que pesará más es que aquellas personas que se consideran parte del pueblo bueno se vayan dando cuenta de que el manejo de la pandemia ordenado por su líder protector mató a mucho más pobres buenos que a “conservadores y neoliberales”. 

La transmisión del desencanto está en marcha en varios ámbitos, como el de los derechos humanos y en particular en los temas de los feminicidios y de la libertad de expresión. En este último caso una noticia viva y que esperamos que ayude a erradicar la ingenuidad con la que la prensa internacional ha tratado al gobierno de López Obrador es el anuncio hecho por Index on Censorship (IOC), una organización británica sin fines de lucro que se dedica a defender la libertad de expresión en todo el mundo.

El lema de IOC es “A voice for the persecuted” (una voz por los perseguidos) y entre sus actividades está la edición de una revista con el mismo nombre que publica material de escritores y artistas censurados, y el monitoreo de las amenazas que sufre la libertad de expresión en muchos países. Sus orígenes se remontan a una iniciativa promovida en 1968 por periodistas, académicos, artistas e intelectuales para conseguir apoyo internacional para quienes eran objeto de persecución y censura dentro de la URSS por promover un muy incipiente movimiento democrático en esos países. Es, sin duda, una organización de referencia para todos aquellos que defienden los valores de una democracia funcional.

Pues resulta que (IOC) organiza anualmente una competencia para nombrar al tirano del año, la cual fue ganada en 2021 por Erdogan, el presidente autoritario y represor de Turquía, que dicho sea de paso no tolera los organismos autónomos ni los contrapesos de una democracia funcional, por lo que en la práctica él ejerce también como jefe del banco central lo que tiene a Turquía con una inflación anual que ya se acerca al 100%.

El caso es que IOC sacó hace unas semanas la lista de candidatos al tirano del año 2022, la cual vale la pena repasar para darse cuenta de la calidad y honorabilidad del grupo que incluye a aspirantes de todas las latitudes. Los nominados al trofeo 2022 son:

- Kim Jong-Un, líder supremo de Corea del Norte, quien encabeza una dictadura totalitaria en la que no cabe la libertad de expresión;

- Mohammada bib Salman, líder monárquico y autoritario de Arabia Saudita que manda ejecutar a quienes se atreven a indagar sobre los secretos del régimen;

- Ali Khamenei, líder supremo de Irán, violento represor que ordena ejecutar a quienes se manifestan en contra de la violencia contra las mujeres;

- Min Aung Hlaing, jefe golpista de Myanmar, responsable de miles de muertes y detenciones;

- Daniel Ortega, dictador nicaragüense, represor y torturador de disidentes políticos;

- Xi Jinping, presidente de China, quien ha incrementado la censura y la vigilancia masiva, y erosionado los derechos humanos;

- Lukashenka, presidente de Belarus, quien ha encarcelado y torturado a cientos de activistas políticos;

- Tmim bin Hamad Al Thani, emir de Qatar, líder autoritario y corrupto que prohíbe la libertad de expresión;

- Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, presidente de la Guinea Ecuatorial, defraudador electoral y encarcelador de activistas de los derechos humanos;

- Abdel Fattah el-Sisi, presidente de Egipto, quien recurre al uso excesivo de la fuerza contra adversarios políticos y periodistas; y

- Andrés Manuel López Obrador, nominado por gobernar el país con el mayor número de periodistas asesinados en el último año y por sus ataques cotidianos y sistemáticos contra la libertad de expresión.  

Independientemente del resultado de la votación, la inclusión en esta lista aumenta el desprestigio internacional acumulado por el gobierno obradorista en una variedad de temas, como el de los feminicidios y el de la destrucción ambiental. Mientras escribo esta columna observo el furor que ha causado la elección de la ministra Norma Piña a la presidencia de la Suprema Corte de la Nación, un certero golpe que rescata la dignidad que había perdido la Corte durante el periodo de sumisión de su predecesor,  Arturo Zaldívar. La puesta en escena del gran engaño empieza a resquebrajarse y ya se vislumbra el asomo de una caducidad. Claro que no hay manera de saber cuándo ni qué evento desencadenará el final de este episodio de nuestra historia, pero vivimos una época en la que los cambios se suceden a mayores velocidades de las que estamos acostumbrados. Esto no tiene por qué ser una excepción.