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¿Defender las instituciones?

Los escándalos políticos no solo dañan a las personas; también a las instituciones. | José Antonio Sosa Plata

Escrito en OPINIÓN el

Lo dicho. El escándalo político será uno de los recursos más utilizados en el marco previo a las Elecciones de 2024. Las características principales del escenario actual —con una oposición débil y aún sin contrincante para la 4T— favorecen su difusión, al tiempo que reducen las condiciones para el debate profesional y de altura que amerita nuestro sistema político.

El escándalo en la actividad política es un proceso mediático encaminado a demostrar una conducta o comportamiento ilegal, sin apego a los valores éticos predominantes o inmoral. Su propósito principal es provocar una reacción social negativa a la persona o personas que incurrieron en algún tipo de expresión, manifestación o acción que sea capaz de provocar rechazo, indignación o enojo en ciertos grupos de la sociedad.

El escándalo político puede estar sustentado o en hechos reales, montajes o mentiras. Como su objetivo principal es dañar la credibilidad y reputación de quien es exhibido, no siempre resulta tan importante el método utilizado para el que lo provoca. La acción resulta efectiva cuando se desacredita al adversario frente a la opinión pública, o por lo menos se siembra una duda sobre su honestidad e integridad. 

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Abusar del poder, cometer en forma flagrante un ilícito o no cumplir con las normas, las responsabilidades o compromisos asumidos son algunas de las características que facilitan el interés de los medios y redes sociales para hacerlos del conocimiento público con mayor facilidad. Primero, porque son noticia. Segundo, porque se piensa que es una forma de hacer justicia. Y tercero, porque la privacidad de un servidor público no lo exime de responsabilidad cuando procede de mala manera.

Al mismo tiempo, el escándalo es percibido por algunos analistas y consultores políticos como una válvula de escape legítima de la democracia. Puede ser. No obstante, ha habido demasiados casos en los que no se repara el daño cuando la denuncia o exhibición que se realizó con este procedimiento fue manipulado o no se apegó a la verdad en contra de quienes, a final de cuentas, demostraron ser inocentes. 

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Partiendo de lo anterior, el escándalo político resulta cuestionable si se le considera una herramienta esencial de las estrategias y procesos de comunicación política. Es más, no debería serlo. El problema de fondo radica en que su utilización se ha “normalizado” a tal grado que, cuando la sociedad está frente a uno, ya casi no se cuestiona la legitimidad ni la falta de apego a la legalidad del recurso.

Existen diversas razones por las que el escándalo debería estar limitado. Sin embargo, de una u otra forma implica poner nuevas restricciones a la libertad de expresión. Algunos lo verían como una forma de censura, propia de los gobiernos autoritarios. Otros, como un retroceso inaceptable del derecho a la información, el cual está garantizado por nuestra Constitución. En consecuencia, la mejor opción estaría en los códigos de ética.

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La rentabilidad política y electoral que tienen los escándalos explica en buena medida su uso frecuente. También los excesos que, en la mayoría de las ocasiones, se llegan a cometer. Y aunque no siempre logran su cometido, porque pueden conseguir el efecto contrario al buscado, es evidente que resulta cómodo utilizar la herramienta y así evadir el debate o la confrontación cara a cara con los adversarios.

Hay otra razón de peso por la que su uso se ha extendido. Algunos escándalos han cimbrado a naciones enteras, al tiempo que se han convertido en puntos de inflexión de su historia. Lo mismo han derrumbado gobernantes, candidatos y líderes de opinión, que provocado transformaciones legales o institucionales de gran relevancia por poner en evidencia fallas, omisiones o trampas cometidos por éstos y que afectaron gravemente la confianza de la ciudadanía. 

Consulta: Fernando Jiménez y Miguel Caínzos. La repercusión electoral de los escándalos políticos. Alcance y condiciones. Revista Española de Ciencia Política, Número 10,  Abril 2004, pp. 141-170. 

Este carácter ambivalente, contradictorio y paradójico también ha contribuido a extender la importancia que se le concede a los escándalos. Lo malo es que en ocasiones no se miden las consecuencias que provocan en las instituciones, reduciendo la confianza que la población tiene en ellas. Se dirá que es un mal menor, frente a los beneficios que se obtienen al desenmascarar acciones indebidas. Pero casi siempre existen otras opciones para lograr los mismos objetivos.

Lo cierto es que el fenómeno siempre ha existido. Aún antes de que hubiera medios masivos de comunicación. Más si se toma en consideración que la estigmatización del adversario es más rápida y contundente al centrarla en el escándalo. Una, por el alto impacto mediático o en redes sociales que tiene. Otra, por los movimientos que produce en los números de las encuestas, de manera particular cuando las condiciones de competencia son muy cerradas o los márgenes de maniobra para dañar al oponente son muy reducidos. 

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Por todo lo anterior, políticos, consultores y líderes de opinión tendrían que ser más cautelosos a la hora de planear, operar y difundir cualquier escándalo. En democracia, los conflictos son necesarios y naturales, pero no a costa de provocar daños en las instituciones o de difamar y dañar la reputación de quien no es responsable de lo que se le acusa. Mucho menos si las denuncias públicas no tienen un verdadero sustento o están basadas en burdas manipulaciones que tarde o temprano terminarán quedando en evidencia.

Como debe suceder en cualquier sistema basado en la justicia, la gestión de crisis debería poner una mayor atención en este recurso, que a veces es necesario para la democracia misma. En cualquier caso, es preciso subrayar que un escándalo no se apaga con otro escándalo. Tampoco mintiendo o tratando de desviar la atención, porque eso lo hace más grande. Y comprendiendo que, cuando se tiene la razón, la verdad y una buena narrativa apegada a ésta es la formula más eficaz para poner las cosas en su lugar.

Recomendación editorial: Yago de la Ciereva. Navegar en aguas turbulentas. Principios y buenas prácticas en gestión y comunicación de crisis. España:, Ediciones Universidad de Navarra (EUNSA), 2022.