DESAPARICIÓN FORZADA, TRATA DE PERSONAS

Ruido

La película de los silencios más brutales se llama “Ruido”. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

La película de los silencios más brutales se llama “Ruido”. Ger (her?), estudiante de psicología, se va con sus amigas de vacaciones por el fin de cursos. Está contenta. Le envía a su madre ese último video en la cascada que Julia (Julieta Egurrola) mirará hasta el infinito. Julia sabe que por la noche fueron a un bar. Ger (Her) desapareció. Su rastro se esfuma. Sucedió hace nueve meses. Ni una palabra más. “Ella” tan singular, “Ellas”, centenas de nombres, de familias, de vidas, desaparecen. En un país inmenso, ¿en dónde está su hija? Dirigida por Natalia Beristáin (“No quiero dormir sola”, “Los adioses”, “Nosotras”), con un guión de Diego Enrique Osorno, Alo Valenzuela y Natalia misma, “Ruido” recrea la desaparición forzada, la trata de personas, el desorden en las investigaciones, la corrupción, la impunidad. Los tráilers de la muerte y las fosas clandestinas. Los territorios donde el narco es ley.

Pero también la sororidad. El apoyo entre familiares de desaparecidas/os, la(s) periodista(s) que investiga(n) desapariciones y feminicidios. Las que siguen a riesgo de su vida las rutas de las redes de trata, las huellas del feminicida, como Abril Escobedo en la película (Tere Ruiz). “Escobedo”, sí, como Marisela la madre de Rubí Marisol Frayre Escobedo, víctimas de feminicidio madre e hija. Abril acompaña a Julia. La guía a través del infierno. Julia va bordando el rostro, la figura de su hija en un pañuelo blanco. Un homenaje a “Bordamos feminicidios”, a las bordadoras. La película está llena de referencias y de símbolos. 

Allá van juntitas en su camión atravesando el desierto. “¿Sabes que hay dos maneras de buscar a tu hija?”, le dice Abril a la madre. Viva o asesinada. En un bar de trata o en una fosa común. Las buscadoras... Abril y Julia viajan hasta la fortaleza de Casandra, la abogada que vive en la clandestinidad. “Casandra” como la sacerdotisa que tuvo el don de de leer el futuro y la maldición de que nadie creyera en sus palabras. En la película, una especie de intermediaria entre el mundo conocido y los inframundos. ¿Quién creería en lo que ella sabe? ¿Quién creería en lo que ha visto? Casi nadie quiere saber. El horror genera negación. Convertimos la negación en una actividad colectiva. Un tráiler que esconde cadáveres. ¿Podría Ger estar allí? Julia acomoda el  brazo de una muchacha sin vida. La cubre. A esa muchacha, ¿quién? ¿dónde? Alguien la busca.

El rostro inmóvil de Julia mira hacia la cámara. Estallan los fuegos de artificio. Julieta Egurrola es la madre de Natalia Beristáin. Una imagina la intensidad de las emociones que se entrecruzaron en esa filmación. La hija que dirige a su madre que interpreta a la madre que busca a su hija desaparecida. La misma mujer mira de nuevo hacia la cámara, su boca se abre, no la escuchamos pero está gritando. Claro que “El grito” de Munch es la referencia obligada. Es un hecho: está gritando y no la escuchamos. La toma es tal que solo tú estás frente a ella. Solo yo. ¿Hacia dónde nos convoca? La Madre. La Matria. El dolor infinito. De golpe aparece en pantalla la activista Kenya Cuevas, defensora de los derechos de las mujeres trans, directora de La Casa de las Muñecas Tiresias. Una heroína en la realidad que las salva en la película. Les avisa que están en peligro, la policía las dejó abandonadas. En el inframundo un hombre joven le dice a Julia: “Ya no la busques, no la vas a encontrar”. 

Secuestraron a Abril. Las venían siguiendo y la bajaron del camión. Había publicado un reportaje acerca del tráiler con los cadáveres. Gritó su nombre: “Me llamo Abril Escobedo y soy periodista”. Pidió ayuda. Nadie se movió de su asiento. Nadie. Ni siquiera Julia. Sabe que sería inútil, condenarse a ser torturada, asesinada. El terror. La inmovilidad. Nadie se movió, ni siquiera Julia. “¿Por qué lo haces si tienes una hija? le había preguntado Julia a Abril. “Quizá porque tengo una hija”, le respondió. De nuevo la mujer que te mira, que me mira fijamente, ocupa el centro de la pantalla. En el fondo, alrededor de ella, una marcha feminista. La okupa. Las calles, las consignas, las capuchas. Escucha de nuevo esa frase: “No estás sola”. Una joven le dice: “vinimos a acuerpar a las jefas y a los familiares que están allá adentro’.”¿Vinieron a qué?”. La solidaridad ya acuñó otro de sus verbos: “Acuerpar”. Poner el cuerpo para acompañar, para proteger. Para abrazar. “A poco usted es de las que defiende monumentos”.

Una joven la guía hacia afuera del edificio de la okupa la noche del desalojo. De nuevo esta vivencia confusa, onírica. ¿Quién es la joven que se descubre el rostro frente a Julia? Una madre. Una hija. No sabemos si están vivas. En el estreno de “Ruido” durante el Festival Internacional de Cine de Morelia, Natalia Beristáin Egurrola dijo: “Se trata de tener presente el poder de lo colectivo en la búsqueda de verdad, justicia y memoria”. Estallar la negación, ¿será posible? Se trata de “acuerpar”. Si lográramos hacerlo posible.