#INFILTRADO

Los últimos mensajes de un capo sinaloense

Juan Antonio Valenzuela Ortiz, un capo del cártel de Sinaloa, antes de ser asesinado en 2020 había estado enviando y recibiendo mensajes de clientes. | Antonio Nieto

Escrito en OPINIÓN el

Recibió una llamada telefónica y salió de la habitación 3304 de su hotel. Era la noche del 11 de junio de 2020. No había salido mucho en los últimos días, pero algo le dijeron que tuvo que levantarse de la cama, abrir la puerta y echar a caminar por el iluminado pasillo del Hotel Presidente Intercontinental Santa Fe. Juan Antonio Valenzuela Ortiz, un capo del cártel de Sinaloa, iba directo hacia la muerte.

Antes había estado en lo suyo, enviando y recibiendo mensajes de clientes que le pedían un “ride”, es decir, que les hiciera el favor de llevar cocaína en sus aeronaves. Juan Antonio tenía varias Cessna en las que transportaba la droga desde Tapachula, Chiapas, hasta Los Ángeles. A veces cobraba por hacerle un espacio al producto de sus clientes, pero a últimas fechas ya no quería. Esta es una conversación de WhatsApp en poder de las autoridades:

Cliente: “Rogelio me está preguntando por sus cosas, que le habló Martín, que hoy le entregaban en el 36”.

Juan Antonio: “No, hasta el lunes se van porque estoy usando otros aviones y son muchas, la verdad”.

El número 36 no es sino una clave para Tijuana. Juan Antonio traficaba con permiso del cártel de Sinaloa, pero se decía que estaba haciendo tratos con los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán y tras el abatimiento de su tío, Julián Grimaldi Paredes, menos de un mes antes, estaba más nervioso de lo usual. Había estado encerrado en esa amplia habitación, con un pants y chamarra del Barcelona, el televisor encendido y comida rápida. 

Juan Antonio: “Ya no raitiaré (sic) nada ajeno, puro mío. Del Tapón al 16 sí, pero al 36 nada ajeno”.

Cliente: “Ah bueno, tío, aquí le aviso”.

El “Tapón” es Tapachula, el 16 es Ciudad de México, último lugar a donde Juan Antonio aterrizaría droga ajena. A Tijuana no, porque había muchos problemas con los Arellano Félix. Su tío Julián era cercano a Ismael, el “Mayo” Zambada, considerado el máximo capo de la droga en el mundo, pero luego de fugarse en 2018 del penal de Aguaruto, Culiacán, Julián levantó sospechas de traicionar al cártel y dos años más tarde, en abril de 2020, terminó masacrado en Tlajomulco de Zúñiga, Jalisco, aparentemente por policías estatales. Su sobrino, Juan Antonio, llegó a CDMX el 22 de mayo y se registró en el hotel como Raymundo Moreno. Movía kilos y kilos de perico, recibía enormes sumas de dinero que luego invertía en armamento. Parecía que se estaba preparando para una guerra, pero sus enemigos lo encontraron antes. Ese 11 de junio dejó atrás su habitación y se llevó consigo uno de los cinco teléfonos que tenía. Avanzó por el pasillo y se topó con dos gatilleros. Consta en la carpeta de investigación CI-FICUJ/CUJ-1/UI-1 C/D/0053/06-2020 que una empleada del hotel oyó a Juan Antonio exclamar: ¡No, no! También oyó cómo intentó regresar a su habitación, pero dos balas lo alcanzaron y lo tumbaron en medio del pasillo. Quedó bocarriba sobre una laguna de sangre. No se antoja casual que a su tío lo mataran días antes, al igual que otros sinaloenses que, se rumoraba, se le habían volteado a los Zambada. Poco de eso supieron las autoridades capitalinas. Lo que sí confirmaron es que las cámaras del hotel fallaron justo en el momento del asesinato. La realidad es que los enemigos de Juan Antonio habían cuidado cada detalle y corrompieron a personal del hotel. La trascendencia de este crimen reside en que la pugna entre “Mayos” y “Chapitos” es arrastrada desde que inició la pandemia, cuando se supo que los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán habían anunciado su decisión de tomar la capital. En Culiacán había descontento por su apoderamiento del negocio de la cerveza y las extorsiones, cosa que no ocurría en la capital sinaloense. Había descontrol entre los pistoleros del cártel de Sinaloa, que se mataban unos con otros a la primera de cambio y algunos como Juan Antonio pensaron que en CDMX nadie los reconocería, que desde la habitación de un hotel podrían traficar y dar órdenes. Este capo apenas tenía 24 años de edad y como otros homicidios de este tipo no tiene responsables detenidos. Ni avances. El cuerpo ni siquiera fue reclamado.

Esto fue un preludio de lo que ocurriría en la capital después: operativos con decomisos históricos, toneladas de cocaína incautadas a los de Sinaloa, balaceras contra la Policía; capturas de operadores y sicarios que, incluso, planeaban matar a Ovidio Guzmán Loera. Cuando por fin parece que el cártel dominante en la ciudad, la Unión Tepito, está en declive, otro monstruo de mil cabezas posa sus garras y las afila día con día gracias a un boyante narcomercado, con millones de consumidores de drogas. Juan Antonio Valenzuela Ortiz fue asesinado tras recibir una llamada telefónica que lo hizo salir de su escondite. Lo único que se sabe es que esa llamada provino de una persona que en un mensaje, horas antes, le había que dicho que no había nada de qué preocuparse, que en el “Humo” –Ciudad de México– estaría seguro.

Enterado está, querido lector y recuerde: el infiltrado es usted.