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¿Zopilotes alborotados?

Politizar las tragedias es inevitable, pero se pueden gestionar sin dañar aún más a las víctimas. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

La tragedia sigue marcando parte importante de la agenda política y mediática nacional, desafortunadamente. Por un lado, como consecuencia del clima de violencia que sigue imperando en varios puntos del país. Por el otro, por los desastres naturales y accidentes de alto impacto que se han presentado en los últimos años.

Lo que sucedió el sábado pasado en la Línea 3 del Metro de la CDMX, es un hecho que indigna, preocupa, duele y enfada a una parte importante de la sociedad. No sólo por la muerte de Yaretzi y el número elevado de personas que resultaron con lesiones. También por las repercusiones negativas que tuvo en la movilidad cotidiana de miles de personas.

La politización del suceso era inevitable. Primero, porque es una oportunidad para atacar a una de las principales aspirantes a la Presidencia de la República. Segundo, por los impactos político y emocional que han ocasionado otras tragedias, como el derrumbe de un tramo de la Línea 12 en mayo del 2021. Y tercero, por la confrontación que se genera entre el Presidente Andrés Manuel López Obrador y sus adversarios.

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Unos y otros encontraron en el lamentable accidente un área de oportunidad para aprovecharse del caso. Sin que sea una justificación, se puede asegurar que se trata de una respuesta lógica de los actores políticos. Y más, por la relevancia que tendrán las Elecciones 2024. Si bien es cierto que fue rápida la reacción de la Jefa de Gobierno para atender a las víctimas, también lo es que el accidente se pudo haber evitado.

Los rezagos en el mantenimiento del Metro y de otros servicios vitales para la CDMX son enormes. Según parece, no hay presupuesto que alcance para resolver una problemática que se ha acumulado por décadas. Sin embargo, muchas decisiones de fondo se postergan porque no son “políticamente rentables”; porque pueden “beneficiar” a ciertos adversarios; o porque no están a la vista de la ciudadanía. Conciliar la necesidad social con la necesidad política es un tema que ni siquiera se ha podido resolver en los sistemas democráticos.

Hablar de sabotaje, de un acto premeditado de los adversarios, un corto circuito y otras especulaciones en nada abona a la investigación objetiva que deben hacer las autoridades. Tampoco al debate serio que tendría que darse frente a situaciones tan graves. Mucho menos parece constructivo responder con frases de alto impacto como la utilizada por el Presidente —en el sentido de que “se alborotan los zopilotes”—, ya que solo polarizan e incurren en el mismo problema de politización que él mismo cuestiona.

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Por supuesto que el debate es necesario. Pero tendría que estar sustentado en datos duros, evidencias y argumentos sólidos. Lo que hay que cuidar, en todo momento, es la secrecía que requieren algunas investigaciones, el apego a la ley al momento de hacer declaraciones y, principalmente, el respeto a los derechos humanos. Politizar es válido, pero nunca a costa de incumplir con estos principios ni dañar más o revictimizar a las y los afectados.

En el mundo ideal, las tragedias no deberían politizarse. Pero la realidad siempre demuestra lo contrario. Cuando una tragedia se politiza, el problema no se reduce a la guerra de declaraciones que se provoca en los medios y las redes sociales. También tiene que ver con las omisiones de información, con la alteración de pruebas, con la manipulación de las personas involucradas en los hechos o con el desvío de la atención ciudadana hacia otros temas.

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Si consideramos, entonces, que la politización es necesaria e inevitable, lo que se tendría que revisar son los límites. Para empezar, es conveniente revisar las definiciones que tiene el concepto. En el mismo sentido, no tendría por qué ser lo mismo politizar y lucrar. Además, resulta indispensable comprender que el silencio de los actores políticos frente a una tragedia no es lo más conveniente para las víctimas ni para la sociedad.

En varios sentidos y para muchas personas, una tragedia es una crisis. Sin duda. Siempre hay víctimas directas e indirectas. También daños colaterales. Por eso, en cualquier contexto en que se desarrolla una tragedia las palabras, frases, interacciones y conversaciones adquieren una fuerza mayor por el interés que despierta en la sociedad. De ahí la importancia que tiene para las autoridades y medios de comunicación su gestión adecuada.

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Gestionar política y mediáticamente una tragedia que sea del interés público tendría que apegarse a los criterios y técnicas de cualquier tipo de crisis. Hay que acabar con las inercias, malas costumbres, improvisaciones y ocurrencias. Asimismo, se tienen que evitar las mentiras, falsas acusaciones y especulaciones. Si se tienen, hay que revisar una vez más los protocolos de actuación y propuestas de narrativas para no rebasar los límites establecidos por el marco jurídico y la ética. Si no, es urgente proceder a su cuidadosa elaboración.

Lo primero que deben hacer las instituciones es tener bien claros y comprensibles para la mayoría los protocolos de emergencia, incluidas las personas que atienden la situación de emergencia. Es prioritario atender a las víctimas y sus familiares. Sin embargo, generalmente los problemas empiezan cuando no se cumplen dos requisitos: transparencia y verdad en los mensajes, de manera particular cuando hubo negligencia, omisión, ignorancia, descuido o corrupción de algunas autoridades.

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Los protocolos y propuesta de narrativas tienen que ser directos, sencillos y concisos. Deben atender los puntos centrales que más interesan a las audiencias. Las acusaciones sin fundamento, las ocurrencias “simpáticas” y las bromas de cualquier tipo siempre sobran. Por si fuera poco, representan un riesgo para la reputación de quien las dice. Todas y todos los voceros están obligados a expresarse con seriedad, responsabilidad y respetando el dolor de quienes están sufriendo.

La atención a los representantes de los medios de comunicación debe considerar y cuidar todos los detalles. Esto implica evitar cualquier manipulación, presión o censura en las historias y contenidos que estén elaborando para su difusión. Los protocolos para las diversas redes sociales ya forman parte de los procesos de gestión y ameritan un extremo cuidado por sus características emocionales y técnicas. Por último, pero no menos importante, es necesario reiterar que el entrenamiento mediático frecuente es otro elemento indispensable en la gestión de la crisis.

Recomendación editorial: Luis Arroyo. El poder político en escena. Historia, estrategias y liturgias de la comunicación política. Barcelona, España: RBA Libros, 2015.