PRESIDENTES ESTADISTAS

Menos corcholatas y más estadistas

Ser ese presidente que tanta falta le hace a nuestro país, exige principios básicos, que es la visión de futuro. No necesitamos corcholatas, necesitamos estadistas. | Roberto Remes

Escrito en OPINIÓN el

He vivido bajo el mandato de nueve presidentes, desde Luís Echeverría a Andrés Manuel López Obrador. Sólo he votado por dos ganadores, Vicente Fox y Felipe Calderón. Hoy me pregunto, si hubiera una elección donde los nueve fueran candidatos, por quién votaría.

Podría particularizar sobre acciones buenas y malas de los 8 expresidentes y del actual mandatario. Sin embargo, en retrospectiva me enfocaría a un valor clave por encima de los demás: la vocación por el servicio de Estado. Esto rápidamente coloca a Echeverría, López Portillo y López Obrador en la lista de por quién nunca votaría. Bajo mis parámetros, gobernar sólo para un espectro del electorado o gobernar con demagogia es lo opuesto a las necesidades del país. Muy cerca de estos tres está Vicente Fox, un gobierno en el que privó la responsabilidad en múltiples áreas de gobierno, pero la frivolidad en la conducción; algo similar sucedió con Peña Nieto pero con corrupción.

En el extremo opuesto, puedo destacar dos nombres: Miguel de la Madrid y Ernesto Zedillo. De 9 presidentes sólo a dos puedo identificar con la palabra “estadista”. Sus nombres no polarizan, como los de Carlos Salinas o Felipe Calderón. No hubo una narrativa que los mantuviera vigentes en la política nacional. Supieron desentenderse y respetar un espacio que ya no les correspondía. Ambos, coincidentemente, tuvieron momentos de pésima popularidad; De la Madrid, en la segunda mitad de su sexenio; Zedillo, en la primera. No obstante, decisiones más basadas en el interés del Estado que en el suyo propio, condujeron a un cambio de rumbo, correcto, en el México contemporáneo.

A Miguel de la Madrid lo recibió una absurda nacionalización de la banca, 90 días antes de que tomara las riendas del país. Sin embargo, allí empezó la apertura comercial y una nueva era en la industrialización. Los efectos positivos aún se sienten.

El inicio de Ernesto Zedillo fue desastroso, el “error de diciembre”, una devaluación cantada en los espacios equivocados, dio ventajas a los especuladores y un polémico rescate bancario en el que el Estado Mexicano no recibió acciones por su intervención; por esos hechos podría quedar fuera de esta visión de estadista. Sin embargo, haber instrumentado programas sociales con impactos medibles, haber caminado hacia la libre flotación del peso, hacia un Poder Judicial independiente y a un Instituto Electoral fuera de los tentáculos de la Secretaría de Gobernación, fueron decisiones clave que con el paso del tiempo han ganado mi aprecio y admiración por la gestión de Ernesto Zedillo Ponce de León.

Claro que uno puede diferir de políticas públicas. La arquitectura misma del Estado Mexicano necesitaba de cambios, también Carlos Salinas de Gortari lo entendió, pero él sí tuvo ambiciones personales transexenales que lo hundieron en el juicio de la historia, y vaya que también tomó grandes decisiones de Estado.

Aún así, no se trata de idealizar a los gobiernos de Miguel de la Madrid y Ernesto Zedillo. Ambos se encuadran en su circunstancia y ambos cometieron errores.

De forma ideal, la consolidación de una cultura democrática y el desarrollo de instituciones públicas debería dar lugar a perspectivas de Estado más sólidas, personas cada vez más completas al frente del país, abordando todas las temáticas del Estado con las mejores prácticas. Esto no ha sido así... pero ni de lejos lo será el monólogo desde el púlpito, la estigmatización del adversario o la utilización de los aparatos del Estado para perseguir o satanizar opositores.

Ser hombre o mujer de Estado, ser ese presidente que tanta falta le hace a nuestro país, exige principios básicos, que es la visión de futuro, la deliberación en torno a problemas y soluciones, el respeto a los derechos humanos, la disposición para tomar decisiones difíciles pero impopulares, pero sobre todo, exige entender que México es una fiesta que incluye a 133 millones de Mexicanos, que deben ser tratados como iguales.

No necesitamos corcholatas, necesitamos estadistas.