#INFILTRADO

El jefe narco de Tepito que nadie quería tocar

Batlia tiene amistades dentro de corporaciones policíacas, de los que en el pasado reciente se encargaban de hacer la Inteligencia criminal en la PDI... | Antonio Nieto

Escrito en OPINIÓN el

La noche del 29 de agosto una camioneta Yukon blanca aparcó frente a una casita de fachada caqui y rústico tejado. Del vehículo con vidrios ahumados bajó Roberto Batlia Martínez, uno de los narcotraficantes más longevos y poderosos de Tepito.

Su camioneta trae “chicle”, es decir, un rastreador que colocaron los agentes de Investigación de la Fiscalía que lo habían estado siguiendo desde hace meses. El operativo para capturarlo se planeó con horas de antelación, pero se dio aviso al Ejército y a la Guardia Nacional sólo unos minutos antes. La calle donde se levantó aquella casita es una cerrada de la colonia Lomas Estrella, Iztapalapa, donde hay muchas otras igual, modernas y bien cuidadas. Un lugar ideal para pasar desapercibido. Fue hasta las 6:17 horas del 30 de agosto que un grupo especial de la PDI irrumpió en el domicilio.

Allí estaban Batlia, su esposa, Sara y un trabajador, José. El que se mostró más sorprendido fue Batlia. “¿Y ora?” Preguntó a los agentes encapuchados que le apuntaban con armas largas. Consta en la carpeta CI/FIEC/ACI/UI-1C/D/484/08-20222 que Batlia dormía junto a un espejo que ocultaba un rifle de asalto cargado. Dormía también con un bulldog francés que tenía que vivir bajo el mismo techo que un mono cola blanca.

Batlia había sido policía judicial desde el 7 de enero de 1995 al 11 de mayo del 2000 cuando fue destituido. Intentó persuadir a sus captores para que platicaran antes de llevarlo al Ministerio Público. “Habla con tu jefe, pareja”, pidió, pero sus palabras se estrellaron en un muro de silencio. Lo trataron con respeto porque, se dice, Batlia es un narcotraficante educado, que tenía dos décadas haciendo caja con la venta de droga y que en ningún momento se enredó en guerras. Su punto más conocido era la “fila de las tortillas”, una casa amarilla con negro, de puerta rodeada por un arco de ladrillos, en la calle Progreso, colonia Damián Carmona, Venustiano Carranza, donde decenas de adictos se formaban para comprar piedra y mariguana. La “fila” estaba antes en otro sitio, en esta misma alcaldía, pero tuvo que reubicarse por el evidente ajetreo. Dependiendo el día, el envoltorio de piedra tenía una marca con plumón rosa, amarillo o verde. Era tan famoso el crack que se vendía ahí por 50 pesos que muchas bandas de narcomenudistas compraban por mayoreo, inclusive los jefes de la Unión, el Elvis y el Manzanas. Las pesquisas señalan que la “fila” vendía aproximadamente un kilo diario de piedra. Los costales de efectivo se los llevaba la gente del Batlia hasta otro inmueble en la calle Nicolás Bravo, en el Centro, donde eran custodiados día y noche por gatilleros.

Pese a las interminables matanzas que desde hace décadas se cuentan y se sufren en el Barrio Bravo, Batlia permanecía ajeno. Sufrió el asesinato de su padre, Roberto Batlia Morán, quien era policía también y el de su hermano, el comandante de la Policía Ministerial del Estado de México, Gerardo, perpetrado el 2 de diciembre de 2010 en la colonia 20 de Noviembre, al oriente de la capital. Sin embargo, no hay registros de que él se enfrascara en pugnas, ni si quiera contra la Unión, el cártel dominante no sólo en Tepito sino en toda Ciudad de México. Tenía sólidas relaciones de negocios con muchas bandas delictivas que le compraban droga al mayoreo e incluso con el cártel de Sinaloa. Pero hasta su detención, su nombre se había mencionado poco en los medios, no sea porque lo detuvieron en febrero de 2018, acusado de matar a un policía preventivo que supuestamente intentó frustrar un robo de vehículo en Azcapotzalco. Una historia que no encaja en la baraja de delitos de un capo del narco consumado, no tenía lógica. Al final fue exonerado. En realidad, ninguna autoridad quería tocarlo. Tiene amistades dentro de las corporaciones policíacas, de los que en el pasado reciente se encargaban de hacer la Inteligencia criminal en la Policía de Investigación, pero que únicamente le estrecharon la mano a cambio de hacerlos ricos. Cuando era judicial, adscrito a la Dirección General de Investigaciones, no se le veía malicia, dicen los que trabajaron con él. Era un novato, delgado y con brackets, el cual subía y bajaba por las escaleras de la comandancia de Arcos de Belén, llevando documentos. Tras su arresto, la autoridad lo presentó como líder de una “célula delictiva” identificada como los “Lecumberri” o los “Macario”, en alusión a la calle donde operaban y por Alejandro Tamayo Mendoza, el “Macario”, capturado en abril de 2021 junto con cuatro policías de la Secretaría de Seguridad Ciudadana y uno del Edomex, lo que destapó la red de protección con la que contaba Macario y su socio, Batlia.

Pero hay algo que no cuadra de todo esto, cuentan los mismos agentes que participaron en la detención: en la “fila” se incautó mariguana, pero ni una sola dosis de la famosa piedra de Batlia. En su domicilio de Lomas Estrella había dos bolsas translúcidas con cocaína, pero sin la marca distintiva de los Batlia y no me refiero a alguna etiqueta o sello, sino al grado de pureza que es lo que la ha caracterizado y que luego de ser cocinada ha engendrado no cientos, sino miles de adictos que desde principios de siglo se formaron en la “fila” para adquirir un “papel”. “Esa no es la mercancía de Batlia”, aseguran algunos detectives cercanos al caso. Empero, un objeto muy curioso fue hallado entre las pertenencias de este jefe narco tepiteño: un ejemplar del Fiscal de Hierro, libro sobre las memorias del abogado Javier Coello Trejo. Ese mismo: compadre de Arturo, el “Negro” Durazo y defensor del ex director de Pemex, Emilio Lozoya y ex subprocurador de Lucha contra el Narcotráfico durante el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari. ¿Batlia será su nuevo cliente?

Enterado está, querido lector y recuerde: el infiltrado es usted.