ECONOMÍA MUNDIAL

La guerra de transición vs Rusia y China

La guerra de Ucrania no llegó sola, tampoco es un acto de expansionismo ruso, están en juego la estabilidad económica y la paz mundial. | Ismael Jiménez

Escrito en OPINIÓN el

A principios de 1990 en el Salón del Automóvil celebrado en los Ángeles, se presentó lo que podría llamarse el primer auto de línea de motor eléctrico. Quizás ese fue el primer intento serio de las grandes armadoras por migrar de los autos de combustión interna a los eléctricos.

Pasaron diez años para que el tema de los vehículos eléctricos comenzara a vislumbrarse como una posibilidad factible y que, las armadoras, asumieran la transición como estrategia real de negocios para transformar la industria.

El asunto es que, con la llegada del nuevo siglo, no se tenía claro cuándo los autos eléctricos dominarían el mercado. Quienes seguimos esta transición proyectamos, de acuerdo con la información reportada por la industria, que esto sucedería en el 2015; sin embargo, y luego de llegar ese año con pobres resultados y diversos análisis, económicos y políticos, concluimos que la única manera de acelerar y llegar a una transición total en el mercado mundial automotriz ocurriría únicamente mediante la promoción de una guerra.

La historia nos dice que cada que ocurre un cambio de era o tecnológico, éste es precedido por una guerra. Para nadie es un secreto la estrecha relación que guarda todavía hoy, la industria automotriz con la del petróleo, así que transformar la industria que moldeó el desarrollo económico, político y social del siglo XX no sería cosa fácil.

La industria automotriz es uno de sectores más influyentes en la economía mundial, alrededor suyo, proliferan el resto de las industrias clave de la economía global, como la del acero, petroquímica, textil, electrónico, financiero y por supuesto, del petróleo y energético.

Transformar el mercado automotriz a nivel mundial, implicaría trastocar miles de intereses económicos y geopolíticos y junto con éste, el sector energético, entendido como el productor y generador de energía eléctrica, se convirtieron en el centro de la revolución de las energías renovables.

Del 2005 en adelante, desde los foros de negocios mundiales, se comenzó a hablar del fin de la era del petróleo; y para ello, los países y sus empresas debían iniciar su tránsito a las energías renovables. Electricidad y petróleo (gasolinas y diesel) significan más del 60 por ciento de los costos de operación de las empresas ya sea para producir electricidad, en sus líneas de producción y para efectos de movilidad y logística.

Por supuesto que nadie, está dispuesto a pagar el costo de ésta transición para dejar el petróleo por una “nueva fuente energética”. A nivel Estado y corporativo, hacer ese cambio, significan grandes inversiones y costos sociales y económicos, sobre todo, si se trata de un país líder productor automotriz y de petróleo.

Así que la primera estrategia implementada por occidente, fue atacar la producción de petróleo y a los países productores, mientras que en paralelo, se subsidiaba el desarrollo del auto eléctrico eficiente y asequible para el mercado, además de promover el uso de energías limpias. La cereza del pastel en la narrativa fue combatir el calentamiento global y mitigar las emisiones de CO2.

Estados Unidos y compañía, venían a pique en la producción y exportación de petróleo, no olvidemos que este país posee las reservas de crudo más grandes del mundo, mientras que Rusia, Irán y los países árabes, venían al alza en la producción de petróleo y gas natural.

A partir de la crisis del 2008, occidente acrecentó la retórica para caminar a la transición energética y puso en la mira de sus aliados, “el peligro” que significaba el ascenso de Rusia como principal proveedor de gas natural en Europa, en tanto que China, se convertía en la fábrica del mundo.

De esta forma, dos estados otrora insignias del comunismo, emergían como potencias económicas, una energética y la otra dueña de las cadenas de suministros industriales y de bienes de consumo en prácticamente todo el planeta.

Desde los Estados Unidos y el Reino Unido, se hicieron todos los intentos comerciales y financieros para detener el ascenso de ambos países, los cuales son considerados un peligro potencial para el “orden económico global” desde la óptica de la geopolítica unipolar.

Para el 2008 la Unión Europea inició relaciones comerciales con Ucrania, todavía bajo el gobierno de Viktor Yakunovich afín a Rusia y para el 2013, el entonces senador John McCain visitó Ucrania con el objetivo de entregar financiamiento y armas a los rebeldes que impulsarían meses después la revolución del Euromaidan, mismo año en que Huntter Biden, hijo del presidente de los Estados Unidos, asumía el cargo de director general en Burisma Holdings, una de la principales productoras de gas natural en Ucrania.

La guerra de Ucrania no llegó sola, tampoco es un acto per se de expansionismo ruso, está más que eso en juego, están en juego la estabilidad económica y la paz mundial, y China, Rusia, Irán, India, Turquía y las potencias petroleras junto con los miembros de la OTAN, jugarán un papel crucial en la confrontación por venir, pero de ello hablaremos en la próxima entrega.