COVID-19

La pandemia: fracaso global

La iniciativa COVAX no funcionó debidamente porque las farmacéuticas prefirieron vender directamente al mejor postor. | Jorge Faljo

Escrito en OPINIÓN el

The Lancet, una revista semanal británica fundada en 1823 es la publicación médica más prestigiada del mundo. Acaba de publicar el reporte final sobre el estudio al que convocó para revisar la respuesta global ante la pandemia y esclarecer cómo enfrentar otra situación similar en el futuro.

El equipo que hizo el estudio, la Comisión Lancet, fue integrado por 28 expertos globales en política pública, cooperación internacional, epidemiología y vacunología, sistemas financieros, ciencias de la sustentabilidad, salud mental y fue coordinado por un prestigiado economista, Jeffrey Sachs. Este reporte es el más objetivo y comprensivo a la fecha.

Para empezar el documento señala que covid-19 causó, de manera directa e indirecta más de 17 millones de muertes en exceso, entre ellas los más de seis millones de muertes confirmadas. Se trata de una gran tragedia que refleja una falla masiva en la respuesta global a la pandemia.

El reporte revela fallas de racionalidad, transparencia, del marco jurídico internacional, de la coordinación entre agencias y países y, en particular, de la solidaridad internacional. Tanto la Organización Mundial de la Salud como los gobiernos nacionales reaccionaron con un exceso de cautela y lentitud y tardaron en instrumentar medidas esenciales como protocolos de seguridad en viajes internacionales, distanciamiento social, uso de tapabocas, aislamiento, ventilación y demás. En conjunto predominó la lentitud y la ausencia de coordinación internacional.

Destaco los elementos que más me llamaron la atención.

Antes de la pandemia había un índice de Seguridad Global en Salud en el que los Estados Unidos y el Reino Unido ocupaban el primer y el segundo lugar. En contraste China tenía el lugar número 30 y Nueva Zelanda el 32. Sin embargo, la distribución de fallecimientos debido a la pandemia fue casi lo opuesto a lo esperado. El Índice no pudo predecir la equivocada respuesta política de los países líderes, en particular los Estados Unidos bajo la administración de Trump. Tampoco previó la mayor calidad de las estrategias en Nueva Zelanda con la conducción de Jacinda Arden, la primer ministra, y la de China, que tras el retraso de las autoridades locales en comunicar el brote, el gobierno nacional instrumentó una estrategia de contención rigurosa que ha sido muy exitosa.

Es decir que hubo factores más importantes que los considerados en el Índice y que fueron determinantes del impacto de la pandemia en cada país. Sobresalen en particular:

La irresponsabilidad de algunos líderes políticos muy influyentes que se dejaron llevar por consideraciones electorales, miedo al descontento público, intereses económicos estrechos y, sobre todo, su ignorancia. Los norteamericanos y la población de otros países fueron víctimas de tales personajes. En contraste hubo otros liderazgos ilustrados, entre los que sobresalen mujeres como la mencionada Arden, que privilegiaron el bienestar y la vida de los individuos por arriba de consideraciones sobre la marcha de la economía o su popularidad política.

Un factor decisivo fue el nivel de confianza de la población en su gobierno: lo que dependía de su comportamiento previo. En países donde la población se sentía abandonada por la clase política predominó la desconfianza en los mensajes gubernamentales, sobre todo si parecían incoherentes, y sin fundamentos sólidos, es decir, poco convincentes.

Incidió también un factor cultural. Hay sociedades que dan preferencia a la conformidad grupal y a la confianza en sus liderazgos. En otras predomina un individualismo que se vuelve extremo cuando muchos desconfían que la clase política actúe en su favor.

El reporte enfatiza la importancia de los comportamientos que llama pro-sociales. Aquellos en los que una persona toma en cuenta el bienestar de los demás y a cambio de ello espera que los demás hagan lo mismo. Guardar distancia social, usar correctamente el tapabocas, o aislarse cuando se sospecha que uno se encuentra contagiado, son ejemplos de comportamientos pro-sociales.

El hecho es que independientemente del sistema hospitalario y la tecnología médica de cada país, los grandes factores del buen combate a la pandemia fueron el comportamiento de sus líderes, la confianza de la población en su clase política, y la capacidad de comportamiento pro-social de la población de cada país.

En sentido contrario operó el egoísmo y la desinformación impulsada en algunos países incluso por representantes políticos electos.

Por otra parte, el mayor éxito en el combate a la pandemia fue la rápida producción de vacunas efectivas. Esto fue posible por el abundante financiamiento, en niveles de decenas de miles de millones de dólares en donativos que varios gobiernos, en particular el norteamericano, destinaron a su desarrollo y producción.

El éxito de las vacunas generó ganancias masivas para las farmacéuticas, en particular Moderna y Pfizer. Sin embargo, a pesar de que el gobierno norteamericano fue el inversionista principal para el desarrollo de las vacunas dejó en manos del sector privado los derechos de propiedad intelectual y no obtuvo ninguna parte de las ganancias. Posteriormente compró las vacunas a precios muy inflados sobre los costos de producción. Es decir que, los ciudadanos norteamericanos pagaron un doble costo, el del desarrollo de las vacunas y posteriormente su compra a precios de monopolio en un ambiente de urgencia por adquirirlas.

En este contexto los países pobres no pudieron pagar esos precios. La iniciativa COVAX para llevar vacunas a precios accesibles a los países de bajos y medianos ingresos no funcionó debidamente porque las farmacéuticas prefirieron vender directamente al mejor postor. Una excepción fue el desarrollo y producción sin fines de lucro, también con importantes apoyos gubernamentales, de la vacuna AstraZeneka.

La abundante generosidad hacia las grandes farmacéuticas no se vio mínimamente correspondida con financiamientos para los productores de vacunas de los países de medianos y bajos ingresos. Estos habrían podido producir vacunas efectivas con tecnologías convencionales no patentadas y derechos intelectuales de uso libre. Solo poniendo en marcha esas capacidades habrían podido generarse suficientes vacunas de manera oportuna para la población mundial de menores ingresos.

Además, el mundo occidental sólo reconoce capacidad regulatoria y para autorizar el uso de emergencia de las vacunas a siete entidades: la OMS y las autoridades sanitarias de los Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Europa, Australia y Japón. Es decir, que no se reconoce capacidad regulatoria a ningún país de mediano y bajo ingreso y este marco jurídico contribuyó a la monopolización de la investigación en manos privadas.

En suma, predominó la falta de solidaridad a nivel internacional. Esto y más debe ser transformado antes de que llegue otra pandemia. Lo que para los expertos es inevitable.