SEGURIDAD EN MÉXICO

Ejército en cuarteles-Ejército en las calles

¿Y la defensa de la patria en caso de algún conflicto? ¿Y la soberanía nacional? ¿Y la integridad territorial? | Joel Hernández Santiago

Escrito en OPINIÓN el

El 16 de septiembre de cada año era día de fiesta y de orgullo nacional. O por lo menos así lo sentíamos los que éramos niños por entonces, no hace mucho. En esa fecha, el Ejército mexicano salía a desfilar en honor a la gesta de Independencia de 1810 en Dolores, Guanajuato.

Nos ubicábamos en el mejor lugar posible del Paseo de la Reforma en la capital del país para verlos pasar, airosos, marciales, dignos, orgullosos y fuertes. Eran mexicanos aquellos soldados pulcramente uniformados y con botas que hacían resonar el piso a su marcha.

Eran nuestro orgullo personal y colectivo. Y uno quería ser como ellos. Porque representaban la valerosidad, el amor por México y la defensa de todos los mexicanos. Eran los guardianes de nuestra soberanía y de nuestro territorio. A ellos, al ejército o los ejércitos que hubo en distintas etapas del país se debe en mucho la construcción de instituciones para el buen gobierno.

En algunos casos el Ejército cometió errores. Algunos de ellos inolvidables, como fue el caso del 2 de octubre de 1968. Pero entonces como ahora habría que recordar que el Ejército tiene un mando supremo, que es el presidente de México. Entonces y ahora.

Así que el Ejército mexicano, como la Marina y la Aviación mexicanas eran y han sido nuestro escudo defensor en contra de ataques externos y, acaso, internos, cuando se atente en contra de eso mismo: soberanía, integridad territorial, paz social, armonía y estabilidad. Eso defendían estas instituciones y así lo han establecido las distintas Constituciones del país.

Hoy todo parece ser distinto. Hoy aquel orgullo y afecto se trastocan y se convierten en incertidumbre. De un tiempo a esta parte al Ejército y a la Marina se les endilgan tareas que antes no estaban en su catálogo de responsabilidades constitucionales.

Esto es: Días después de tomar posesión, el 10 de diciembre 2006, el entonces presidente de México, Felipe Calderón, ordenó el despliegue del Ejército en la Tierra Caliente de Michoacán, azotada entonces por el cártel de la Familia Michoacana. Se anunció una “guerra” en contra del estado violento. Y se garantizó que todo se arreglaría y que todo estaría bien. Sí. Pero no.

Al salir ese primer pelotón militar hubo tensión y acaso inhibió a la delincuencia criminal. Pero no fue la solución y el clima de violencia en Michoacán se vio creciente en otros estados. Distintos cárteles de la droga se ubicaron en diferentes zonas y regiones del país.

Se apropiaron de la zona y se fortalecieron durante el gobierno de Calderón y luego en el gobierno de Enrique Peña Nieto quien dijo que haría todo para acabar con este “flagelo”, pero tampoco.

Por años y en especial durante la campaña para ser presidente, el hoy Ejecutivo mexicano dijo que lo primero que haría al llegar a la Presidencia –si ganaba–, sería enviar al Ejército de nuevo a los cuarteles, su lugar de origen y en el que deberían permanecer. Dijo que acabaría pronto, de otro modo, con el crimen organizado y el narcotráfico, la violencia y el homicidio doloso ya crecientes.

Y sí, llegó a la Presidencia, pero no. No mandó al Ejército a los cuarteles, todo lo contrario. Fortaleció a las fuerzas armadas para llevar a cabo tareas de vigilancia y del orden policíaco. Al principio dentro del mismo Ejército hubo quejas de sus integrantes porque se estaba violando el régimen constitucional por el que se le señalan tareas específicas y “no para ser policías”, decían.

Y se anunció la creación de una Guardia Nacional que sustituiría a las distintas corporaciones policíacas y de investigación. Se las acusó de haberse corrompido y, por lo mismo, deberían ser sustituidas, se dijo. Y dicho y hecho. Pero también se garantizó que esa Guardia Nacional estaría siempre bajo un mando civil, toda vez que no debería militarizarse, a pesar de que en su composición prevalecían mandos militares.

Hoy las cosas se vuelven aún más complicadas. A esa Guardia Nacional civil se le pasa a estar bajo las órdenes militares de hecho y derecho. Es lo que propone el presidente de México. La queja nacional es que con esto se incrementa la militarización del país toda vez que al Ejército –día a día- se le otorgan más atribuciones, poder y fuerza. ¿Por qué?

El debate por esta militarización de la Guardia Nacional está a la vista. Y lo lleva a cabo la sociedad civil en distintas formas y medios. El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) asume como mandato supremo esta militarización, y la apoya y la impulsa desde distintos instrumentos institucionales.

El vagabundeo de Alejandro Moreno (Alito) y Rubén Moreira y en su personal defensa ha llevado a traicionar a su partido y entregan sus oficios para que el Ejército se mantenga en las calles hasta 2028, según la propuesta que enviaron a través de la diputada Yolanda de la Torre.

La oposición reniega de esta propuesta priísta y acusa traición a la posibilidad de crear la alianza política que tenían proyectada: “Va por México” se desvanece. Parece triunfar la voluntad presidencial, y de Morena en consecuencia. ¿Y el país?

¿De veras México merece un predominio militar en su vida cotidiana? ¿El Ejército mexicano está dispuesto para enfrentar con los derechos humanos en la palma de la mano al crimen organizado y a la delincuencia y defenderá asimismo a la población civil en su integridad personal y patrimonial? ¿Y la defensa de la patria en caso de algún conflicto? ¿Y la soberanía nacional? ¿Y la integridad territorial?

Aún vemos con orgullo a aquel Ejército mexicano que nos quería, que nos defendía, que nos hacía sentir más mexicanos, más fuertes, más echados para adelante y para protegerlos también a ellos.

¿Qué está cuidando el presidente de México con la militarización del país hoy? ¿Al país? O ¿A él mismo hoy y en el futuro? ¿Y qué opinan –con la mano en el corazón-- a todo esto el Ejército y la Marina mexicanos?