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Retratos de familia, la memoria visual de todos nosotros

El álbum familiar impreso, es una suerte de archivo de la memoria organizado bajo ciertos criterios de selección específicos. | Ulises Castellanos

Escrito en OPINIÓN el

Escribir sobre la memoria es un reto. Hablar de ella, es comprometedor. La memoria es líquida. Se confunde al paso del tiempo. ¿Cómo recuerdan ustedes su infancia o su vida, sin recurrir a las imágenes de la familia? Seguro hay lagunas en los recuerdos. Sin embargo, el álbum familiar es clave en la reconstrucción de nuestra memoria colectiva.

Las fotografías familiares suelen ser vistas como parte de un archivo privado creado por y para nuestra familia. Sus límites son las fronteras de lo íntimo. Los primeros álbumes de que se tiene registro datan de 1860, años después del invento de la fotografía. Y eran objetos creados básicamente por la oligarquía adinerada de aquellos años. No sería hasta principios del siglo XX, que ese objeto se popularizara entre nosotros, gracias a las camaritas de Kodak. Hoy su versión contemporánea es nuestro celular.

Es así como el álbum familiar se convierte en un antídoto frente al olvido. Hoy su referente moderno serían nuestras fotos en Facebook o Instagram. Y de manera especial y poco organizada lo que acumulamos en nuestro celulares.

De hecho, hoy resulta muy complejo organizar nuestros recuerdos, derivado de la enorme acumulación de imágenes y la ya casi nula experiencia de imprimirlas. Antes, imprimir ayudaba a jerarquizar. Hoy, eso resulta un reto enorme, frente a las decenas de imágenes digitales que acumulamos a diario.

El álbum familiar impreso, es una suerte de archivo de la memoria organizado bajo ciertos criterios de selección específicos, que está dedicado a registrar nuestra historia personal en forma de imágenes. 

Y es en este contexto que el próximo sábado tendré el privilegio de presentar un libro en Coyoacán que recoge la memoria de una familia en particular. Su autora es María Teresa Valiente Loranca, se trata de un esfuerzo de organización que le llevó cinco años de trabajo para materializarlo en un libro que reúne 1276 imágenes que abarcan prácticamente un siglo de historia familiar.

Maria Teresa tiene hoy 77 años, ha viajado por todo el mundo con su camarita y pasó de hacer fotos analógicas a capturar sus últimos años en la era digital. En su libro reúne imágenes en blanco y negro desde sus abuelos hasta las últimas fiestas a color con los sobrinos, en medio del tsunami digital de nuestra era. Ella nunca se casó ni tuvo hijos.

Con enorme dedicación, doña Teresa y una entrañable amiga mía desde la universidad, la increíble Araceli Ballina, se dieron a la tarea de concretar esta pieza familiar con un tiraje exclusivo de 100 ejemplares que serán regalados durante la presentación privada que ofrecen ellas a su enorme familia, y a la que han convocado para este fin de semana en una bella librería del sur de la ciudad de México.

Recordemos que a la par del impulso de la fotografía en el siglo XX, también se popularizó el  álbum familiar y hacer fotos instantáneas había pasado de ser un lujo de unos cuantos, para ser una actividad común y corriente para todas y todos. Documentar la vida se volvió un deporte “natural”, no hay boda sin fotografías, vivir las fiestas, las vacaciones o los cumpleaños sin sacar una fotografía hoy es inimaginable. Fotografiamos frenéticamente para no olvidar.

Susan Sontag, escribió alguna vez, que “mediante las fotografías cada familia construye una crónica-retrato de sí misma, un estuche de imágenes portátiles que rinde testimonio de la firmeza de sus lazos”. Y de eso se trata, de reafirmar nuestra existencia a través de la fotografía.

El álbum familiar no solo representa la reconstrucción de una narrativa, también crea identidad  y pertenencia familiares. Eso sí, por alguna extraña razón en la “edición” de nuestras vidas, todos nos brincamos la muerte, las enfermedades, los divorcios y las tragedias.

Las postales familiares suelen ser escenas felices y repletas de sonrisas. La tristeza no tiene cabida entre los “momentos Kodak”: El álbum familiar no puede acoger momentos oscuros o  considerados negativos ni mucho menos desintegradores de la familia, cero registro de enfrentamientos o enfermedades. Es la narrativa de la felicidad “pura”.

Una de las características básicas de la memoria, es el carácter mutable de los recuerdos debido, entre otras razones, al irremediable paso del tiempo. De nuestras fotos se deriva la forma en la que nos recordamos. Si no tuviéramos imágenes de nuestro primer cumpleaños, no podríamos saber cómo éramos de niños.

La relación existente entre la memoria y el recuerdo ha sido abordada por diversos autores. Entre ellos Roland Barthes, quien en su libro “La  cámara  lúcida” nos  cuenta sobre la búsqueda de su difunta madre entre las fotografías de su familia. Barthes afirma sobre el recuerdo de su madre, que incluso “por mucho que consultase las imágenes, no podría nunca más recordar sus rasgos” (Barthes, p. 79). Al final, Roland Barthes se topa con una fotografía de su madre a los cinco años de edad. Esa imagen es borrosa y sin nitidez, pero para el escritor, esa niña es su madre y así la recordará siempre.

Es obvio que todos quisiéramos salvar a nuestros seres queridos del olvido, pero lo único que podemos hacer es salvar sus fotografías de la destrucción. Barthes subraya, que el retratado pasa de ser un sujeto a ser un objeto, porque quien posea la foto, puede de alguna manera, poseerlo a él y su recuerdo.

Es por todo lo anterior, que aquí podemos afirmar que el conmovedor esfuerzo de doña Maria Teresa es fabuloso, ella tuvo el cuidado de guardar y custodiar el tesoro visual de su familia; ella, a sus casi 80 años le regalará a sus seres queridos, un documento visual único e irrepetible que les permitirá a todos conocer y reconocer su historia familiar. La señora Valiente Loranca se encargó de la elaboración de este enorme álbum personal, donde tuvo que rescatar, escanear, seleccionar, recopilar y ordenar esos momentos destacados en la vida de sus familiares y amigos que mañana volverán a sonreír ahora que todos se reencuentren este fin de semana en Coyoacán.

Agradezco fraternalmente a la querida Araceli Ballina, por hacerme parte de esta celebración, para presentar en sociedad, esta increíble joya visual de su historia familiar.

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