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OPINIÓN

Porque te vas… ¿por qué te vas?

Gracias a la vida por este mes, por cada uno de estos días. Gracias a la vida porque sus proyectos lo llaman y a mí los míos. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Después de un mes juntos mi hijo Diego ya se va. ¿Por qué ante todo un mes bajo el mismo techo después de tantísimo tiempo, yo coloco en el centro esta frase: "el miércoles cuando amanezca va a estar en un avión? El miércoles irán pasando las horas y se irá alejando". Este mal hábito de priorizar las despedidas y no el encuentro. La habitación vacía y sus montañitas de libros que fueron creciendo un mes sobre la mesa y ya están en una maleta, y no el contento de haber podido compartir el mapa de sus lecturas. No me gusta descubrirme en esa sensación de "no fue suficiente". Me recuerda demasiado mi infancia. 

Siempre pensé -aún antes de saber que lo estaba pensando- que el gran escollo en la vida de mi madre ha sido su notable dificultad para agradecerle a la vida. Esa recurrencia a dar por hecho lo que está y a lamentarse porque en sus imaginarios le correspondía más y más y más. ¿En dónde termina ese inquietante "no ha sido suficiente"? ¿Cuántas bellezas no perdemos por concentrarnos en lo que "falta"? Heme aquí -tal vez- lamentándome. Atrapada en esa desazón que vela los hallazgos de la presencia, porque en algún momento implica una pérdida. No me gusta nada. Me hace sentir como las inmensas arañas de Louise Bourgeois tejiendo su tela para después no concebir el mundo más allá de su propio tejido. Cuando una intenta "atrapar" a les otres se está atrapando a sí misma. 

Lo escribo en medio de una retahíla de sensaciones físicas. Vaya que la cuerpa habla. No para de hablar. Se llena de síntomas. Siempre desee tener hijos. Tres. Por anhelo, por suerte, por felices coincidencias fue posible. Mi hermana tomó la decisión contraria y me miraba en cada embarazo como si fuera yo una marciana. Cuando mis hijos eran pequeños, llegaba a visitarnos o los llevaba a pasear y los traía de regreso diciendo: "he saciado por completo mi instinto materno". Lo del "instinto" -en el que ninguna de las dos cree demasiado- se convirtió en una de nuestras bromas preferidas. Vayan ustedes a saber qué podría significar. 

Lo que sí existe sin duda alguna -en las circunstancias más afortunadas- es el deseo y la elección. No tenemos claro en los comienzos el síntoma de "la esponjita" que con tanta frecuencia acompaña la maternidad: lo que los hace felices nos hace felices, lo que les duele nos duele. Alguna vez mi hijo mayor (sí, ese que ahora de nuevo se va) me dijo: "Má, te agradezco tu empatía, pero mis duelos son míos". El meollo del asunto es limitar a "la esponjita". Otro de mis hijos me contó el chiste de "la madrecita mexicana" que le regala a su hijo dos corbatas y cuando él estrena la primera para llegar a visitarla, ella le dice: "¡Claro! La otra no te gustó. Me lo imaginé. Ya lo sabía". Como si nunca nada fuera suficiente. 

Cuando hablan del "síntoma del nido vacío" solo haría una corrección: el nido no está "vacío". Una no está "vacía". La casa sostiene todo lo necesario para que "el nido" exista, porque una lo construye, en principio, para una misma. Pero digamos que a partir de ese espacio originario los "nidos" se diversifican, se singularizan. A cada quien el suyo. Y sin embargo, y dicho todo lo anterior: con la partida de Diego el horizonte se nubla. Ya lo he vivido muchas veces, sé que se reacomoda. Actúo como neófita. La amenaza de la distancia hay que navegarla. Hay algo muy primitivo que se detiene, como si al irse cada hijo hacia su futuro en una ciudad lejana, se llevara un pedazo del mío. Me entra como que la catatonia. ¿Con qué fuerzas me voy a despertar los días por-venir? Pues con la misma que trae una por dentro desde chiquita. Con la misma que se reinventa cada día. 

No quiero ser ingrata con la vida, ni con respecto a mis hijos, ni con respecto a nada. Sé que la ingratitud es una fuente continua de inquietud y desasosiego. Una forma de exigencia que se convierte en ese hara-kiri que les cuento. Ay, pero qué tristeza me habita hoy, como a la madrecita de las dos corbatas. Y por unos días mi egoísmo nubla la dicha de saberlo haciendo sus maletas porque continúa su viaje a Ítaca. Por unos días se me olvida que yo también continúo el mío. Parte de ese viaje ha sido estar juntos. Nuestra familita se fortalece. Y a volar cada uno. Yo incluida. La cercanía ofrece alas. El "¿por qué tan poquito? Qué rápido pasó, no lo puedo creer". Ay, me paseo con mis pants deslavados para sin darme cuenta decirte: "¿por qué te vas?", las recorta. 

Hago mi mejor esfuerzo: gracias a la vida por este mes, por cada uno de estos días. Gracias a la vida porque sus proyectos lo llaman y a mí los míos. Y porque la convivencia estuvo tan llena de luz. Porque conversamos y nos entendemos y compartimos tantas pasiones específicas en la vida. Fuera esa maledetta sensación de "no fue suficiente" que se me enrosca por dentro. Fuera esa demanda insaciable que nos lleva a la pregunta del inicio: ¿qué sí sería suficiente? Si una se permite ser ingrata con la vida: nada.