VIOLENCIA PATRIARCAL

La guerra y naturalización de la violencia patriarcal

Desde el punto de vista de género, el trofeo de los vencedores y sobrevivientes ha sido no solo la gloria y los laureles, sino la sacralización del patriarcado. | Teresa Incháustegui

Escrito en OPINIÓN el

El próximo domingo 24 de julio se cumplen cinco meses de iniciada la invasión rusa en Ucrania. Invasión largamente anunciada por el mandatario ruso e igualmente largamente ignorada por las contrapartes europeas. Las discusiones sobre las razones geoestratégicas de Putin, como los desplantes de los gobiernos norteamericanos y europeos, dan para mucha conversación en torno a la justificación o condena de la iniciativa rusa de la invasión el 24 de febrero. Pero no es el tema que quiero tratar. Me interesa por ahora destacar dos temas: el lugar de la guerra en la producción y reproducción del patriarcado y, el lugar que la guerra ha tenido y sigue teniendo entre las prioridades más altas de los gobiernos nacionales y su contenido machista y absurdo.

En primer término, en la construcción y consolidación del patriarcado, toda guerra y todas las guerras, desde la mítica guerra de Troya, han sido empresas masculinas tocadas por la supuesta salvaguarda del honor, la defensa de la patria o, la venganza, la depredación. 

El mundo de las modernas naciones con su credo chauvinista ha exaltado la guerra y la defensa territorial como el máximo valor de los estados. Por lo general se trata de operaciones dirigidas por hombres adultos y aún mayores, realizadas en el campo por hombres jóvenes, que son los que luchan, matan y mueren. Y en este empeño se han enlazado dos de las instituciones más importantes para la producción, reproducción del patriarcado y las masculinidades hegemónicas: el ejército y el deporte. Las guerras, que se han naturalizado en el consumo de los valores nacionalistas, han rutinizado la terrible violencia que entrañan: muertes masivas de civiles: niños, ancianos, mujeres; destrucción completa de ciudades, infraestructura social y económica, destrucción brutal de la naturaleza (en Vietnam con el Nepal, como en la Primera y Segunda guerras con la metralla, o, con la sal y el fuego en la antigüedad). En el supuesto mundo de los derechos humanos y las democracias consolidadas de Occidente, nadie se pregunta ni cuestiona hoy, por qué deben luchar y morir tantos hombres jóvenes como si fueran moscas o estuvieran destinados a ello. Tampoco se cuestiona por qué las guerras se deben ganar a como dé lugar, en lugar de evitarse o concluir con la paz. ¿Qué significa ganar una guerra con tanta destrucción y muerte?

Desde el punto de vista de género, el trofeo de los vencedores y sobrevivientes ha sido no solo la gloria y los laureles, sino la sacralización del patriarcado, la exaltación de la masculinidad. Los viejos patriarcas gobernantes de las naciones han sabido siempre convocar a la juventud masculina para sumarse a las guerras, invocando a la ‘guerra mítica’, con la exaltada apoteosis de los llamados al valor, el coraje y la fuerza de la hombría, etc. que ha cubierto a toda guerra con un tremendo encanto para los hombres jóvenes que desde niños juegan con las armas. 

El desencanto de vencidos y vencedores en cambio, ha sido cargado sobre las espaldas de las mujeres. Así mientras los jóvenes ganosos de honor y valentía de la Europa de inicios del siglo XX, acudían encantados por ese sueño heroico donde creían medir sus fuerzas y cosechar laureles en batallas apoteósicas, fueron sorprendidos por los infrecuentes combates cuerpo a cuerpo que se libraban, mientras la artillería automatizada de la guerra industrial los mantenía meses y años en trincheras húmedas, conviviendo con cadáveres, lodo y pestilencia.

Regresaron como todos los sobrevivientes de las guerras: desquiciados, mutilados, incapaces de convivir, socializar y rehacer sus vidas. Pero a cambio de tanta muerte y dolor recibieron de parte de los estados y gobiernos, no solo medallas, sino certificados de supremacía masculina a cargo de la conculcación de los derechos ganados por las mujeres en el interín. De suerte que la tendencia histórica indica que lo que suman los ganadores masculinos por el dolor y el sacrificio de las guerras, lo restan las mujeres en los derechos ganados en la paz.

Por caso de prueba está la institucionalización del patriarcado moderno en las leyes matrimoniales, patrimoniales y en políticas sociales entre 1812 y 1950 que es resultado de un siglo de guerras nacionalistas y colonialistas, donde murieron hombres y perdieron las mujeres. Hoy tal vez las nuevas invectivas de la derecha conservadora sobre los derechos ganados por las mujeres, sea el preludio del trofeo de los ganadores de esta guerra vicaria que Occidente libra en las fronteras de Ucrania.

El lugar que la guerra que tiene entre las prioridades de los estados es no solo sorprendente, sino indignante por absurda, por irracional y desquiciada. En plena crisis climática con casi dos grados centígrados más de temperatura promedio mundial y acidificación acelerada de los océanos, con dos décadas de olvido de la inminencia de cambio climático y siete años de simulación respecto a las metas del Acuerdo de París (2015), las naciones que nada o muy pocos esfuerzos realizaron para cuando menos aplazar las amenazas a la vida planetaria y la humanidad, las poderosas naciones erogan cantidades ingentes de dólares y euros para financiar y armar a Ucrania con misiles y tanques que amenazan con escalar el conflicto y tentar la guerra atómica. 

Mientras la inflación y la guerra económica profundizan la crisis alimentaria provocada por las sequías y el cambio climático. Estados Unidos ha destinado 40 mil millones de dólares para financiar a Ucrania mientras compromete dos mil millones para paliar la pobreza y, los europeos canalizan 500 millones de euros para armas. En contraste, no se aplicaron millones de vacunas contra covid-19, se perdieron en Gran Bretaña y Estados Unidos y el Secretario General de la ONU Antonio Guterres se desgañita solitario en una Cumbre sobre el Clima en Berlín con diplomáticos de 40 países, sin que los estados más importantes en este tema: Estados Unidos y China, asuman algún compromiso claro.

Los poderes reales del mundo están dispuestos a sostener una guerra que puede acabar en un conflicto nuclear, pero no a atajar el deterioro climático con todas sus consecuencias letales. El patriarcado es nocivo por todos los costados, no cabe duda.