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OPINIÓN

¿Morena sin AMLO?

La decisión del Presidente de “desaparecer” de la política en 2024 podría dejar a Morena igual que a Popeye sin sus espinacas. | José Antonio Sosa Plata

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La noticia no se puede tomar a la ligera. Si es verdad que el presidente Andrés Manuel López Obrador se retirará de la política cuando termine su sexenio, Morena tendrá que revisar su estrategia política de largo plazo. La fuerza que ha logrado desde su creación se sostiene, principalmente, por la imagen del primer mandatario.

La decisión afectará también al sistema político. Por un lado, porque incidirá en un nuevo mapa político nacional, estatal y municipal diferente al que hoy se ha conformado, en el que Morena gobernará pronto 20 estados. El modelo de partido hegemónico no se sostendrá por mucho tiempo. Por el otro, porque no será fácil que el movimiento se mantenga fuerte y unido sin un liderazgo dominante como el que ejerce hoy el Presidente.

El candidato o candidata presidencial que surja en 2024 será competitivo, pero no necesariamente por sus resultados, carisma o reputación. La "sombra" del Jefe del Ejecutivo será determinante en el proceso que tal vez lo lleve al triunfo. De hecho, todo parece indicar que así está diseñada la estrategia. Por lo tanto, el éxito electoral no le será atribuido ni reconocido en forma total al aspirante. Para muchos, será percibido como otro logro del Presidente.

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La disciplina que se ha mantenido hasta ahora en Morena es por el verticalismo sui generis que le impuso el Presidente. Aunque el estilo se asemeja mucho a la forma que caracterizó al PRI durante más de siete décadas, parece lo mismo, pero no es igual. El PRI del siglo pasado duró tanto tiempo por la “reencarnación” de su líder máximo en la figura del “tapado”. También por la obediencia y pragmatismo de sus bases.

Superado el Maximato —periodo que también fue conocido como el del “partido del hombre fuerte”— en México se asumía que la renovación de los mandos se sintetizaba en una frase que convenía a la mayoría: “Muera el rey, viva el rey”. El partido era, entonces, una especie de columna vertebral que permitía gobernar lo mismo como una “dictadura perfecta”, que como un régimen monárquico, cuya base y legitimidad no emergía de una “familia consanguínea”, sino de la “familia revolucionaria”.

En el siglo XXI, este modelo particular de autoritarismo ya no aplica. Los espacios a nivel estatal y municipal donde la hegemonía priísta aún se mantiene están por desaparecer. Lo acabamos de ver. Los resultados electorales del domingo pasado así lo confirman. Y más: antes de las elecciones de 2024 se mantiene la posibilidad de que el PRI solo tenga como referente de lo que fue a Coahuila y el Estado de México.

Consulta: Lorenzo Meyer. et.al. Historia de la Revolución Mexicana, 1928-1934. Los inicios de la institucionalización. México: El Colegio de México, 1978, pp. 85-187.

El presidente López Obrador desarrolló un plan muy distinto. Si hubiera emulado el proyecto priísta, seguro habría fracasado. Él debe saberlo. La concentración de poder que registró en los últimos años —y su estilo personal de liderazgo— no deben ser analizados desde la óptica del pasado, pues se trata de dos escenarios totalmente diferentes.

En la estrategia del Presidente, no parece haber hasta ahora algún mecanismo que transfiera al sucesor o sucesora tanto poder como el que él acumuló desde 2018. Todo lo contrario.

Si ha habido especulaciones sobre una posible decisión de reelegirse, es por esta razón. Un o una aspirante a la Presidencia tendría que contar con mayores márgenes de libertad, tiempo y maniobra con los líderes y estructuras de su partido para lograr una sucesión que, también, ponga en primer lugar la subsistencia del instituto político.

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Debido a que no habrá una transferencia de poder, el sucesor o sucesora del presidente enfrentará dificultades y obstáculos muy importantes para mantener la cohesión y capacidad competitiva del partido a partir de 2024. Replicar los atributos y antiatributos de imagen del Jefe del Ejecutivo no es posible ni conveniente. La paradoja es que rebelarse contra su persona o su manera de pensar no iría en beneficio de su liderazgo.

Los liderazgos magnéticos, carismáticos y a los que se les perdonan todos o casi todos los errores que cometen son excepcionales. La “orfandad” en la que se sentirían distintos grupos, organizaciones o estructuras generará nuevos conflictos y acelerará la división en su interior. Si el objetivo es mantener un partido competitivo en un modelo biparidista o tripartidista, es necesario que las y los aspirantes a la presidencia y los liderazgos que los acompañen construyan, desde ahora, un nuevo paradigma.

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Para elaborar las estrategias que se requieren existen algunas opciones viables y factibles, que implican riesgos y nuevos conflictos, pero con posibilidades reales de éxito. Lo que no se identifica hasta ahora es la necesidad de llevarlas a cabo. Cuando se tiene un gran poder, la autocrítica pasa a segundo término. El entusiasmo o la euforia se convierten en soberbia. Y la soberbia inhibe algunos procesos relevantes en la toma de decisiones.

El control dominante con el que llegará Morena en los tres niveles de gobierno a las elecciones 2024 no garantiza que su permanencia en el poder se mantenga inalterable por tanto tiempo como sucedió con el PRI. Con base en los análisis prospectivos disponibles, lo más probable es que dentro de dos años comience el punto de inflexión, pero a la baja, y con un esquema de nuevos equilibrios y contrapesos. En México ya no habrá ni PRI, ni PAN ni Morena que dure siete décadas. Ni pueblo que los resista.

Recomendación editorial: Jorge Carpizo. El presidencialismo mexicano. México: Siglo XXI Editores, Decimosexta edición actualizada, 2002.