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OPINIÓN

La ignorancia colectiva, mata

Los casos de linchamiento son una expresión de la crisis de violencia e impunidad por la que atraviesa México. Pero no es un fenómeno nuevo. | Ulises Castelllanos

Escrito en OPINIÓN el

¡Nos engañaron! ¡Nos quieren tomar fotografías! Nos gritaban furiosos unos sujetos, con los que dos minutos antes platicábamos de García Márquez y compartíamos unas cervezas sobre la calle. De la nada, un par de hombres corren y cruzan la banqueta, para entrar a una pequeña iglesia y comienzan a tocar las campanas. Al minuto una docena de hombres nos retienen de los brazos a dos amigos y a quien esto escribe. Gritan, nos patean y esperan que salga más gente del pueblo para lincharnos. Es la una de la mañana, y estamos en medio de alguna calle empedrada del pintoresco pueblito de Cholula, allá en Puebla, era 1986.

Recién leo la tragedia del joven Daniel Picazo, linchado esta semana por unos 200 pobladores del pequeño caserío de Huauchinango, Puebla. Y es imposible no recordar lo que vivimos hace más de 35 años por allá, un trío de amigos que apenas cursábamos la preparatoria y andábamos viajando por carretera. 

En este país, -y parece que con especial énfasis en Puebla-, la posibilidad de brincar a la dimensión desconocida para ser víctima de un linchamiento “por error” es potencialmente muy probable.

Todos vimos “Canoa” la película de Felipe Cazals, estrenada en 1976 y basada en hechos reales que relatan la carnicería a la que fueron condenados cinco jóvenes de la Universidad Autónoma de Puebla cuando se dirigían a escalar el volcán de La Malinche, pero que debido al mal tiempo, tuvieron que refugiarse en un pueblo cercano llamado San Miguel Canoa y que terminaron esa noche linchados por presuntamente ser “comunistas” a partir de la manipulación de un sacerdote local quien llamó al pueblo a través de unas bocinas en las calles, para que los localizaran y fueran asesinados.

La película narra lo sucedido en la vida real, en el ya lejano septiembre de 1968, en medio de la paranoia social sobre el movimiento estudiantil y los comunistas.

Claramente los casos de linchamiento en nuestro país, son una terrible expresión de la crisis de violencia e impunidad por la que atraviesa México. Pero no es un fenómeno nuevo. Son décadas y décadas de esta bárbara “tradición” local. Según el “Informe Especial sobre Linchamientos en el Territorio Nacional” de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, en tan sólo tres años, entre 2015 y 2018 se registraron 336 casos de linchamiento en México, que involucraron a 561 víctimas. Imaginen la cifra negra de este aberrante delito.

Según el mismo estudio antes citado, los municipios con más linchamientos en México que la CNDH identificó y que sólo ocurrieron durante 2018, arrojó un total de 174 casos documentados, y que se presentaron en 23 estados del país. De ese total, el 76%, es decir, 132 de los casos, ocurrieron en sólo cinco estados: Puebla, con 48 casos, Estado de México, 40; Tabasco, 22; Ciudad de México - sorprendentemente- con 13 casos e Hidalgo con nueve casos en total, tan sólo ese año. Y aquí destaca el primer lugar de Puebla.

El infierno está a la vuelta de la esquina, si uno revisa la distribución geográfica de los linchamientos ocurridos tan sólo en el Estado de México, por ejemplo, Ecatepec tiene el primer lugar, mientras los otros municipios con una alta incidencia son Naucalpan, Chalco y Nezahualcóyotl: todos ellos alrededor de la zona metropolitana de la Ciudad de México.

Ahora bien, volvamos al caso que nos ocupa, aunque claramente el fenómeno no es nuevo, es obvio que la desconfianza en las autoridades y el alza de la delincuencia ha orillado a varias poblaciones de México, a buscar la llamada “justicia por propia mano” sin embargo, esto se presta a infinidad de errores y confusiones. Recordemos, por ejemplo, el caso de los federales asesinados de igual manera en Milpa Alta, al sur de la CDMX en 2004, cuando confundieron a los agentes con presuntos secuestradores, con el mismo final fatal.

Es por ello, que hoy les comparto este autorretrato de Daniel Picazo, recientemente linchado por error. Ahora se sabe que la paranoia comenzó por mensajes de WhatsApp pidiendo a los pobladores “cuidar a sus niños” desde días antes; dando como resultado que la ignorancia, el miedo y la desinformación terminaran con la vida de Daniel el pasado 10 de junio en Papatlazolco, Huauchinango en Puebla, cuando decenas de pobladores asesinaron brutalmente a este abogado cuyo parecido con uno supuesto “robachicos” le terminó costando la vida.

Al parecer, al cierre de esta columna, la autoridad confirmó la detención de siete presuntos participantes de aquel linchamiento. En estos casos siempre resulta complicado determinar el grado de participación, derivado del caos y la responsabilidad colectiva entre decenas de pobladores. Pero al menos hay detenidos.

Por todo lo anterior, es que esta historia me hizo recordar aquella noche de 1986 cuando recién cumplidos los 18 años, mis amigos y yo, pudimos terminar en una situación idéntica. Aquella noche, por el sólo hecho de mencionar que yo era fotógrafo, los pobladores enloquecieron, -¡nos quieren tomar fotos!, gritaban- fue entonces cuando en medio del caos y mientras comprendíamos de qué se trataba; al tiempo que sonaban las campanas del pueblo, un compañero y yo logramos zafarnos de los agresores, corrimos al auto que traíamos y mientras buscábamos una salida entre la gente, uno de los nuestros seguía sujetado de pies y manos, por cinco campesinos quienes ya traían rocas y palos en sus manos, mientras otros nos arrojaban piedras al auto.

Aventamos el auto en reversa, abriendo espacio entre la multitud que en cosa de minutos ya sumaban decenas de ellos, algunos incluso llegaban ya con antorchas y camionetas gritando por nosotros. En una maniobra difícil de describir, pasamos junto a un nudo de gente donde tenían a nuestro amigo, quien logró saltar al vehículo por la ventanilla trasera y sin pensarlo dos veces, aceleramos por las calles de Cholula evadiendo autos, piedras y gente, cómo si del estallido de un revolución se tratara.

A toda velocidad salimos del pueblo, sin mirar atrás, hasta que amanecimos en Oaxaca, donde permanecimos refugiados algunos días antes de volver a la Ciudad de México. Nosotros sobrevivimos, pero Daniel Picazo González, no tuvo la misma suerte. Descanse en paz.