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1° de mayo, ¿dónde están las mujeres?

Es tiempo de reconvertir instrumentos capaces de crear condiciones de igualdad reales entre hombres y mujeres trabajadoras. | Manuel Fuentes

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Escrito en OPINIÓN el

Se cumplen 136 años desde aquel 1° de mayo de 1886 en el que más de 340 mil trabajadores salieron a las calles paralizando al menos cinco mil fábricas en Estados Unidos de América. En el devenir histórico, el papel de las mujeres ha sido cada vez más participativo, pero sus condiciones de trabajo y salariales no han tenido la misma suerte.

Se dice que los albañiles y los carpinteros de Nueva York y Boston fueron los precursores remotos de la lucha obrera, pero también las mujeres estaban presentes. 

La contienda obrera se dio en diversos ámbitos y lugares, la más significativa fue la huelga que inició el 1° de mayo de 1886 y culminó el 11 de noviembre del mismo año con el ahorcamiento de los Mártires de Chicago, quienes eran dirigentes sindicales que lucharon por mejorar las condiciones laborales de los trabajadores.

Los rostros de los Mártires de Chicago se ven reflejados en los miles de trabajadores y trabajadoras en México, que son de frustración por ser tratados como objetos, como mercancía, pues carecen de: i) un trabajo digno; ii) condiciones de trabajo que protejan su salud y vida; iii) seguridad social; y iv) reconocimiento de sus derechos como trabajadores. 

A este primero de mayo también llegan millones de mujeres que tienen sus derechos laborales en el sótano y que grupos de poder tratan de borrarlas como personas a toda costa; sin embargo, la historia del movimiento obrero en México y a nivel mundial no puede entenderse sin la participación efectiva de las mujeres. 

En la Ley Federal del Trabajo de 1931 sólo protegió a las mujeres de trabajos pesados y peligrosos durante el embarazo. Su participación era casi nula en la escena políticfundadora del Movimiento Unificada y en las mesas de discusión sobre los derechos propios de las trabajadoras. 

Las mujeres mexicanas no tenían derecho a elegir a sus representantes ni a ser electas para ocupar puestos de elección popular, y fue hasta el 17 de octubre de 1953 que se publicó en el Diario Oficial de la Federación un decreto en el que se anunciaba que las mujeres tendrían derecho a votar y ser votadas para puestos de elección popular, pero a pesar de ese avance, seguían invisibles en el campo laborafundadora del Movimiento Unificador Nacional de Jubilados y Pensionadosl.

No obstante, las mujeres sindicalistas y defensoras sociales continuaron su lucha y dejaron una invaluable huella en la historia del movimiento obrero en México.

Como Adelina Zendejas y Angelita Tejeda (fundadora del Movimiento Unificador Nacional de Jubilados y Pensionados), quienes lucharon para construir mundos de verdad, donde el respeto de los derechos laborales de las mujeres fuera una realidad. Gracias a su movimiento colectivo, se incorporó en la legislación en 1964 el derecho de la incapacidad pre y post parto y se logró que el IMSS organizara los Centros de Bienestar Social y los Centros de Desarrollo Infantil, en respuesta a las demandas de las trabajadoras.

A partir de 1970, las mujeres mostraron una creciente participación en los mercados de trabajo en México, incrementada significativamente con las transformaciones globales y económico-productivas. 

Hasta el 14 de noviembre de 1974 la Cámara de Diputados aprobó la reforma al artículo 4º constitucional, donde se estableció que el hombre y la mujer son iguales ante la ley y, con ello, se garantizó (en el papel) la igualdad jurídica formal de derechos y obligaciones entre ellos; sin embargo, en los centros de trabajo era y sigue siendo otra la realidad: la discriminación y el maltrato laboral a la mujer era y es el verbo sustantivo.

Las movilizaciones feministas durante el gobierno echeverrista, dieron lugar a la reforma a la Ley Federal del Trabajo del 1 de marzo de 1975, en la que se derogó el artículo 169, que prohibía el trabajo extraordinario para las mujeres, confiriéndoles el derecho a reclamar un 200% más sobre el monto de su salario ordinario. 

Para las mujeres no fue fácil integrarse al movimiento obrero, debido al contexto cultural y social. La “costumbre” era (es) que no participaran en “cosas de hombres”. Sin embargo, fueron organizándose cada vez más destruyendo (algunas) barreras machistas.

Durante el movimiento de trabajadores de la empresa “Spicer” en 1975, podía escucharse el grito de mujeres que integraban el “comité de esposas” que se unieron a la lucha con sus maridos, gritando: ¡Obrero, escucha, tu esposa está en lucha!  

Un ejemplo de la solidaridad de las mujeres como esposas y como obreras. 

En 1985, con la globalización, la reestructuración de la economía y la modernización de la tecnología, se incrementó la participación de las mujeres en actividades descalificadas con bajos salarios; a las mujeres las ubicaron en espacios laborales y sectores productivos tradicionalmente femeninos (sector servicios y en el comercio). 

Las mujeres fueron empujadas dentro del sector informal (allí son mayoría) para convertirse en las más pobres del mercado laboral: actividades de sobrevivencia, como el comercio en la vía pública, en empresas familiares sin remuneración ni seguridad social, en el trabajo a domicilio y en el trabajo del hogar.

A pesar del aumento en las tasas y la elevada participación de la fuerza laboral femenina, no implicó que los mercados de trabajo estuvieran evolucionando en forma positiva para las mujeres ni mucho menos su acceso para participar y asumir cargos de liderazgo en los centros de trabajo donde eran mayoría.

El sindicalismo viejo, a través del corporativismo, se vinculó directamente al poder político nacional, cancelando y haciendo más difícil la posición femenina en puestos de representación sindical.

En 1997, la participación de las mujeres en puestos de dirección sindical ascendía al 8% pero solo en el papel, en la realidad ni aparecían. Durante esa época, en los sindicatos se les dio el “acceso” a través de las Secretarías de Acción Femenil y en Comisiones de Asuntos de la Mujer, para encerrarlas en sus espacios y que no molestaran.

Hasta junio de 2019, la representación de las mujeres como lideresas de sindicatos era tan sólo del 8.67%, es decir, únicamente 275 mujeres eran secretarias generales cuando su representación en el mercado formal alcanzaba 44%.

La constante fue y sigue siendo la resistencia de las estructuras sindicales machistas y avejentadas a abrirse a los desafíos de género, tanto en los contratos colectivos de trabajo y las relaciones laborales, como dentro de la organización y representación sindicales.

Con la reforma laboral de 2019 se pensó, entre otras cosas, que se podrían compensar las condiciones estructurales que discriminan a las mujeres en el ejercicio de sus derechos otorgándoles representación proporcional en la directiva de los sindicatos.

Sin embargo, por más reformas laborales que existan, si la igualdad entre mujeres y hombres en el acceso a puestos de representación colectiva es solamente formal, entonces estaremos construyendo castillos de cartón como meras fantasías.

Debemos confrontar esos castillos de fantasía con los de verdad, cuyas grandes piezas de construcción son:

a) Prejuicios relacionados con la carencia de capacidad intelectual, profesional o de manejo de responsabilidades familiares (“techo de cristal”)

b) Desigualdad económica

c) Machismo

d) Entorno violento

e) Acoso

f) Hostigamiento laboral; y

g) El horror de los feminicidios.

Esta lucha no es formal, sino real; las mujeres trabajadoras viven en un contexto cultural, social y económico impregnado de estos obstáculos, cuyo techo de cristal no se rompe con solo legislar, ya que se requieren de manera esencial cambios estructurales.

En México, los sindicatos no tienen en cuenta que la mujer no puede participar de la misma forma que el hombre en el terreno sindical y político, si antes no se modifica su contexto material y social.

¿Qué obstaculiza la participación de las mujeres? El viejo sindicalismo mexicano, los patrones y el gobierno no se ha preocupado en la organización familiar como factor de opresión de las mujeres, sino que han actuado para reforzarla y solapar que las trabajadoras desempeñen, sometidas, su papel tradicional. 

Son tiempos en que los sindicatos, las empresas, el gobierno, la sociedad entera reconvierta instrumentos capaces de crear condiciones de igualdad reales entre hombres y mujeres trabajadoras, ¿podrán hacerlo? 

Para ello se requiere que ellas, las mujeres, asuman, sin permiso, empoderándose, procesos de dirección reales para lograr ese cambio. Imponerles una participación simulada, de engaño, no sirve de nada. Es una burla.

Por eso preguntamos: ¿Dónde están las mujeres trabajadoras?

Alaíde Foppa, la poetisa desaparecida, parece responder en su poema “El corazón” al reto que debe asumir la mujer de labor:

Dicen que es del tamaño

de mi puño cerrado.

Pequeño, entonces,

pero basta

para poner en marcha

todo ésto.