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El poder sobre los medios

Hoy las empresas de comunicación tienen un poder real de intervención e injerencia sobre las sociedades. | | Fausta Gantús*

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Escrito en OPINIÓN el

En 2013, como parte de un capítulo titulado “Una reflexión en torno a la prensa, las caricaturas y el poder político. Apuestas y propuestas desde la experiencia personal” incluido en el libro Miradas y acercamientos a la prensa decimonónica, planteaba una reflexión que recupero ahora, porque a casi diez años de distancia no sólo no ha perdido vigencia, sino que, me atrevo a decir, el asunto que abordé entonces crece y se redimensiona.

En 1891 Julio Verne escribía el relato breve “En el siglo XXIX. La jornada de un periodista americano en el 2889”, en cuyas páginas describía el colosal imperio construido por el magnate Francis Bennett, sobre las bases de una empresa que su familia había controlado por generaciones: el periodismo. Bennett dominaba la prensa y ello le confería injerencia y control sobre el mundo. Su poder era tan grande que “los plenipotenciarios de todas las naciones […] se apretujan en su puerta, mendigando sus consejos, buscando su aprobación, implorando el apoyo de su órgano todopoderoso” y no se sabía si era su periódico el que seguía al gobierno norteamericano o éste a aquél. Y aunque tal descripción podría parecernos tan sólo la proyección de una fértil fantasía, los matices de los panoramas nacionales que actualmente imperan en gran parte del planeta parecen demostrar las posibilidades de realidad de tal narración. Lo interesante es que Verne vislumbraba en el siglo XIX el poder que alcanzaría la prensa; sólo que no habría que esperar hasta el siglo XIX sino apenas al siguiente, el XX.

En efecto, la centuria vigésima constató la afirmación, proyección, consolidación y dominio de los medios de comunicación. Hoy, son un importante poder económico cuyos intereses están ligados, coludidos e imbricados con los sistemas políticos y en estrecha asociación con los gobiernos regionales y nacionales. Los dueños de los medios –Aguirre, Azcárraga, Ealy, González, Junco, Salinas, Slim, Vargas, Vázquez, por mencionar a los más importantes para el caso mexicano– establecen sus propios lineamientos sobre lo que se difunde y lo que se veta, determinan lo que es bueno y lo que es malo, se asumen como los únicos y legítimos representantes (por encima de los órganos legales de representación popular), de la voz de la opinión pública y la sociedad civil; se erigen en jueces de todo y de todos, no aceptan la más mínima crítica a sus estrategias comerciales y sus proyectos políticos o ideológicos. En síntesis, hoy las empresas de comunicación tienen un poder real de intervención e injerencia sobre la cultura, la economía y la política, sobre el conjunto de las sociedades.

Los medios de comunicación son importantes generadores de imaginarios colectivos y, en tal sentido, no sólo orientan la opinión de sus lectores/receptores, sino que, en los hechos, la configuran y condicionan. Tal y como lo afirmaba Charles Foster Kane, “el emperador de la prensa escrita”, aquel personaje cinematográfico inspirado en el magnate de la prensa William Randolph Hearst (“Ciudadano Kane”, Orson Welles, 1941), que estaba convencido de que “la gente pensará lo que yo les diga que piensen”. A través de The Inquirer, su cadena de impresos y estaciones radiofónicas, Kane “moldeaba la opinión colectiva” pero, sobre todo, influía en el destino de la nación norteamericana”. En efecto, “el gran reportero amarillista” construyó “un imperio sobre un imperio”, esto es, el imperio del periodismo sobre el de los negocios, y sobre los Estados Unidos de América, sin reparar en la veracidad o autenticidad de las noticias que difundía pues estaba convencido que, en los hechos, “si el titular es importante, hará que las noticias también lo sean”.

En el ámbito nacional, aquel Foster Kane se proyecta hoy también –azcárragas, salinas pliegos o slimes aparte– en un personaje que sin ser dueño de medios ni periodista sigue esa línea de acción convencido de que ha de lograr que los mexicanos pensemos lo que él quiera que pensemos, sin importar en lo más mínimo la veracidad de sus dichos. Evidentemente la mayoría de quienes esto leen saben a quien me refiero. Estratega de masas, se dio a la tarea de convertirse en el principal actor de la vida pública, dictando agenda y dominando los medios de comunicación y aún las redes sociales.

Pero, siempre hay un pero. En esa misma línea del poder de los medios para crear realidad se inscribe el capítulo “Noticias fraudulentas” de la serie de dibujos animados Los Simpsons.

El desprestigiado Sr. Burns, el popularmente odiado multimillonario, pero siempre ambicioso dueño de la planta nuclear de Springfield, al tomar conciencia de los sentimientos negativos que la población tiene por él, decide mejorar su imagen y para ello emprende una campaña para adquirir todos y cada uno de los medios de comunicación –radio, televisión y, por supuesto, prensa– de la ciudad. Todos tienen un precio y Burns casi logra su objetivo salvo por una, en apariencia, intrascendente hoja producida de forma casera por la pequeña Lisa Simpson, quien en absoluto apego a su ética y dignidad se niega a dejarse comprar y, en cambio, emprende una campaña de denuncia tipo hormiga que, poco a poco va creciendo hasta lograr impactar en la ciudadanía y, pese a su insignificancia, logra mostrar la verdadera cara del temible Sr. Burns. El gran poder del magnate es menoscabado por un pequeño pero mortal dardo; la épica de David y Goliat, la fábula del elefante asustado por un ratón. Lo que muestra que, pese a nuestro escepticismo reinante y más allá del oligopolio de los medios y de la apropiación indebida y acaparamiento de los canales de comunicación desde el gobierno, siempre queda la esperanza de un periodismo independiente y comprometido con causas e ideologías.

Y, hoy por hoy, se abre una nueva posibilidad con la tecnología digital, la internet y las redes sociales que ofrecen la multiplicación de canales de expresión individuales y colectivos que, en buena medida –aunque no totalmente, lo sabemos–, logran escapar a la regulación y al control del estado y de sus propietarios. Aunque también este espacio está amenazado por las pretensiones gubernamentales y empresariales que buscan poner freno y límites al potencial de los medios cibernéticos, unos para mantener el orden, los otros para apropiarse del negocio, todos en persecución del control del pensamiento individual y colectivo.

*Fausta Gantús | Escritora e historiadora. Profesora e Investigadora del Instituto Mora (CONACYT). Especialista en historia política, electoral, de la prensa y de las imágenes en Ciudad de México y en Campeche. Autora del libro Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la Ciudad de México, 1867-1888. Coautora de La toma de las calles. Movilización social frente a la campaña presidencial. Ciudad de México, 1892. Ha coordinado trabajos sobre prensa, varias obras sobre las elecciones en el México del siglo XIX y de cuestiones políticas siendo la más reciente el libro El miedo, la más política de las pasiones. En 2020 publicó también el libro de creación literaria Herencias. Habitar la mirada/Miradas habitadas.