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OPINIÓN

La mirada del terror

A los 11 años de edad, vió y fotografió a su primer muerto. Las fotos de Enrique Metinides son un recordatorio permanente de nuestra fragilidad. | Ulises Castellanos

Escrito en OPINIÓN el

A los 11 años de edad, vió y fotografió a su primer muerto. Lo hizo con una cámara Brownie que le regaló su padre. Nació en Santa María la Ribera en la Ciudad de México. Durante poco más de cinco décadas disparó cientos de miles de cuadros, encapsulando para siempre cadáveres atrapados en autos, suicidios, asesinatos, incendios, inundaciones y tragedias sin fin. No sabemos si tenía pesadillas, pero sí conocemos su legado, falleció esta semana a la edad de 88 años, su nombre: Enrique Metinides.

Hemingway solía decir que "Lo único que nos separaba de la muerte, era el tiempo”. Pero cuando ese instante llegaba, ahí estaba Metinides. Este legendario fotoperiodista trabajó fuerte durante la segunda mitad del siglo XX, y aunque básicamente se desarrolló de manera profesional en el diario “La Prensa” y algunas veces publicaba también en la tristemente célebre revista “¡Alarma!”, su mirada trascendió la coyuntura del día a día, para brincar a libros y galerías de todo el mundo años después de retirarse. 

André Malraux decía que “La muerte sólo tenía importancia en la medida que nos hacía reflexionar sobre el valor de la vida”. Y tenía toda la razón, por eso sostengo que de alguna manera Metinides era un documentalista que en cada imagen nos hacía reflexionar sobre la fragilidad de la vida.

Muerte de Adela Legarreta Rivas en accidente automovilístico en las calles de la Ciudad de México. (1979) Foto de Enrique Metinides.

Conocí a Enrique Metinides en el aniversario noventa del diario “La Prensa”, donde él trabajó por años y en dónde tuvimos oportunidad de charlar en el marco de aquella noche de celebración. Sin duda Metinides era el fotógrafo más famoso de su generación y claramente destacaba entre los especialistas del género de Nota Roja.

Creo que con la muerte de este enorme fotógrafo se cierra una época de oro para la fotografía sangrienta, trabajó en una época en la que nadie se asustaba de ver muertos en los diarios, pero su estilo y estirpe se enfrentan hoy a otra sociedad. La fotografía de Nota Roja está en extinción y con él muere también un estilo de ver y publicar. 

Hoy en día las distintas audiencias no toleran más este tipo de fotografía, hay nuevas reglas y los espacios para difundir ese tipo de material se reducen a diario. A Metinides se le atribuye incluso la creación del mítico grupo de “los onces” fotógrafos dedicados a registrar el horror de la muerte a bordo de una ambulancia de la Cruz Roja que les ayudaba a llegar al mismo tiempo que los socorristas. Hoy ni esa ambulancia existe.

Octavio Paz, definió en “El laberinto de la soledad” nuestro particular culto a la muerte en los años 50 -justo cuando arrancó la carrera de Metinides- en donde hace referencia a los encabezados de los diarios de nota roja: “Los Cristos ensangrentados de las iglesias pueblerinas, el humor macabro de ciertos encabezados de los diarios, ‘los velorios’, la costumbre de comer el 2 de noviembre panes y dulces que fingen huesos y calaveras, son ha´bitos, heredados de los indios y espan~oles, inseparables de nuestro ser. Nuestro culto a la muerte es culto a la vida, en anhelo de muerte. El gusto por la autodestruccio´n no se deriva nada ma´s de tendencias masoquistas, sino tambie´n de una cierta religiosidad”.

Hay quien sostiene que la muerte en sí, no debiera preocuparnos, porque al final no seremos conscientes de ella, y mientras estemos vivos, la muerte no es. Por eso, conocer el desenlace de los otros, nos causa tanta angustia, y quizá al mismo tiempo nos da un respiro adicional: al final nosotros no somos los muertos. Y en eso radicaba la fuerza de las fotografías de Enrique Metinides, en lo poderoso que era ver la desgracia ajena y sentirnos de alguna manera aliviados.

Creo que la foto de Nota Roja es incómoda pero se puede tratar con profesionalismo, y de eso hay muchos ejemplos hoy en día, sin embargo, ese género vive sus últimos años. 

Hoy el gran reto de los fotógrafos es siempre llegar de inmediato, sin embargo, a partir del auge de los celulares con cámara desde hace una década, surge un nuevo competidor, el testigo de los hechos y los elementos de rescate o policiacos que llegan antes a la escena, y son ellos los que ahora obtienen las imágenes más “frescas del muerto” ofreciéndolas al mejor postor vía WhatsApp.

En una de sus imágenes más famosas y que aquí les presento, destaca la del accidente en la calle de Gabriel Mancera de la Ciudad de México en abril de 1979, donde murió Adela Legarreta Rivas. De aquella imagen, Metinides declaró: “Es bella porque está despierta. No hay muerte”.

Hacía finales del siglo pasado, su mirada se redescubre en el mundo, y es entonces cuando llega la fama internacional, empiezan las entrevistas, los libros con su trabajo y todo ello lo lleva a exponer en Londres, Madrid, San Francisco, Nueva York, París y Ciudad de México entre otras ciudades. Por cierto, recomiendo ampliamente asomarse al documental que hizo Trisha Ziff en 2015 y que se tituló “El hombre que vio demasiado”. Y es así como Enrique Metinides entra ya al salón de la fama de nuestros fotógrafos legendarios junto con Héctor García, Álvarez Bravo o Nacho López entre otros.

Como lo comenté en alguna ocasión, hoy que nuestro país fracasa en el tema de seguridad y nos condena a coexistir con el infierno, y que de alguna manera se normaliza la violencia y su existencia, mientras se le resta visibilidad a la compasión, las fotos de Metinides son un recordatorio permanente de nuestra fragilidad. La imagen se vuelve líquida y se nos escurre entre las manos.

Ha sido tal la exposición mediática a los muertos, atropellados, decapitados, ejecutados o desmembrados que cada vez nos impactan menos, nos harta y de alguna manera nos anestesia. Por eso importa la memoria, para no olvidar. Por algo, el verbo morir, dicen, jamás se conjuga en primera persona.

Descanse en paz el gran Enrique Metinides, fotógrafo del terror.