ASÍ ACABA EL 2022

De un calendario al otro

El 22 se va en medio de una guerra, la de Ucrania, que ocupó buena parte del año y se vislumbra aún de largo plazo. | José Vales

Escrito en OPINIÓN el

Buen fin y mejor principio”. Ese acostumbrado mensaje de deseos para que el futuro inmediato sea aún mejor que lo que queda atrás sigue perdiendo peso, casi al unísono con la democracia en ciertas partes del mundo. Los culpables de las patologías que afectan a ambos son los mismos, sin lugar a dudas. 

El 22 se va en medio de una guerra, la de Ucrania, que ocupó buena parte del año y se vislumbra aún de largo plazo. No basta guiarse con las sinuosas declaraciones de Vladimir Putin, en cuanto a que aboga ahora por una negociación. En medio de la lluvia de misiles que siguen cayendo sobre Kiev, es preferible testear el conflicto desde el último puente político más o menos sano que queda del conflicto bélico y que está en Turquía. Allí, el ministro de Defensa de ese país, Hulusi Akar, dijo en tono de vaticinio que esa guerra “no terminará fácilmente”.

Y con la guerra en su cenit, Europa ve crujir su economía. La devaluación está a la orden del día y la protesta social cobra fuerzas inusitadas desde hace años, como viene ocurriendo en Gran Bretaña, donde la libra perdió casi un 10 por ciento de su valor frente al dólar. 

La tensión social en Francia (con atisbos de enfrentamiento racial en algunos casos todavía aislados) y los pronósticos económicos van dibujando en el horizonte cierta melancolía de que ya nada será lo mismo en el Viejo Continente. 

Distinto pinta el panorama en Oriente Medio, donde todo es muy igual y siempre puede ser un poco peor. Para comprobarlo, solo bastaría salir a sondear la opinión de los vecinos por las calles de Gaza, ahora que en Israel Benjamín Netanyahu reincidió en el deporte que mejor conoce y que más le gusta: volver al poder. Esta vez con una coalición de extrema derecha como nunca antes había gobernado en Israel. Un 2023 con nuevos bríos conflictivos en esa región son los que auguran este, el sexto gobierno de “Bibi” Netanyahu.

Si de vueltas hablamos, el domingo vuelve Luiz Inácio Lula da Silva al Palacio del Planalto. Lo hará en medio de una creciente tensión, generada por su antecesor, Jair Bolsonaro, quien por primera vez desde la recuperación democrática en Brasil no entregará la banda presidencial a su sucesor. Un reflejo de lo que fue su paso por el poder.

Por eso, este tercer gobierno de Lula se erige en el más difícil de su dilatada trayectoria política. Se impone como de reconstrucción en muchos sentidos, principalmente en materia económica y social, pero también en el área ambiental. El Amazonas pide a gritos una tregua, después de la tala indiscriminada de los últimos años y la extenuación por la que atraviesa el planeta. La ola polar en Canadá y Estados Unidos, entre   otros fenómenos climáticos, demuestran que no es un tema menor. 

Para semejante empresa que tiene por delante, Lula llega con un gobierno de coalición, al que acaba de sumar a dos excandidatas a la presidencia, Marina Silva y Simone Trebet. La primera, postulante al Palacio del Planalto en 2013, vuelve al Ministerio de Medio Ambiente que ocupó en el primer lustro del siglo, y Trebet, tercera en la última elección presidencial, se hará cargo de Presupuesto. 

Habrá que seguir de cerca, desde el primer día del año, a lo que pase Brasil y si el liderazgo de Lula alcanza para insuflar nuevos caminos al resto de sus vecinos, donde la democracia muestra grietas de diferente calibre en algunos países. En Perú, por ejemplo, la crisis de representación política que arrancó hace seis años parece transformarse en crónica, tras la mala praxis de Pedro Castillo y la lucha por sus respectivas cuotas de poder de las distintas facciones en el Congreso. Una crisis que adquiere una dinámica tan propia que no afecta a la economía. Como si corrieran por carriles paralelos. 

Si en Perú la democracia cruje, en Argentina se la cascotea con insistencia. La rebeldía del gobierno de Alberto y Cristina Fernández contra la Corte Suprema instaura un antecedente de riesgo para la seguridad jurídica de un país. Esa que los mercados saben inexistente en ese, el país de la crisis económica permanente. Una economía en terapia intensiva a la que le espera un 2023 de definiciones antes de las elecciones presidenciales de octubre próximo.

Países donde, por momentos, la democracia se asemeja a una escenografía en ruinas, donde los enfrentamientos de sectores siguen carcomiendo sus cimientos, como el caso de Bolivia, donde el gobierno y la oposición siguen la pelea con encarcelamientos como el del gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, en disturbios callejeros, o en Ecuador, donde el delito organizado y los errores del gobierno de Guillermo Lasso parecen confabularse contra el futuro inmediato de ese país. 

Si algo tuvo de particular el año que se va fue el hecho de que China terminó de convencer al mundo de que el covid-19 vino para quedarse y para desatar protestas hacia dentro del gigante asiático. En tanto, el papel de Pekín al lado de Rusia y la tensión con Taiwán son dos “dossiers” que hay que seguir de cerca en el 2023, mientras la gran guerra, la comercial, sigue su curso constante, causando sus acostumbrados estragos. 

Un año termina y otro empieza con un vacío difícil de llenar. El único rey reconocido en todo el mundo (en monarquías o repúblicas, en dictaduras o en anarquías de diferente índole) se llamaba Edson Arantes Do Nascimento, “Pelé”, y partió a jugar un partido interminable con los ángeles. El vacío será grande. Su recordada magia y su carisma interminable siempre ayudaban a atenuar la realidad. Esa confusa e implacable realidad a la que habrá que seguir poniéndole la cara y el cuerpo amén los caprichos del calendario.