PINTAS DISCRIMINATORIAS EN LA UNAM

México nazi

Las consecuencias de una política pública de odio hacia personas que no escogieron su color de piel, serán terribles para todos. | Roberto Remes

Escrito en OPINIÓN el

Fui a Cuba en enero de 1991, cuando mis aspiraciones socialistas estaban en proceso de disolución. Regresé con la convicción de que en la isla había dos clases sociales, los cubanos y los extranjeros. En realidad, entre estos últimos, había que incluir a las élites burocráticas.

Además de la decepción, me traje un libro, “Cuba de los derechos humanos”, que era la transcripción de uno de esos eternos discursos del dictador Fidel Castro, en este caso renegando de la perspectiva global sobre los derechos humanos y haciendo énfasis en la atención a la pobreza como un abordaje básico sobre los mismos.

Si hay algo que no podemos negar, es que, en una sociedad inequitativa, el acceso a la justicia, a la alimentación completa, a la salud, a la educación, queda limitada para las personas de menores recursos. No obstante, una perspectiva de respeto a los derechos humanos, basada en documentos como la Carta Universal de los Derechos Humanos, no está peleada con una política social que combata las máximas carencias y la desigualdad.

Regímenes autoritarios, como el cubano, se han aprovechado de las carencias de su pueblo para dejar de lado el respeto a los derechos humanos, mediante arengas populistas y monstruos inventados o sobredimensionados. El combate al imperialismo yanqui sólo ha sido la ilusión de luchar contra un molino de viento, pero muchos lo interpretan como una gesta contra el capitalismo y sus injusticias. Autoengaño puro.

Cuba, Nicaragua y Venezuela  son dictaduras que ya no pueden ocultar su disfraz, que han querido romantizar sus batallas pero que en seis, cuatro y dos décadas, respectivamente, sólo han contribuido a la pobreza de sus pueblos. Hay mexicanos que quieren que caminemos en la misma dirección que ellos; nuestro presidente, gustoso, alimenta el odio entre mexicanos.

Esta semana, López Obrador se congratuló de que se restableciera la cuenta @realDonaldTrump en Twitter, tras una demagógica votación convocada por el polémico dueño de nuestros trinos, Elon Musk, con los mismos argumentos que AMLO: El pueblo pone, el pueblo quita, “Vox Populi, Vox Dei”. Nuestro presidente es mezquino con sus opositores, pero generoso con quienes hacen daño a México: las mafias, los políticos americanos de derecha, la delincuencia organizada. Siempre, siempre, tiene la mano tendida a quienes con sus palabras o acciones nos lastiman, pero a diario violenta a sus críticos.

A las múltiples divisiones, ahora se suma el esfuerzo por discriminar a quienes no tienen el color de piel del nombre del partido gobernante. Esta semana circularon pintas en la UNAM en contra de los mexicanos de piel blanca, y de forma creciente se vive un rechazo a ellos. El odio está sembrado en muchos espacios que debían ser de convivencia equitativa entre los mexicanos.

Ante las críticas, los intelectuales de la 4T contribuyen al nacismo mexicano, al argumentar que no existe tal discriminación por tratarse, los blancos, del grupo dominante y no el grupo oprimido, como habrían sido los judíos en Europa previo a la Segunda Guerra Mundial.

No podemos negar que el clasismo está arraigado en nuestra sociedad, no podemos negar que la discriminación a las personas de origen indígena prevalece en casi todos los rincones; pero si, en vez de una política pública antidiscriminación, la respuesta a este tipo de problemas es de odio hacia personas que no escogieron su color de piel, las consecuencias serán terribles para todos.

No todos los mexicanos de piel blanca pertenecen a familias influyentes o pudientes, no todos tienen la oportunidad de estudiar en escuelas privadas ni conseguir un buen empleo. Si en la UNAM se generaliza la violencia contra personas de piel blanca, perderá maestros, investigadores, alumnos, y cerrará espacios a la diversidad, instalando dificultades adicionales en la búsqueda de empleo a sus egresados.

Esta vez no soy optimista. Al ver las reacciones irónicas de simpatizantes de la 4T hacia quienes cuestionaron las pintas neonazis de la UNAM, me recordó ese librito con el discurso interminable de Fidel Castro. Lo que menos importa es combatir la injusticia, el hambre, la pobreza o, en este caso, el clasismo y la discriminación. Todo forma parte de un discurso de poder; se trata de controlar el juicio sobre la realidad para acostumbrarnos a ella y al odio. No veo cómo evitar que esto termine en tragedia si la ruta política fracasa en 2024.