PODER

Repensar el poder (I)

¿Qué pasaría si una nación tuviera la totalidad de las armas? | Carlos Gastélum

Escrito en OPINIÓN el

Tradicionalmente, cuando hablamos de ‘poder’ imaginamos una serie de condiciones materiales que determinan que ‘alguien’ o ‘algo’ sea más poderoso que su contraparte. Para las teorías realistas, los orígenes se remontan a la historia de la Guerra del Peloponeso, narrada por Tucídides, en donde Atenas y Esparta entraron en un espiral de acumulación de armamentos para intimidar al otro, lo que derivó en un inevitable conflicto.

Bajo este antecedente, quien tuviera más armas resultaba una nación más poderosa. Esta convención continuaría en los conflictos de todas las geografías: la guerra de los cien años, la segunda guerra mundial o la Guerra Fría. Para los realistas no hay mucho que discutir: si tienes más y mejores armas, la capacidad de destruir al enemigo te hace poderoso. Las teorías basadas en este pensamiento son muy populares y vigentes.

Pero, ¿qué pasaría si, de repente, una nación tuviera la totalidad de las armas habiendo extinto a todas las demás? ¿Realmente sería poderosa? Y si sí, ¿frente a quién, si ya no queda a quien destruir o intimidar?

Una reflexión similar llevó a varios pensadores de la corriente francesa a replantear el significado de la palabra ‘poder’. Durante la segunda mitad del siglo XX, Michael Crozier y Erhard Friedberg sugirieron algo muy innovador: el poder es una relación entre actores, y no un atributo de estos. En otras palabras: el poder se ejerce, no se acumula.

Pongámoslo en un ejemplo sencillo. Pensemos en un hogar con padres y un hijo mayor de edad en donde a este se le ha cultivado el respeto por la figura de autoridad familiar. En un supuesto basado en el modelo ideal, los padres le dirán al hijo qué está permitido y qué no, cuáles son las horas de llegada aceptables, o los premios y castigos a los que se pueden acceder dados ciertos tipos de comportamientos.

De repente, tras una tragedia, los padres fallecen. En apenas un instante, la relación de ‘poder’ desaparece, y el hijo ahora independiente ‘se gobierna solo’, ateniéndose a las reglas del hogar que él, y nada más que él, dispone. Sí, es muy probable que existan otras relaciones que limiten su absoluta autodeterminación, por ejemplo, con el jefe si es que ya trabaja, o con los maestros en la escuela. Pero esa condición que antes existía en casa, se evaporó.

Ejemplos de otro tipo los hay al infinito. Como el del cadenero del bar que, quizás en su cotidianeidad siente no ejercer poder sobre nadie más, y termina desquitándose de manera déspota frente a una fila interminable.

Cuando dimensionamos al poder como una relación y no una acumulación de atributos, nos damos cuenta de que en nuestras múltiples interacciones terminamos en ambos lados de la balanza. A veces ejerciendo poder por nuestra relación con los demás (superiores jerárquicos en la oficina, hermanos mayores, o el que define la agenda con los amigos), o sujetos al poder que alguien más ejerce por su relación con nosotros (empleados, hijos, ciudadanos, o por andar noviando con esa persona tóxica).

Cuando trasladamos esta reflexión a la política mexicana, es interesante cómo el ‘poder’ tiene una estrecha conexión a partir de las relaciones en el imaginario colectivo que van más allá de las meras funciones del Estado. Por ejemplo, se le reclama mucho al presidente de que ‘se mete en todo’ o que se la pasa dictándonos la agenda mediática día tras día.

Pero, ¿es realmente porque tiene mucho poder, o porque se han asumido relaciones que sitúan poderosos imaginarios? Sobre esto, en la próxima entrega.