PODER

Repensar el poder (II)

Mientras persistan conexiones de cercanía con el imaginario popular, al presidente le queda poder para influir por un buen rato. | Carlos Gastélum

Escrito en OPINIÓN el

En la entrega pasada, mencionaba que el ‘poder’ se fundamenta en las relaciones que se ejercen entre personas, no en la acumulación de bienes o atributos. Como decía un profesor: es imposible tener una ‘bodega de poder’, en donde vamos metiendo y aumentando los puntos de poder que una persona tiene.

Inclusive si esa bodega estuviera repleta de joyas y dinero, su mera existencia no convierte en alguien a poderoso, sino a partir de que esos objetos se utilizan como un mecanismo de interacción frente a terceros para el intercambio de bienes, la compra de favores, o como vehículo de seducción.

Cuando tomamos esta perspectiva de poder frente a la política mexicana, hay algunas pistas interesantes. Centrémonos, por ahora, en la figura presidencial. Haré de momento a un lado el ejercicio de la representación del Estado como vehículo de poder, lo cual no es más que un entramado jurídico entre gobernantes y gobernados que, al final, norma las relaciones entre personas.

Me interesa más bien mirar hacia esas relaciones que son más políticas que jurídicas, y que le han sido muy útiles a nuestro presidente para ejercer poder en el país.

Quizás la más evidente es la relación que surge de su liderazgo frente a una parte importante de la población. Las percepciones sobre quién es como persona, la manera en que se dirige a sus adversarios, y la facilidad para inventar adjetivos y frases, provoca una relación de empatía que genera respaldo ciudadano. Podrán los indicadores económicos y sociales andar por los suelos, pero mientras persistan estas conexiones de cercanía con el imaginario popular, al presidente le queda poder para influir por un buen rato.

Otro tipo de relación eficaz del presidente ha sido esa que emana entre lo que dice y que luego comentan en avalancha los medios de comunicación, las redes y la oposición. Con gran habilidad, el mandatario arroja buscapiés que en cualquier otro país serían sepultados por irrelevantes, pero que aquí llegan a las primeras planas y las mesas de debate. Mientras deberíamos hablar de pobreza, analizamos los detentes. En lugar de ver el estado de rendición de cuentas del país, se habla del mal gusto del ‘fuchi caca’.

Una tercera forma de relación es la de entre el presidente con políticos, funcionarios y trasnochados convenencieros urgidos de relevancia pública. Es una relación del tipo ‘queda bien’, en donde la cercanía o distancia con el presidente pareciera traducirse en fortuna o tragedia. El magnetismo que inspira la capacidad de influencia para que sea él quien marque destinos y trayectorias, se desdobla en episodios tristes, cuando no ridículos. Ahí están, por ejemplo, Ministros defendiendo lo indefendible, legisladores pintando cuernos frente a cámara reciclando alguna frase del líder, o gente buscando abrazos en la mañanera no correspondidos. 

Las relaciones de cercanía ciudadana aparente, de atracción narrativa, y de la conveniencia política, son algunos de los matices que hacen del presidente López Obrador en alguien realmente poderoso.

Cuando la insensibilidad genere distancia, los medios regresen a los temas sustantivos del país, y los aspiracionistas recobren dignidad, entonces podremos advertir que el poder basado en estas relaciones comienza a desvanecerse.