MARCHA INE

La importancia de las narrativas: lecciones del caso INE

El INE tiene un amplio reconocimiento social que supera el de cualquier líder político. | Fernanda Salazar

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Escrito en OPINIÓN el

La polémica en torno al papel del INE en nuestra democracia y nuestro sistema electoral no es nueva. Como todo en estos tiempos, las fracturas se intensifican a partir de filias, fobias y rencores, más que alrededor de debates constructivos que conduzcan a una mejora sustantiva de nuestra democracia.

Una vez más, estamos frente a un juego de narrativas que buscan orillarnos a una postura irreflexiva más que a una ruta de transformación positiva para el país. En ambos lados del espectro político las intenciones pasan por encontrar vías para acumular más poder o recuperar el poder perdido y, una vez más, las conversaciones sobre lo que sí se requiere y lo que exige nuestra democracia para avanzar hacia un mejor estadio quedan atrapadas en el medio.

Sin embargo, es importante destacar algunas lecciones que el caso del INE puede aportar para el debate público.

La importancia de las narrativas.

Independientemente de la guerra de cifras, la marcha denominada “en defensa del INE” fue un éxito para una institución pública que lleva años apostando por aumentar su reconocimiento y transmitir su valor de forma muy práctica.  A pesar de haber estado al centro de una crisis política nacional cuyas consecuencias, desde 2006, han marcado la historia del país a nivel cultural e institucional, el INE tiene un amplio reconocimiento social que supera el de cualquier líder político, incluyendo al presidente López Obrador.

El uso de la comunicación estratégica para construir una narrativa que asocia al INE con la identidad individual y colectiva y con la participación ciudadana, además del enorme despliegue institucional que tiene en todo el territorio nacional -con y sin elecciones-, difícilmente tiene comparación con otra institución que no sea parte del Ejecutivo.

En este sentido, la lección es que apostar por la construcción de marca y valor es fundamental para las instituciones públicas, particularmente aquellas cuyas tareas son centrales para el funcionamiento democrático en un determinado contexto. Así como la gente puede salir a buscar la construcción de nuevas institucionalidades frente a la disfuncionalidad de la mayoría de las nuestras, también pueden salir a defender algo que piensan que sí funciona. Invertir en conectar con la sociedad y destacar los beneficios en sus vidas cotidianas no es un hecho menor, por el contrario, es parte de la necesidad de construir una gobernanza participativa y confiable.

Así como al presidente López Obrador le ha rendido frutos una narrativa construida a lo largo de muchos años, también el INE encuentra esos frutos en un contexto sumamente adverso. Como consecuencia, por primera vez el presidente encuentra una movilización social considerable frente a la intención de lograr una reforma institucional que tendría importantes impactos en el sistema electoral.

Defender una institución es insuficiente para defender la democracia.

Sería un error de cálculo de las y los consejeros del INE creer que esta manifestación le pone a salvo frente a la enorme mayoría de población que está de acuerdo con la narrativa -no necesariamente el contenido- de la reforma electoral propuesta por el presidente. En ese sentido, los esfuerzos comunicacionales del INE deben trascender, por mucho, su marco actual.

A nadie escapa el descrédito de los partidos políticos, del costo que representan, el rechazo desde hace mucho tiempo a los candidatos plurinominales y el reclamo por un sistema electoral más barato. Difícilmente la sociedad se opondría a este tipo de reforma; y el presidente y su partido lo saben.

La poca credibilidad de los liderazgos partidistas de oposición, que han mostrado ceder a presiones en muy diversos temas (ej. La militarización), está lejos de garantizar la salvaguarda constitucional y legal del INE. La presencia de esos liderazgos en la marcha juega en contra de la neutralidad de la institución y, también, de su capacidad para ejercer crítica al actual modelo para posicionarse a favor de cambios concretos que respondan a las críticas y expectativas ciudadanas.

En ese sentido, el INE se encuentra en una encrucijada; pues impulsar abiertamente una posibilidad de reforma y darle la razón al partido en el poder sobre el sentido de los cambios o proponer algo que afecte los intereses de los partidos de oposición, puede romper el delicado balance en el que se encuentra actualmente.

Sin embargo, aunque el INE pueda ser un bastión para evitar retrocesos, los cambios que vienen en el Consejo General pueden fácilmente alterar eso, lo cual es parte del problema real que existe en su diseño, pues la integración se presta a cotos partidistas y acuerdos no transparentes. Esto se vuelve más delicado en el contexto de un partido que gobierna a nivel federal, en la mayoría de los estados y con mayorías importantes en los congresos que tienen la intención de hacer cambios que favorezcan a sus intereses.

Por ello, para hablar de la defensa y promoción de la democracia es urgente hablar de muchas otras cosas que no son solo el INE. Es importante construir una narrativa sobre la democracia que trascienda una institución. Una narrativa que abone a cambios culturales que valoricen la democracia y promueva diseños institucionales que favorezcan la justicia. Solo así, hará sentido para la sociedad defender un modelo de libertades y participación.

No es el árbitro, son los jugadores.

Para defender la democracia hay que reformar el sistema de partidos, que son de las organizaciones con menos credibilidad en el país (junto con las policías). Si los partidos de oposición y aquellos quienes tienen poder de influir en las leyes realmente quieren defender la democracia, está claro que lo que se necesita en México es una reforma al sistema de partidos que realmente los convierta en entidades de interés público, que rindan cuentas, que tengan organizaciones y ejercicios más transparentes, que estén más profesionalizados, que sean inclusivos, que trasciendan intereses de familias y elites nacionales, que dejen de ser una forma de enriquecer a individuos a costa del presupuesto público y que realmente sean mecanismos de participación y representación política en todos los niveles.

Quien se atreva a tocar a los partidos y los intereses creados a su alrededor, estará realmente demostrando que quiere defender la democracia. Si hoy estamos aquí es por la falta de pluralidad de organizaciones políticas con credibilidad, representatividad e interés en servir a la diversidad de país que somos.