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¿Intolerantes?

Tolerar un delito grave no favorece la impartición de justicia. | José Antonio Sosa Plata

Escrito en OPINIÓN el

La decisión del presidente Andrés Manuel López Obrador de no ejercer ninguna sanción contra Guacamaya por el hackeo a la Sedena, y la agresión a Denise Dresser en la marcha del pasado 2 de octubre, proyectaron dos rostros muy negativos de la tolerancia. Las reacciones que hubo en estas noticias son sorprendentes porque parecería que se trata de situaciones superficiales e irrelevantes, cuando en realidad son todo lo contrario.

Desde una perspectiva, se trata de hechos muy diferentes y desconectados. Sin embargo, desde otra, con ambos se confirma el desgaste que tiene la tolerancia como uno de los valores más importantes de la democracia moderna. El problema se explica, en principio, por la polarización fomentada por el populismo. También por algunas de las características del nuevo ecosistema de comunicación, que promueve los conflictos y potencia las emociones.

¿Cómo se puede ser tolerante frente a acciones graves que potencialmente ponen en riesgo la seguridad nacional y el respeto a la diferencia que debe haber en un país democrático? En contraste, ¿por qué subiste aún, en algunos grupos, la intolerancia ante quienes piensan diferente? A algunos de los grandes agresores del gobierno se les deja pasar como si nada, mientras que unos cuantos simpatizantes de la llamada 4T agreden e impiden marchar a una ciudadana por su forma de pensar y/o su condición socioeconómica.

Por si no lo leíste: AMLO descarta sanciones a Guacamaya por hackeo a la Sedena.

La tolerancia es uno de los valores más importantes de la democracia y de la pluralidad, que es una de sus características principales. Permite la convivencia pacífica entre los diversos. También entre quienes tienen posturas irreconciliables. Tolerar reduce la magnitud e impacto de algunos conflictos y facilita su resolución. Mejora las condiciones para el diálogo, la negociación y la persuasión. Privilegia la comunicación y el convencimiento, como un medio eficaz para desplazar a la violencia en la convivencia social.

El respeto está ligado en forma estrecha a la tolerancia. Lo mismo sucede con la igualdad, equidad, libertad y justicia. En este sentido, no pretende borrar las diferencias ni las confrontaciones. Pero sí los prejuicios y la exclusión, al marcar límites para mantener una coexistencia social civilizada. Por lo tanto, no es una acción que se conceda desde una postura de superioridad o autoridad. Ejercerla tampoco es un acto de humildad. Debe ser una práctica horizontal y de comprensión sobre lo que piensa, dice y hace el otro, con un soporte ético más que jurídico.

Te puede interesar: Sebastián Escámez Nava. Vecinos como nosotros. La tolerancia en democracia. Revista de Libros, 1 Septiembre 2000.

La tolerancia debería ser parte fundamental de nuestra cultura democrática, al igual que el respeto a los derechos humanos y la inclusión. Su ejercicio no se limita a los personajes del sector público. Tendría que ser un hábito que atraviese a la sociedad de manera transversal, sin importar la condición socioeconómica. Con base en la experiencia de otros países —con mayor desarrollo que el nuestro— es necesario subrayar que lo mejor es que se le acepte por convicción y no por imposición.

Para lograr un gobierno y una sociedad que ejerza la tolerancia de manera responsable, sin dañar la dignidad de las personas, el ejemplo de los líderes y autoridades es fundamental. El razonamiento sobre las decisiones que van ligadas al concepto deben ser razonadas, aceptadas sin condiciones y justificadas. Los mensajes contradictorios confunden. Además, van en contra de los objetivos políticos que se pretenden cumplir desde las altas esferas del poder que dicen defender la democracia.

Lee más: Alicia Ambrosino. La tolerancia como virtud pública política. Una aproximación al pensamiento de Carlos Thiebaut y Michael Walzer. Episteme NS, Volumen 33, Número 2, 2013, pp. 1-19.

El racismo, la misoginia, la xenofobia, la homofobia y cualquier forma de discriminación o rechazo son comportamientos que explican con claridad por qué una sociedad debe fomentar la tolerancia. El terror y la violencia, con el consecuente miedo que provocan, alientan la intolerancia hasta llevarla a que parezca algo normal y hasta justificable. La censura también es otro de los rostros perversos que se manifiestan con frecuencia en varios países.

Aprender a ser tolerante no es fácil. Implica todo un proceso de reconstrucción social, que no está exento de errores. En una sociedad individualista y predispuesta al conflicto, la labor es más compleja. Su aplicación implica entenderla hasta convertirla en un hábito, en una conducta cotidiana y normal. En consecuencia, para ponerla en práctica es necesario que exista previamente un plan de comunicación política promovido desde las instituciones.

Consulta: Isidro H. Cisneros. Tolerancia y democracia. México: Instituto Nacional Electoral (INE), Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática, Nueva edición con nota introductoria, 1996 / 2020.

Porque tolerar lleva implícito un rechazo o desacuerdo, esto no significa que permanezcamos indiferentes, apáticos ni desinteresados. El pensamiento distinto se puede expresar, con libertad, a partir de los límites públicos o privados que más convengan. Es deseable. Es posible. Es una acción avanzada de comunicación. Incluso, es necesario exponer nuestro punto de vista porque la tolerancia debe considerar que la decisión de tolerar casi nunca es unilateral o unidireccional. 

En otros tiempos, tolerar se entendía como “te aguanto”, “te soporto”, “me doblego” o “me resigno”, expresiones que en la actualidad desvirtúan la esencia de su significado. Hoy tiene que ver con los equilibrios que exigen la equidad y el reconocimiento manifiesto a la diversidad. Pero siempre tomando como punto de partida que no existen la verdad ni la razón absoluta. De igual forma, la tolerancia promueve el acercamiento y el reconocimiento de que siempre hay una perspectiva de igualdad que no debemos olvidar.

Lee también: Campaña “Libres e Iguales”. Llamado en favor de la tolerancia, el respeto a la diversidad y la garantía de los derechos humanos de todas las personas. Naciones Unidas, ONU Mujeres México, 29 Septiembre 2016.

En el nuevo espacio público, la tolerancia no puede obedecer a caprichos personales ni invocarse de manera ventajosa para favorecer abiertamente a algunos en contra de otros. Tolerar la violencia o los delitos no es parte de la democracia. Mucho menos de la justicia. Permanecer callado cuando los seguidores agreden a una ciudadana tampoco es aceptable. A final de cuentas, esta forma de proceder termina dividiendo y nunca fomentando el entendimiento mutuo, la aceptación de quienes no piensan como uno ni la solidaridad.

Promover la intolerancia desde el poder público —por medio de la demagogia, la mentira o argumentos falsos— genera retrocesos no solo en la sociedad, sino en el sistema político. El simbolismo —acompañado de técnicas de persuasión manipuladas con el fin de desacreditar a los adversarios o enemigos— resulta dañino en todos los sentidos, a pesar de que tiene el potencial de mantener en el poder o facilitar el acceso de los actores grupos o partidos políticos.  

Entérate: Activistas, feministas y Mon Laferte en la mira de la Sedena.

Para seguir avanzando en la democracia que necesita el país, el debate público es el espacio ideal para que la tolerancia se fortalezca como necesidad y también como ejemplo desde los liderazgos plurales. La promoción de un discurso coherente es, entonces, elemento indispensable para el aprendizaje de éste y otros valores. La mejor convivencia social y el mayor entendimiento entre unos y otros serán los beneficios lógicos.

Aún más. Si se logra convertir la tolerancia en virtud pública, tendría que allanar el camino para convertirla en virtud privada. Si logramos este cambio, también nos estaríamos transformando internamente, como mejores seres humanos. Pero el proceso pedagógico debe iniciar desde el poder público, los medios de comunicación y digitales. Se necesita un proyecto estratégico, historias y narrativas que expliquen en qué consiste, den ejemplos y describan sus ventajas. La nueva cultura no llegará de manera automática. Se requiere, también, de la voluntad política, el mensaje y ejemplo de nuestros gobernantes y líderes de opinión.

Recomendación editorial: Fernando Vallespín. La sociedad de la intolerancia. España: Editorial Galaxia Gutenberg, 2021.