RECONOCIMIENTO DE LAS PERSONAS USUARIAS EN LAS RELACIONES DE ATENCIÓN MÉDICA

Conocimiento y salud: el valor de la perspectiva usuaria

Hasta hace muy poco se le comenzó a otorgar un valor de conocimiento a las perspectivas elaboradas por los pacientes acerca de sus experiencias. | Angélica Dávila* e Iván Eliab Gómez Aguilar**

Escrito en OPINIÓN el

Descifrar un malestar físico y/o emocional mediante las herramientas provistas por el diagnóstico de la biomedicina moderna resulta una circunstancia relativamente común, a la que casi todas las personas nos hemos enfrentado o tendremos que hacerlo en algún momento de la vida. De esta circunstancia suele desprenderse la conclusión que resalta la jerarquía de conocimientos entre quien ofrece la atención médica y quien la busca. 

El hecho de que la biomedicina se sustente en el avance de la evidencia científica disponible refuerza esta idea, dado que demanda a quien desea ofrecer este tipo de cuidados médicos un proceso arduo y complejo de formación, especialización y actualización. La jerarquía indicada representa, incluso, uno de los marcadores de confianza que permite a las personas que buscan atención tener expectativas positivas hacia quienes ponen en práctica dichos saberes médicos. Después de todo, nadie pediría ayuda a quien no se le reconoce una competencia superior en la materia.

Este tipo de afirmaciones son incontrovertibles y, pese a ello, no es menos pertinente difundir un debate relativamente reciente en la reflexión humanística y social sobre la atención médica. Nos referimos a la relevancia que tienen las personas usuarias de los servicios de salud en el proceso de atención. Esta centralidad no se limita a la exigencia, expresada desde hace varios años en los decálogos de calidad, para poner en el centro los requerimientos de dichas personas. Tiene que ver con el papel que pueden cumplir las personas en los procesos diagnósticos a los que son sujetos. Admitir lo anterior pareciera ir en contrasentido de la jerarquía que estructura los procesos de atención médica antes mencionada. Sin embargo, hay al menos dos cuestiones que pueden señalarse para entender su pertinencia.

La primera es que las personas que padecen una enfermedad, por ejemplo, una de carácter crónico, registran y producen un saber detallado sobre su propia experiencia que no siempre logra traducirse a la terminología médica en uso. Tomar en cuenta seriamente estos conocimientos, por parte de las instituciones médicas, podría mejorar los procesos diagnósticos y los tratamientos de la medicina, evitando así los infortunios que en ocasiones denuncian las personas que recurrentemente atienden sus padecimientos a través de los servicios especializados. 

La segunda es que la práctica médica se sostiene en una revisión constante de la evidencia disponible. Lo que de hecho representa un ejercicio de reflexividad en tanto que admite que su conocimiento tiene limitantes y debe ser perfeccionado. En ese sentido, hay un espacio para atender e introducir la mejor evidencia posible. El problema estriba en que hasta hace muy poco se le comenzó a otorgar un valor de conocimiento a las perspectivas elaboradas por los pacientes acerca de sus experiencias. Un valor que de hecho debería incrementarse.

En ese sentido, sostenemos que reconocer e incluir activamente la perspectiva y los conocimientos de las personas usuarias en las relaciones de atención médica es urgente, necesario y justo; lo que exige construir, desplegar y sostener un diálogo abierto sobre los distintos saberes que pueden participar en el cuidado de la salud de las personas. Sin duda esto demanda numerosas instancias y procesos sociales. Pero uno en particular tiene que ver con la elaboración de estrategias, disposiciones y habilidades que nos permitan reconocer, atender y comprender aquellos conocimientos y experticias que injustamente no son admitidos social ni institucionalmente como tales. 

De esta manera, aunque hay varios caminos para sostener dicho reconocimiento de las personas usuarias de los servicios de salud, consideramos que es de vital importancia construir prácticas de traducción y de comprensión de sus propias formas de conocer y de cuidar. Esto nos permitiría rescatar, dialogar y comunicar los contornos de una realidad innegable y valiosa: aquella que señala que en el día a día las personas, más allá de los servicios de salud a los que recurren, cuidan también de sí mismas y reciben de otras personas cuidados sin que éstas cuenten con una certificación especializada. 

Lo anterior nos permitiría comprender una lección vital: que el conocimiento en salud se nutre de diversas experticias y experiencias de atención sanitaria, las cuales tiene sus propias formas de expresarse en la palabra y en la práctica, y que constituyen también maneras complejas de comprender la vida, la muerte, la enfermedad, el cuidado, la curación y el mundo en el que todo eso sucede. Lo cual, nos insta a desarrollar ejercicios de atención y comprensión de las formas de conocer y de cuidar de las personas usuarias “en sus propios términos”, donde los testimonios sobre sus experiencias de salud, enfermedad y cuidado se reconozcan y admitan como una vía directa, válida y legítima de producción de conocimiento.

* Angélica Dávila Landa

Doctoranda en Antropología en el CIESAS-Ciudad de México, maestra en Sociología Política por el Instituto Mora y licenciada en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Co- coordinadora con la Dra. Itzel Mayans del Seminario de Investigación “Sociología Política de los Cuidados” en el Instituto Mora. 

** Iván Eliab Gómez Aguilar

Profesor Investigador de Tiempo Completo en la Universidad Autónoma Chapingo. Doctor en Filosofía de la ciencia por la UNAM. Integrante del Social Epistemology Review Collective. Líneas de investigación: epistemología social, filosofía de las ciencias sociales y teoría social.