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De la historia hecha monumento

El presidente de México ha insistido en que no quiere monumentos ni calles con su nombre ni registros históricos de esta naturaleza. | Joel Hernández Santiago

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Escrito en OPINIÓN el

Ahora que está de moda derribar monumentos en México, conviene volver la vista, y las entendederas, a las enseñanzas de don Luis González y González, el gran historiador mexicano, reconocido en mucho por su talento, su calidad y rigor historiográfico y como fundador de instituciones dedicadas al estudio de la historia, la antropología, la sociedad y las costumbres rurales... 

Esto porque de un tiempo a esta parte a distintos operarios de la 4T les ha dado por mostrar su solidaridad con el Palacio Nacional de dos formas: haciendo, en los hechos, lo que se esgrime para reclamar al pasado lo que hoy mismo ocurre, como es el uso y abuso del tema indígena como forma de discurso y de reivindicación, sin reivindicación. 

Es el caso de la llegada de los españoles a tierras hoy americanas el 12 de octubre de 1492 y luego el inicio de la conquista de lo que hoy es México en febrero de 1519. Ambas fechas “veneno para la 4T” y en la que ocurrieron, según este criterio, hechos nefastos y deleznables; abusos sin fin y, por lo mismo, se hacen señalamientos de culpabilidad única. 

Por ello el gobierno de México –4T– ha exigido a la corona española que ofrezca disculpas a los indígenas mexicanos por lo ocurrido aquí hace más de 500 años. 

En todo caso el indigenismo en México y el racismo de muchos mexicanos en contra de indígenas de distintas razas y orígenes en este país sigue vigente. Hoy mismo. Ahí están muchos de ellos, sometidos, abusados, olvidados y parte importante de los 15 millones de mexicanos en pobreza extrema. Habría que pedir cuentas de esta injusticia y tragedia para miles. 

Pero, como ya se sabe que en México “lo que hace la mano, hace la tras”, pues de pronto la señora Claudia Sheinbaum dijo el 10 de octubre de 2020 que “retiró el monumento a Cristóbal Colón del Paseo de la Reforma debido a que pasará por un proceso de restauración”.

Pero nada, que ese proceso de restauración nunca terminó y ya no fue devuelta a su viejo lugar de origen la estatua de bronce del marino genovés, “Almirante del mar Océano”, quien un día llegó de ultramar creyendo que llegó a las Indias Orientales para llevar las especias tan requeridas en el reino de Castilla y Aragón –todavía no existía España como lo es hoy–. 

Luego se quiso poner ahí mismo la escultura de la cabeza de una mujer, a la que le fue muy mal, por fea y no representativa de nada más que el deseo de quedar bien con el Palacio Nacional. Así que el famoso marino se fue a descansar y anda navegando por ahí... 

Pero de pronto, cuando las aguas parecían ya calmadas en este tema, aparece el alcalde morenista de Atlacomulco, Estado de México, Roberto Téllez Monroy, quien dos días antes de concluir su gestión para entregar el mando municipal a la alianza PAN-PRI-PRD, inauguró una estatua del presidente de México –4T–. Dice que costó 50 mil pesos y que él la pagó de su peculio. 

El asunto es que el primero de enero de este año apareció la estatua en el piso y sin cabeza. Alguien la derribó durante la noche de año viejo y año nuevo. ¿Quién fue? ¿Fuenteovejuna?”. Casualmente nadie vio nada o a quien lo hubiera hecho, y las cámaras de vigilancia del lugar, dice el ahora exalcalde, simple y sencillamente no funcionaron. 

El exfuncionario dice que demandará el hecho ante la autoridad, porque es un daño patrimonial para Atlacomulco –aunque si dice que él lo pagó de su bolsa, pues el daño patrimonial podría ser para él mismo–. Pero el hecho es que la estatua duró “lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks”,  según cantara Joaquín Sabina. 

Al respecto el presidente de México dijo en su “Mañanera” del 3 de enero que: “No son necesarias esculturas, tengo el amor de millones de mexicanos”. Y eso está bien. Y de vuelta a don Luis González y González en su análisis de las razones de la historia, que debería ser libro básico en días de tanto manoseo histórico. 

En su excelente ensayo “De la múltiple utilización de la historia”, publicado en “Historia ¿para qué?” (editado por Siglo XXI Editores) hace un recorrido muy riguroso por las distintas formas y motivos de registrar la historia. Refiere a la “Historia anticuaria” a la “Historia crítica”, a la “Historia científica” (de las que en algún momento comentaremos). Pero sobre todo la “Historia de Bronce”. En este caso historia de cantera y que es la que puebla parques, jardines, plazas, avenidas... 

“Es –dice don Luis– una historia extremadamente utilitaria y cuyas características son bien conocidas: ... Se ocupa de hombres de estatura extraordinaria (gobernantes, santos, sabios y caudillos) y presenta los hechos desligados de causas, como simples monumentos dignos de imitación ... En la América recién conquistada por los españoles fue una especie practicada por capitanes y sacerdotes”. 

Es una historia reverencial –dice don Luis–. Y cita a Nietzsche cuando afirma que este tipo de registro histórico es didáctico, conservador, moralizante y pragmático-político. En todo caso tiene utilidad para quien la utiliza pero no para el registro histórico serio y riguroso.

En todo caso el presidente de México ha insistido en que no quiere monumentos ni calles con su nombre ni registros históricos de esta naturaleza. Si es así, seguro que en adelante se cuidarán de que así sea, es decir, que así no sea.