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2022 y la crisis de los paradigmas

No podríamos asegurar que para el 2022 la pandemia habrá terminado. No es posible tal pronóstico porque la amenaza sigue en pie. | Norma Loeza

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Escrito en OPINIÓN el

No podríamos asegurar que para el 2022 la pandemia habrá terminado. No es posible tal pronóstico porque la amenaza sigue en pie en dos sentidos. El primero, porque seguimos conviviendo con un virus capaz de mutar para que aparezcan nuevas variantes, algunas –como la recientemente detectada Ómicron– menos letales, pero más infecciosas. Segundo, porque mientras la desigualdad no permita acceso universal a la atención y las vacunas, las personas, comunidades y sociedades que viven en realidades tan asimétricas, seguirán estando en riesgo.

Sin embargo, la pandemia no sólo mostró el terrible rostro de la desigualdad y de la indefensión frente a una amenaza de salud que la ciencia médica no ha sido capaz de contener.

También nos mostró que muchos de los esquemas que usábamos tanto para el análisis de las distintas realidades, como para la elaboración de propuestas de solución a nuestros problemas, resultan ahora insuficientes.

No pocas veces, las y los científicos sociales entendemos que por muchas razones la realidad rebasa la teoría. A diferencia de las ciencias exactas que son acumulativas y universales, los fenómenos de estudio social responden a leyes diversas, contextos e ideologías, que no pueden categorizarse de manera inamovible. 

Podríamos decir que no hacemos teoría social del mismo modo que lo hacían en el medioevo, por ejemplo. En el caso de las ciencias naturales, pensemos que las leyes de gravedad de Newton siguen siendo válidas para explicar el movimiento del universo y las mareas de los océanos. Si bien hay teorías nuevas –como la cuántica– carecemos hasta ahora de una explicación que las complemente sin contradecir la universalidad de cada una.

Pero las ciencias sociales y el análisis político son otra cosa. En últimas fechas hemos visto acaloradas discusiones acerca de la validez de los modelos capitalistas, neoliberales, comunistas o populistas. La pandemia nos mostró que una crisis mundial bastaba para evidenciar las deficiencias y terribles fallas de cada uno. 

La tradición liberal resultó severamente cuestionada ante la negativa de vacunarse de miles y millones de personas, que no creen en los gobiernos, en la ciencia, o en el propio virus. Por otra parte, gobiernos autoritarios restringieron derechos fundamentales en aras de la seguridad y los populistas sufrieron las consecuencias de la falta de inversión en medidas de contención. También hubo medidas que fueron una combinación de las anteriores, como en el caso de México. 

Es quizás debido a ello que la antigua tradición de confrontar modelos propios de los tiempos de la Guerra Fría, parece ser la tentación más evidente en la actual discusión pública: derecha contra izquierda, capitalismo versus comunismo, pobres contra ricos, colonizados versus colonizadores.

No hace falta mencionar que esta contraposición y la radicalización en la defensa y el ataque no ha servido más que para enrarecer la discusión pública. Se hace evidente en lo cotidiano el empantanamiento de las rutas de diálogo y crítica debido a las amplias generalizaciones, la ausencia de crítica y autocrítica y el uso acartonado de categorías de análisis que –en la mayoría de los casos– han entrado en desuso tanto para explicar, como para entender.

Una regla de oro en el análisis y la creación de conocimiento es que, si la categoría de análisis ya no funciona, hay que revisar el paradigma en que se basa, no tratar de que la realidad encaje de manera forzada para validar un razonamiento.

Regla por supuesto ignorada por quienes creen –o quieren hacernos creer– que esta es una lucha entre contrarios sólo para saber quién se alza con la voz de la razón. El resultado de estas estrategias no puede ser más desastroso: falta de confianza, de credibilidad, defensas y ataques a ultranza y, sobre todo: ninguna explicación sólida que ayude a entender primero, para mejorar después.

En este panorama el 2022 se vislumbra como un año difícil, con más dudas y preguntas que respuestas. 

Es probable que no logremos consensos en el análisis de la complicada situación que vivimos, entre otras cosas, porque estamos viviendo fenómenos para los cuales no tenemos, o tenemos muy pocos y lejanos antecedentes.

“No es la primera vez que vivimos una pandemia mundial”, podrán decir algunas personas. Y siendo verdad, la realidad es que estamos viviendo un ahora en condiciones muy diferentes, y pareciera que esa orfandad en las maneras de entender una realidad tan sui géneris está causando más inseguridad y temor que la pandemia misma.

* Norma Loeza 

Educadora, socióloga, latinoamericanista y cinéfila.  Orgullosamente normalista y egresada de la Facultad de Ciencias Políticas sociales de la UNAM. Obtuvo la Medalla Alfonso Caso al mérito universitario en el 2002. Fue becaria en el Instituto Mora. Ha colaborado en la sociedad civil como investigadora y activista, y en el gobierno de la Ciudad de México en temas de derechos humanos análisis de políticas y presupuestos públicos y no discriminación, actualmente es consultora. Escribe de cine, toma fotos y sigue esperando algo más aterrador que el Exorcista.