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La paradoja del agua en el Valle de México

La viabilidad y sobrevivencia hídrica de la megaciudad se balancea de un hilo, así como del sistema regional del cual depende. | Miguel A. Martínez Ríos*

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Escrito en OPINIÓN el

Millones de habitantes de la Ciudad más poblada del continente americano viven el flagelo de la escasez del agua en sus viviendas y por otro lado, deben contener los estragos que genera en la temporada de lluvias. Esta relación problemática con el recurso hídrico no es completamente natural, sino política y tiene qué ver con la concepción de una urbe funcional, que desde siempre ha padecido el castigo del líquido tanto en abundancia como en escasez. 

Quedan solo algunos vestigios de la vida lacustre de la Ciudad de México, que nos recuerdan que el agua fue, es y será un problema que apremie a los gobiernos y a sus habitantes. Pocas personas tienen la conciencia histórica de que en el comienzo del dominio español hace cinco siglos, se emprendió una lucha contra el líquido debido a las graves inundaciones de la naciente capital de la Nueva España. La pelea contra el agua fue tal, que casi fue inviable el florecimiento de una metrópolis del calado actual debido a la poca comprensión del sistema de lagos y del estilo de vida previo. No fue sino hasta la primera obra de infraestructura de grandes proporciones que cambió drásticamente el territorio, me refiero a la apertura de la cuenca del Valle de México con el tajo de Nochistongo en Huehuetoca el siglo XVII. 

Esta incesante batalla para drenar el agua cambió el curso natural del líquido hacia el Golfo de México y también alteró completamente el ciclo hidrológico de la región. Además, esta campaña se ha prolongado por casi 500 años y hasta nuestros días con las grandes obras como el Gran Canal de Desagüe, el entubamiento de ríos que cruzan en la ciudad y el Drenaje Profundo. La visión y concepción de la actual Ciudad de México como una capital política y económica provocaron estas modificaciones drásticas en el funcionamiento de los sistemas socioambientales regionales y que más tarde vería la modificación de otros más, con grandes costos multidimensionales en territorios lejanos a la metrópoli. 

Durante el siglo XX comenzaron a agudizarse los problemas de la escasez del agua y ante el crecimiento constante de la mancha urbana, los gobiernos en turno tomaron cartas en el asunto con diversas medidas como la perforación masiva de pozos del acuífero. Sin embargo, fue a mediados del mismo siglo que se tomó la decisión política de importar agua a la Ciudad de México de cuencas vecinas, así nació el Sistema Lerma. Ante un mayor crecimiento durante la segunda mitad de la centuria, se volvió a tomar la decisión de traer más agua pero de lugares más lejanos y se incorpora el Sistema Cutzamala a este conjunto de obras hidráulicas que abastecen a la capital mexicana. 

La paradoja del agua en el Valle de México es clara, cae tanta del cielo que es muy difícil desfogarla e inunda poblaciones, desgaja cerros y mueren personas. Pero del otro lado, traemos agua de cuencas vecinas para abastecernos y aún así es insuficiente y millones de personas no cuentan con el líquido en cantidad, frecuencia y calidad adecuadas. El debate se sitúa precisamente en las decisiones políticas y los alcances de estas. La región del Valle de México es la que mayor estrés hídrico presenta en todo el país y donde persiste la más baja disponibilidad de agua. Sin embargo, el consumo sigue aumentando, se continúan poniendo soluciones ofertistas para aumentar el caudal recibido y la relación con ella se vuelve únicamente de uso. 

Necesariamente habrá que reflexionar sobre la Ciudad de México y que esta no sólo puede verse desde su materialidad como urbe en edificios y asfalto, pues las consecuencias de mantener una metrópoli de esta magnitud son notables en territorios lejanos. Basta con observar las recientes inundaciones y desbordamientos en Tula y en el Valle del Mezquital, que fueron completamente una decisión política, vinculada a la gestión del agua regional, misma que envía las aguas negras a los distritos de riego de aquella zona y que va en contra del ciclo hidrológico natural, lo que explica estas alteraciones. Por otro lado, las aguas que llegan para usos domésticos vienen desde Michoacán, donde empieza el Cutzamala. ¿Realmente la Ciudad de México acaba donde termina su territorio?

Para terminar, es urgente reencontrarse con las discusiones acerca de la desnaturalización del agua y la fragmentación política para tratarla. El agua en el Valle de México debe apreciarse desde la integralidad de su sistema socioambiental y desde su hibridez, entendiéndola como un elemento político, social y económico que genera divergencias entre los actores sociales, donde es necesario construir espacios de representación real. En este sentido, el agua debe seguir siendo una prioridad gubernamental, pero no tiene que prevalecer la fragmentación para su abordamiento, porque las decisiones que se han tomado son alejadas de la comprensión de la naturaleza del líquido y de su complejidad social, tanto que han traído consecuencias tan severas que son apreciables a distancias muy largas y se sienten con más fuerza en el ámbito local. Aún queda mucho camino por recorrer, pero el tiempo apremia y la viabilidad y sobrevivencia hídrica de la megaciudad se balancea de un hilo, así como del sistema regional del cual depende. 

*Miguel A. Martínez Ríos

Es licenciado en Ciencia Política y Administración Pública con una especialización en Negociación y Gestión de Conflictos Políticos y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México. Cuenta con una Maestría en Estudios Regionales por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora y su labor investigativa se basa principalmente en la gestión del agua en México. Adicionalmente es columnista en otros medios de comunicación.