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El nazismo y el genocidio en Bielorrusia

“Ven y mira”. Una película extraordinaria del director ruso Elem Klímov, creada en 1985, olvidada por años y recientemente restaurada. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

Bielorrusia 1943. La guerra ya está allí, pero aún es posible recorrer el bosque y bailar bajo una lluvia muy fina. La guerra ya está allí, pero aún es posible sentarse a la mesa en aquellos pequeños poblados bielorrusos de casitas de madera. Floria tiene apenas doce años, vive con su madre y sus hermanitas gemelas. Son campesinos. El padre está en el frente. Floria encuentra un fusil en medio del campo y decide abandonar el hogar familiar y sumarse a los partisanos que luchan contra la ocupación nazi. Los partisanos lo relegan a un refugio en el bosque: demasiado joven como para llevarlo con ellos. Pero el horror alcanza al “novato” rechazado por los soldados, lo convierte en un ser de ojos alucinados. Sin edad. Extraviado y errante. Un sobreviviente que no entiende ni por qué sobrevive.

 “Ven y mira”. Una película extraordinaria del director ruso Elem Klímov, creada en 1985, olvidada por años y recientemente restaurada. Klímov (nacido en 1933) tenía nueve años cuando él y su madre tuvieron que abandonar Stalingrado en llamas bombardeado por la aviación alemana. Su madre lo cubrió con cobijas y cojines. El niño miró. Entre las telas ese niño miraba y esos ojos atónitos se convirtieron en la mirada del cineasta. Entre dos y tres millones de personas asesinadas en Bielorrusia. Apenas hace unos meses -al cavar para colocar los cimientos de un complejo de edificios- trabajadores encontraron restos humanos. Más de mil judíos fueron asesinados y arrojados en esa fosa común en la ciudad de Brest. Más de mil sólo allí.

Klímov temía que la humanidad estuviera a punto de una tercera guerra mundial. Quiso recordarle al mundo una de las más espantosas masacres de la historia de la humanidad: “628 pueblos bielorrusos fueron destruidos. Incendiados y asesinados todos sus habitantes”. Y, vaya que lo logra. Un guion escrito a partir de “Kathyn” del escritor bielorruso Alés Adamóvich. El crítico de cine Romain Le Vern escribió en “Chaos”: “Requiem pour un massacre” (el título en Francia) debía llamarse ‘Asesinen a Hitler’. Para el cineasta Elem Klímov el ‘asesinen a Hitler” significaba: ‘Maten al monstruo que está en nosotros’. Finalmente, optó por ‘Ven y mira’… Hojeando El Apocalipsis, las revelaciones de San Juan, el hermano del cineasta se encontró con el Carnero que abre uno de los sellos y recordó la voz como trueno asestando: ‘Ve y mira’, como un leitmotiv repetido cuatro veces”.

Klímov nos obliga a mirar. ¿Acaso semejante crueldad fue, es, será posible? Floria quiere proteger a la joven Gasha, la lleva de regreso a la aldea familiar mientras hace planes: las va a esconder, a su madre, a sus hermanitas y a ella. Él sabe dónde. Una isla a la que los nazis jamás tendrán acceso. La aldea vacía. Gasha ya entendió, pero, ¿acaso es posible? “La sopa está caliente”, dice Floria en la casa de su madre. “Apenas se fueron”, insiste. Salir corriendo. Los cuerpos amontonados en las orillas del pueblo. Para llegar a la isla atraviesan los pantanos. Se hunden en el lodo. Los pantanos de la locura. Sí, son una metáfora. Nada tiene sentido. Nada.

El leit motiv de un avión alemán que sobrevuela. Los mundos condenados a su desaparición. Floria sobrevive y es testigo de la destrucción de toda una aldea, las personas encerradas. Les prendieron fuego, como en la aldea de la que escribe Adamóvich. En el momento del estreno el diario L’Humanité resumió así la cinta: “La mejor manera de combatir el olvido y de realizar una película inolvidable”. Aquella Gasha que danzaba en medio del bosque vaga con la mirada perdida. Sangra. ¿Reconoce a su amigo cuando sus miradas se cruzan? Ya no importa. Ya no sabemos si se miran. Esa joven como metáfora de una nación en sangre y llamas. Los nazis ocuparon Bielorrusia de 1941 a 1944.