“¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin los bárbaros? Esta gente, al fin y al cabo, aportaba una solución”. -Constantino Kavafis
En el poema de Kavafis, comienza a correr el rumor de la llegada de “los bárbaros”. La población se agita, es inminente. La vida cotidiana se ordena a partir de esa amenaza que se asoma a sus fronteras. Toda idea de “civilización” será abolida con la invasión de esos seres desconocidos que no saben sino de destrucción. A partir de la novela “Esperando a los bárbaros” (1980) del escritor sudafricano (nacionalizado australiano) J.M. Coetzee (Premio Nobel de literatura 2003), el director colombiano Ciro Guerra crea una película magnífica y terrible. ¿Quiénes son los “civilizados” y quiénes los “bárbaros?” ¿En qué consiste la “civilización”? La dignidad. El honor. La valentía. La crueldad. La perversión. ¿Qué tan susceptibles somos los seres humanos de ser pervertidos por “el mal”, cuando toma el poder?
En la última frontera de un imperio sin nombre, en medio de un desierto también sin nombre, un amable Magistrado de habla inglesa mantiene la paz e imparte justicia entre una población de colonos (ocupantes, claro) que convive entre sí sin mayores litigios: el cerdo de un vecino invade el terreno del otro y maltrata su siembra. El magistrado ama la inmensidad que los rodea, de vez en vez se aventura más allá del fuerte y crea mapas. En los mismos territorios, con límites respetados por todos, habitan etnias nómadas. Sucede sin conflictos. A cada quien lo suyo. Los ocupantes saben que los nómadas existen, pero nunca los han visto de cerca.
Un día desembarcan en el fuerte el coronel Joll y sus tropas. El imperio ha escuchado hablar de la muy próxima invasión de los “bárbaros”, los recién llegados están allí para probar la amenaza que representan y una vez probada (¿acaso cabría otra posibilidad?) tienen la misión de aniquilarlos. No saben nada de “esos otros”. Tampoco les importa. Joll es la encarnación de una crueldad ciega y sorda: la del poder sádico. Allí donde no había cárceles, comienzan a existir. Las expediciones de Joll en el desierto resultan en cantidad de detenciones de personas sometidas a las torturas más bárbaras. Nómadas pacíficos obligados a confesar los horrores de unos planes de invasión que Joll les dicta. En una secuencia de las escenas más terribles, los prisioneros en el centro, la población civil del fuerte rodeándolos, Joll toma un martillo e invita a las personas a “castigar” a los prisioneros, a martillazos.
Una muchacha muy joven toma el martillo y golpea. Golpea brutalmente. La población aplaude. Ya para entonces el Magistrado ha sido reducido a una casi mendicidad. Acusado de “colaboración con los bárbaros”, torturado, despojado de casi todo, erra por el fuerte desconocido por aquella población que alguna vez lo respetó. ¿Ganó “el mal”? En ese momento, ante la joven y el martillo el Magistrado encara a Joll: “Está pervirtiendo a estas personas. Las está pervirtiendo”. ¿Cuál es la delgada línea roja entre el sometimiento de una población ante la furia helada del Amo sádico y ese momento en el que algunas personas transitan del miedo al goce más perverso? A imitación del Amo. Todopoderoso y cruel.
“Cuando comenzamos el trabajo de adaptación de la novela de J.M. Coetzee, –declara Ciro Guerra- pensé que la historia tenía lugar en un lugar distante en tiempos remotos. En la medida en que el proceso de filmación avanzó, ese tiempo y lugar distantes comenzaron a sentirse más y más cercanos. Ahora que terminamos, la historia de alguna manera tomó la forma de una historia acerca de los tiempos presentes”. Sí, porque las preguntas que sostienen la historia son y han sido esenciales en la historia de la humanidad: ¿Qué es la dignidad? ¿tiene algún sentido? ¿para quién? ¿de qué manera “el mal” habita en cada una/o de nosotros? ¿cómo nos relacionamos con esos seres humanos que nos representan la alteridad? ¿de qué está hecha esa expansionista voluntad de dominio que otorga a quien la ejerce el derecho ilimitado a destruir
Hay en medio una historia de amor, la del Magistrado y la joven nómada casi ciega y con los pies rotos (por la tortura) a la que rescata, a la que une un amor lleno de compasión: la que le pide regresar a las dunas con su pueblo y le recuerda, para la enorme tristeza del Magistrado, que un ocupante “bueno y justo”, es también un ocupante. Ella tiene una historia, un grupo de pertenencia. Una lengua que es la suya y que elige para construir sus vínculos de amor. A fuerza de una violencia imparable, el “valiente” coronel Joll logra convertir la “amenaza de la llegada de los bárbaros” en una realidad. Aterrados ante la respuesta a la destrucción que sembraron, huyen del fuerte abandonando a la población. Y llevándose consigo los animales, las escasas cosechas, hasta la última hogaza de pan. Así, como las bestias de rapiña que eran, “los civilizados defensores del imperio”.
Las preguntas de Coetzee y Ciro Guerra me recuerdan a las de Lars Von Trier en su filmografía. A su diferentísima manera. Nada que ver en la manera de hacer cine o de resolver las interrogantes. Pero las “obsesiones” son muy parecidas: las contradicciones de la condición humana. Sólo que Von Trier es un “desilusionado”, un “gran cínico”, un entero descreído dispuesto a burlarse del “bien” y del “mal”. Dispuesto a probarnos la relativa facilidad con la que se mezclan. Coetzee es un poeta de la esperanza continuamente contrariada. Nos deja sin palabras, habitados por esa sensación intensa de que es muy probable que la crueldad, “gane” a su ciega manera. Y, sin embargo, el ejercicio de la dignidad, el intento de encontrar aquello que es justo, bien vale la pena.
Al final de “Melancolía” de Lars Von Trier –pese a todas las esperanzas, las ilusiones, las soluciones mágicas– los planetas están condenados a chocar y a estallar. En “Esperando a los bárbaros”, más allá de las historias individuales de desenlaces trágicos, lo que el final augura, es el comienzo de la caída de un imperio. Y, también, el hondísimo –aterrador– malentendido inscrito en la condición humana. La fotografía de Chris Menge es de una gran belleza. Ciro Guerra dirigió antes “Pájaros de verano” y “El abrazo de la serpiente”. Con respecto a las diferencias entre la novela y la película dijo: “adaptar es traicionar”.
La película fue presentada en la Sala Julio Bracho de la UNAM como parte de la visita de J.M. Coetzee a México, organizada por el Seminario Universitario de la Modernidad y cuyo eje fue la conversación en la sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario entre el escritor y la Doctora Raquel Serur, Embajadora de México en Ecuador y especialista en la obra del escritor sudafricano. Lleno completo, con la presencia, sobre todo, de personas muy jóvenes. J.M. Coetzee: “No me gusta la manera en la que el inglés está manejando el mundo, cómo empuja hacia abajo los idiomas menores que encuentra en su camino, particularmente en Sudáfrica, ni estas pretensiones universalistas. Esa creencia es como es, según los ojos del inglés. No me gusta la arrogancia que esta situación crea en sus hablantes. Hago lo poco que puedo para resistir esa hegemonía del idioma inglés”.