Aún es pronto para anticipar o siquiera tener una idea de lo que puede pasar en la elección presidencial de 2018, y aunque en las cada vez menos confiables encuestas se empiezan a construir escenarios con los personajes que aspiran a ser postulados por sus partidos, así como con las posibles alianzas o candidaturas independientes, cualquier cosa pudiera ocurrir de un momento a otro como lo demuestran los resultados recientes en Gran Bretaña, Colombia y Estados Unidos -que se equivocaron en prácticamente todos los pronósticos-, con mayor razón si consideramos que falta año y medio para la jornada electoral.
Ante la creciente incertidumbre, la clase política parece cada vez más inquieta por el posible surgimiento de una alternativa que capitalice el descontento ciudadano, ya sea a través de una candidatura independiente -que aún no se alcanza a identificar-, o por el posicionamiento que ha logrado Andrés Manuel López Obrador como un político anti-sistema.
Y no les faltan motivos, sobre todo si tomamos en cuenta que además de los altos índices de inseguridad y violencia, los escándalos de corrupción que involucran a ex gobernadores de varios partidos, los errores constantes del gobierno y el pobre desempeño económico, las expectativas para el próximo año van a la baja anunciando un panorama francamente desalentador.
Pero no es con absurdos llamados al optimismo, con discursos condenando el populismo o con un bombardeo de spots plagados de lugares comunes como van a convencer a una ciudadanía escéptica, inconforme, enojada y que ha ido descubriendo en la participación activa una forma de incidir con éxito en los asuntos públicos. Los tiempos de crisis demandan salir de la zona de confort, dar la cara, hablar de frente, actuar con responsabilidad, convocar a la unidad en torno a objetivos comunes, presentar propuestas, discutir alternativas de solución y eso es precisamente lo que está exigiendo la sociedad.
Dicen que no se pueden esperar resultados distintos haciendo siempre lo mismo, pero tal parece que los tomadores de decisiones así como los grupos de influencia se empeñan en repetir las mismas fórmulas, atender sólo la coyuntura a partir de cálculos inmediatistas y se resguardan en su pequeño mundo tan distante de la realidad de millones de mexicanos.
No han reparado que son ellos mismos los que están generando las condiciones para que la ciudadanía se manifieste mediante un voto de condena a los partidos tradicionales, y apoye una opción que quizá carezca de un proyecto serio y consistente pero en la que encuentre empatía, pueda canalizar su indignación y cuando menos represente algo distinto. Desde luego coincido en que ejemplos como los de Cuauhtémoc Blanco, el polémico alcalde de San Blas “Layín” o el Bronco distan mucho de ser lo que necesita el país, pero es un hecho que los políticos “de siempre” han incumplido con la responsabilidad que se les encomendó.