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13 de agosto de 1521

La caída de México-Tenochtitlán, hoy renombrada como el inicio de la resistencia indígena, representa un punto de inflexión en la historia de México. | Leonardo Bastida

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Escrito en OPINIÓN el

Una gran ciudad flotando en medio de un inmenso lago, formado por el escurrimiento de decenas de pequeños vasos de agua nacidos en las cimas de las montañas que rodeaban al espejo de agua, en la que había enormes estructuras arquitectónicas y un complejo sistema sociopolítico acrecentado por la propia expansión territorial de la cultura residente en el lugar fue el escenario donde, por varios meses, un puñado de hombres provenientes de Europa y miles de originarios de diferentes rincones geográficos de lo que hoy se conoce como México libraron batallas hasta que la urbe cayó en manos de los invasores el 13 de agosto de 1521.

Este episodio, conocido por muchos años como la caída de México-Tenochtitlán, y ahora renombrado y resignificado como el comienzo de la resistencia indígena, representa un punto de inflexión en las distintas historias que conforman la historia de nuestro país, y que a cinco siglos de haber ocurrido los sucesos, aún hay muchos debates abiertos. 

El primero de ellos ha estado centrado en el uso del concepto de conquista, pues hay alas de estudiosos que aún consideran necesario continuar utilizándolo para comprender a este proceso en el que la cultura mexica es sometida por otros pueblos de la propia Mesoamérica y de otros lugares del mundo como los entonces reinos de Castilla y de Aragón. Y hay quienes cuestionan el uso del término por considerarlo una apología al colonialismo, al racismo y a la subyugación de los pueblos indígenas, además de la violencia con la que se cometieron los actos, por lo que han propuesto un recambio a las terminologías utilizadas hasta el momento, renombrándose plazas públicas, calles y otros espacios públicos.

El segundo, centrado en la memoria y la reivindicación de los hechos y de los pueblos afectados, debatiéndose sobre si debería haber un proceso de disculpa pública por parte de España, en la que reconozca haber cometido abusos y vejaciones en contra de las poblaciones que habitaban en nuestro territorio por más de 300 años. Aunado a la exigencia de solicitar a museos y recintos de otros países el retorno de aquellas piezas arqueológicas, libros, códices y otros restos materiales elaborados por las culturas mesoamericanas.

Estas fechas conmemorativas deben servir para repensar al fenómeno histórico en sí. Por ejemplo, en 1989, a propósito del bicentenario de la Revolución Francesa, historiadores galos como Francois Furet impulsaron la revisión historiográfica de los hechos, es decir, la comprensión de cómo en diferentes momentos posteriores a las circunstancias, estás se fueron asimilando y los discursos que se construyeron en torno a ellas. Sumado a involucrar a los sectores que fueron dejados de lado en las diferentes reconstrucciones de los hechos y cuya voz también requería ser escuchada. 

En el caso de la historia mexicana, un ejercicio similar sobre lo ocurrido hace 500 años sería sumamente enriquecedor para replantear muchos aspectos que en el devenir del país se han cimentado sobre falsas apreciaciones o sobre entredichos que no han sido esclarecidos o en el imaginario común perviven versiones parciales y sesgadas. 

También debe comprenderse que lo ocurrido el 13 de agosto de 1521 representó un hito en el flujo de sucesos de la entonces Mesoamérica y otras regiones, y  tuvo repercusiones en muchos otros espacios, no sólo en “el lugar de las tunas de piedra” (significado etimológico de Tenochtitlán), por lo que es válido rescatar y escuchar las voces de los más de 200 grupos existentes en aquella época para terminar de conformar el gran mosaico sociocultural que conforma nuestro país, y comprender el por qué aún persisten ciertas situaciones a pesar del paso del tiempo.

Este es el momento de acercarse y revisar obras clásicas y nuevas sobre el tema, como la de Hugh Thomas (“La conquista de México”), recién reeditada  (Crítica, 2021) y que si bien ha sido cuestionada, como debe ser interrogada toda obra, es un texto que permite acercarse, no tan superficialmente, a ese 13 de agosto de 1521. En  el libro, el historiador compara lo que ocurría en México-Tenochtitlán y en otras ciudades del posclásico mesoamericano, y lo que acontecía en la península ibérica de finales del siglo XV, donde se terminaba de expulsar a las poblaciones musulmanas y se financiaban expediciones para encontrar rutas más cortas hacia las Indias.

Y después explica cómo se construyó el mito de El Dorado y la abundancia del oro en tierras americanas; las formas en que tanto Hernán Cortés como Moctezuma fueron construyendo su imagen el uno del otro, cómo construyeron sus propios planes, en qué tuvieron éxito, en qué fracasaron; cómo se fue suscitando esa batalla del 13 de agosto y por qué tuvo ese carácter súbito y cómo ambos coexistieron en el mismo espacio y tiempo por un par de años, pues, contrario a lo que el imaginario común piensa, esta toma de la capital mexica, del lugar donde míticamente un águila se detuvo sobre un nopal para devorar una serpiente, tomó muchos días y noches. 

Esta efeméride debe servir para comprender que todo lo ocurrido a partir de los contactos entre las culturas europeas y mesoamericanas implicó una serie de procesos sociales, culturales, económicos, artísticos, religiosos, entre otros, en los que no se puede negar un colonialismo o imposición ni una colonialidad o intento de perpetuación de ciertas ideas, que se han traducido en desigualdades para algunos grupos sociales relegados y en la aún lamentable existencia de racismo, xenofobia y clasismo en nuestra sociedad actual. 

Si hablamos de resistencia, del derecho a la memoria de los pueblos originarios, entonces debemos de hablar de derecho a la verdad, y seguir instando a la explicación de los hechos con todas las voces posibles; de la no repetición de este tipo de situaciones, implicando respetar los lugares donde estas culturas se han asentado por siglos además de sus tradiciones y costumbres, privilegiando lo anterior por sobre intereses económicos como los perseguidos por los megaproyectos, y de la reparación de los daños, no en términos estrictamente económicos, sino en garantizar a los pueblos indígenas el respeto de sus derechos humanos y su dignidad. 

En caso de lo contrario, continuaremos perpetuando esa innegable colonialidad que hace 500 años se impuso en la llamada región más transparente, e inundó toda la hoy República Mexicana, siempre tratando de suprimir aquello que ya era una realidad dentro de ella.