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Un 11 de septiembre

Gustavo Ferrari Wolfenson

Por
Escrito en OPINIÓN el

El 11 de septiembre de 2001, como funcionario del gobierno de mi país, la República Argentina, volaba desde la ciudad de México, donde había aprovechado para dar un seminario en el ITAM, a Miami en un avión de American Airlines, para  combinar con otro de la misma empresa hacia New York. Nos esperaban reuniones con los organismos crediticios internacionales para renegociar las condiciones de una línea financiera salvataje que equilibraría la asfixiante situación económica heredada de la administración anterior. 

Eran las 7:30 de la mañana y minutos antes de aterrizar en la Florida, el capitán nos comunicaba que por problemas “operativos” el aeropuerto de Miami estaba cerrado y que debíamos regresar a la Ciudad de México. Mas allá de los comentarios propios que se hacen en una situación así, nunca nos imaginamos que al aterrizar nuevamente en México nos íbamos a encontrar con las imágenes que daban vuelta por todo el mundo.

Las coincidencias de volar por la misma aerolínea, de dirigirme a una ciudad que había sido el centro de operaciones de los atentados y el centro de adiestramiento de los pilotos suicidas, me produjeron muchas sensaciones en interiormente que al día de hoy todavía marcan mucha confusión. Por lo tanto el hacer un comentario analítico sobre los factores políticos – económicos de Estados Unidos luego del 11 de septiembre me llevan a cargarle, por momentos,  alguna cuota  mucho más emocional  que científica.

En lo que respecta a la política interna de los Estados Unidos, siento primeramente que el 11 de septiembre permitió legitimar plenamente a una administración  que no había podido aun desprenderse de la opinión sobre el procedimiento de su acceso al poder y por ende, daba muestras muy notorias de su debilidad institucional. Los sucesos, que representaban un claro ataque contra la integridad y vulnerabilidad del país, hicieron alinear a la población, a sus representantes, más allá del signo político – partidario junto a la máxima autoridad de la nación: su presidente. El fortalecimiento del gobierno significó un primer paso para mostrar a la ciudadanía y al mundo, que mas allá de un cuestionado sistema electoral, el Presidente de los Estados Unidos se llamaba George W. Bush.

En materia económica financiera, meses de recesión acelerada contrastaban fuertemente con los años de crecimiento sostenido del gobierno de Clinton. El inmediato aumento del presupuesto para gastos de defensa, aprobado de emergencia por el Congreso, le permitía al gobierno generar la expectativa de incrementar los índices de producción industrial y empleo, aunque fueran hacia la industria bélica.

En lo personal, la administración de Bush hijo tenía la oportunidad de concluir con un viejo anhelo: derrocar, de cualquier forma, a  los enemigos legados del gobierno de su padre con nombre y apellido: Saddam Hussein.

Si bien las naciones del mundo condenaron abiertamente los ataques del 11 de septiembre, con el paso de los meses fueron más prudentes en acompañar algunas decisiones de los Estados Unidos que fueron consideradas más emocionales que racionales. La Unión Europea en su conjunto comenzó a cuestionar algunas actitudes que giraban en torno a una posición un tanto rudimentaria:

Los que no están conmigo son terroristas también

América Latina en su conjunto vio también esfumarse, en pos de una lucha personal y dirigida hacia otras latitudes, muchos de los recursos que inicialmente estaban destinados a programas de ayuda financiera a sus países. Muchas de las iniciativas hacia el continente se fueron  postergado en función de otras prioridades y la crisis Argentina de finales del 2001, fue un claro ejemplo de ese escenario. No había dinero para otra cosa que no fuera la guerra o gastos en la seguridad.

Aquellos que creían que era imposible que un hecho de esas características sucediera en los Estados Unidos; aquellos que en manos de otros hechos terroristas (como los muertos por la ETA,  Boko HaramAl Shabaab, losTalibanes,  Isis y Al Qaeda) los atentados a la AMIA y a la Embajada de Israel, las victimas de Colombia, Manchester, París, Madrid, Londres, Berlín Bruselas y tantos otros que no pudieron ser mediatizados) aun lloran también a sus víctimas; aquellos que pensaban recibir ayuda financiera para solucionar su déficit interno y la ingobernabilidad de su gestión y no lo consiguieron; para aquellos que clamaban venganza y se han tenido que someter, aunque sin aceptarlo, al marco jurídico establecido por la comunidad internacional y para mí que evidentemente el destino aún no ha signado mi suerte sobre un avión. A dieciséis años de esos sucesos, todos  recordamos ese 11 de septiembre.

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Gustavo Ferrari Wolfenson es Doctor en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Consultor de las Naciones en temas de fortalecimiento institucional para gobiernos. Profesor de Gobernabilidad y Ejercicio del Poder del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Harvard y el ITAM.

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