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La lengua franca

La lengua franca en esta jornada del #8M en Bruselas no es otra que la de la utopía. | Fernanda Fernández

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Escrito en OPINIÓN el

Bruselas, Bélgica. La convocatoria citaba a las 14:00 en Carrefour de l’Europe/Europakruispunt. El metro se quedó abandonado en cuanto quienes asistíamos descendimos para manifestarnos. La lluvia no detiene a la gente en Bruselas, mucho menos cuando de derechos se trata. Aunque se parte desde la Encrucijada de Europa, la movilización que se da en la capital de su Unión es todo menos restringida a intereses de este continente.

Poca gente destaca en la manifestación del ocho de marzo aquí por la mezcolanza; mujeres y hombres, niños y niñas, escasa gente mayor, cuyos orígenes son inciertos pero no lo que nos une al manifestarnos. Se lee un manifiesto en francés, en neerlandés, cuando van por la versión española se descubre que es uno mismo, en italiano, en inglés. Libertad sexual, de derechos y de decisión: la lengua franca en esta jornada no es otra que la de la utopía.

Somos una cifra de 6,300. Somos 6,300 historias y somos 6,300 nombres que sabemos que queremos vivir en plenitud. No sé de dónde vienen todas, pero sé a dónde nos dirigimos. Mujeres con bebés cargados en sus pechos y cubiertos con impermeables de tamaño pequeño exigen aborto legal, gratuito y seguro para América Latina. Mujeres cuyos hiyabs no sólo son morados el día de hoy. Mujeres que en otro tiempo habrían sido propiedad del rey de Bélgica o de cualquier regente con currículum colonial. Mujeres que son tan blancas que se les pueden ver las venas en la cara. Mujeres cuya escritura algunos asumirían que es ideográfica por sus rasgados ojos y probablemente sea francesa, o de dónde sea, por la migración que las precedió. Mujeres que citan el clítoris: hay quienes reclaman por no haberlo encontrado y disfrutado con él, así como quienes reclaman que al haberlo encontrado les fue arrebatado. Mujeres que van sobre ruedas, pedaleando o remando en el pavimento sobre sus sillas. Una chica a la que directamente me dirijo en español: su paraguas porta una manta con la cifra, que son diez historias y diez nombres, de mujeres que asesinan al día en México. Una mujer gitana busca la sororidad con un vaso de café que intenta llenar en euros: nadie tiene cambio en una manifestación que lo reclama. Otras bebidas o recipientes para ellas se encuentran en el lugar: cervezas belgas, Corona tan evadida en estas épocas –y que aunque sea mexicana jamás tomaríamos en una manifestación allá en nuestra tierra por su ilegalidad y por uno de los riesgos que podrían representarnos a las manifestantes- y una matera para matar el frío que se cala con el agua pluvial que no cesa, como tampoco lo hacen quienes cantan consignas y hacen sus mejores esfuerzos para corear otras en una lengua que quizá no es la propia.

Aunque está quieta, la mujer que porta un florero es todo menos eso. Una artista muy extravagante belga que con su performance en la manifestación prueba su punto al plasmar un término inspirado en un objeto como algo que en algún momento parará. Hay mucho arte en las pancartas que se portan y en la indumentaria que se importa para probar una idea, como los gorritos rosas que asimilan a cabezas de gatos que se usaron en Estados Unidos contra su mandatario actual. El contingente en apoyo a la libertad del Kurdistán, además de presentarse como movimiento interseccional, atrae a los que no tienen contingente como si las brujas a las que se han quemado en el pasado hubieran puesto en él un hechizo que invita a todo aquel que lo vea bailar, unirse y dejarse llevar por su inagotable música. Pero a veces no son sólo canciones lo que hacen que la gente se tambalee y pueda caer al suelo, sino también los policías que sin mostrar sus identificaciones e inventándose cualquier patraña, intentan desaparecer en el suelo a una chica y dejan a otra con la boca desdentada y el corazón en rabia. Es tan universal la necesidad de utopía como la violencia que la tira, los pacos, los polis ejercen contra la ciudadanía. Sólo en México y en los Simpson, decía el papá de una amiga. Supongo que los belgas algo de caricaturesco (para bien y para mal) han demostrado tener.

Por un momento la lluvia para y también hace lo mismo con nosotras la policía. El frente de la manifestación va desencriptando y replicando un mensaje cuyo detalle fundamental llega en todas las lenguas: marcha atrás. Las más idealistas pensamos que hacer esto sobrepasa las logísticas de movilidad urbanística a un plano más poético y metafórico sobre la movilización ciudadana.

Las nubes, siempre creadoras del gris bruselense, desaparecen en el humo morado que las manifestantes lanzan al aire. El grupo se dispersa, la resistencia por la igualdad se queda. El cielo entre todas parece más cercano.