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La imaginación ante el coronavirus

La imaginación es la ‘facultad del alma’, una de nuestras capacidades que, si no la dejamos morir, nos puede salvar como humanidad . | Verónica García Morales

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Escrito en OPINIÓN el

Barcelona, España. Fue el último día de aquella realidad que hoy, después de más de veinticinco días de confinamiento, se percibe muy lejana. La última actividad presencial que realicé fue impartir una sesión del curso ‘Cartografías urbanas: la ciudad como motor social’. A la sesión de aquel jueves 12 de marzo asistimos pocas personas, cinco de las doce que nos reunimos habitualmente, todos con la expresión de incredulidad como única mascarilla. Esta que aún mantenemos y que nos hace cada vez más frágiles. El inicio del curso lo marcó el coronavirus. Recuerdo la impresión que me provocó el cierre de la ciudad de Wuhan en China, y todo lo que estaba sucediendo. Empecé el curso con este ejemplo, y como si de un zoom maldito se tratase, de pronto esa realidad aparentemente lejana en espacio, cultura y sistema político, pocos días después nos estalló en la cara con la declaración del estado de alarma en España. 

Había una vez una escritora que cada cierto tiempo alcanzaba una felicidad incontenible. En esos momentos dejaba de escribir. Tenía el temor infundado de que con su escritura pudiese alterar aquella realidad de la que tanto disfrutaba. Había creado el relato, el orden de un mundo entre las líneas de su escritura. De pronto, se asomaba a su alma ese miedo, era como el preludio, la antesala de un derrumbamiento inevitable. El regreso a la escritura. 

Nos hemos percibido ajenos a la vida en toda la dimensión de lo que significa esta palabra, hemos creído que podíamos circunscribirla al entorno de nuestros intereses, valores y códigos de todo tipo. Esto explica el desparpajo con el que incluso nos adentramos al sufrimiento. No sabemos reaccionar y, sobre todo, todavía no hemos aprendido a imaginar y a prevenir. 

Esta crisis humanitaria, la emergencia sanitaria global, es de una miríada emocional indescriptible. Esa es la sensación en la que vivo estos días, cuando con todas mis fuerzas intento sujetarme al presente. Porque es necesario detenerse ante este presente. El debate público se ha instalado en una especie de saltos de tiempos verbales que producen aún más incertidumbre y desasosiego. Se hubiera podido hacer de otra manera, eso siempre; cómo encontraremos el mundo futuro cuando de aquí salgamos, porque de aquí saldremos. Frases hechas que no atienden a lo que estamos viviendo. Pasado y futuro como protagonistas de un presente ausente de reflexión y vacío de silencio. Hoy, que ni siquiera hemos alcanzado al presente en toda su crudeza, muchos medios se llenan de previsiones para el futuro. No son previsiones, son espejismos que testan algunas emociones públicas (miedo, temor, pánico, ira). Si todo este ejercicio de imaginación sobre cómo será el mañana fuera o hubiera sido real, hoy no seríamos tan vulnerables, no estaríamos en esta intemperie.

El primer aviso de la pandemia de covid-19 estuvo en China, no atendimos. En España tenemos al lado a Italia, y tampoco se tomaron las medidas preventivas suficientes. México, Estados Unidos, Brasil, América y el mundo en su conjunto también pueden vernos en España y tampoco se anticipan. No se trata de idealizar para ir por delante de los hechos. 

La imaginación no sólo atiende a lo ideal, también representa las imágenes de las cosas reales. La imaginación es la ‘facultad del alma’, una de nuestras capacidades que, si no la dejamos morir, nos puede salvar como humanidad ante esta emergencia sanitaria global.