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Arquitectura y urbanismo en México y Holanda

La organización territorial, planeación y diseño urbano, paradójicamente, se relacionan directamente con el ciudadano. | Flavio Díaz Mirón

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Escrito en OPINIÓN el

Desde La Haya, Holanda, observo como la organización territorial, planeación y diseño urbano, paradójicamente, se relaciona directamente con el ciudadano. Las plazas públicas, las calles, banquetas, fachadas de casas y estilos de los edificios; cada elemento, tiene una relación personal con el ciudadano a través de la arquitectura y urbanismo tradicional. En esta esquina del mundo, los pueblos y ciudades se diseñaban a priori, y se construían en proporciones humanas, es decir, en medidas acordes con nuestros cinco sentidos y, en gran parte, con un sentido estético. Ésta última cualidad –lo estético o bello–, se hacía y sigue haciéndose realidad en los suelos que todo el mundo pisa, en el ladrillo, las plazas públicas, las calles, árboles, paisajismo y fachadas de casas, tiendas, oficinas, y edificios públicos.

Me es confuso, y sinceramente deprimente, ver que en México hemos perdido ese sentido de responsabilidad cívica en torno al aspecto urbano de nuestras ciudades y pueblos. Pareciera que fomentamos una cultura arquitectónica y urbana improvisada que destruye nuestra herencia cultural y ofende –colectiva y personalmente– al que camina por nuestros pueblos y ciudades.

Pero México tiene una herencia gigante en diseño urbano y arquitectura. Los novohispanos crearon los pueblos y ciudades que aún hoy son destinos turísticos para todos, mexicanos y extranjeros. Los arquitectos y urbanistas de ese periodo se inspiraron de Grecia y Roma antigua, del renacimiento italiano, el arte gótico y demás tradiciones ricas en el tratamiento técnico de sus edificios y en constante desarrollo.

La Ciudad de México, capital del Imperio Español en las Américas, se construyó con la idea en mente de sobrepasar en tamaño a la capital del Imperio Español en Europa; ejemplos los encontramos, entre otros, en nuestra Plaza de la Constitución –el Zócalo– fue diseñado con más precisión y envergadura que la Plaza Mayor de Madrid. Veamos nuestras catedrales e iglesias barrocas y churriguerescos, uno puede contemplarlos por horas. Y por supuesto en la provincia, encontramos arquitectura popular –vernácula–, que atestigua nuestros diversos climas y se construye reflejando las variadas y múltiples idiosincrasias.

Y aún somos, por lo mismo, depositarios y receptores de esas culturas originales. Al contrario de lo que uno puede pensar mientras se encuentre parado en el tráfico vehicular, el ingenio humano que inspiró a construir los lugares que visitamos es por el simple hecho de que son lugares hermosos y agradables, ese ingenio no tiene fecha de caducidad, sigue estando presente en el siglo XXI y es transmisible, de un pueblo al otro, a través de la arquitectura y urbanismo tradicional, la arquitectura y urbanismo clásico.

Las ciudades europeas todavía se consideran particularmente muy en alto porque aún conservan la arquitectura y urbanismo clásico que el movimiento modernista del siglo XX trató de aniquilar, y que actualmente se sigue enseñando en nuestras universidades. En varias ciudades y naciones de Europa, están viendo hacia el pasado para construir las ciudades del futuro porque, al fin y al cabo, los lugares bellos son los que valen la pena cuidar.

Los mexicanos debemos recuperar esa confianza y rescatar nuestros pueblos y ciudades de la informalidad y la improvisación urbana que amenaza nuestra existencia y tranquilidad con ríos urbanos contaminados, vecindarios inseguros, vialidades mal planeadas, transporte deficiente, recesión económica, enfermedades relacionadas con la contaminación atmosférica, entre otros. Porque la organización territorial, planeación y diseño urbano, paradójicamente, se relacionan directamente con el ciudadano.