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Amor ¿entre desiguales?

Los estereotipos socioculturales de lo que significa una relación de pareja son muy distintos si hablamos de un hombre o de una mujer. | Verónica García Morales

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Escrito en OPINIÓN el

El amor entre desiguales es la historia de la que emana un retrato tan sutil como doloroso sobre el amor. La aceptación de que el amor no lo puede todo ya es de por sí amarga. Y es todavía más hiriente cuando el amor extravía a uno de sus protagonistas entre los embrollos de una relación nociva. La renuncia a uno mismo para definirse sólo a través del otro, es uno de los peligros que comporta una relación más que amorosa, de dependencia emocional entre desiguales. Es lo que encontramos en Paris-Austerlitz, de Rafael Chirbes.

La desigualdad entre hombres y mujeres se acentúa en el relato del amor romántico, como apunta la socióloga Eva Illouz en Por qué duele el amor. Los estereotipos socioculturales de lo que significa una relación de pareja son muy distintos si hablamos de un hombre o de una mujer.

En la literatura podemos adentrarnos en innumerables aspectos de las relaciones de pareja. Un ejemplo extraordinario está en el comienzo de Orgullo y prejuicio: “Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa” (Jane Austen, 1813). Podríamos pensar que, con poco más de dos siglos de diferencia, ha quedado atrás una relación de pareja como medio para adquirir posición social o económica. El mero transcurso de los años no hace que desaparezca la idea de que una pareja para la vida de una mujer es determinante. A qué mujer no se le ha cuestionado sobre su situación sentimental.

En México, las relaciones de pareja entre hombres y mujeres se desarrollan en un contexto bastante machista. El machismo, en la definición de la Real Academia Española, es la actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres. El machismo consolida y se nutre de los estereotipos sobre el papel de la mujer en la sociedad y en la familia. En México, y en cualquier parte del mundo, el machismo no se explica por el nivel cultural, educativo, económico y social, sino por la asignación de roles de género que discriminan y, por tanto, derivan en un trato injusto y hasta violento hacia la mujer.

La literatura no confiere inmunidad, ni para la escritora, ni para la poetisa que, a la vez que crea relatos, expone una realidad que de tan frecuente se normaliza. El verano pasado se estrenó en México la película Los adioses, que retrata entre ficción y realidad algunos de los pasajes de la vida de Rosario Castellanos. La relación de pareja de la poetisa con Ricardo Guerra, profesor de Filosofía, no estuvo exenta de machismo. Rosario Castellanos, una de las escritoras más sobresalientes del siglo XX, escribía a pesar de tener una pareja que no la veía como su igual. En Los adioses se proyecta la manera en que él sentía envidia de la creatividad, de la escritura, del protagonismo de la poetisa.

En México, todavía hay quien justifica la infidelidad del hombre por el descuido de la mujer. Además de esos murmullos de la sociedad, de su entorno universitario, Rosario Castellanos escuchaba los gritos de su pareja que le indicaban su lugar, su función, lo absurdo de su carácter ambicioso. En México, es común que las mujeres se enfrenten, al igual que la poetisa, al conflicto emocional de tener que elegir entre una profesión o cumplir con un rol de esposa o de madre, ese que no le permite sobresalir más que su pareja para que éste no se perciba ensombrecido. El amor no lo justifica todo. La poesía de Rosario Castellanos nos traslada a los paisajes acuosos del dolor que provocan los estereotipos, los roles de género.

En México y España la violencia machista persiste. Los contextos son diferentes, más coinciden en la lógica de los estereotipos. Sus protagonistas son las mujeres, niñas, niños. Las relaciones de pareja todavía hoy suponen un peligro, incluso mortal, para las mujeres. Las víctimas mortales por violencia de género a manos de sus parejas o exparejas son una realidad lacerante en Iberoamérica.

En México, desafortunadamente conocemos bien la violencia machista, y su expresión más violenta en el feminicidio. La manifestación de este odio en su dimensión más extrema no surge sin más, ni de pronto. Si nos detenemos en nuestros diálogos quizá nos percatemos de cómo, en no pocas ocasiones, nos referimos a una mujer desde su relación de pareja. Esta actitud, a mi parecer, adquiere un peso significativo cuando se precisan motivos para mantener o justificar una relación a pesar de ser dañina. Es importante, por ello, apartar esa idea de que por amor se soporta todo. Rosario Castellanos, como muchas mujeres, dijo que no, con todo su dolor, que en nombre del amor no se puede todo.

El pringue sobre México

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