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Crónicas desde el Cuerno de África: vivir y representar a México en Etiopía

Apostar por Etiopía y sus vecinos es también proyectar una política exterior más incluyente, humana, solidaria y con visión de futuro. | Isaías Noguez

Escrito en OPINIÓN el

Addis Abeba, Etiopía. A inicios de mayo de 2024 dejé Madrid, ciudad que durante más de seis años fue el centro de mi labor diplomática al servicio de las comunidades mexicanas en España y Andorra. Me despedí del dinamismo de sus calles y del ritmo vertiginoso de una oficina consular que me permitió acompañar casos complejos, de alta visibilidad y gran impacto humano. Además de lo ya registrado en esta columna y otros espacios, pronto concluiré un texto que recoge los principales desafíos y avances de aquella intensa etapa. 

Doce meses han pasado desde mi llegada a Addis Abeba, aún sin saber del todo qué esperar. Cambié los adoquines del centro histórico madrileño por la tierra rojiza y vibrante de África Oriental, y con ello también empezó a transformarse mi forma de entender lo personal y profesional. 

Etiopía me recibió con sus propios códigos: intensos, desafiantes y profundamente humanos. Este primer año ha estado marcado por retos inéditos y también por una riqueza cultural y espiritual que rara vez ocupa titulares o se hace presente en el imaginario colectivo mexicano. Aquí comparto impresiones de lo que ha significado representar lo mexicano en un país de historia milenaria, en una ciudad que no se parece a ninguna otra, y en una región donde cada día plantea una nueva lección.

En Addis Abeba la naturaleza del trabajo es distinta. Desde esta embajada se cubren también las relaciones con Djibouti, Somalia y Sudán del Sur, todos ellos países atravesados por retos políticos, humanitarios y de seguridad, pero también con gran relevancia estratégica para el continente. Además, Etiopía es sede de la Unión Africana y un importante centro de organismos multilaterales, lo que sitúa a México en un escenario de cooperación, desarrollo sostenible y diálogo político.   

Aquí la labor exige una dosis mayor de adaptabilidad, pensamiento estratégico y sensibilidad intercultural. No hay manuales infalibles ni rutinas predecibles. Cada día es una oportunidad para leer la realidad sobre el terreno, en contacto directo con procesos cambiantes y voces diversas. La vida no se observa desde la distancia: se camina, se escucha y se interpreta a ras de suelo. 

Vivir en Addis Abeba implica adaptarse a una ciudad caótica y vibrante, ubicada a 2,300 metros de altitud con altos índices de contaminación. Las fallas eléctricas, la escasez de agua, de insumos de consumo básico, el tráfico impredecible y la inestabilidad en servicios son parte del día a día. Convivir en estas condiciones no solo requiere paciencia, sino reaprender lo cotidiano. Planificar con flexibilidad se convierte en una habilidad indispensable. 

A pesar de todo, estoy convencido que México debe resignificar su presencia en regiones como esta de África, muchas veces ausentes del debate público nacional. Ello exige interpretar el contexto con atención, valorar sus dinámicas propias y acompañar procesos locales con respeto. La informalidad institucional, los distintos códigos de comunicación y la necesidad de establecer relaciones sólidas con autoridades y con la comunidad hacen de esta experiencia un ejercicio constante de escucha, creatividad y diplomacia operativa.

Pero no todo son retos. Etiopía es una experiencia de encuentros transformadores que se anclan en lo humano. Una sonrisa, una taza de café o una mano extendida valen tanto como un discurso. La gente etíope, orgullosa de su historia e identidad, se muestra amable y reservada a la vez, pero generosa cuando se rompe la barrera de lo desconocido. Hay una espiritualidad cotidiana que atraviesa la vida, un respeto profundo por las formas, y una resiliencia admirable ante la adversidad.    

La cultura etíope está viva en cada gesto. Su calendario ortodoxo, con trece meses al año, marca el tiempo de manera distinta (el Año Nuevo, por ejemplo, se celebra en septiembre). Festividades como Meskel o Timket son manifestaciones colectivas de fe y tradición. He caminado entre cientos de personas en procesiones llenas de simbolismos. Aunque no comprendía cada palabra, entendía con claridad que estaba ante una expresión profundamente humana. 

La gastronomía también ha sido una puerta de entrada. Lo picante de sus platillos nos hermana. Compartir una injera -una especie de pita ácida que hace las veces de plato y cubierto- va más allá de lo culinario: es un acto de comunión. Aunque no tomo café, he aprendido a valorar la ceremonia que lo acompaña: es una forma de convivir, de reconocerse, de construir comunidad. 

Ya sea en la búsqueda de víveres, en los esfuerzos por encontrar una nueva sede para la embajada, o en las pocas salidas fuera de la capital (limitadas por razones de seguridad) he encontrado que vivir en Etiopía es dejarse tocar por su ritmo, por sus silencios, por su fortaleza discreta. Hay una riqueza humana que no cabe en los informes ni en las estadísticas, pero que marca a quien la experimenta. 

En esta experiencia se tiene que desaprender lo aprendido en entornos estructurados y abrirse a nuevas formas de leer la realidad. Aquí las respuestas no son inmediatas y las soluciones requieren más empatía que premura. Etiopía me ha recordado que representar lo mexicano no es solo un privilegio, sino también una escuela continua de humildad y adaptación. 

Extraño la cercanía de la labor consular que realicé en Estados Unidos, Guatemala o España -esa posibilidad de acompañar directamente a nuestras comunidades-, pero reconozco que Addis Abeba me ha permitido ampliar la mirada, entender el papel que debemos tener en regiones menos exploradas, y contribuir, desde lo posible, a construir puentes de entendimiento. 

Mucha gente me ha preguntado ¿qué hace México en África? Ahora entiendo que la respuesta va más allá de lo formal. En una región marcada por profundos desafíos estructurales y una enorme vitalidad humana, mantener una presencia diplomática activa no es un gesto de cortesía, sino una apuesta estratégica. África será cada vez más central para las dinámicas globales por su población joven, sus recursos y su papel en los debates clave del mundo que se está reconstruyendo.  

México no puede quedarse al margen. Apostar por Etiopía y sus vecinos es también proyectar una política exterior más incluyente, humana, solidaria y con visión de futuro. Tengo claro que representar a nuestro país en este contexto es un gran desafío y conlleva una gran responsabilidad: la de ayudar a construir puentes donde también se puede ver lejanía, y la de tratar de abrir caminos que, aunque parecen diferentes, también nos pertenecen. 

Isaías Noguez

@IsaiasNoguez