Bogotá, Colombia. ¿Por qué Colombia? Esa pregunta junto con “por allá es muy peligroso” o “te van a robar” fueron las frases que más escuché cuando decidí estudiar una temporada en Medellín y cuando regresé, pero ahora a Bogotá. La realidad es que puedo decir que sí, en Colombia roban; ya fui robado acá por “dar papaya”, pero estos eventos suceden hasta en Europa, donde se supone que el peligro sería yo por ser latino. Sin embargo, también puedo decir que este país me ha robado el corazón, a tal punto que cuando veo la oportunidad de regresar, mi emoción es igual a cuando sé que es tiempo de volver a México.
Colombia y México comparten similitudes notables, como su riqueza natural, la calidez de su gente, y su exquisita comida (al menos ya me he hecho aficionado a las arepas), pero también enfrentan la estigmatización internacional debido al narcotráfico y la violencia junto con la mala fama que los gringos se encargaron de difundir. Sin embargo, Colombia ha demostrado una resiliencia admirable, transformando su imagen global al asociarse con elementos positivos como el café, la salsa o las esmeraldas, dejando atrás las sombras del pasado del narcotráfico y Pablo Escobar. Aunque, siendo justo, la violencia ha dejado profundas cicatrices en sus culturas que para definir ambos países sería con la siguiente frase: “si te gustan las rosas, aprende a querer a las espinas”. Lo anterior es, a pesar de lo hermosos que son Colombia y México, vivir en ellos no es fácil, como los nómadas digitales de La Condesa o El Poblado creen.
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Aun así, más allá de lo negativo, Colombia se siente como una segunda casa. Y esto debido a una bebida que tanto mexicanos como colombianos consumimos mucho, el café. Una taza de café me ha llevado a conocer y compartir historias, momentos, anécdotas, a tal grado que nunca pensé terminar haciendo una cata de café en prensa francesa con un miembro del Servicio Exterior Mexicano y su esposa. Y es así como he dado con personas asombrosas y me he percatado de la solidaridad y camaradería que compartimos y sentimos, ya que cuando uno dice que es mexicano acá, de ley escuchará cuánto gustan y aprecian los colombianos nuestra música, comida y cultura, y es curioso escuchar canciones de regional mexicano en bares de las ciudades.
Asimismo, estas reuniones para tomar café han incentivado el intercambio cultural, y en mi caso ha sido inmenso. Mi palabra favorita del mexicano es “apapacho” y mi palabra favorita del colombiano es “teso”, que básicamente es que una persona sea muy chingona en algo. Aunque, cuando estoy en México últimamente a mi familia o amigos les digo “sumercé” de cariño, he llevado a mi familia a comer buñuelos o almojábanas en Iscala Café, una cafetería en Guadalajara donde la dueña es santandereana, y su panadería no decepciona. Al mismo tiempo, me he dado a la tarea de compartir parte de mi cultura, como enseñarle a una amiga rola a bailar banda y darle la peor enchilada de su vida con un guacamole, porque para mí no picaba, o cuando en una fiesta donde se comenzó con café acabamos con guaro y tequila acabamos cantando canciones de Pedro Infante, Jenni Rivera y Cristian Nodal, y les gustó.
Vestir un sombrero vueltiao o de charro, tomar guaro o tequila, comer tortillas o arepas, incluso las combinaciones extrañas como dulces con chile o queso con chocolate, son ahora parte de mí. Pienso que todo mexicano que visite Colombia se sentirá como en casa, aunque también pienso que nosotros debemos hacer algo sobre el trato que se les da en nuestros aeropuertos cuando van a visitarnos.