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Racionalidad • Steven Pinker

Qué es, por qué escasea y cómo promoverla.

Por
Escrito en OPINIÓN el

Steven Pinker, uno de los mayores especialistas mundiales en el estudio de la mente humana y autor bestseller, nos propone un alegato a favor de la razón humana. Un libro contundente y lleno de herramientas para combatir las pseudociencias, las fake news y acabar con los engaños de terraplanistas y negacionistas.

En el siglo XXI la humanidad está alcanzando nuevas cotas en la comprensión científica y, al mismo tiempo, parece estar enloqueciendo. ¿Cómo puede una especie que ha desarrollado vacunas para la Covid-19 en menos de un año producir tantas noticias falsas, remedios de curanderos y teorías de la conspiración?

Pinker rechaza el cínico lugar común de que somos una especie irracional: cavernícolas extemporáneos cargados de sesgos, falacias e ilusiones. Después de todo, hemos descubierto las leyes de la naturaleza, hemos prolongado y enriquecido nuestras vidas, y hemos fijado los puntos de referencia de la racionalidad misma. En lugar de ello, explica que pensamos de formas sensatas en los contextos de baja tecnología en los que transcurre la mayor parte de nuestras vidas, pero no sacamos partido de las potentes herramientas del razonamiento que hemos construido a lo largo de los milenios: la lógica, el pensamiento crítico, la probabilidad, la correlación y la causalidad, y la toma de decisiones. Estas herramientas no son un componente estándar de nuestros currículos educativos y, hasta la fecha, nunca se habían presentado de un modo claro y ameno.

Racionalidad explora asimismo su contraria: cómo la búsqueda racional del interés propio, la solidaridad sectaria y la mitología edificante de los individuos puede desembocar en la irracionalidad paralizante en una sociedad. La racionalidad colectiva depende de normas explícitamente diseñadas para promover la objetividad y la verdad.

La racionalidad es importante. Nos permite tomar mejores decisiones en nuestra vida y en la esfera pública, y es el principal motor de la justicia social y del progreso moral. Rebosante de perspicacia y de humor, Racionalidad nos iluminará, nos inspirará y nos empoderará.

Fragmento del libro “Racionalidad” de Steven Pinker. Editorial Paidós, © 2021, Traducción: Pablo Hermida Lazcano. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

Steven Pinker es un prominente psicólogo experimental americano, científico cognitivo y un popular escritor, conocido por su defensa enérgica y de gran alcance de la psicología evolucionista y de la teoría computacional de la mente.

Racionalidad | Steven Pinker

#AdelantosEditoriales

 

 

CAPÍTULO

1

¿Cuán racional es este animal?

El hombre es un animal racional. Eso es al menos lo que nos han contado. En el transcurso de mi larga vida he buscado diligentemente pruebas en favor de esta afirmación, pero hasta ahora no he tenido la fortuna de toparme con ellas.

BERTRAND RUSSELL

Aquel que es capaz de criticar con mayor elocuencia y agudeza la debilidad de la mente humana es considera­do casi divino por sus compañeros.

BARUCH SPINOZA

 

Homo sapiens significa «homínido sabio» y, en muchos sentidos, nos hemos ganado el epíteto específico de nuestro binomio linneano. Nuestra especie ha datado el origen del universo, ha son­deado la naturaleza de la materia y la energía, ha descifrado los secretos de la vida, ha desentrañado los circuitos de la conciencia y ha hecho una crónica de nuestra historia y nuestra diversidad. Hemos aplicado estos conocimientos a potenciar nuestro florecimiento, mitigando los flagelos que empobrecían a nuestros antepasados durante la mayor parte de nuestra existencia. Hemos aplazado nuestra esperada cita con la muerte desde los treinta años hasta más de se­tenta (ochenta en los países desarrollados), hemos reducido la pobreza extrema del 95?% de la humanidad a menos del 9?%, hemos disminuido veinte veces las tasas de mortalidad por las guerras y cien veces las muertes provocadas por la hambruna. incluso cuando la antigua maldición de la peste ha resurgido en el siglo XXI, hemos identificado las causas en cuestión de días, hemos secuenciado su genoma en unas semanas y hemos administrado vacunas en un año, manteniendo su número de víctimas en una fracción de las de otras pandemias históricas.

Los recursos cognitivos para entender el mundo y someterlo a nuestra voluntad no son un trofeo de la civilización occidental; son el patrimonio de nuestra especie. Los sans del desierto del Kalahari en el sur de África son uno de los pueblos más antiguos del mundo y su estilo de vida, basado en la búsqueda y recolección de alimentos, mantenido hasta fechas recientes, nos permite vislumbrar las formas en las que ha transcurrido la mayor parte de nuestra existencia como humanos. Los cazadores recolectores no se limitan a arrojar lanzas a los animales que pasan o a coger las frutas y los frutos secos que crecen a su alrededor. El experto en rastreo Louis Liebenberg, que ha trabajado durante décadas con los sans, ha descrito cómo estos deben su supervivencia a una mentalidad científica. Razonan a partir de datos fragmentarios hasta llegar a conclusiones remotas con un manejo intuitivo de la lógica, el pensamiento crítico, el razonamiento estadístico, la inferencia causal y la teoría de juegos.

Los sans practican la caza de persistencia, que explota nuestras tres características más conspicuas: nuestro bipedismo, que nos permite correr eficientemente; nuestra falta de pelo corporal, que nos permite liberar el calor en los climas cálidos, y nuestra gran cabeza, que nos permite ser racionales. Los sans despliegan esta racionalidad para rastrear a los animales que huyen a partir de las huellas de sus pezuñas, sus efluvios y otras pistas, persiguiéndolos hasta que estos se desploman por agotamiento e insolación. A veces, los sans ras­trean a un animal a lo largo de uno de sus caminos habituales o, cuan­do el rastro se pierde, buscando en círculos crecientes en torno a las últimas huellas conocidas. Pero con frecuencia los rastrean mediante el razonamiento.

Los cazadores distinguen docenas de especies por las formas y la separación de sus huellas, ayudados por su comprensión de las cau­sas y los efectos. Pueden inferir que una huella profundamente pun­tiaguda procede de una ágil gacela saltarina, que necesita un buen agarre, mientras que una huella de pies planos procede de un pesado kudú, que tiene que soportar su peso. Son capaces de determinar el sexo de los animales a partir de la configuración de sus huellas y de la ubicación relativa de su orina respecto de sus extremidades posterio­ res y sus excrementos. Usan estas categorías para hacer deducciones silogísticas: el racífero común y el duiker pueden cazarse en la esta­ción lluviosa porque la arena mojada los obliga a abrir sus pezuñas y entumece sus articulaciones; el kudú y el eland pueden atraparse en la temporada seca porque se cansan fácilmente en la arena suelta. Es la estación seca y el animal que ha dejado estas huellas es un kudú; por consiguiente, este animal puede ser cazado.

Los sans no solo clasifican los animales en categorías, sino que hacen asimismo distinciones lógicas más sutiles. Reconocen a los individuos dentro de una especie por las huellas de sus pezuñas, variaciones y rasguños reveladores. Y distinguen las características permanentes de un individuo, como su especie y su sexo, de las condiciones transi­ torias, como la fatiga, que infieren de los signos del arrastre de las pe­ zuñas y las paradas para descansar. Desafiando la patraña de que los pueblos premodernos carecen de concepto de tiempo, estiman la edad de un animal a partir del tamaño y la nitidez de sus huellas, y pueden datar su rastro en función de lo recientes que sean las huellas, la humedad de la saliva o los excrementos, el ángulo del sol respecto de un lugar de descanso sombreado y el palimpsesto de huellas superpuestas de otros animales. La caza por persistencia no podría tener éxito sin esas sutilezas lógicas. Un cazador no puede rastrear cualquier órice de entre los muchos que han dejado huellas, sino solo el que ha estado persiguiendo hasta la extenuación.

Los sans cultivan asimismo el pensamiento crítico. Saben no fiar­se de sus primeras impresiones y aprecian los peligros de ver aquello que desean ver. Tampoco aceptan los argumentos de autoridad: cual­quiera, incluido un joven osado, puede echar por tierra una conjetura o proponer la suya propia hasta que de la disputa surja un consenso. Aunque son principalmente los hombres los que se dedican a la caza, las mujeres son tan expertas como ellos en la interpretación de los rastros, y Liebenberg refiere que una joven llamada !Nasi «puso en evidencia a los hombres».

Los sans adaptan su creencia en una hipótesis en función de lo diagnósticas que sean las pruebas, una cuestión de probabilidad con­dicional. Un pie de puercoespín, por ejemplo, tiene dos almohadillas proximales, en tanto que el tejón de la miel tiene una solo, pero puede que una almohadilla no deje huella en un suelo duro. Esto significa que, aunque es alta la probabilidad de que un rastro tenga una huella de almohadilla, dado que fue dejado por un tejón de la miel, la probabilidad inversa, que un rastro fuese dejado por un tejón de la miel dado que tiene una huella de almohadilla, es más baja (ya que también podría tratarse de una huella incompleta de un puercoes­pín). Los sans no confunden estas probabilidades condicionales: sa­ben que, como dos huellas de almohadillas solo podrían haber sido dejadas por un puercoespín, la probabilidad de un puercoespín, da­das dos huellas de almohadillas, es alta.

Los sans calibran también su creencia en una hipótesis conforme a la plausibilidad previa de esta. Si las huellas son ambiguas, asumi­rán que proceden de una especie común; solamente si las pruebas son definitivas concluirán que provienen de una más rara. Como ve­remos, esa es la esencia del razonamiento bayesiano.

Otra facultad crítica ejercida por los sans es la distinción entre causalidad y correlación. Liebenberg recuerda: «Un rastreador, Bo­roh//xao, me contó que, cuando el pájaro canta, seca la tierra y hace que las raíces sean buenas para comer. Después, !Nate y /Uase me di­jeron que Boroh//xao estaba equivocado: no es el pájaro el que seca la tierra, es el sol el que la seca. El pájaro solo les está diciendo que la tierra se secará en los meses siguientes y que es la época del año en la que las raíces son buenas para comer».

Los sans utilizan su conocimiento de la textura causal de su entorno no solo para entender cómo es este, sino también para imaginar cómo podría ser. Al representar escenarios en su imaginación, pue­den pensar varios pasos por delante de los animales en su mundo e idear intrincadas trampas para atraparlos. Se ancla al suelo un extremo de una rama elástica y se dobla el palo por la mitad; en el otro, se ata un lazo camuflado con ramillas y arena, sujeto mediante un gatillo. Colocan las trampas en las aberturas de las barreras que han construi­do en torno al lugar de descanso de un antílope y guían al animal hacia el sitio letal con un obstáculo que el antílope debe superar. o bien atraen a un avestruz hacia una trampa localizando sus huellas bajo una acacia erioloba o espina de camello (cuyas vainas son un manjar para los avestruces), dejando bien visible un hueso demasiado grande para ser tragado por el avestruz, que atrae su atención hacia otro hueso más pequeño, pero todavía intragable, que conduce hasta un hueso más pequeño, el cebo en la trampa.

No obstante, pese a la eficacia mortífera de la tecnología de los sans, estos han sobrevivido en un desierto implacable durante más de cien mil años sin exterminar a los animales de los que dependen. Durante una sequía, piensan por anticipado en lo que sucedería si mataran la última planta o animal de su especie, y perdonan la vida a los miembros de las especies amenazadas. Adaptan sus planes de conservación a las diferentes vulnerabilidades de las plantas, que no pueden migrar, pero que se recuperan con rapidez cuando vuelven las lluvias, y de los animales, que pueden sobrevivir a una sequía pero tardan mucho tiempo en restablecer su número de individuos. E im­ ponen estos esfuerzos de conservación contra la tentación constante de la caza furtiva (pues todos creen que deberían explotar las especies raras porque, si no lo hacen ellos, lo harán los demás), con una extensión de las normas de reciprocidad y bienestar colectivo que gobiernan todos sus recursos. Para un cazador san resulta impensable no compartir la carne con un compañero del grupo que tiene las manos vacías, o excluir a un grupo vecino expulsado de su territorio azotado por la sequía, pues saben que los recuerdos perduran y algún día pueden volverse las tornas.

La sapiencia de los sans acentúa la paradoja de la racionalidad humana. Pese a nuestra antigua capacidad para razonar, hoy estamos inundados de recordatorios de las falacias y los disparates de nuestros semejantes. La gente apuesta y juega a la lotería, donde tiene garantizadas las pérdidas, y no consigue invertir en su jubilación, donde tiene garantizadas las ganancias. Tres cuartas partes de los estadouni­denses creen al menos en un fenómeno que desafía las leyes de la ciencia, incluidos la sanación psíquica (55?%), la percepción extra­sensorial (41?%), las casas encantadas (37?%) y los fantasmas (32?%), lo cual significa, además, que algunas personas creen en las casas en­cantadas por los fantasmas sin creer en los fantasmas. En los medios sociales, las fake news (tales como «Joe Biden llama a los partidarios de Trump “la escoria de la sociedad”» y «Hombre arrestado en flo­ rida por sedar y violar caimanes en los Everglades») se difunden más lejos y más rápido que la verdad, y los humanos tienen más probabi­ lidades de propagarlas que los bots.

Ha llegado a ser un lugar común concluir que los humanos son sencillamente irracionales, más parecidos a Homer Simpson que al señor Spock; más a Alfred E. Neuman* que a John von Neumann. Y, continúan los cínicos, ¿qué otra cosa cabría esperar de los des­cendientes de los cazadores recolectores cuya mente fue selecciona­da para evitar convertirse en almuerzo de los leopardos? Pero los psicólogos evolucionistas, conscientes del ingenio de los pueblos cazadores recolectores, insisten en que los humanos evolucionaron para ocupar el «nicho cognitivo»: la capacidad de aventajar a la na­ turaleza con el lenguaje, la sociabilidad y el conocimiento. Si los hu­manos contemporáneos parecen irracionales, no culpemos a los ca­ zadores recolectores.

¿Cómo podemos entender entonces esta cosa llamada racionalidad, que parecería ser nuestro derecho de nacimiento, pero que es flagrantemente desdeñada con tanta frecuencia? El punto de partida consiste en apreciar que la racionalidad no es un poder que un agen­te posee o no posee, como la visión de rayos X de Superman. Es un juego de herramientas que puede alcanzar objetivos particulares en mundos particulares. Para comprender qué es la racionalidad, por qué parece escasear y por qué es importante, hemos de comenzar con las verdades fundamentales de la racionalidad misma: las formas en las que debería razonar un agente inteligente, dados sus objetivos y el mundo en el que vive. Estos modelos «normativos» provienen de la lógica, la filosofía, las matemáticas y la inteligencia artificial, y suponen la mejor comprensión de la solución «correcta» de un problema y del modo de hallarla por nuestra parte. Sirven de aspiración para aquellos que desean ser racionales, que deberíamos ser todos. Un objetivo primordial de este libro es explicar las herramientas normativas de la razón más ampliamente aplicables; estas constituyen los temas de los capítulos 3 a 9.

Los modelos normativos sirven asimismo como puntos de referencia para evaluar cómo razonamos de hecho los torpes e incompetentes humanos, el tema de la psicología y de las demás ciencias del comportamiento. Las múltiples formas en las que las personas ordi­narias no alcanzan estos puntos de referencia se han vuelto famosas gracias a las investigaciones, galardonadas con el Premio Nobel, de Daniel Kahneman, Amos Tversky y otros psicólogos y economistas comportamentales. Cuando los juicios de las personas se desvían de un modelo normativo, como sucede con tanta frecuencia, tenemos un enigma que resolver. A veces, la disparidad revela una irracionali­dad genuina: el cerebro humano no es capaz de hacer frente a la com­plejidad de un problema, o arrastra un error que lo conduce obstina­damente una y otra vez hacia la respuesta incorrecta.

Pero en muchos casos la aparente locura de los individuos tiene su explicación. Puede que se les haya presentado un problema en un formato engañoso y, cuando este se traduce a un lenguaje más ami­gable para la mente, lo resuelven. o puede que el propio modelo normativo sea correcto únicamente en un entorno particular, y que las personas perciban acertadamente que no están en él, por lo que el modelo no resulta aplicable. o bien puede que el modelo esté diseñado para lograr un objetivo determinado y, para bien o para mal, los individuos anden tras una meta diferente. En los próximos capítulos veremos ejemplos de todas estas circunstancias atenuantes. En el penúltimo capítulo se expondrá cómo algunos de los floridos estallidos de irracionalidad actuales pueden interpretarse como la persecución racional de objetivos distintos de una comprensión objetiva del mundo.

Aunque las explicaciones de la irracionalidad pueden absolver a las personas del cargo de absoluta estupidez, comprender no equiva­le a perdonar. A veces, podemos tener unas expectativas más eleva­das para las personas. Podemos enseñarlas a identificar un problema profundo bajo sus disfraces superficiales. Podemos incitarlas a apli­car sus mejores hábitos de pensamiento fuera de sus zonas de confort. Y podemos inspirarlas para poner sus miras por encima de los objetivos contraproducentes o colectivamente destructivos. Estas son otras de las aspiraciones de este libro.

Dado que una idea recurrente en el estudio del juicio y la toma de decisiones es que los humanos devienen más racionales cuando la información que manejan es más vívida y relevante, permítaseme pasar a los ejemplos. Cada uno de estos clásicos —de las matemáticas, la lógica, la probabilidad y la predicción— revela una peculiaridad de nuestro razonamiento y servirá de anticipo de los estándares normativos de la racionalidad (y de las formas en que la gente se aparta de ellos) de los capítulos siguientes.

TRES SENCILLOS PROBLEMAS DE MATEMÁTICAS

Todo el mundo recuerda los tormentos del instituto con los pro­blemas de álgebra, en los que se pedía calcular dónde se encontraría el tren que salía de Eastford hacia el oeste a ciento diez kilómetros por hora con el tren que salía de Westford, a cuatrocientos veinte kilómetros de distancia, y que viajaba hacia el este a noventa y seis kilómetros por hora. Estos tres son más sencillos y puedes resolverlos de cabeza:

•     Un smartphone y una funda cuestan ciento diez dólares en total. El teléfono cuesta cien dólares más que la funda. ¿Cuánto cuesta la funda?

•     Se necesitan ocho impresoras durante ocho minutos para imprimir ocho folletos. ¿Cuánto tardarían veinticuatro impreso­ras en imprimir veinticuatro folletos?

•     En un campo hay una zona de maleza. Cada día, esa zona duplica su tamaño. El área tarda treinta días en cubrir el campo entero. ¿Cuánto tiempo tardó en cubrir la mitad del campo?

La respuesta al primer problema es cinco dólares. Si eres como la mayoría de la gente, habrás respondido diez dólares. Pero si esa fuera la respuesta correcta, el teléfono costaría ciento diez dólares (cien dólares más que la funda) y el precio total de ambos artículos sería cien­to veinte dólares.

La respuesta a la segunda pregunta es ocho minutos. Una impre­sora tarda ocho minutos en imprimir un folleto, luego, como hay tantas impresoras como folletos y están trabajando simultáneamente, el tiempo de imprimir los folletos es el mismo.

La respuesta al tercer problema es veintinueve días. Si la zona de maleza duplica su tamaño cada día, entonces, retrocediendo desde el día en que el campo quedó completamente cubierto, debió de estar medio cubierto el día anterior.

El economista Shane Frederick pasó estas preguntas (con dife­rentes ejemplos) a miles de estudiantes universitarios y descubrió que cinco de cada seis respondían mal al menos una de ellas, en tanto que uno de cada tres respondía todas mal. Sin embargo, cada pregunta tiene una respuesta sencilla que casi todo el mundo entiende cuando se le explica. La dificultad estriba en que la gente desvía la atención hacia aspectos superficiales del problema, que consideran erróneamente relevantes para la respuesta, como los números redondos cien y diez en el primer problema y el hecho de que el número de impresoras sea el mismo que el número de minutos en el segundo.

Frederick da a su batería de baja tecnología el nombre de test de reflexión cognitiva y sugiere que este pone de manifiesto una escisión entre dos sistemas cognitivos, que más tarde haría famosos Kahne­man (coautor de algunos de sus trabajos) en el superventas de 2011 Thinking Fast and Slow (Pensar rápido, pensar despacio). El sistema 1 opera rápidamente y sin ningún esfuerzo, y nos seduce con las respuestas incorrectas; el sistema 2 requiere concentración, motivación y la aplicación de reglas aprendidas, y nos permite comprender las correctas. Nadie piensa que se trate literalmente de dos sistemas anatómicos del cerebro; son dos modos de operación que involucran múltiples estructuras cerebrales. El sistema 1 implica juicios instantáneos; el sistema 2 implica pensárselo dos veces.

La lección del test de reflexión cognitiva es que los errores garrafa­les de razonamiento pueden ser fruto de la irreflexión más que de la ineptitud. incluso los estudiantes del instituto de Tecnología de Mas­sachusetts, sobresaliente en matemáticas, resolvieron correctamente por término medio dos de los tres problemas. Como cabía esperar, los resultados están correlacionados con la destreza en matemáticas, pero también con la paciencia. Los individuos que se describen a sí mismos como no impulsivos y que prefieren esperar un pago más grande en un mes que recibir uno más pequeño inmediatamente, tie­ nen menos probabilidades de caer en trampas.

Los dos primeros problemas parecen preguntas capciosas. Ello se debe al hecho de que proporcionan detalles que, en el ir y venir de la conversación, resultarían relevantes para lo que el hablante está pre­guntando, pero que en estos ejemplos está diseñado para llevar por mal camino al oyente (los resultados mejoran cuando el smartphone cuesta, pongamos por caso, setenta y tres dólares más que la funda y la suma asciende a ochenta y nueve dólares). Pero ni que decir tiene que en la vida real también existen cebos en forma de embaucamien­tos y cantos de sirena que nos apartan de las buenas decisiones, y ser racional consiste en parte en resistirse a ellos. Quienes se dejan enga­ñar por las respuestas seductoras pero falsas en el test de reflexión cognitiva parecen ser menos racionales en otros ámbitos, como a la hora de rechazar ofertas lucrativas que requieren un poco de espera o algún riesgo.

* Niño mascota ficticio de la portada de la revista estadounidense de humor MAD [N. del T.].