Main logo

NO ES NO • Reinserta

Saskia Niño de Rivera, Mercedes Castañeda, Mercedes Llamas, Anna Karen González, Jessica Vallarino, José Balandra, Eduardo García y Jesús Raudales.

Por
Escrito en OPINIÓN el

Guía de actuación ante la violencia sexual en México: conoce, actúa, denuncia y acompaña.

El organismo de Reinserta ofrece en este libro una guía básica e indispensable para saber qué hacer en caso de acoso, violación o abuso sexual.

Con claridad en la exposición, ejemplos puntuales y testimonios impactantes, los miembros de Reinserta (penalistas, trabajadores sociales, abogadas, criminólogas, psicólogas y expertos en equidad de género) orientan a las lectoras y los lectores para que puedan ejercer sus derechos.

Con un lenguaje sencillo y directo, estas páginas ofrecen argumentos y casos que detallan cómo se les llama legalmente a estos delitos, qué pasos deben seguir quienes desean hacer una denuncia y a qué instituciones pueden acudir.

En estos tiempos lamentables donde la inseguridad, la impunidad y los feminicidios han tenido un crecimiento acelerado, No es no es el libro que madres, padres y cuidadores de niñas, niños, mujeres, hombres y adolescentes, maestros y familiares de personas sobrevivientes de violencia sexual deben leer para decir basta a esta innegable realidad.

Fragmento “No es no. Guía de actuación ante la violencia sexual en México: conoce actúa, denuncia y acompaña”, de Saskia Niño de Rivera, Mercedes Castañeda, Mercedes Llamas Palomar, Anna Karen González, Jessica Vallarino, José Pablo Balandra, Eduardo García y Jesús Fernando Raudales, editado por Aguilar.

#AdelantosEditoriales


Carta de sobreviviente

Nunca imaginé que iba a ver la luz pues durante mucho tiempo sólo vi oscuridad. Me veía al espejo y no me reconocía, me veía en fotografías y no sentía más que odio y desprecio, cuando me bañaba imaginaba cómo sería quitarme la piel y ser sólo un hueso, un hueso al que nadie pudiera lastimar.

Silencio, silencio, silencio, sólo buscaba el silencio: oscu­ ridad, negro, dolor, miedo, odio, desaparecer, silencio. Du­rante mucho tiempo ésas eran las únicas palabras que viajaban por mi mente.

La luz finalmente llegó, y por eso escribo esto. Porque la oscuridad se transformó. Sin duda no soy la misma, ésa de antes ya nunca será, la eliminaron un 24 de septiembre y a veces ya ni recuerdo cómo era. Pero hoy me atrevo a decir que estoy bien, y te digo a ti, querida lectora, querido lector, que tú también vas a estar bien. Me quitaron mi voz, pero la recuperé. Nos quitaron nuestro cuerpo, pero no nos pueden quitar nuestros sueños. Nos cortaron nuestras alas, pero con amor podemos ayudarlas a crecer, y repito: vas a estar bien.

Hoy te digo a ti, desde lo más profundo de mi corazón, que confíes en alguien, que te dejes ayudar. Seguramen­te no querrás que nadie te abrace, pero déjate escuchar y escucha las palabras de aliento, las necesitas, las mereces. Recibe ese pañuelo para secar tus lágrimas. Mi amiga, mi querida amiga, aprenderás a vivir con esto y uniremos nuestra voz para que las mujeres podamos ser libres. Somos fuertes, pero aún nos falta para ser libres. Hoy todavía tengo miedo, pero tengo mi voz y me tengo a mí.

Hermana, amiga, te invito a transformar la oscuridad en luz. Ya te quitaron suficiente, no les des más. Cuídate, ámate y déjate ayudar. Te lo mereces.

Socorro, 26 años.

Sobreviviente de violación tumultuaria en cdmx.

Durante 2 meses, ella no habló. Lo único que hacía era dibujar el logo de un equipo de futbol de forma compulsiva. Tiempo después pudo declarar que la violaron unos jóvenes saliendo de un partido de futbol y venían vestidos de ese equipo. Hoy, 3 de 6 hombres están detenidos.

Introducción

NO ES NO representa las voces de mujeres y hombres que se encuentran preocupados por la violencia sexual en México. Especificamos mujeres y hombres porque la violencia sexual no discrimina y sólo juntas y juntos podemos combatirla. Su dolor, preocupación y desconocimiento nos han llevado a generar una propuesta de valor para las y los lectores. Buscamos que la justicia acompañe todas las páginas de este libro, pues sólo optando por ella, lograremos reconstruir el tejido social de nuestro país.

Iniciar esta conversación y entablar este diálogo nos permitirá empezar a actuar. Queremos mover las piezas necesarias para acercarnos a la empatía y la justicia, para que ningún otro acto de violencia sexual pase desapercibido, para que ningún otro sobreviviente se sienta no escuchado y desatendido, para que la impunidad no deje cabida a más agresiones y, sobre todo, para que entendamos, conozcamos y nos animemos a actuar y/o acompañar desde una postura informada, libre de prejuicios y mitos; proporcionándole a las y los sobrevivientes un espacio seguro.

Escogimos la palabra sobreviviente en estas páginas porque ésta representa la lucha interna que conlleva sobrevivir a aquello que no escogimos vivir. Aquello que, por circunstancias de la vida ajenas a nosotras y a nosotros, nos vemos forzadas y forzados a integrar como parte de nuestra historia y a luchar todos los días para superarlo. Víctima es el término que decidimos desechar pues aspiramos a que los y las sobrevivientes de delito en este país sobrevivan a aquello que como sociedad nos toca reparar. Hablaremos de víctima sólo para referirnos al momento de la comisión del delito, pero utilizaremos el término sobreviviente para todo lo que viene tras la agresión. Sobrevivir ya es, como tal, un acto heróico.

La construcción de estas páginas se ha nutrido con tus dudas, las dudas de mujeres y hombres valientes que nos dieron la confianza de compartir con nosotras y nosotros sus preocupaciones y sus vivencias relacionadas con la violencia sexual.

La violencia sexual es un monstruo invisible, silencioso, que incomoda en cuanto hace un poco de ruido y del que pocas y pocos quieren hablar; y las y los que deciden hacerlo, no saben cómo. Lo que no se ve, o no se nombra, no existe; por ello, consideramos esencial abordar este tema.

La victimización no termina con la agresión. En la mayoría de los casos los procesos no son efectivos, ya que los códigos penales de nuestro país se traducen en interminables letanías que se alejan de la ciudadanía y las leyes no cumplen su cometido cuando se ven operadas por instituciones rebasadas en corrupción, impunidad, casos sin resolver y con poca autoridad (profesionalismo) en su actuación.

La Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ensu) revela que casi 5 millones de mujeres fueron víctimas de delitos sexuales y/o acoso callejero durante el segundo semestre de 2020, y más preocupante aún es que 98.6% de los casos de violencia sexual que sufrieron las mujeres mayores de 18 años no fueron denunciados o no se inició una investigación. Por otra parte, de acuerdo con la Oficina de Naciones Unidas para las Mujeres (ONU mujeres) en nuestro país, casi 7 de cada 10 mujeres han enfrentado violencia por lo menos una vez en su vida, y casi 5 de cada 10 han experimentado violencia por parte de su pareja.

En los últimos años, México se ha posicionado como el primer lugar en abuso sexual infantil a nivel mundial, con 5.4 millones de casos por año. Asimismo, se ha convertido en uno de los lugares donde la pornografía infantil va a la alza, generando 60% del contenido pornográfico infantil que existe en el planeta. Este tema no sólo se queda ahí, nuestro país se ha convertido en un paraíso para el turismo sexual infantil; lugares como Cancún, Acapulco, Puerto Vallarta, Tijuana son algunas de las ciudades donde más se ejerce este tipo de violencia contra niñas, niños y adolescentes.

Aldeas Infantiles SOS establece que 4 de cada 10 personas que han sufrido un delito sexual, son niñas y niños. La Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) reporta que “en 60% de los casos de violencia sexual de niños y niñas, sus principales agresores son personas integrantes de la familia: padre, padrastro, hermano, abuelo, tío o primo...”. Coincidente con lo anterior, de los 19 testimonios que te vamos a presentar a lo largo del libro, 4 de los sobrevivientes sufrieron el abuso a manos de sus papás; 2 a manos de sus parejas; una de su primo; 5 de amigos o vecinos; 3 de maestros; 2 de jefes y sólo 2 casos por parte de desconocidos.

Respondiendo a estas cifras, las acciones ejercidas por las instituciones y la sociedad parecen ser simples intentos de querer poner un “curita” en una herida que es más grande y profunda. Las instituciones han sido rebasadas y, ante esto, es importante generar, poco a poco, acciones que detonen propuestas integrales­ que otorguen la atención adecuada a todos aquellos y aquellas­ que han sufrido este tipo de violencia; porque la violencia sexual sigue caminando a pasos agigantados y crece a medida que dos elementos se siguen presentando: falta de denuncia e impunidad.

Al hablar de violencia sexual, no sólo hay que referirnos a la violación, sino que existen diversos comportamientos que, por su cotidianeidad, parecen normales en la sociedad. No es no es una respuesta desde Reinserta en el acompañamiento al dolor, a la incertidumbre, así como a la prevención de este tipo de conductas, para que nuestras lectoras y lectores cuenten con material que les permita comprender lo que están viviendo y tener herramientas para sobrellevar este proceso.

Hoy resulta fundamental contar con información verídica y simplificada sobre temas que en nuestro país siguen siendo tabúes.

Resulta preciso brindar una propuesta integral que, lejos de ser un “punto final” en la materia, permita abrir un espacio de diálogo en un contexto donde aún no se ha encontrado. La violencia sexual tiene muchas caras y edades: niños, niñas, hombres, mujeres, personas de la tercera edad, personas con discapacidad y todas aquellas y todos aquellos quienes bajo ninguna circunstancia merecieron, merecen ni merecerán sufrir este tipo de agresiones. Hoy escribimos por y para ellas y ellos.

Es importante mencionar que hicimos un esfuerzo titánico por incluir testimonios de hombres, sin embargo, nos enfrentamos a un hermetismo casi total y a una renuencia para que éstos quisieran contar las agresiones sexuales a las que han sido sometidos. Estamos convencidos de que la violencia sexual contra hombres también existe y que el problema puede ser mayor del que nos imaginamos, ya que por razones diversas siguen prefiriendo no alzar la voz.

El libro está dividido en 4 capítulos: en el primero se define la violencia sexual, así como el consentimiento –factor clave en la violencia sexual–, ya que de éste depende si es un acto voluntario consensuado o si por el contrario, se convierte en una transgresión a la intimidad personal.

En el segundo se desarrollan todas las acciones que conforman la violencia sexual: desde un acoso sexual, hasta delitos como abuso sexual, hostigamiento, delitos contra la intimidad sexual, estupro, culminando con la violación y explotación sexual.

Los delitos son abordados desde el aspecto jurídico, pues representa el punto de partida para todas y todos. Sin embargo, no quisimos quedarnos ahí, por lo que estas líneas buscan simplificar los términos legales que pueden ser difíciles de comprender para las personas que no están familiarizadas con ellos. El esfuerzo de ir más allá para acompañar a las y los lectores se materializó en esta sección del libro al acompañar cada uno de los delitos con una historia verídica de alguna o algún sobreviviente que, en su afán por sanar sus heridas o por aportar su granito de arena para prevenir futuros casos, nos compartieron sus experiencias más íntimas. A todas ellas y a todos ellos, gracias por confiar en nuestro trabajo.

El tercer capítulo se centra en el acompañamiento psicoló­gico de todas y todos los sobrevivientes abarcando recomenda­ciones enfocadas a su recuperación emocional, así como para evitar la revictimización que las y los sobrevivientes pueden llegar a sufrir. De igual forma, se incluye un apartado dedicado a la prevención y tratamiento de la violencia sexual en niñas y niños, y un apartado en el que se mencionan los factores de riesgo que pueden influir para que una persona sea víctima o victimario de violencia sexual. Consideramos que esta parte es esencial, por lo que agregamos sugerencias para la recuperación psicológica y emocional de los sobrevivientes de agresiones sexuales, además incluimos consejos para los familiares o amigos que quieran apoyarlos. En este mismo capítulo se incluyen herramientas para profesionales en salud mental especializados en violencia sexual.

En el último capítulo desarrollamos los derechos con los que cuentan las y los agredidos, el proceso penal que debe seguir un sobreviviente, todo ello con el objeto de construir una guía práctica para todas y todos aquellos que sufrieron violencia sexual y quieran proceder legalmente; es importante establecer que los procedimientos pueden variar por entidad federativa empezando por que algunas violencias sexuales pueden o no ser delito de acuerdo con el lugar donde fueron cometidas. En esta sección del libro hemos creado un cuadro simple, pero completo y simplificado en el que podrás observar qué está legislado en cada estado de la República mexicana, esperamos pueda ayudarte

1. ¿Qué es la violencia sexual?

HISTORIA DE MARIANA

Mi hija Mariana tiene tan sólo 4 años. Ella aparte de ser una niña, tiene una discapacidad de retraso generalizado en el desarrollo y eso le impide hablar como otros niños de su edad. Su comunicación es monosilábica y usa muy pocas palabras, tan pocas que se pueden contar con los dedos de las manos. Es por esto que yo seré su voz para platicar sobre el abuso que sufrió por parte de su padre… sí, su padre biológico, su sangre, el que conmigo le dio lo más sa­grado que existe que es la vida, el que tendría que velar y cuidar por su integridad a lo largo de toda su vida.

El papá de Mariana y yo nos separamos cuando ella ape­nas iba a cumplir tres meses. No necesitamos de jueces ni de que el sistema se metiera para establecer las visitas, sim­plemente platicamos y acordamos los días que él vería a la niña y yo me sentía muy tranquila cuando se la llevaba, nunca pensé que esto podría pasar.

Después de cumplir 3 años, un miércoles como todos los miércoles, su papá me regresó a Mariana, llegó la tarde y cuando la estaba bañando, noté que tenía una grieta en su ano, estaba rasgado y enrojecido. Inmediatamente la llevé al doctor y me dijo que podría haber sido estreñimiento, pero que si volvía a pasar la llevara al Hospital de Especiali­ dades del Niño y la Mujer.

Al día siguiente su papá volvió a pasar por ella y durante la convivencia me marcó para decirme que Mariana tenía flujo vaginal. Llamé a la doctora quien me dijo qué pomada untarle, se lo dije a su papá y él se la puso.

Tres días después, el 31 de octubre, volvió a pasar por ella y entonces Mariana se puso a llorar y a intentar por to­dos los medios no subirse a su coche. Nunca en su vida se había privado de tal manera: pataleaba y algo me intentaba decir, pero por su trastorno, las palabras no fueron el medio común de la comunicación. Me quedé muy consternada, aunque al mismo tiempo pensando que el papá tenía dere­cho a ejercer su paternidad. No pude dejar de pensar en la forma en la que había llorado y contaba los se­gundos para que me la trajera de vuelta a casa.

Cuando regresó, la metí a bañar y ahí constaté lo que durante esa tarde me negaba una y otra vez: tenía el ano dilatado y rojo de nuevo. Le hablé a su papá y me dijo que no sabía qué le había pasado y que sólo había estado con él, que no la había dejado con otra persona y habían hecho la convivencia como siempre la llevaban a cabo. Me fui al hospital que el doctor me había dicho, pero de ahí me man­daron a la Fiscalía, donde se negaron a atenderme pues me decían que, si mi hija no hablaba, pues yo no podía levantar la denuncia. Después de argumentar y pelear, decidieron atenderme, levanté la denuncia y nos mandaron al Hospital del Niño y de la Mujer.

Llegando al hospital, me dijeron que Mariana tendría que ser internada ya que tenían que hacerle estudios de enfermedades de transmisión sexual, así como revisiones donde se concluyó que tenía desgarro anal y que se inicia­ ba el protocolo de atención por agresión sexual. A la fecha no sé qué significa ese protocolo, ya que inmediatamente después le pedí al juez que cancelara las convivencias con su papá y me negó mi petición; me dijo que mi hija po­día ver a su papá en un ambiente vigilado y controlado en CECOFAM (Centro de Convivencias Familiar).

Yo no quería que lo viera por ningún motivo, pero me explicó el juez que si me negaba, me la podrían quitar, así que la llevé solo a una convivencia donde mi bebé se negó, lloró, pataleó e hizo todo lo que pudo para no ver a su papá. A partir de entonces, yo decidí no llevarla más; cinco meses después recibí una notificación de arresto en mi contra y se me notificaba que si no llevaba a la niña a CECOFAM, po­drían detenerme.

Quiero platicar todo lo que hice yo durante esos 5 meses para comprobar que Mariana no podía convivir con su pa­dre y que él había agredido a mi bebé sexualmente vía anal. La llevé a la Fiscalía para que le hicieran su primera prueba psicológica, ya que, aunque Mariana no puede hablar, exis­ten metodologías periciales para comprobar un abuso se­xual. La Fiscalía estableció que no contaban con el personal capacitado para trabajar con niños discapacitados y me re­comendaron llevarla a Corazones Mágicos de la Fundación Vida Plena.

Muy decepcionada y desesperada por la incapacidad de la autoridad fuimos a la fundación que nos recomendaron y me llevé la segunda sorpresa: ahí tampoco tenían personal capacitado para hacerle una valoración psicológica a mi hija. Yo me preguntaba: ¿Cómo es posible que la autoridad que se dedica a recibir las denuncias por abuso sexual no tenga personal capacitado para atender a personas con dis­ capacidad?, ¿acaso las personas discapacitadas están exen­tas de sufrir abusos en un país como el nuestro donde este problema es el pan nuestro de cada día? Por supuesto la res­puesta es no, México es un país donde las mujeres, las ni­ñas, los niños y las personas discapacitadas son víctimas continuas de este delito.

Opté por llevarla con un profesional privado; la psicólo­ga especializada le hizo las pruebas con fotos y preguntas, y mi hija a pesar de su edad y de su discapacidad fue muy clara cuando le enseñó la foto de su papá y le preguntó: ¿Quién es él y cómo juega contigo? Ella señaló su vagina y sus pompis, guardó las fotos, las arrugó y se fue a una esqui­na de la oficina a orinar. El informe concluyó que mi hija había sido abusada sexualmente —por violación— por parte de su padre. Asimismo, determinaron que Mariana tenía es­ trés postraumático y que existían daños psicológicos que la incapacitan significativamente para hacer frente a los reque­rimientos de la vida cotidiana, con repercusiones a corto, mediano y largo plazo, y por supuesto que sugerían tajan­temente cancelar las convivencias con su agresor.

Yo estaba destrozada por las conclusiones del informe, pero esperanzada en que con éste ya se iban a anular las vi­sitas­ con su padre y podría ser la prueba que necesitaba, aparte de los informes médicos, para exigir justicia por mi Mariana, pero no fue así. El reporte no tuvo el “peso” necesa­rio porque lo había hecho una psicóloga particular. No en­tiendo aún qué esperaban que hiciera. ¿Que me quedara de brazos cruzados esperando a que la Fiscalía contratara per­sonal capacitado para hacer el peritaje? Comprendo que no se acepten pruebas de particulares, pero no tenía otra opción si la autoridad no me daba el servicio requerido.

La Fiscalía le empezó a hacer pruebas a Mariana, prue­bas que la revictimizaban y la enfrentaban de nuevo a ver fotos de su agresor y a revivir en cierta forma los delitos de los que había sido víctima, todo esto sin el personal capa­citado para saber cómo llevar a cabo estas pruebas; un día estuvimos más de 7 horas en pruebas y Mariana se enfermó de gastritis por el estrés que le generó.

Después sucedió lo inevitable en la justicia mexicana: “Corrupción”. Estaba yo en la Fiscalía preguntando qué más se necesitaba para proceder con el caso cuando vi a la psi­cóloga hablando con mi exmarido y con su abogado y vi que le entregaron un sobre amarillo. Horas después, por arte de magia, recibí en mi casa la notificación de que tenía una orden de arresto en mi contra y que, si no presentaba a Mariana para la siguiente convivencia, me detendrían.

Logré hablar con una magistrada que estaba en una ma­yor posición que las autoridades con las que había hablado; le presenté todas las pruebas y ella convenció al licenciado encargado de las convivencias para que las cancelara. Des­pués me volvieron a enviar a la fundación donde ahora sí le realizaron las pruebas que se necesitaban. Fueron 7 sesiones interminables, pero basadas en técnicas que Mariana, por su condición, sí podía llevar a cabo. Casi todo fue a través del juego, con títeres, fotos, dibujo libre, casita de muñecas, entre otros; las conclusiones fueron determinantes: el papá de Mariana había abusado de ella y no había ningún indi­cio de que yo hubiera presionado a mi hija para que descri­biera situaciones que no habían sucedido en contra de su progenitor.

Siguieron meses de procedimientos, en donde nos cita­ban a mí y a mis papás, al papá de Mariana y a sus papás, así como a diferentes­ testigos. Siempre me daban largas y cuando acudía con alguien superior, éste me comentaba que cómo era posible que estuviera parado mi trámite, que las pruebas eran más que contundentes y suficientes.

En las siguientes pruebas y comparecencias me enfrenté a todo tipo de incompetencias; hay una que nunca olvidaré. En entrevista con la psicóloga de la Procuraduría, me insistió que Mariana tenía que volver a ver a su papá en las convi­vencias y me dijo textualmente los siguientes comentarios:

•  “Señora, ¿cuántas veces le da de comer a su hija? Si no ve a su papá, es como si no comiera un día”.

•  “Las convivencias pueden ser en CECOFAM, ahí son su­pervisadas” (a lo que yo respondí que sabía que ahí mismo ya habían ocurrido abusos).

•  “¿Usted vio lo que pasó? Pues si no lo vio, no puede hablar de algo que no vio, por ejemplo, el abuso de su hija, yo no lo vi, así que no lo puedo creer” (¿para qué carajos sirven entonces las pruebas médicas y psicoló­ gicas?, ¿para qué revictimizaron a mi hija y la sometie­ron en más de 10 sesiones a interminables juegos, si estas pruebas no funcionan para comprobar lo que pasó?, ¿para qué me hicieron ir de aquí para allá de oficina en oficina hasta encontrar a alguien capacitado para realizar pruebas a niños con discapacidad que pu­ dieran haber sido víctimas de abuso sexual?, ¿para que todo el esfuerzo desgarrador de intentar reconstruir lo que sucedió?).

•  “¿A poco ya por lo que hizo lo va a tachar de por vida y nunca va a volver a confiar en él?” (POR SUPUESTO, por supuesto que lo voy a tachar de por vida y espero que yo no sea la única en tacharlo, sino también la justicia mexicana. Espero y confío en que ganará la verdad y que yo no tenga que “confiar” en él nunca más, espero no tener que volver a verle la cara y ver cómo se burla de mí y de mis papás mientras atestiguamos y, sobre todo, espero que no se obligue a mi hija a verlo nunca más en su vida, porque si esto sucede, creo que me quitaría la vida).

Después de este episodio tan desafortunado en el que sentí que no sólo no había avanzado en el proceso, sino que ha­ bía dado pasos agigantados hacia atrás, en donde me sen­ tía la persona más impotente, decidí no rendirme ante el sistema que por más que intentaba doblegarme, no lo iba a hacer. Fui a levantar una queja a Derechos Humanos para que se iniciara una investigación de las autoridades que parecían estar a favor de un violador adulto, que se atrevía a violar a su propia hija y no a favor de la víctima, una niña de 4 años con una incapacidad que le impedía comunicarse con normalidad.

Después de un año y medio de trámites y luchas, por fin recibí el resultado por parte del fiscal el cual les resumo: “Sí, hubo delito, pero no hay pruebas suficientes para señalar al papá de Mariana como el agresor, por lo que no hay cul­pable”. Se me cayó el mundo; después llegó la pandemia de covid-19 y por varios meses no hubo movimiento. Seis meses después me avisaron que van a archivar el caso.

¿Qué me estaban diciendo?, ¿ganó él?, ¿cómo puede ser que el caso de una niña violada analmente por su padre quede impune? Tenían todas las pruebas suficientes para comprobar que él había sido el perpetrador de uno de los crímenes más atroces contra un hijo; estaban las pruebas médicas y las psicológicas (a pesar de que la Fiscalía no cuenta con el personal capacitado).

Ha sido un camino muy largo, cansado y doloroso, por­ que sí duele aceptar que no sólo eres víctima de un agresor sexual, sino también eres víctima del sistema de justicia, cu­yas carencias son bien sabidas, pero una no dimensiona cuánto hasta que te toca vivirlo en carne propia. No fue hasta finales del 2020 y gracias a que hubo otro cambio de fiscal (y digo gracias, porque la anterior defendía al agresor), se logró que se girara la orden de aprehensión y una vincula­ción a proceso.

Yo tengo una meta bien planteada: luchar hasta el final, luchar hasta lograr hacer justicia por lo que le hicieron a mi pequeña­. Hoy a 2 años 4 meses de haber iniciado este pro­ceso, espero ser de ese bajo porcentaje que logra llegar hasta la sentencia, porque si algo tengo tatuado desde el día uno es que yo siempre y por sobre todas las cosas voy a creer en lo que mi hija ha expresado.

A lo largo de la historia de Mariana podemos observar el daño que ocasiona, no sólo la agresión sexual en la víctima y en el círculo familiar más cercano, sino, también la revictimización y el maltrato que nuestro sistema ejerce sobre ellas y ellos. La revictimización ocasiona que la herida perdure, que no cierre. La mamá de Mariana fue una mujer que, como ella lo menciona en su relato, se sintió impotente, triste, frustrada y enojada. No entendía por qué las personas responsables de actuar no lo estaban haciendo. En ella, estos sentimientos fueron el motor para que buscara soluciones, sin embargo, es cierto que como víctima no tenía por qué conseguir soluciones por sus propios medios. Debería ser el Estado el encargado de proveer esa atención y protección, pero en la práctica no es así.