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Marcada • Sarah Edmondson

Cómo participé, escapé y denuncié a la secta de esclavas sexuales NXIVM.

Por
Escrito en OPINIÓN el

«Me uní a NXIVM para ser parte de un movimiento positivo en el mundo, para hacer el bien […] me siento como un soldado que regresa de la guerra después de haber matado niños por petróleo». Sarah Edmondson

A los ojos de todos, NXIVM era una empresa innovadora sobre desarrollo personal que superaba los estándares: su líder Keith Raniere recibió del dalái lama, en un gran evento, una khata blanca que significa bendición y aprobación; Emilio Salinas (hijo del expresidente) dirigía la filial en México; actrices y actores de Hollywood —así como otros personajes mexicanos— se unían al grupo; sus miembros se mostraban empoderados y listos para prosperar… La verdad era muy distinta, existía un «amo» y «esclavas», mujeres marcadas con las iniciales KR, extorsionadas, grabadas desnudas, con sus datos personales y financieros retenidos, ya sin vínculos con el mundo exterior y que temían por su vida. NXIVM era una secta sexual millonaria: un negocio de esclavitud moderna.

Sarah Edmondson, actriz y autora de este testimonio, se unió a lo que creyó era una empresa de coaching; tras 12 años de trabajar en ella y entender la terrible realidad, denunció los hechos: Raniere fue declarado culpable de crimen organizado, conspiración, fraude, trabajo forzado, tráfico sexual y posesión de pornografía infantil en una corte estadounidense; su condena se sigue discutiendo.

Esta es la historia de la secta sexual más importante de los últimos años.

Fragmento del libro de Sarah Edmondson. Marcada © 2020, Planeta. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

Marcada | Sarah Edmondson

#AdelantosEditoriales

 

Fragmento Marcada de Sarah Edmondson

Fragmento del libro Sarah Edmondson. Marcada © 2020, Planeta. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

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Suposición básica

2005

Bahamas

Durante mi infancia, con frecuencia sentía un conflicto entre querer pertenecer y expresarme con mi propia voz. Fui criada en ?Vancouver por dos adorables profesionales de la salud mental que fueron influidos por el clima social y el activismo político de la década de los sesenta e inicios de los setenta, cuando se conocieron. Uno de mis recuerdos más nítidos de la infancia es cuando le robé un juguete de Mi Pequeño Poni a una de las niñas en mi grupo de scouts. Yo tenía ocho años. Aquella noche, con compasión y sin juicio, mi madre se sentó en mi cama y con una conversación reflexiva me hizo entender que lo que había hecho no estaba bien y era necesario repararlo. Me dijo que algunas veces un niño roba cuando siente que algo de él o ella ha sido tomado sin su permiso. Mi madre era como la canadiense judía ?Joan Baez –muy inteligente, con una cabellera abultada, lucía largos vestidos de terciopelo hasta el suelo, collares marroquíes, y amante de la música folk–. Con su especialidad académica en educación de la infancia temprana, me educó de una forma que honraba su creencia de que los niños debían ser criados con respeto y en un espacio para desarrollarse y descubrir quiénes son.

La bondad era un valor que mis padres compartían. Mi madre se enamoró de mi padre al terminar la universidad, en la década de los setenta, cuando trabajaban con un grupo de amigos para abrir un café vegetariano, en Yorkshire, Inglaterra, llamado Alligator (recientemente me enteré de que aún existe). Mi padre siempre ha sido el tipo de individuo que no titubea en cuanto a sus creencias, incluso si llegaran pasarle factura por ello. Siendo joven, renunció a la tradición británica aristocrática de sus padres, un lord y una lady reales, y eligió marchar en los muelles para exigir un pago justo y mejores condiciones de trabajo para los empleados sindicalizados. La imagen que tengo del padre de mi infancia es el recuerdo de verlo cantar con su guitarra mientras marcha en una protesta pacífica.

Incluso después de que se separaron, cuando yo tenía tres años, mis padres se unieron de la manera más progresiva y consciente para criarme como compañeros, antes de que la cocrianza fuera una moda. Me inscribieron en un jardín de niños del barrio que parecía una pequeña isla: un edificio de ladrillos sobre un campo extendido con vista a una serie de playas conocidas como las Spanish Banks. Yo vivía para las clases de literatura y teatro. De imaginación activa, con frecuencia jugaba sola a actuar, sobre todo porque yo era una de las dos únicas niñas del grupo. Después de las clases, mientras los más atléticos jugaban futbol soccer, yo me unía a los niños de naturaleza más gentil para fantasear juntos o caminaba una cuadra a mi casa para hacer joyería de fantasía y pañoletas que vendía en la playa, en el verano.

Desde los doce años, cada verano, mis padres me enviaban a un campamento judío de extrema izquierda, de donde yo volvía con la confianza de decirles a los muchachos de preparatoria que se fueran a la mierda cuando levantaban las manos y gritaban «¡Heil, Hitler!». Me encantaban los veranos en el campamento. Ahí fue donde por primera vez tuve un sentimiento fuerte de pertenencia y donde, siendo adolescente, desarrollé mis habilidades de liderazgo como consejera. En la escuela me uní al grupo de los chicos de teatro e iba a la preparatoria con mallas rayadas y Doc Martens, con adornos morados en la camisa, pantalones de campana y unos Converse. Mi cuerpo no formó sus curvas sino hasta mi último año de preparatoria, esto solo contribuyó a cohibirme y a que me molestaran más. No había estado cool ser una judía ñoña del teatro en ?Vancouver… y en definitiva no había estado cool ser esta judía ñoña del teatro. ¿Bonita? Quizá. ¿Adorable? Si tuviera unos gigantes lentes morados y frenos en los dientes, entonces sí. Pero incluso ante mis amigos con frecuencia me sentía fuera de lugar.

En la preparatoria, cuando la mayoría de los adolescentes se escabullían para beber y fajar, yo asistía a mi primer taller de desarrollo personal en un centro de retiro, en la costa, que mi madre me recomendó. Allí solo se llegaba en barco. Profundamente influida por los intereses de mis padres en la psicología y con aquello que hace a la gente emocionarse, había comenzado mi propio viaje introspectivo. Eventualmente, me encontré entre los jóvenes de teatro, en nuestra preparatoria, donde hice un grupo de amigos con quienes podía relacionarse y pasar el rato. La actuación se convirtió en mi forma de expresión y en un lugar de pertenencia, tanto arriba como abajo del escenario.

Mis padres siempre me enseñaron la importancia de hacer que el mundo fuera un mejor lugar. En todos mis retos como adolescente ñoña, no entendía que aquello que me diferenciaba de los demás sería una fuerza con que ayudarme a provocar un impacto. Pensaba que perseguir una carrera en actuación podía darme esa oportunidad. Me gradué en?teatro por la Universidad de Montreal, en el año 2000. Después de elegir entre psicología y actuación, conseguí algunos buenos papeles estelares en la televisión mientras estaba en la universidad pero, después de tres años ahí, comencé a extrañar el estilo de vida de ?Vancouver. Crecí disfrutando las caminatas por el bosque, las montañas y la playa, los estudios de yoga, los restaurantes de comida saludable y los cafés con smoothies y jugos recién hechos. Y, sobre todo, extrañaba a mi familia. Mi madre tuvo algunos problemas de salud, así que pensé en mudarme de vuelta a ?Vancouver para apoyarla durante este tiempo. Muchos estudios de Los Ángeles habían comenzado a migrar hacia ?Vancouver para que sus producciones fueran más baratas, así que podía buscarme un agente y comenzar a tener audiciones. Para obtener un poco de dinero, trabajé de mesera y tenía algunos días libres para hacer audiciones; pero después del trabajo me reunía con viejos amigos que se habían familiarizado con la escena fiestera de ?Vancouver, en los días en los cuales yo me fui a estudiar al Este. Nos divertíamos y desvelábamos. Antes de que me diera cuenta, esos meses en casa de mi madre se hicieron tres años.

Yo sabía que la mariguana y las fiestas no eran un buen rumbo. ?Aquí y allá conseguía algunos papeles pequeños en series de televisión que me daban suficiente dinero para mantenerme a la espera, pero la tendencia era producir espectáculos inspirados en las series sobrenaturales de los noventa, como Buffy, la cazavampiros. Los comerciales de cerveza y los programas menores de vampiros no eran realmente los inicios de una carrera prometedora. Además, por la huelga de escritores de Hollywood en 2001, la producción en general disminuyó y las audiciones eran pocas.

En 2002, por medio de unos amigos, conocí a un chico muy dulce. David aspiraba a ser director y también buscaba una oportunidad. Fue mi primera relación seria de adultos. Rápidamente nos mudamos a vivir juntos y formamos un hogar como pareja joven: un departamento de sótano, a unas calles de la playa, en el lado oeste de ?Vancouver, un lugar que estaba de moda. Siempre hacíamos lluvias de ideas para proyectos de filmación y teníamos círculos de amistades parecidos, pero después de unos años yo comencé a ponerme inquieta. Nuestro departamento era oscuro y con poco espacio; nuestras carreras se sentían igual de limitadas. En varios libros leí sugerencias para acercarnos a nuestras metas; debemos rodearnos de las personas que tienen lo que nosotros queremos. ¡Esa era la solución!: le dije a David que debíamos unirnos a alguna especie de red poderosa, un grupo de gente creativa y profesional que se apoyara entre sí para alcanzar el éxito. Llamé a algunos amigos también actores y formé un círculo para trabajar con el método de ?Julia Cameron,The Artist’sWay, en un ambiente de grupos de apoyo. Era un comienzo, sentía; aunque la mayoría de nosotros batallaba por conseguir un trabajo más significativo.

Durante este tiempo, David supo que uno de sus cortos había sido aceptado en el Festival at Sea, de Spiritual Cinema Circle. Como invitados del festival, podíamos asistir de manera gratuita si éramos capaces de pagar el precio del crucero de una semana por el Caribe. David y yo sabíamos que sería complicado pagarlo, pero luego de revisar la página web acordamos que el evento valía la pena. Yo, por un lado, estaba hambrienta de propósito y plenitud, y necesitaba ser parte de un ambiente de este tipo para mantenerme motivada. David estaba igualmente entusiasmado, honrado de que directores que él admiraba hubieran elegido su corto para proyectarlo.

El festival celebraría a directores que hicieran obras con impacto social cuyo propósito fuera concientizar al público. Tenía el aval de Deepak Chopra y era liderado por Stephen Simon, quien produjo el éxito de Hollywood What Dreams May Come, con Robin Williams en el papel estelar. Esta era una oportunidad para conocer a algunas personas influyentes de la industria cinematográfica. También nos emocionaba que el director de What the bleep do we know? –en ese momento, un documental new age muy popular sobre espiritualidad y física cuántica– iba a ser el jurado de los filmes y el invitado de honor.

Yo había leído muchos libros de autoayuda, como The celestine prophecy, y de autores como Eckhart?Tolle. Trabajos como este, sobre la búsqueda de un propósito, me inspiraban a relacionarme con otras personas que compartían mis inquietudes espirituales. Cuando supe lo del crucero, sentí que tendría grandes oportunidades para relacionarme, y como había aprendido algo sobre manifesting, antes de subir al barco me puse la meta de conocer a personas que estuvieran viviendo su propósito y hallar entre ellas alguna guía para encontrar el mío. No me imaginaba que en el mar compartiría la mesa con el hombre cuya amistad alteraría el curso de mi vida.

Todo empezó con un resfriado. No había podido deshacerme de una horrible tos como ladrido de foca con la que había estado batallando por días. En el barco, las personas volteaban a verme. Durante la cena de inauguración, en la primera noche, uno de los invitados de nuestra mesa se inclinó hacia mí. «¿Qué perderías si dejaras de toser?», me susurró.

¿Eh? Me sorprendió su franqueza; entonces detecté el brillo en sus ojos. De manera única y cariñosa, en serio estaba invitándome a reflexionar sobre esto.

Me quedé ahí sentada, haciendo memoria de viejos recuerdos. Me vino a la mente cuando sentirme enferma significaba que mis padres, normalmente muy activos, ponían sus vidas en pausa para cuidarme. Espera… ¿podía haber una asociación entre estar enferma y conseguir atención? Se me ocurrió que la carrera de David había estado teniendo la atención central de nuestra relación y yo había comenzado a sentir que debía esforzarme para que él me notara.

En ese instante, la conexión entre ambos fenómenos se hizo clara. Me reí, intentando aparentar indiferencia frente a su observación y su carisma… Cuando sonrió y volteó nuevamente hacia el escenario, di un sorbo de agua y procuré recobrar el control de la tos, y de lo que sentí al entender esto. ¿Quién es él?, pensé, mirando de reojo su perfil mientras escuchaba al maestro de ceremonias. Era joven pero distinguido; usaba lentes y tenía una expresión de seguridad en el rostro. Tenía una mente aguda.

Durante la cena me enteré quién era: Mark ?Vicente, el director de cine que mi novio y yo habíamos tenido tanta esperanza de conocer. Mark me cayó bien y se ganó mi respeto enseguida. Al principio parecía un poco raro, pero conforme nos fuimos conociendo durante la cena, fue generoso con su sabiduría acerca de la industria y cómo lanzar pensamientos significativos al mundo exterior. ?Justo como argumentaba el libro que leí, lo único que tenía que hacer era ponerme la meta de conocer personas que me ayudarían a encontrar mi propósito. ¿Podía ser así de simple? ¡Comenzaba a funcionar!

Al día siguiente, mi tos había disminuido, y David y yo habíamos formado un vínculo con Mark. Habíamos pasado la semana viendo películas en el cine del barco y explorando otros temas cuando estábamos en un puerto. Una mañana, mientras vadeábamos hasta las rodillas, en aguas claras, Mark nos contó que recientemente se había unido a una organización cuyo jefe era Keith Raniere, de quien él decía que era uno de los hombres más inteligentes del mundo. Nos explicó que unos cinco años atrás, Keith había fundado NXIVM (se pronuncia nexium), una comunidad de filántropos que usaban su tiempo y sus recursos para cambiar el estado de la humanidad. Mark explicó que él se había identificado tanto con los propósitos de NXIVM, que había comenzado a trabajar con ellos y planeaba aplicar su metodología para que sus filmes tuvieran más impacto.

¿Era la oportunidad de hacer el bien y al mismo tiempo trabajar con Mark? Intenté no apretar el brazo de David con la esperanza de que él también estuviera entusiasmado con hacer algo así. Esto sonaba exactamente a lo que yo había estado buscando.

Mark también dijo que, casualmente, al siguiente mes,NXIVM iría por primera vez a Canadá para impartir un curso intensivo. Fue el destino: de todas las ciudades que hay en Canadá, este taller, conocido por los estudiantes recién iniciados como Cinco Días, se efectuaría en ?Vancouver. Mark dijo que instructores de diferentes ramas como la de Nueva?York volarían para mostrarnos el poderoso proceso del taller para dar los primeros pasos que nos conducirían a nuestros sueños.

¿Como producir películas contigo?, pensé. «¿Dónde firmo?», le pregunté.

Mark me inscribió mientras seguíamos en el crucero y nos presentó a mí y a David a Suzanne, quien también estaba a bordo e involucrada con NXIVM. «¿Estás interesada en conocer más acerca de la comunidad?», me preguntó.

«Sí –respondí–. Estoy bastante interesada».

Ese mismo día, cuando volví a encontrarme con Suzanne, se me acercó con una solicitud de postulación. «El anticipo para el curso del primer nivel, uno intensivo, es de 500 dólares», me dijo.

Espera, pensé. Esto suena como una buena inversión, pero quizá debería reflexionarlo un poco más.Le dije a Suzanne que necesitábamos pensarlo. Mientras David y yo lo platicábamos más tarde ese mismo día, pasó por mi mente la noción fugaz de que si no nos inscribíamos, Mark pensaría que éramos unos aguafiestas. Esa no era la manera en que yo quería ser percibida por un hombre que no solo tenía tanta influencia en la industria cinematográfica, sino que literalmente estaba ofreciéndonos su manual de éxito para que nosotros lo aceptáramos. Es una inversión en mí misma, pensé. No es que estuviera comprometiendo mi vida. Aun así, quinientos dólares era más que mi parte de la renta mensual de nuestro departamento.

Los siguientes dos días, Suzanne se aparecía en cada lugar donde yo estaba. «La gente que no se compromete con su crecimiento desde el inicio termina por no comprometerse nunca», persistió. Me hizo sentir tan incómoda que estaba dispuesta a pagarle solo para que no me siguiera por todos lados. «¿Deberíamos hacerlo y ya?», le pregunté a David.

—Si te inscribes en las primeras cuarenta y ocho horas de que supiste del curso, recibes un descuento del costo total –dijo Suzanne.

—Supongo –dijo David y se pasó la mano por el cabello, intentando forzar una decisión apresurada.

Ya relajada y sonriendo, Suzanne se llevó mi solicitud. Entonces estiró su mano mientras David me miraba, antes de entregarle también él su solicitud.

—Estos quinientos son una ganga para ustedes –dijo.

—¿En serio?, ¿cómo es eso? –pregunté.

—¿Cuál es el costo total? –preguntó David.

—Son 2?160 dólares estadounidenses. Normalmente son 2?700. Ambos nos miramos con pánico. Eso eran casi 2?500 dólares canadienses de cada quien. Muchísimo dinero.

De vuelta en casa, fuera de la burbuja idealista de Mark ?Vicente, David y yo acordamos ser sensatos: ¿2?160 dólares estadounidenses? Yo me alteré por el compromiso financiero. Llamé a las oficinas centrales, en Albany, Nueva York.

—No tengo el dinero –le dije a la telefonista–. Quisiera que me devolvieran mi depósito.

Pero ella fue insistente como Suzanne.

—¿Tienes veintiocho años y no tienes nada de dinero? ¿Cómo va a cambiar eso si no te haces cargo de tus creencias financieras?

Touché. Entendí que tenía un punto a favor.

—Soy actriz, y si estoy en un seminario durante cinco días y mi agente llama, no voy a estar disponible para las audiciones, le dije.

Sin esperar un segundo, la mujer me dijo llanamente:

—¿Quieres esperar a que te llame tu agente o ser la capitana de tu propio barco?

Jaque mate. Claro que quería ser la capitana de mi propio barco (también quería que esta mujer dejara de ser tan directa conmigo). Hice el cargo de mis restantes 1?660 dólares estadounidenses en mi tarjeta de crédito.