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Lo que la huelga se llevó

A veinte años. | Bolívar Huerta

Por
Escrito en OPINIÓN el

Extracto del libro “Ecos de la Lucha Universitaria”, a iniciativa del diputado federal Miguel Ángel Jauregui (Morena), de próxima aparición.

@bolivarhuertam | @OpinionLSR | #AdelantosEditoriales

Lo que la huelga se llevó

A veinte años. Abril, 2019.

                                                                                         

En memoria de mi entrañable amigo René Drucker Colín,

universitario y mexicano ejemplar e imprescindible, qepd.

Introducción

El movimiento estudiantil que estalló el paro en abril de 1999 logró detener en la Universidad Nacional Autónoma de México y probablemente en todo el país la política neoliberal en Educación Superior implementada por el Gobierno Federal. Las cuotas conformaban el eje vertebral del proyecto que fracasó. Fue una victoria inobjetable. Sin embargo, en el camino del conflicto no todos los integrantes del Consejo General de Huelga (CGH) se percataron de esto, o en su caso quisieron escalar la crisis universitaria. Al ser hegemonizado por grupos extremistas, el CGH pretendió garantizar para la perpetuidad la cancelación de las cuotas, y mantuvo demandas absurdas e incumplibles como condición para levantar la huelga.

Débil, aislado y confrontado incluso con sectores democráticos, el CGH fue construyendo un escenario para su victimización. Luego de rechazar consistentemente la solución al pliego petitorio ofrecida e instrumentada por la Rectoría y considerando los tiempos políticos en México, fue evidente que la dirigencia ceghera estaba apostando a una salida que los convirtiera en mártires. Y así ocurrió. Ellos también fueron corresponsables de la salida no negociada del conflicto. No aceptaban la victoria pero tampoco podían reconocer su autoderrota; su salida digna fue el heroísmo.

Este texto no pretende analizar a profundidad las razones que tuvo la dirigencia estudiantil, controlada por las corrientes extremistas del CGH, para rechazar una salida negociada del conflicto; tampoco consiste en una relatoría de agravios de los huelguistas, y mucho menos justifica la entrada de la Policía Federal Preventiva a los Campus universitarios, decisión que fue asumida únicamente por Ernesto Zedillo, Presidente de la República Mexicana.

El objetivo de esta reflexión es abordar una situación que se dio después de la huelga, misma que traería consecuencias negativas para la institución.

El fin de la huelga: la UNAM, diez meses después.

La apertura de la UNAM luego de la interrupción de la huelga se dio en un ambiente tenso, pues para los cgheros el conflicto no se había resuelto. Mientras las actividades se reanudaban paulatinamente, varios grupos de activistas del CGH exigían el cumplimiento de sus demandas que aun consideraban vigentes y la liberación de cientos de huelguistas. La normalización de la vida institucional fue un proceso sumamente complejo, que llevaron a cabo con éxito las autoridades universitarias encabezadas por el rector Juan Ramón de la Fuente.

El mayor reto y desafío para la Universidad Nacional fue recuperar y fortalecer la imagen institucional, totalmente dilapidada por la larga huelga. Haber alcanzado este objetivo es quizás el mayor logro de De la Fuente y su equipo de trabajo.

El deterioro de la imagen institucional se debió naturalmente a los 10 meses que estuvo paralizada la Máxima Casa de Estudios; pero también a las acciones del propio CGH una vez que su liderazgo recayó en el sector autodenominado ultra que tomó el control del mismo, debido a una mala decisión de los líderes del ala democrática. Con el CGH en manos de los ultras las prácticas autoritarias y violentas implementadas por esta ala muy pronto permearon en la sociedad: utilización de alambres de púas protegiendo la mesa de debates, expulsiones y golpizas a activistas disidentes, y convocatorias a manifestaciones que generaban un rechazo social importante, como en los carriles centrales del periférico, etc. También su cerrazón al diálogo y la negociación tuvo un impacto negativo hacia la sociedad, en especial a raíz de su rechazo a la propuesta del Grupo de los Eméritos que resolvía en buena medida el pliego petitorio estudiantil. Este grupo lo conformó un grupo plural de ocho -aunque debieron ser nueve- académicos universitarios respetables e intachables: Héctor Fix Zamudio,  Luis Esteva Maraboto, Miguel León-Portilla, Alfredo López Austin, Manuel Peimbert Sierra, Alejandro Rossi, Adolfo Sánchez Vázquez y Luis Villoro. En un debate público que sostuvo una comisión del CGH con los cuatro integrantes de los Eméritos vinculados con la izquierda universitaria se impuso la cerrazón ceghera: la Universidad estaba en su poder y la huelga no se levantaría hasta que tuvieran garantías absolutas. Como ejemplo, la dirigencia huelguista, pedía la abrogación del Reglamento de Pagos, que significaba que las autoridades tenían que garantizar para toda la eternidad que no se cobrarían cuotas en la institución. En el diálogo en mención Adolfo Sánchez Vázquez expresó que la única garantía que existía en la vida era que todos nos íbamos a morir. La respuesta de un ceghero cuyo nombre no viene al caso mencionar fue una descalificación ruin contra Sánchez Vázquez.

Los universitarios y la sociedad mexicana tuvieron la posibilidad de constatar los disparates y aberraciones de la dirigencia ceghera. Los medios de comunicación -al servicio del Estado- dieron a los ultras toda la cobertura posible. Esto fue determinante para que sus acciones ocuparan los espacios de las noticias relevantes en medios impresos y digitales. El liderazgo de los huelguistas ultras no tardó en ser asumido por Alejandro Echeverría El Mosh. El periodista Ciro Gómez Leyva fue su principal promotor. Con toda razón en el Plebiscito celebrado en enero del año 2000, alrededor del 90% de los universitarios se pronunciaron a favor del levantamiento de la huelga.

En un debate hace algunos años en la Facultad de Economía, en CU, el profesor anarco comunista Alfredo Velarde Saracho señaló que la huelga universitaria había sido una “huelga plebeya”. Sin estar presente en la mesa pero al ser aludido por Velarde, el legendario universitario conocido como El Pino Salvador Martínez Della Rocca le respondió señalando que una huelga plebeya estaría condenada al fracaso en un centro de educación superior, donde se antepone el pensamiento reflexivo y crítico. Ambos tuvieron un poco de razón. La huelga plebeya se auto derrotó. La historia la conocemos todos. El diálogo entre autoridades y huelguistas no llegó a buenos puertos. La huelga tuvo un final no deseable.

 En un amplio texto, el profesor emérito de la UNAM, Octavio Rodríguez Araujo, relató de forma impecable lo que vino a continuación en la Universidad Nacional: “Con la aprehensión de los estudiantes en los operativos policiacos del 1 y del 6 de febrero, el CGH aumentó un punto a su pliego petitorio: libertad para todos los detenidos y, además, se negó a dialogar con las autoridades de rectoría de la UNAM mientras uno solo de los estudiantes siguiera preso. En este punto, es obvio, el CGH tenía razón. Los estudiantes, independientemente de los delitos que les colgaron los jueces federales (a todas luces inventados y exagerados), estaban en la cárcel por haber participado en un movimiento legítimo en contra de una política educativa que el gobierno de la república y asociaciones afines ha querido imponer en todas las universidades públicas del país. El gran problema para el CGH en esos momentos, conforme se fue rearticulando después de los operativos de la PFP en la UNAM, fue que en lugar de sumar con criterios de tolerancia a quienes no coincidían puntualmente con él, se dedicó a descalificar a los moderados, a los perredistas, a los estudiantes que estando en contra de las medidas de rectoría no coincidían con la estrategia del CGH y, en general, a todos los que no quisieran la confrontación incluso violenta como estrategia de lucha. El resultado, para el CGH, fue su aislamiento y la reducción de su movimiento a unas cuantas escuelas y facultades de la UNAM. En otros términos, el CGH actuó como perdedor y no como ganador y, por supuesto, de manera todavía más sectaria que durante 1999. En algunos ámbitos universitarios, incluso entre estudiantes que antes lo vieron con simpatía, el CGH se convirtió en un grupo hostil, grosero, violento y de conductas inaceptables como querer obligar a comunidades de miles de estudiantes a hacer suyos los resolutivos de asambleas minúsculas y sin representación de 40 a 200 estudiantes intransigentes por el único argumento de que estos eran o son del CGH.[i]

Ante un ambiente de tensión e incertidumbre y con la comunidad universitaria dividida y confrontada, lograr que la institución recuperara gradualmente la normalidad fue un logro muy significativo. Con la liberación de los últimos huelguistas detenidos el movimiento estudiantil entró en un reflujo. Y la Universidad encendió sus motores hacia el cumplimiento de sus fines.

En pocos años la institución recuperó su liderazgo nacional, además se posicionó como una de las universidades más importantes de Iberoamérica. Fue un momento complejo que requirió una cirugía fina. No se había presentado en la historia moderna de la UNAM un precedente similar. Habría que innovar para hallar un camino y salir del hoyo.

En el libro "Diálogos con Juan Ramón de la Fuente, La Universidad Rediviva" de Ignacio Solares el ex rector De la Fuente relató su experiencia de esos momentos: "De algo estábamos seguros: la solución de los problemas de la Universidad no podía darse ni se dará nunca por la vía de la mutilación o anulación del otro, sino del reordenamiento armónico entre todos y cada uno de sus componentes. Ese proceso, en el año 2000, fue muy complejo, no podría precisarse una fórmula, no había un mecanismo identificado que permitiera esa reconfiguración de un tejido que, en efecto, estaba fragmentado, dividido, polarizado. Teníamos una enorme presión de toda la sociedad y estábamos conscientes de que el problema había tomado dimensiones que iban mucho más allá de lo que en principio lo había provocado. Es decir, el asunto de las cuotas ya había quedado rebasado, y lo que estaba en juego era un problema de seguridad nacional, con un proceso electoral que se acercaba... La UNAM estaba sumergida efectivamente en una grave crisis; no obstante, se reposicionó, se fortaleció su tejido social para que continuara siendo la institución más importante como centro de análisis y solución de los grandes problemas nacionales, sirviéndole a la sociedad que finalmente es la que le da su razón de ser."[ii]

Y una vez que se resolvió el conflicto y que los estudiantes y profesores regresaron a las aulas y los investigadores a sus laboratorios, De la Fuente señaló que "imaginaba una Universidad como la de Justo Sierra, la de José Vasconcelos, la de Antonio Caso, pero al mismo tiempo una Universidad que supiera insertarse y asimilar los nuevos tiempos que vive México y el mundo, sin perder su esencia. Para empezar, una Universidad "más académica", una institución educativa democrática, pero no demagógica. Una comunidad vacunada contra su vulnerabilidad por la reconciliación entre sus miembros… Creía que debería ser una Universidad cada vez más nacional. La UNAM no es una universidad regional, solo de la Ciudad de México. Su esencia nacional está justamente en los temas sobre los cuales propone a la nación y a la sociedad mexicana alternativas y soluciones a los problemas de México. Lo nacional radica en estar estudiando los problemas nacionales. La UNAM tenía que seguir siendo entonces -y lo sigue siendo ahora, afortunadamente- el centro de las grandes discusiones, un espacio crítico, que le permita a la sociedad retroalimentarse de una institución que es autónoma y, en consecuencia, no está sujeta a corrientes o a puntos de vista hegemónicos."[iii]   

Lo que la huelga se llevó.

La Universidad Nacional despejó pronto las dudas, siguió siendo el proyecto educativo nacional más importante del país y la mejor universidad mexicana. Sin embargo, en los años venideros, al concluir el rectorado de De la Fuente, hubo un fenómeno que dio pie a una descomposición y lumpenización de los colectivos estudiantiles universitarios, que desafortunadamente impactó negativamente en la institución.

A partir del movimiento estudiantil de 1968, la UNAM y diversas instituciones de educación superior comenzaron a cobijar en su seno a un muy nutrido núcleo de jóvenes identificados con la izquierda. Como consecuencia del 68, en la década de los 70 la UNAM creció significativamente su matrícula, creando nuevas escuelas y facultades, así como el Colegio de Ciencias y Humanidades. También fue creada la Universidad Autónoma Metropolitana. A nivel nacional se expandió la matrícula universitaria en instituciones públicas. Fue una decisión del Gobierno mexicano como respuesta a la crisis generada por la masacre estudiantil.

El crecimiento de la matrícula pública universitaria permitió el acceso de muchos más jóvenes a la Educación Superior. Aparte eran tiempos de cambio y esperanza, el mundo vivía hechos que detonaron una concientización y participación política, especialmente de la juventud. Movimientos estudiantiles en todo el mundo, los hippies y especialmente la oposición en EUA a la guerra en Vietnam marcaron a esa generación, la de nuestros padres.

En aquellos tiempos, la UNAM recibió en sus aulas a una juventud rebelde, alumnos pero también nuevos profesores, jóvenes recién graduados. Este no es el espacio para relatar y describir a todas las organizaciones, agrupaciones, corrientes, células y expresiones políticas de izquierda, clandestina, radical, guerrillera y también institucional, que encontraron en la Universidad Nacional, el IPN y otras instituciones de Educación Superior, un campo perfecto para su robustecimiento y crecimiento. -Sobre este importante tema valdría la pena convencer al activista por los derechos indígenas Carlos González García, egresado de la UNAM, para que coordinara una publicación. Aun quedan vivos algunos activistas de entonces. Es una memoria que hay que recuperar y conservar-.

En la UNAM, absolutamente todos los movimientos estudiantiles posteriores al del 68, fueron hegemonizados por los herederos de este proceso histórico: el Consejo Estudiantil Universitario (CEU) del 86-87, el cardenismo encabezado por el Movimiento al Socialismo en 1988, el zapatismo en el 94 y el CGH en el 99, fueron los más sobresalientes. Cabe señalar que aunque una facción del CEU del 86-87 se autoerigió como la Corriente Histórica, en realidad todas las expresiones que lo integraron eran herederas históricas del post 68. Todas sus corrientes eran históricas, solo que cada una venía de vertientes políticas diferentes.

Esta fecundación de cuadros universitarios izquierdistas producto del 68 no se limitó al activismo en la Universidad Nacional. De hecho, los nuevos militantes políticos universitarios nutrieron diversos movimientos sociales a nivel nacional que trascendieron los espacios académicos, tanto desde el clandestinaje como en la institucionalidad. La legalización del Partido Comunista Mexicano, en 1978 fue detonante de una simbiosis que duró más de tres décadas, entre el activismo político universitario y los partidos políticos de la izquierda mexicana.

La conformación del Partido de la Revolución Democrática PRD convocada por el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano en 1989 contó con una buena cantidad de universitarios, activistas y exlíderes estudiantiles, académicos y trabajadores, quienes pasaron a formar parte de los cuadros activos perredistas. El triunfo en 1997 de Cárdenas en el Gobierno de la Ciudad de México incorporó a un amplio grupo de activistas universitarios en la tarea gubernamental.

En el movimiento huelguista del 99-2000 la corriente democrática del CGH se conformó principalmente con dos facciones, la Red de Estudiantes Universitarios y el Consejo Estudiantil Universitario. Recién iniciada la huelga los grupos ultras utilizaron el mote de moderados y perredistas para descalificarla, según su lógica. “Estudiante moderado, mañana diputado” coreaban. Esta mentalidad contraria a la presencia de partidos en la Universidad fue la misma que guió a las autoridades universitarias en 1988 a oponerse categóricamente a la visita del candidato del Frente Democrático Nacional, Cuauhtémoc Cárdenas a un mitin en la UNAM. Sin permiso Cárdenas visitó la explanada de la Rectoría, donde hubo una de las concentraciones más numerosas en la historia de la institución.

No encuentro razones contundentes para explicar esto, lo cierto es que al finalizar la huelga universitaria del 2000, las expresiones democráticas, vinculadas a la clase política izquierdista nacional, abandonaron la trinchera universitaria, o redujeron ampliamente su presencia ahí. La simbiosis Universidad – Partido se acabó. Como resultado de este hecho vino un complicado escenario para la Universidad Nacional.

Después del año 2000, en la UNAM permanecieron mayoritariamente células de activistas de las corrientes estudiantiles extremistas –ultras-, aquellas que siempre desdeñaron la vía institucional y han optado por el autoritarismo y la imposición. Los mismos que encabezaron el ala dura del CGH. Por casi diez años la Rectoría mantuvo a raya a estos grupos. Durante la gestión de Juan Ramón de la Fuente únicamente explotó el conflicto de la toma del Auditorio Che Guevara inicialmente llamado Justo Sierra, de la Facultad de Filosofía y Letras. La apatía e inacción de las autoridades de la propia facultad permitió que este espacio quedara en manos de los colectivos ultras.

En el libro El Siglo que Despierta, Carlos Fuentes y Ricardo Lagos en conversación, el escritor mexicano resumió así el rectorado de De la Fuente: La respetabilidad de un rector de universidad es primordial. En México la perdimos, ¿sabes quién la restauró? Juan Ramón de la Fuente. Él restauró el prestigio del rector. Estuvo ocho años de rector. Y no pudieron con él. Acabó con las pandillas, acabó con el desorden y le devolvió a la Universidad la respetabilidad de su autoridad, que había perdido.

Al finalizar la gestión de De la Fuente, algunos funcionarios operativos de la Rectoría dejaron de acotar a los grupos ultras. Los toleraron o fueron omisos ante su crecimiento y fortalecimiento.

En la UNAM predominaban grupos así y al no haber un control estricto por parte de las autoridades, los ultras comenzaron a hacer de las suyas. Se vino entonces una descomposición severa que hoy tiene a la institución con una frágil estabilidad.

La Universidad Nacional se convirtió en un terreno fértil para que estas expresiones, con anuencia de funcionarios operativos, se expandieran en varios ámbitos de la vida universitaria. Terminaron siendo los únicos colectivos estudiantiles de contrapeso a las autoridades locales y aprovecharon al máximo esta condición. Todas sus acciones tuvieron el objetivo de generar algún tipo de ganancia, fuera política o económica.

No era difícil darse cuenta que estas expresiones estudiantiles eran susceptibles de ser infiltradas. Las infiltraron para satisfacer fines políticos internos o externos. Surgió aquí una versión del derecho de piso estilo universitario: una red de funcionarios y ex activistas universitarios comenzó a utilizar a algunos grupos estudiantiles ultras para presionar o incluso extorsionar a autoridades de escuelas, particularmente del Bachillerato. Esta red se las ingenió para ofrecer un servicio que varias autoridades locales terminarían contratando: la estabilidad institucional en las dependencias.

En caso de que las autoridades locales se negaran a vincularse con esta red, estaban las expresiones estudiantiles ultras para hacer los desmanes necesarios. Un conflicto muy sonado destapó la cloaca: en 2013 un grupo de profesores de CCH Naucalpan denunció que autoridades centrales de la UNAM brindaban protección a grupos de choque para controlar a las direcciones. La directora de Naucalpan que había renunciado meses antes denunció haber sido amenazada con un conflicto de gran envergadura si no aceptaba llegar a un acuerdo con la nueva red. La amenaza se cumplió.

La Rectoría también fue tomada, inaugurándose aquí los bloqueos de la avenida de los Insurgentes por minorías de encapuchados. La red generaba conflictos para buscar una ganancia y sobre todo para aparentar tener el control de la estabilidad institucional.

La implementación de un servicio de tal naturaleza terminó siendo exitoso para sus impulsores. Por una parte la red de funcionarios y ex activistas se fortaleció y por otra los activistas ultras se adueñaron de espacios comunes y cubículos estudiantiles. Estos grupos terminaron utilizando los espacios para lucrar, poniendo a la venta todo tipo de comida o de útiles y servicios escolares. Los cubículos estudiantiles que antes de la huelga del CGH se utilizaban para el activismo estudiantil se convirtieron en tienditas. En la actualidad en Ciudad Universitaria veintidós de veinticuatro espacios se utilizan para el lucro. Los dueños no pagan agua, luz, renta; las tienditas informales no están reguladas ni rinden cuentas a nadie. Con suerte no se ha presentado más de una epidemia ante la falta de control. También se instalaron tienditas en otros espacios universitarios. El comercio ilegal se extendió como cáncer en toda la Universidad. Había omisión y complicidad institucional y no había oposición de la comunidad a estas y otras situaciones que terminaron por convertir a zonas enteras de la institución en tianguis informales donde se puede comprar casi de todo.

Este fenómeno no se habría presentado de ninguna manera si en la Universidad Nacional hubieran permanecido las expresiones estudiantiles democráticas, quienes casi siempre sometieron a las expresiones ultras. Los contrapesos naturales son sanos y necesarios en las comunidades y sociedades.

A las corrientes estudiantiles democráticas siempre las guió un espíritu libertario, que se oponía tajantemente a las arbitrariedades e imposiciones autoritarias de minorías, vinieran de autoridades o de grupos de ultras o incluso de grupos porriles. Y actuaban en consecuencia.

Lo que se llevó la huelga estudiantil fue a un imprescindible sector estudiantil dialoguista, con apertura, que sin ninguna duda hoy haría frente a los grupúsculos ultras que tienen copada la UNAM. Estas agrupaciones serían capaces de generar con naturalidad, por ejemplo, iniciativas incluyentes de la comunidad contra la inseguridad y el acoso en los planteles universitarios. A la institución le urge una comunidad más participativa y organizada, que en conjunto con las autoridades generen rutas en la dirección correcta. Las fuerzas estudiantiles democráticas siempre fueron el vehículo para arribar a este tipo de puertos.

Reflexión final.

No tengo la menor duda de que los rectores universitarios desde el 2000 no pudieron advertir la gravedad de que mandos medios y operativos universitarios dejaran crecer y fortalecieran para usarlos con fines particulares, a grupos ultraizquierdistas, que hoy por hoy pueden poner en jaque a la Universidad Nacional. Lo más grave de esta lógica perversa que ha predominado por casi una década es que ha convertido al jefe nato de la institución en un blanco fácil, llámese como se llame, sea quien sea. ¿Por cuánto tiempo la figura que representa el rector en turno tendrá que lidiar con este lastre que lo compromete? No lo sabemos.

Esta reflexión tuvo su origen en una charla con Javier González Garza El Güero, ex líder estudiantil del 68 en el Instituto Politécnico Nacional (IPN). Por la escasez de tiempo no pudimos llegar a otra conclusión adicional, en el sentido de que la disociación entre los grupos estudiantiles universitarios democráticos vinculados con la izquierda institucional no solo afectó a la UNAM y quizás a otras instituciones públicas de Educación Superior; también terminó afectando a los partidos políticos de la izquierda mexicana. Hay una limitada presencia de universitarios y ex universitarios en la vida partidista y gubernamental, lo que le disminuye a la izquierda un necesario respaldo intelectual y científico. El conocimiento debiera guiar las políticas públicas para revertir el desastre nacional.

Epílogo.

El Grupo de los Eméritos debió haberse conformado con nueve integrantes en lugar de ocho. La iniciativa para crearlo fue de René Drucker Colín, entonces jefe del Departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina. Pero el científico fue vetado por Francisco Barnés de Castro para formar parte de éste. Semanas antes de estallar la huelga un grupo de consejeros y alumnos, acompañados del propio Drucker y del profesor de Filosofía y Letras, Javier Torres Parés, solicitamos a Barnés retirar su propuesta de incremento a las cuotas y actualizar el Reglamento de Pagos. Torres Parés argumentó que la gratuidad de la Universidad consiste en la obligación del Estado para subvencionarla, y que al actualizar los ceros en el citado reglamento ésta no se violentaba. Barnés escuchó, hizo un cálculo en una tarjeta que tenía a la mano y rechazó la petición. Al ver esto René Drucker le soltó con su estilo directo y severo una profética advertencia: “Paco, si no la retiras, se van a atorar a tu propuesta, se van a atorar a la Universidad y te van a atorar a ti.” Sin más, la reunión finalizó. Barnés quedó pasmado y en silencio.

Bolívar Huerta Martínez

Facultad de Ciencias

[i] http://www.rodriguezaraujo.unam.mx/graficos/pdfs/confunam.pdf

[ii] Ignacio Solares. 2015. Diálogos con Juan Ramón de la Fuente. La Universidad Rediviva. Primera Edición. Ciudad de México, México. Taurus, Penguin Random House Grupo Editorial.

[iii] Ibidem.