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La democracia no se construyó en un día

Lorenzo Córdova V. & Ernesto Núñez A.

Por
Escrito en OPINIÓN el

El proceso electoral de 2018 cerró diversos ciclos históricos: uno de 50 años, si se considera el movimiento de 1968 como arranque de la democratización; uno de 40, si se ubica en la reforma política de 1977 el inicio del camino hacia la pluralidad; o uno de tres décadas, si se considera a las elecciones de 1988 como el punto de quiebre de la transición. Lo cierto es que la democracia mexicana no nació el 1 de julio de 2018.

Fragmento de “La democracia no se construyó en un día” de Lorenzo Córdova V. y Ernesto Núñez A. Grijalbo (Penguin Random House)

La democracia no se construyó en un día | Lorenzo Córdova V. & Ernesto Núñez A.

#AdelantosEditoriales

 

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El 1 de julio

Ernesto Núñez Albarrán

Un impaciente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) recarga la espalda en las rejas de las oficinas centrales de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), al sur de la Ciudad de México. Su hijo Jesús Ernesto descansa su cabeza en la panza del candidato, arrugando su camisa blanca. Detrás del niño, Beatriz Gutiérrez Müller mata el tiempo haciendo comentarios suel­ tos, mientras su marido ve el reloj y alisa su pelo blanco con un peine que cada tres minutos extrae del saco color negro. Se ve inquieto. Los tres hijos mayores de López Obrador (?José Ramón, Andrés y Gonzalo) responden a los comentarios de Beatriz, y de vez en cuando le arrancan una sonrisa a su padre haciendo chistes. Son las siete de la mañana del domingo 1 de julio de 2018. La espera se vuelve larga y tensa.

Detrás de López Obrador hay decenas de camarógrafos, fotógrafos, periodistas y curiosos tratando de atestiguar el momento de su voto.

Del otro lado de la reja tres guardias de la Policía Bancaria e Industrial (PBI) resguardan el lugar, mientras se termina de instalar la casilla 0359. A la vista de los representantes de los partidos, los ciudadanos que fungen como funcionarios de casilla arman las urnas, montan las mamparas y abren los paquetes que contienen la lista nominal, las boletas electorales, los crayones, los sellos, la tinta indeleble.

Fiel a su costumbre, Andrés Manuel López Obrador decide madrugar para ser el primero en votar en la casilla de la delegación Coyoacán a la que corresponde su antiguo domicilio. No ha actualizado su credencial, pero eso no le impide ser el primero de los candidatos presidenciales en emitir su su­fragio y llenar con su imagen y su voz los noticieros de radio y televisión que a esas horas comienzan la cobertura especial de un día histórico para México.

El tabasqueño había llegado minutos antes a la casilla ubicada en Insur­gentes Sur, a bordo de un automóvil Jetta blanco, acompañado únicamente de su chofer y un asistente. Minutos después, en otros vehículos, llegaron sus familiares y César Yáñez, quien entonces aún era su colaborador más cercano.

En el camino entre el Jetta y la reja de la Conagua, López Obrador responde preguntas que le hace la prensa en medio de empujones. Varios helicópteros sobrevuelan el lugar, y los camarógrafos que están a bordo envían a las televisoras imágenes en vivo de quien llega como favorito a la jornada electoral.

“El pueblo de México va a decidir libremente”, anticipa el candidato, en declaraciones que son difundidas en vivo, minutos antes de que abran las casillas.

“Va a ser una jornada histórica; más que una elección, es un plebiscito. La gente va a decidir entre más de lo mismo o un cambio verdadero, y nosotros pensamos que la gente nos va a dar su apoyo para iniciar la cuarta transformación de la vida pública del país”, dice confiado antes de reunirse con su esposa Beatriz y sus hijos.

Transcurre más de una hora entre la llegada del candidato y la apertura de la casilla 0359, pero al fin ésta se termina de instalar. Antes de que los agentes de la pbi abran la reja, un muchacho vestido con un chaleco rosa, empleado del Instituto Nacional Electoral (ine), advierte a los cientos de reporteros que sólo podrán pasar los votantes.

Afuera, otros ciudadanos que hacen fila para votar se quejan por el tumulto provocado por la prensa. Algunos son afines a López Obrador, y aprovechan la espera para echarle porras que serán transmitidas en radio y televisión. Otros no lo quieren, y gritan con fuerza: “Queremos votar, ¡ya váyase!”

AMLO termina metiendo su boleta en la urna hasta las 8:48 horas, y no vota por él, sino por Rosario Ibarra de Piedra, quien fuera candidata presidencial del Partido Revolucionario de los Trabajadores en 1982 y 1988, y fundadora del Comité Eureka en 1977, pionero en la búsqueda de desaparecidos en México.

Después de votar, AMLO se despide de su familia y aborda el Jetta blan­co para dirigirse a su oficina, en la calle de Chihuahua de la colonia Roma. El auto es seguido por reporteros trepados en motocicletas.

En el camino, sobre Insurgentes, el candidato va leyendo unas cuartillas en las que lleva escrita una primera versión del discurso de la victoria.

“Reitero el compromiso de no traicionar la confianza que han deposi­tado en mí millones de mexicanos. Voy a gobernar con rectitud y justicia”, se alcanza a leer en la última página del documento, antes de tres “¡Viva México!” resaltados en negritas.

Andrés Manuel clava la mirada en las hojas mientras el coche va en movimiento, y cuando se da cuenta de que un reportero lo observa desde el otro lado de la ventanilla, abraza las hojas, sonríe con picardía, baja el cris­ tal y dice: “¿Y tú qué ves?”

AMLO está de buenas.

En los cruceros de Insurgentes, frente al Parque Hundido, en Xola y pasando el Viaducto, las personas lo reconocen, se acercan al auto, le piden una selfie, le aprietan la mano o le sonríen a la distancia.

“Estamos muy contentos, estamos por iniciar la cuarta transformación de México”, dice a los que alcanzan a acercarse cuando el Jetta se detiene en los semáforos.

Al finalizar el trayecto, el candidato se encierra en su oficina y, mientras desayuna, es informado sobre las incidencias de la jornada. Lejos de ahí, en el búnker del partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena), sus hijos y sus principales operadores electorales reciben reportes de todos los estados, revisan las cifras de las encuestas de salida y confirman tendencias. Para cuando AMLO salga a comer, a las 14:00 horas, ya tendrá ganada la elección presidencial.

INE: EPICENTRO DE LA JORNADA

En el edificio del INE, al sur de la Ciudad de México, los 11 integrantes del Consejo General se preparan para una jornada intensa.

Son las siete de la mañana y, al tiempo que millones de ciudadanos co­mienzan a instalar las casillas en todo el territorio nacional, en la explanada del ine se realiza una ceremonia de honores a la bandera, a la que acuden los integrantes del Consejo, magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (tepjf), representantes de los partidos políticos, de­cenas de funcionarios del instituto, periodistas y observadores extranjeros.

Flanqueado por la presidenta del Tribunal Electoral, Janine Otálora, y el fiscal especial para la atención de delitos electorales, Héctor Díaz Santa­na, el presidente del ine, Lorenzo Córdova, pronuncia un breve discurso en el que dimensiona la jornada: “Ha comenzado la movilización más grande de nuestra historia para la instalación de casillas a lo largo y ancho del terri­torio nacional”.

Córdova se refiere a las 156 mil 807 casillas electorales que en esos momentos se están instalando en los 300 distritos electorales en los que se divide el país, y al millón 398 mil 525 ciudadanos que fungen como funcionarios de casilla para recibir y contar los votos de 89.1 millones de ciudadanos convocados a votar ese día.

A las ocho de la mañana el Consejo General se declara en sesión per­manente para dar seguimiento a la jornada y, en sus discursos iniciales, las tres consejeras y los ocho consejeros dan más cifras sobre el tamaño de la maquinaria electoral que ese día deberá funcionar como un sofisticado ins­trumento de precisión.

En total, 89 millones 123 mil 355 ciudadanos están inscritos en la lista nominal (10 millones de electores más respecto de las elecciones presiden­ciales de 2012). El INE imprimió y distribuyó 93.9 millones de boletas; vi­sitó a más de 12 millones de ciudadanos, capacitó a 2 millones 920 mil y, finalmente, seleccionó a un millón 400 mil personas para recibir y contar los votos. Desde el extranjero, 98 mil 854 mexicanos ya han enviado sus sufragios. La elección “más grande de la historia” determinará la renova­ción de la presidencia de la República, pero también el relevo en la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, ocho gubernaturas, el Senado (128 integrantes), la Cámara de Diputados (500 legisladores), 27 congresos es­tatales (972 diputados), mil 596 presidencias municipales en 24 estados y 16 alcaldías en la Ciudad de México. En total, se votará para renovar 3 mil 406 cargos públicos, para los cuales hay más de 10 mil candidatos en con­tienda. Si se suman los síndicos, regidores, concejales y regidores étnicos que serán electos, la cifra de cargos suma 18 mil 299.

Además de los consejeros, hablan representantes de partidos y repre­sentantes partidistas del Poder Legislativo. Así, la instalación del Consejo General dura tres horas y seis minutos. Para cuando se declara el primer receso de la sesión extraordinaria del 1 de julio, a las 11:06 horas, ya exis­ten reportes que apuntan a una jornada sin incidentes mayores y con una participación masiva de votantes.

En su intervención, Lorenzo Córdova destaca que el poder del voto ha sido tal que ha eliminado el derramamiento de sangre en la lucha política, ha desmontado el régimen de partido único y ha creado un sistema de par­tidos plural que le ha dado gobernabilidad y paz social al país.

Ese sistema electoral, construido desde la creación del Instituto Federal Electoral (ife) en 1990, está a prueba en la jornada de este 1 de julio. Lo saben todos los presentes.

LA DERROTA DE ANAYA

A las 9:40 de la mañana Ricardo Anaya Cortés llega a la casilla 485 de la colonia Del Valle, en la ciudad de Querétaro. Vestido con pantalón gris, camisa blanca y saco azul marino —sin corbata—, el candidato de la coalición Por México al Frente carga a su hija María en los brazos. Su esposa, Carolina Martínez, camina unos pasos atrás, con sus dos hijos varones, Santiago y Mateo, vestidos exactamente igual.

Aunque la avanzada de Anaya llegó desde las 7:00 horas para negociar con el presidente de casilla el acceso de la prensa a la escuela donde se instaló el centro de votación, el candidato debe esperar dos horas, pues hay una fila enorme. Los que están formados antes de él hacen muecas y se quejan de que los medios no dejaban trabajar a los funcionarios de casilla, por lo que ésta empezó a funcionar después de las 9:00 horas.

Anaya llega a la mesa donde le entregan sus boletas electorales a las 11:40. En la soledad de la mampara, marca los recuadros que llevan su nom­ bre y el logotipo del Partido Acción Nacional (PAN), dejando en blanco los de sus aliados Partido de la Revolución Democrática (PRD) y Movimiento Ciudadano (MC). Posa ante los medios mostrando su voto, doblándolo y depositándolo en la urna que dice “Presidente”. Siempre cargando a su hija. Después, va a que le entinten el dedo y vuelve a posar, forzando una sonrisa, al lado de Carolina, María, Santiago y Mateo. Toda la familia muestra sus pulgares manchados con tinta indeleble.

En un breve mensaje a los medios de comunicación, el panista pide al electorado “votar con convicción, votar pensando en México, votar pen­sando en sus hijos”, y evade media docena de preguntas de periodistas que quieren saber, desde ese momento, qué hará Ricardo Anaya si pierde las elecciones.

“Vamos a ganar. Estoy lleno de esperanza. Estoy contento, estoy emo­cionado. Estoy seguro de que éste va a ser un gran día para la democracia, un gran día para México, y de que nos va a ir muy bien”, dice una y otra vez.

Terminado el ritual del voto, Anaya anuncia que viajará a la Ciudad de México para reunirse con su equipo, y promete que volverá a hablar cuando la ley electoral se lo permita; es decir, cuando hayan cerrado las casillas en todo el país, después de las ocho de la noche.

A las tres de la tarde el panista llega al “cuarto de guerra” que su equipo ha instalado en el hotel Camino Real de Polanco, y ahí conoce un primer avance de las cifras que, ya desde entonces, pintan un sombrío panorama para la coalición que encabeza.

En el war room están Santiago Creel, Jorge G. Castañeda, Rubén Agui­ lar, Dante Delgado, Jesús Ortega, Jesús Zambrano, Agustín Basave… una constelación de políticos veteranos que contrasta con la juventud de los más cercanos al candidato, como Osiris Hernández y Andrea de Anda, y sus incondicionales en el PAN, Édgar Mohar, Damián Zepeda y Fernando Rodríguez Doval.

En los pasillos y salones del hotel hay demasiada gente “dándole se­guimiento” a la jornada: dirigentes y operadores de los tres partidos que conforman el frente; legisladores y candidatos a legisladores; el consultor Roberto Trad, el publicista Víctor Covarrubias y otros supuestos gurús electorales; Emilio Álvarez Icaza, Alfredo Figueroa y otros supuestos repre­sentantes de la sociedad civil; el exjefe de Gobierno, Miguel Ángel Mance­ra, y su equipo; además de asistentes y empleados de la campaña, que matan el tiempo viendo los partidos de octavos de final del Mundial de Futbol: España-Rusia y Croacia-Dinamarca.

Pese a los malos augurios, en los salones se sirven charolas con jamón serrano, salmón y diversos canapés; además de refrescos, café y galletas. En­tre los múltiples salones rentados por la coalición, uno se habilita como sala de prensa, otro como salón de monitoreo, otro como war room y otro como espacio privado para el candidato. Hay uno más, acondicionado con tarima y más de 100 sillas, por si llegan simpatizantes del candidato a celebrar algo. A la larga, ese salón se quedará vacío.

A las seis de la tarde, mientras Anaya permanece encerrado con su círcu­lo más estrecho de colaboradores, los dirigentes partidistas Damián Zepeda (PAN), Dante Delgado (MC) y Manuel Granados (PRD) ofrecen una insólita conferencia de prensa para cantar el “triunfo” de la coalición en seis entida­des: Jalisco, Guanajuato, Yucatán, Puebla, Veracruz y la Ciudad de México.

En realidad, conforme pasan las horas, las malas noticias se van acumu­ lando en el cuartel general del frente: en el Estado de México, la Ciudad de México, Veracruz, Jalisco y Puebla (las cinco entidades con más electores), López Obrador suma el triple de votos de los que tiene Anaya.

De los 15 estados gobernados por el PAN y el PRD, sólo en Guanajuato gana el candidato presidencial panista. De hecho, Guanajuato es la única entidad en la que no ganará López Obrador.

Morena arrasa en la Ciudad de México, con una diferencia de dos a uno entre Claudia Sheinbaum y Alejandra Barrales. Los Yunes pierden Vera­ cruz. Y los Moreno Valle apenas retienen Puebla. Graco Ramírez tendrá que entregar el gobierno de Morelos a Cuauhtémoc Blanco. Y Arturo Núñez dejará la Quinta Grijalva, en Tabasco, en manos del morenista Adán Augusto López. Chiapas ha cambiado el verde de Manuel Velasco por el color granate de Morena y Rutilio Escandón. En Jalisco se perfila como ganador Enrique Alfaro, candidato de MC, pero Anaya no se beneficia de ese triunfo, pues AMLO le saca 200 mil votos de ventaja. En Yucatán el PAN gana la gubernatura, pero AMLO suma 130 mil votos más que Anaya.

Otros estados gobernados por el PAN, como Baja California, Baja Ca­lifornia Sur, Chihuahua, Durango, Tamaulipas, Quintana Roo e incluso Querétaro (tierra natal de Anaya), son ganados por AMLO con cómoda ventaja.

El desastre en las elecciones presidenciales arrastra, además, a los can­didatos al Senado y la Cámara de Diputados. Anaya se perfila para ser el candidato panista menos votado desde 1994, y el PAN, para convertirse en una segunda fuerza política con grupos parlamentarios disminuidos.

Antes de las ocho de la noche Anaya y sus múltiples asesores comienzan a discutir cómo y en qué momento deberá salir el candidato a reconocer la derrota y felicitar a López Obrador.

Ante la insistencia de algunos asesores que sugieren salir a las 20:00 horas —justo al cierre de casillas en los estados con horario del Pacífico—, Anaya recuerda el 2012 y la salida intempestiva de Josefina Vázquez Mota para avalar el triunfo de Enrique Peña Nieto. Los panistas no quieren hacer lo mismo.

El candidato y sus operadores más cercanos aseguran que pueden espe­rar a que el triunfo de AMLO se confirme con algo más que las encues­tas de salida que, para esa hora, ya comienzan a inundar las pantallas de televisión. Unos recomiendan esperar a que el Programa de Resultados Electorales Preliminares (prep) acumule suficientes datos como para marcar tendencia clara, e incluso hay quien propone esperar a que Lorenzo Córdova dé a conocer los resultados del conteo rápido practicado por el ine; pero ese ejercicio, al ser un instrumento científico sofisticado, no estará listo sino hasta las 11 de la noche.

Mientras divagan, los anayistas ven aparecer en los monitores de sus salones al priista José Antonio Meade, quien sale a reconocer la victoria de López Obrador y a desearle suerte. Algunos panistas confiaban en que el presidente Enrique Peña no dejaría que el Partido Revolucionario Insti­tucional (PRI) saliera prematuramente a levantarle el brazo a AMLO, pero Meade lo hace y, así, el tercer lugar en la contienda le gana la nota a Ricardo Anaya.

Después de ver la imagen de Meade, acompañado de su esposa, Juana Cuevas, del líder del PRI, René Juárez, y del coordinador de campaña, Aure­ lio Nuño, al expriista Agustín Basave se le prende el foco: si Anaya no pudo salir primero que Meade ante los medios, sí podría ser el primero en llamar a AMLO para felicitarlo.

A las 20:25 horas Jaime Rodríguez Calderón, alias El Bronco, aparece en las pantallas de televisión. Desde Monterrey, el candidato independiente también se adelanta al panista.

Mientras tanto, Agustín Basave opera la llamada entre Anaya y López Obrador. La conversación es formal y fría; dura menos de cinco minutos.

A las 20:38 horas Anaya aparece al fin en el salón del hotel acondiciona­do para la conferencia de prensa.

“Ninguna democracia funciona sin demócratas; por eso, porque soy un demócrata, reconozco que la información de los resultados con la que cuen­ to me indica que la tendencia favorece a Andrés Manuel López Obrador”, dice Anaya, acompañado de su esposa Carolina y de los dirigentes Damián Zepeda, Manuel Granados, Dante Delgado y Emilio Álvarez Icaza. “Como ya lo hice vía telefónica hace unos minutos que hablé con él, reconozco su triunfo, le expreso mi felicitación y le deseo el mayor de los éxitos por el bien de México.”

Dicho eso, el panista se lanza en contra de Peña Nieto; recuerda que la Procuraduría General de la República (PGR) utilizó un caso de presunto lavado de dinero para orquestar una campaña y lastimar su can­didatura. Y llama a los panistas a ser una oposición responsable desde el Congreso.

El mensaje dura 4 minutos con 20 segundos, en los que sus acompañantes permanecen extrañamente sonrientes frente a decenas de camarógrafos, fotógrafos y reporteros.

Los colaboradores de Anaya le echan las últimas porras de la campaña; se acercan a saludarlo, fotografiarlo, tratar de reconfortarlo. Pero el candi­dato sale a toda prisa con su esposa, guiado por escoltas que lo conducen hasta su auto. Antes de las 10 de la noche, emprende el regreso a su casa de Santa Fe e inicia una especie de retiro de la vida pública.

Su ausencia será notoria en los próximos meses, cuando el PAN haga el recuento de daños y se sumerja en una agria confrontación interna.

EL CIUDADANO MEADE

“Estoy absolutamente seguro de que el día terminará con un triunfo para mí”, dice José Antonio Meade ante un grupo de periodistas que lo inter­cepta a las afueras de su casa de la colonia Chimalistac, en Coyoacán. Son las 9:28 de la mañana, y el “candidato ciudadano” postulado por el PRI em­prende una breve caminata hacia la casilla 0272, acompañado de su esposa Juana Cuevas y su vocero Eduardo del Río.

En el camino, algunos vecinos se acercan a saludarlo y darle ánimos.

Estrechan su mano, le tocan el hombro, le dan palmaditas en la espalda.

Colocado en un tercer lugar en las encuestas, el candidato del gobierno luce sonriente y jovial, vestido con saco y pantalón azul, camisa blanca y sin corbata.

Un tímido grito de “Pepe presidente” se alcanza a escuchar cuando de­posita su voto en la urna. Y al salir de la casilla dice que votó por quien considera que es el mejor candidato: “Yo mero”.

Después, camina de regreso a casa y anuncia a la prensa que al mediodía acudirá con Juana y sus hijos a la capilla de San Sebastián Mártir —una joya arquitectónica del siglo xvi— para la misa dominical.

—¿Va a rezar por su triunfo? —le pregunta un reportero.

—No. Voy a rezar por México, como todos los domingos —responde el candidato.

Al salir de la iglesia, nuevamente se encuentra con algunos reporteros que esta vez quieren saber de qué se trató la homilía, ante lo cual él sola­mente responde: “Sobre los milagros… justamente”.

Y entonces, acompañado de Juana y sus hijos —Dionisio, José Ángel y Magdalena—, el candidato emprende otra caminata, esta vez a la casa de su padre, Dionisio Meade García de León, uno de los hombres fuertes de la tecnocracia mexicana en el sexenio de Ernesto Zedillo.

Dionisio Meade fue uno de los creadores del rescate bancario a me­diados de los años noventa. Al igual que su hijo, estudió para abogado y economista, pero, a diferencia del hoy candidato presidencial, él sí se afilió al PRI y acumuló experiencia como legislador y operador político. En la contienda contra López Obrador y Anaya, se erigió en una especie de con­sejero informal de la campaña de su hijo.

A la hora de la comida, la casa del patriarca de los Meade se convierte en un improvisado cuarto de guerra, donde el jefe de campaña, Aurelio Nuño, y Vanessa Rubio, jefa de la oficina del candidato, concentran la información que les llega desde la sede central del PRI.

Vanessa Rubio, quizá la colaboradora de más confianza de Meade —exsub­secretaria de Hacienda y candidata plurinominal al Senado—, es la encar­gada de concentrar la información, filtrarla y pasar a Meade sólo aquellos datos que considera más relevantes.

Después de comer un jabalí a las brasas servido con arroz y ensalada, y cuando aún había panqués Garibaldi y café sobre la mesa, el candidato y su equipo deciden partir rumbo a la sede nacional del PRI, en Insurgentes Norte.

El candidato llega a la sede priista después de las 16:00 horas, para entonces la tendencia ya es muy clara en favor de López Obrador.

En las pantallas colocadas en las oficinas que se habilitaron para Meade, en el tercer piso del edificio, se proyectan cifras de la elección federal, de los comicios en la Ciudad de México y las ocho entidades donde se vota por gobernador.

A las 18:00 horas, cuando aún están abiertas las casillas de Baja Califor­nia y Sinaloa, Meade ya tiene clarísimo que quedará en tercer lugar, con menos de 20% de los votos, y que AMLO podría rebasar 50 por ciento.

Ni un solo estado ha sido ganado por el PRI; ni siquiera aquellos bas­tiones dominados por el grupo político en el gobierno, como el Estado de México o Hidalgo.

De las ocho entidades donde se elige gobernador, el PRI pierde tres que gobernaba: Jalisco, Yucatán y Chiapas —en alianza con el Partido Verde Ecologista de México (PVEM)—, y no compite en las otras cinco: Guana­juato, Morelos, Puebla, Tabasco y Veracruz.

En la Ciudad de México, el candidato priista a la Jefatura de Gobierno, Mikel Arreola, es arrasado por Claudia Sheinbaum, y Meade suma apenas 600 mil votos en la capital, equivalentes a 12 por ciento.

El PRI de Peña Nieto, que seis años antes celebró su regreso al poder en ese mismo edificio de Insurgentes Norte, se desmorona frente al efecto AMLO. Y Meade, economista pragmático y sin ambición política, propone reconocer de inmediato al ganador de la contienda.

El candidato llama a Los Pinos, donde el presidente sigue la jornada acompañado del canciller Luis Videgaray, y acuerda con ellos reconocer sin reservas el triunfo del tabasqueño.

Luego reúne en una oficina a Nuño, Rubio, Eruviel Ávila, y convoca al dirigente del PRI, René Juárez Cisneros, y a la secretaria general, Claudia Ruiz Massieu Salinas, para comunicarles que saldrá a reconocer su derro­ta en punto de las 20:00 horas.

“Pepe es muy ecuánime, muy claro en sus convicciones y en sus decisio­nes. Nos juntó al equipo cercano, estuvo René Juárez, estuve yo, y él tomó la decisión de que le gustaría salir antes, le gustaría marcar una pauta de responsabilidad democrática para el país, que creía que era muy importan­te”, narró Vanesa Rubio al Financiero Bloomberg en una entrevista de agosto de 2018. “Revisamos el discurso, y simplemente respiró hondo, asumió su papel en este momento histórico para el país y decidió salir ante los medios a hablar. Como buen economista y demócrata, sabes cuando los números son irreversibles, y tomó una decisión relevante para este país.”

Meade baja a la carpa colocada en el patio de la sede priista, para comparecer ante los medios de comunicación, exactamente a las 20:07 horas, apenas después de que concluyera la votación en todo el territorio nacional.

Aparece con Aurelio Nuño y René Juárez. Ninguno viste de rojo, el co­lor que, por recomendación de mercadólogos contratados por el PRI, habían adoptado Meade y su equipo desde mediados de la campaña.

“Hoy toca a la ciudadanía tomar las decisiones, y ya lo ha hecho —dice el candidato—. Éste ha sido sin duda el mayor reto de mi vida. Uno en el que puse todo mi empeño, capacidades, convicciones y corazón […] En este momento, habré de reconocer que fue Andrés Manuel López Obrador quien obtuvo la mayoría; él tendrá la responsabilidad de conducir el Poder Ejecutivo, y por el bien de México le deseo el mayor de los éxitos.”

Con esas palabras, Meade se convierte en el primer actor político del país en anunciar el triunfo de López Obrador.

Interrumpido por colaboradores que le gritan “Pepe-Pepe-Pepe”, el can­ didato usa los nueve minutos de su mensaje para hacer un reconocimiento a Peña Nieto y una defensa de su propia gestión como secretario de Rela­ciones Exteriores, secretario de Desarrollo Social y secretario de Hacienda del gobierno que acababa de ser reprobado en las urnas.

Según Meade, la administración peñista entrega un país con una eco­nomía fuerte y finanzas públicas sanas, atractivo para las inversiones, que le apostó a la educación y le ganó terreno a la pobreza extrema.

Meade lee sin interrupciones las líneas de reconocimiento y gratitud a Peña, al PRI, al PVEM y a su equipo, pero se le quiebra la voz cuando menciona a su esposa, quien vestida de rojo —ella sí con el color del par­ tido— sonríe mientras los pocos priistas presentes aplauden de pie en agra­decimiento a su activismo en los ocho meses de una complicada campaña de proselitismo.

Son las 20:30 cuando Meade abandona la sede del tricolor, dejando atrás un patio vacío y a oscuras, en el que militantes de a pie se consuelan unos a otros. Deambulan cabizbajos, fuman un cigarrillo tras otro, preguntándose cómo les irá con López Obrador, su excompañero de partido.

Las estatuas de Benito Juárez y Plutarco Elías Calles son lúgubres testigos de la escena: una cuadrilla de trabajadores comienza a recoger sillas, bocinas, carpas, pantallas, logotipos del PRI y letreros que dicen “Meade presidente”. En la penumbra, desmontan el escenario de un festejo que no ocurrió.

LA ELECCIÓN MÁS LIBRE DE LA HISTORIA

A las 11:06 horas Lorenzo Córdova declara un receso en la sesión permanente del Consejo General del INE, y 15 minutos después se traslada al estudio de televisión ubicado en el edificio D de la sede central del instituto.

Se ve relajado mientras atraviesa la explanada en la que decenas de medios de comunicación han instalado carpas e improvisado estudios de radio y televisión para hacer la transmisión de la jornada electoral.

Córdova emite un mensaje alrededor de las 12:00 horas que difunden en cadena nacional, en el que informa a la ciudadanía lo que se acababa de reportar ante el Consejo General: que se han instalado 156 mil 803 casillas; es decir, más de 99.9% de las previstas. A esa hora, sólo cuatro casillas de Oaxaca no pudieron instalarse. Córdova califica la jornada como “una autén­tica fiesta de la democracia” y, con alivio, dice que el INE no tiene registro de incidentes graves.

El presidente del INE recuerda a la ciudadanía que nadie puede tratar de comprar su voto, ya sea con dinero en efectivo o regalos, y advierte que la mejor garantía de la libertad del sufragio es la participación de los ciudada­nos. “La mesa está puesta para que ésta sea la elección más libre de nuestra historia. Nos corresponde a todos los mexicanos estar a la altura de ese reto democrático”, enfatiza.

Concluido el mensaje, el presidente del INE aborda una camioneta que lo lleva a su casa en Coyoacán, donde descansa unos cuantos minutos. Luego sale caminando hacia la Plaza de la Conchita, donde se ubica la casilla 0708, en la que se forma para emitir su voto. Ahí también hay periodistas, ante los cuales repite el reporte de saldo blanco.

A las 12:45 sale de la casilla, y de regreso hacia el INE, sube su foto vo­tando a su cuenta de Twitter, en la que informa que se está registrando una participación masiva en todo el país. “Celebrémoslo siendo pacientes con las y los funcionarios de casilla que nos dieron su domingo”, añade.

A las 13:30 se reanuda la sesión del Consejo General, y a esa hora se po­nen sobre la mesa algunos problemas relacionados con las casillas especiales, donde los votantes en tránsito han agotado en unas cuantas horas las 750 boletas disponibles en cada centro de votación.

Dos horas más tarde un grupo de ciudadanos que no alcanzaron a votar en la casilla especial ubicada en la Biblioteca Vasconcelos, en Buenavista, se traslada hasta la sede central del INE para protestar y exigir una boleta para poder votar, lo que es legalmente imposible. Una valla de granaderos es colocada en la sede de Viaducto Tlalpan y Periférico Sur para resguardar el INE.

Para ese momento la verdadera preocupación de las autoridades elec­torales no son esos incidentes menores, sino lo que se espera en las casillas a la hora del cómputo de votos frente a una participación masiva. Una de las novedades de esta elección es la casilla única; es decir, la instalación de una sola mesa directiva de casilla para contar los votos de la elección presiden­cial, las elecciones de senadores y diputados federales, y las de gobernador, diputado local y ayuntamientos en las entidades con elecciones concurrentes. Solamente Nayarit y Baja California Sur no celebran comicios locales, lo que quiere decir que en 30 entidades debe realizarse el cómputo de entre cuatro y seis elecciones distintas. Contar todos esos votos y llenar las actas correspondientes una vez concluido el cómputo de las diversas elecciones llevará toda la noche, por lo que el flujo de información podría ser mucho más lento que en los comicios de 2012.

Ante esa complejidad, si el resultado de las elecciones presidenciales fuera cerrado, el ine y su consejero presidente no tendrían margen para cantar un resultado definitivo en la noche del 1 de julio. En los pasillos del INE se habla de evitar a toda costa el escenario de 2006, cuando Luis Carlos Ugalde salió en cadena nacional a decir que lo cerrado de la diferencia entre Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador le impedía declarar un ganador de la contienda.

Para las seis de la tarde, en los chats de muchos consejeros electorales, representantes de partidos y periodistas comienzan a circular resultados de encuestas de salida que, por ley, no pueden difundirse en medios de comu­nicación. Pero las cifras de esos sondeos son un indicativo de que esa noche no se aparecerá el fantasma de Ugalde en el INE. Las encuestas señalan una diferencia de más de 20 puntos a favor de López Obrador, con lo que se conjura cualquier posibilidad de un conflicto.

Con esa tranquilidad, a las 20:00 horas Lorenzo Córdova vuelve a apa­recer en cadena nacional, para informar sobre el cierre de casillas y explicar que sigue el cómputo de los votos en presencia de los representantes de los partidos acreditados en los centros de votación, y el traslado de los pa­quetes electorales a las juntas locales del ine. Córdova anuncia que, a partir de esos momentos, comenzarán a fluir los datos en el prep, y señala que será hasta las 23:00 horas cuando él mismo dé a conocer los resultados del con­teo rápido, un ejercicio estadístico con el que podría anticiparse el ganador de la elección presidencial.

“Estamos apenas en la fase de escrutinio y cómputo en las casillas, y por ello es muy importante que todos los actores políticos, los medios de comunicación, las organizaciones sociales y la ciudadanía se conduzcan con un alto sentido de responsabilidad. En estos momentos nadie puede anticipar con absoluta certeza y precisión algún tipo de resultado”, advierte Córdova.

El INE pide no anticipar victoria, derrotas ni festejos, pero son los pro­pios derrotados (primero Meade, luego El Bronco y finalmente Anaya) quie­nes saldrán en los próximos minutos a levantarle el brazo a Andrés Manuel López Obrador.

A las 20:45 horas la sesión del Consejo General del INE vuelve a reanu­darse. Para ese momento ya se han pronunciado los candidatos derrotados.

Ante los 11 consejeros y los representantes de los partidos el secretario ejecutivo del INE, Edmundo Jacobo Molina, presenta el informe sobre la jornada electoral, en el que se registraron 3 mil 780 incidentes, de los cuales más de la mitad fueron resueltos inmediatamente.

Según las cifras del funcionario, finalmente se instaló 99.91% de las casillas; es decir, sólo 15 no lograron abrirse desde el inicio de la jornada.

Sin embargo, Edmundo Jacobo también reporta que en 14 casillas se suspendió la votación definitivamente, por riesgo de violencia, robo o destrucción del material electoral. Las casillas donde se registraron los in­cidentes más graves del día están en Tapachula, Chiapas; Gustavo A. Ma­ dero, Ciudad de México; Pachuca, Hidalgo; Tuxtepec, Oaxaca; Chetumal, Quintana Roo; San Luis Río Colorado, Sonora, y Puebla. En esta última entidad se reportan dos asesinatos, ataques a mano armada, robo de urnas y una serie de anomalías que contrastan con lo que ocurrió en el resto del país. A la larga, Puebla será la única elección de gobernador —de las nueve que se celebran ese día— que será impugnada ante el TEPJF.

Al término del informe sobre el desarrollo de la jornada electoral ya no hay duda de quién es el ganador de las elecciones presidenciales: lo han dicho las televisoras, con sus encuestas de salida; los candidatos y partidos perdedores, y prácticamente todos los influencers, analistas y líderes de opi­nión. Pero el INE debe esperar los procedimientos legales y formales.

Cerca de las 21:00 horas Córdova declara un nuevo receso en la sesión extraordinaria del Consejo General, pero antes anuncia que a las 23:00 dará a conocer los resultados del conteo rápido, con lo que se confirma­rán oficialmente las tendencias dadas a conocer por los medios de comu­nicación.

El presidente del INE aprovecha el receso para llamar al ganador de la contienda y confirmarle que en un rato más hará oficial su triunfo. Córdo­va aprovecha la llamada para pedir a AMLO que, antes de pronunciar su discurso de la victoria, espere la cadena nacional del INE y la que, segundos después, hará el presidente de la República para felicitarlo.

Justo a las 23:00 horas, Córdova aparece en las pantallas y, de manera si­multánea, los demás integrantes del Consejo General se reúnen en una sala de juntas para conocer, en voz de Edmundo Jacobo, el informe del Comité Técnico Asesor del Conteo Rápido.

Los datos elaborados por el equipo de matemáticos pertenecientes a la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) y otras instituciones de educación superior, contratado por el ine, son contundentes: Andrés Manuel López Obrador alcanza una votación que fluctúa entre 53 y 53.8% de los votos; Ricardo Anaya queda en segundo lugar, con un rango de 22.1 a 22.8%; José Antonio Meade se ubica en tercero, entre 15.7 y 16.3%, y Jaime Rodríguez, El Bronco, se ubica en cuarto, con un rango entre 5.3 y 5.5 por ciento.

Córdova aclara que estos resultados son oficiales, pero aún no legalmente válidos, pues es preciso esperar los cómputos que se efectuarán a partir del miércoles 4 de julio en los 300 distritos en que se divide el país. Pero deja claro que la tendencia es definitiva para declarar ganador al candidato de la coalición Juntos Haremos Historia.

Cuando los consejeros electorales regresan a la sesión de Consejo Ge­neral, cerca de las 23:30 horas, el primer cuadro de la ciudad ya es una fiesta, por lo que la lectura del informe sobre el conteo rápido —que ya todos conocen— se convierte en un trámite para poder concluir la jor­nada electoral.

El informe leído por el secretario ejecutivo del INE da pie para que los partidos políticos de la coalición encabezada por el PRI, a través de su repre­sentación en el ine, fijen una postura oficial y legal sobre la jornada elec­toral, y reafirmen lo que acaba de decir Peña Nito en cadena nacional: el reconocimiento de los resultados y los deseos de éxito al candidato ganador.

Después habla Horacio Duarte, el experimentado abogado mexiquense que representa a Morena en el INE, el mismo que representó a AMLO en 2006. Viejo lobo de la política, Duarte elogia la labor de los millones de ciudadanos que hicieron posible la jornada electoral con su labor como funcionarios de casilla.

“No puede haber divorcio entre los gobiernos y las instituciones y los ciudadanos. Para Morena, el mandato más importante de esta elección es convertir ese hartazgo ciudadano en esperanza, en mecanismos para afian­zar la democracia en nuestro país […] —dice—, obtener, según este infor­me, 31 puntos de diferencia en la elección presidencial no es un cheque en blanco, es el mandato de actuar con mucha responsabilidad, en un marco que permita la reconciliación del país.”

El representante de Morena asegura que en esta elección el ine rinde “cuentas claras y buenas cuentas” a los ciudadanos.

El panorama es diametralmente opuesto al de 2006, cuando Duarte abandonó el INE denunciando fraude electoral, y López Obrador mandó al diablo a esta y otras instituciones.

La jornada del 1 de julio concluye a la medianoche. Después de que Córdova levanta la sesión de Consejo General, los presentes se ponen de pie y aplauden durante un minuto.

“Viva México”, se alcanza a escuchar antes de que las consejeras y con­sejeros, representantes de partidos y funcionarios electorales se abracen y se feliciten por haber llevado a buen puerto la elección más grande y compleja de la historia.

LA NOCHE DE AMLO

José Ramón López Beltrán, hijo de Andrés Manuel López Obrador, sale de la casa de su padre alrededor de las cinco de la tarde sin despegar la vista de su teléfono. Cuando se le acercan los reporteros que hacen guardia en el lugar sonríe y pronuncia una sola palabra: “Vamos superrequetebién”.

López Obrador termina de comer y abandona su hogar a las 17:30. Aborda el Jetta blanco y recorre la ciudad, desde Tlalpan hasta la colonia Roma, en menos de 30 minutos.

Va feliz. Los reportes que anticipan su triunfo se los han dado directa­mente sus hijos, quienes coordinan los diversos cuartos de guerra que ins­taló Morena para dar seguimiento a los comicios. Además de Gonzalo, José Ramón y Andy, los principales responsables de la megaoperación electoral son Gabriel Díaz, Yeidckol Polevnsky, Tatiana Clouthier y los coordina­ dores en las cinco circunscripciones: Julio Scherer Ibarra, Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, Bertha Luján y Rabindranath Salazar.

En ese momento aún no lo sabe con exactitud, pero AMLO está por re­basar los 30 millones 113 mil votos, la cifra más grande que haya alcanzado jamás un candidato a la presidencia.

Morena ha ganado, además, la Ciudad de México y las gubernaturas de Chiapas, Tabasco, Veracruz y Morelos. Pelea Puebla. Tiene en la bolsa una decena de capitales estatales. Y aventaja en las elecciones de senadores y diputados federales.

AMLO será presidente en condiciones no vistas desde antes de 1997; con una mayoría en las dos cámaras del Congreso de la que no disfrutaron Ernesto Zedillo —en la segunda mitad de su sexenio—, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.

Hasta la calle de Chihuahua comienzan a llegar legisladores y dirigentes de Morena, periodistas, camarógrafos montados en motocicletas y cien­tos de simpatizantes y curiosos que son conminados a irse al Zócalo.

Los operadores de la coalición Juntos Haremos Historia se reparten ta­reas. Unos se mantienen en los cuartos de guerra recibiendo y analizando reportes electorales que llegan desde estados y municipios, y emiten la orden de no descuidar las casillas por salir a festejar. Otros cruzan llamadas con el jefe de Gobierno interino de la Ciudad de México, José Ramón Amieva, para que permita el acceso de la gente al Zócalo, que permanece resguar­dado por la policía para cuidar la megapantalla instalada para transmitir los partidos del Mundial de Futbol.

Porfirio Muñoz Ledo arriba a la oficina del candidato y se reúne con él para revisar los dos discursos que leerá esa noche: uno en un salón del ho­tel Hilton Alameda, donde se encuentra congregado su equipo de campaña, y otro en la Plaza de la Constitución.

También llegan Marcelo Ebrard, Olga Sánchez Cordero y Tatiana Clouthier, quien coincide en el diagnóstico de José Ramón: “Vamos re­quetebién”.

Adentro de la oficina, López Obrador comienza a recibir llamadas de felicitación: Anaya, Meade, El Bronco, Lorenzo Córdova, el presidente Peña Nieto…

Afuera, los simpatizantes se enteran a través de sus teléfonos de los pro­nunciamientos de los tres candidatos perdedores; escuchan que Televisa y TV Azteca ya dieron a conocer encuestas de salida con una clara tendencia a favor de su líder. Pero siguen sin creerlo.

Para las nueve de la noche el grupo de simpatizantes afuera de la casa de la colonia Roma ya es muy nutrido. De adentro les mandan decir que el festejo será en el Zócalo, pero ellos prefieren matar la espera cantando el “Cielito lindo” e improvisando nuevas consignas: “La mafia ya se va / de la silla presidencial”, “López Obrador / no la hagas de emoción”.

Después de las 22:00 horas el candidato sale al balcón de la casona de la calle Chihuahua, vestido de traje y corbata, y acompañado de su esposa. Levanta los brazos, se abraza a sí mismo como muestra de cariño a los que lo vitorean, y se prepara para salir.

Su recorrido hasta el hotel Hilton Alameda se convierte en una perse­cución de motos y coches. Decenas de personas salen a su paso para celebrar el triunfo. En el cruce de las avenidas Cuauhtémoc y Chapultepec, frente a la cantina La Rambla, su coche queda parado junto al Metrobús, del que desciende una docena de pasajeros para ir a tocarlo, tomarse una foto, fe­licitarlo. A AMLO se le mojan los ojos de la emoción y dice, por primera vez de muchas en esa noche: “No les voy a fallar”.

La llegada al Hilton ocurre en medio de una muchedumbre que toma por asalto las puertas y el lobby de ese hotel más bien fifí. López Obrador entra al estacionamiento subterráneo por una calle lateral; camina hasta el salón donde lo espera su equipo amplio de campaña. Gabriela Cuevas, An­tonio Attolini, John Ackerman, las próximas secretarias y secretarios de Estado y un centenar más de invitados especiales ocupan las sillas frente a dos grandes pantallas donde aparece la imagen de Lorenzo Córdova, dando los resultados del conteo rápido. Cuanto el presidente del ine lee que el can­didato Andrés Manuel López Obrador obtuvo una votación que se ubica entre 53 y 53.8% de la votación, estalla el festejo. Attolini brinca como sal­tamontes formando círculos en un rincón del salón. Los morenistas se abra­ zan, aplauden, levantan las manos, gritan con euforia; brotan las lágrimas, las porras, los vivas y el grito de batalla: “Es un honor estar con Obrador”.

Andrés Manuel se queda inmóvil en su silla, rodeado de sus hijos, frente a las pantallas en las que se acaba de proyectar el mensaje pronunciado por el hijo de Arnaldo Córdova, uno de esos luchadores de la izquierda mexi­cana que ya no pudieron presenciar este hito. Coincidencias de la historia: a AMLO le tocó escuchar que al fin se le reconociera su triunfo en las elec­ciones presidenciales de voz del único hijo varón de un histórico del Partido Comunista, uno de los compañeros de las mil y una batallas del tabasqueño, que falleció en 2014 y ya no pudo ver el triunfo del movimiento, pero que ocupa un lugar especial en la mente y en los discursos del candidato.

Afuera del hotel, en las banquetas y los carriles centrales de la avenida Juárez, los que no pueden entrar ven los mensajes en una pantalla: Lorenzo Córdova, Enrique Peña Nieto y, finalmente, el de su líder. Andrés Manuel habla frente a un centenar de reporteros, acompañado de su familia y con una mampara detrás en la que puede leerse: “Gracias, México, no les voy a fallar”.

El mensaje ante los medios, transmitido en vivo por todas las televisoras, busca tranquilizar a los escépticos: “No apostamos a construir una dicta­dura abierta ni encubierta. Los cambios serán profundos, pero se darán con apego al orden legal establecido. Habrá libertad empresarial, libertad de expresión, de asociación y de creencias. Se garantizarán toda las libertades individuales y sociales. En materia económica, se mantendrá la autonomía del Banco de México; el nuevo gobierno mantendrá disciplina financiera y fiscal […] Siempre nos conduciremos por la vía legal, no actuaremos de manera arbitraria, ni habrá confiscación o expropiación de bienes”, prome­te el candidato.

Asegura, también, que el próximo presidente de ninguna manera per­mitirá la corrupción ni la impunidad. “Sobre aviso no hay engaño”, remata.

Después se traslada al Zócalo, donde ya lo esperan miles de personas que han ido llegando desde la tarde, en metro, en taxi, bicitaxi o por su propio pie. Nadie los ha convocado ni acarreado y, aunque no llenan por comple­to la plaza, juntos ofrecen la estampa de un Zócalo iluminado y repleto a la medianoche; una postal que aparecerá en todos los periódicos, portales y noticieros de televisión en México y el mundo.

Casi a la medianoche, el candidato comienza a leer su discurso, el mis­mo que horas antes iba revisando en su coche:

“Se decidió, el día de hoy, iniciar la cuarta transformación de la vida pública de México”, asegura.

“¡Triunfó la revolución de las conciencias!”, exclama.

Sus palabras son replicadas con aplausos y gritos de una multitud eufórica que celebra, después de tres intentos fallidos, la victoria de su dirigente.

En el Zócalo hay niños, ancianos, mujeres y hombres que visten ca­misetas de AMLO, agitan banderas y hacen sonar matracas, tambores y cornetas. Algunos de los presentes lloran, emocionados, cuando AMLO rememora las luchas previas: sus éxodos desde Villahermosa en los años noventa; la campaña por el Gobierno de la Ciudad de México en 2000; el desafuero en 2004; la campaña de 2006 y el plantón de Reforma, y la cam­paña de 2012.

Ahora están ahí, escuchando que López Obrador les promete cumplir todos los compromisos. Y entre ellos se pellizcan, para comprobar que no es un sueño.

“No les voy a fallar, no se van a decepcionar —asegura el tabasqueño—, soy muy consciente de mi responsabilidad histórica; no quiero pasar a la historia como un mal presidente.”

Y cuando ya no tiene nada más que decir, remata con una de sus frases favoritas: “Amor con amor se paga; así como me quieren ustedes a mí, los quiero yo a ustedes… y un poquito más todavía”.

Ya es 2 de julio cuando López Obrador abandona el primer cuadro para dirigirse a su casa. Algunos de sus simpatizantes permanecen hasta dos horas más en las calles del Centro. Ríen, cuentan anécdotas, beben, bailan y cantan.

Al mediodía del lunes 2 de julio, en esa misma plaza, miles de mexicanos llorarán la derrota de México ante Brasil en los octavos de final del Mundial Rusia 2018. Otra vez se habrá esfumado el sueño del quinto partido. Pero el sueño de la cuarta transformación apenas habrá comenzado.