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Herencias • Fausta Gantús

Miradas habitadas.

Por
Escrito en OPINIÓN el

A partir de obsesiones, medulares en su tradición poética personal, Fausta se adentra, se extravía o huye de miradas en las que se recobra o desconoce.

A través de una historia íntima, de un pasado presente, evocando –o proyectándose– en un ser que se observa y se persigue, los personajes se descubren o abandonan en un sinfín de facciones de pertenencia indefinible.

Aquí confluyen voces, sentimientos que se entretejen para contar una historia hecha de muchas historias. Giros de una espiral que en cada reiteración nos lleva a otro sitio, en que no se sabe si se sube o se baja, y en el que al final siempre estamos en el principio, porque el principio, nos plantea, es siempre un final.

Fausta Gantús nos entrega Herencias, un ejercicio literario en el que se juega con la prosa y el verso para explorar las dimensiones creativas de un tema y las posibilidades del lenguaje para expresarlo.

Son textos donde la autora invita a que cada lector se acerque a su obra desde el territorio en que se sienta más cómodo.

Fausta Gantús, Herencias. Miradas habitadas (narrativa) / Habitar la mirada (poesía), México, Ed. Venablo, 2020.

Fausta Gantús | Escritora e historiadora. Profesora e Investigadora del Instituto Mora (CONACYT). Especialista en historia política, electoral, de la prensa y de las imágenes en Ciudad de México y en Campeche. Es autora de una importante obra publicada en México y el extranjero, entre las que destaca su libro Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la Ciudad de México, 1867-1888. Ha coordinado varias obras sobre las elecciones en el México del siglo XIX (atarrayahistoria.com) y es co-autora de La toma de las calles. Movilización social frente a la campaña presidencial. Ciudad de México, 1892. Escribió el libro de poemas Crucifícate amor entre mis sábanas (México, Universidad Autónoma de Campeche, 1996) y del libro de cuentos Los amantes de la luna en el pozo (México, Fondo Editorial Tierra Adentro, CNCA, 1997), al que pertenece el conocido texto “Legítima existencia” (primer lugar en el Certamen Regional de Cuento “Agustín Monsreal”, Yucatán, 1995). En 2020 publicó el libro de creación literaria Herencias. Habitar la mirada/Miradas habitadas.

Herencias | Fausta Gantús

#AdelantosEditoriales

 

Herencias. Miradas habitadas (fragmento)

Abandonada siempre a la ausencia y la memoria, a la angustia. Por eso la abuela se quedaba mirando al horizonte, ausente de sí misma, casi vacía. Vacía de sí misma pero habitada por los recuerdos, por los otros. Con esa tristeza traicionera que asomaba a sus ojos delatando la nostalgia que la ataba al silencio y la negación.

Verdades inconfesables, impronunciables. La querencia profunda, la confianza. Querencia y confianza traicionadas por el marido y por la sangre propia. Y otra querencia prohibida, pasión inconfesable. Condena de los cuerpos que en la clandestinidad se encuentran. Imposibilidad de ser en la querencia. Y una nueva oportunidad en la mirada soñadora de él. Oportunidad que se desvanece. Verdades que a fuerza de callarse terminaban por no existir. Pero sólo en apariencia. Lo que no se nombra no existe. Sólo existe aquello que crean las palabras. Si las palabras no lo enuncian entonces desaparece. Pero no es cierto.

La abuela sabía, con certeza sabía, con angustia sabía, con nostalgia sabía… que aquello que se calla, que aquello que se niega, que esos hechos que condenamos al destierro del silencio son más ciertos que todo lo que creamos con las palabras. Ella sabía que lo que desterramos al reino del silencio se torna ausencia. Al tornarse ausencia nos habita, nos invade, nos posee más sólidamente, más certeramente, más arteramente que lo que nombramos.

No se puede escapar del silencio y de la ausencia. Ella lo intentaba, procuraba con empeño encontrar la ruta que la situara en el presente. Pero el presente era tan poco reconfortante. No había escapatoria. Por eso ella estaba sin estar. Estaba a medias. Negada y entregada. Tratando de aferrarse a las querencias que prometían futuros alentadores. Pero ella no sabía, no podía confiar en el futuro. El futuro la había traicionado reiteradamente. Una y otra vez había depositado sus esperanzas en las promesas de futuro. Y una y otra vez el futuro la había herido con su espejo de realidad. Ya no confiaba más en el futuro, porque sólo entregaba desencanto.

El futuro también era una trampa. Un engaño que posibilitaba lidiar con el presente, con la cotidianeidad miserable en la que vamos quemando una a una las luces de bengala con las que intentamos traer a nuestras vidas, atraer a nuestras vidas, un poco de pasión. La pasión, esa maravillosa creación de algún poeta que nos tendió una trampa. En realidad todos los poetas son tramposos. Todos mienten.

Perseguimos la pasión con ahínco. Y cuando la atrapamos descubrimos su carácter ilusorio y efímero. Cuánto esfuerzo invertido, cuántas horas de espera y de búsqueda y de espera y de inquietud. Cuántas horas de expectativa, aguardando para experimentar la pasión. Y cuando creemos que la hemos atrapado se nos escapa. Un instante. Sólo eso existe la pasión, un instante. Y después, de nuevo el vacío, la ausencia acrecentada, la angustia renovada y fortalecida. Nos vendieron el cuento de la pasión y de la felicidad. Nos lo vendieron a bajo costo y pagos diferidos y todas compramos nuestro lote de esperanza e incertidumbre. Para descubrir que la incertidumbre es más fuerte que la esperanza. Que la incertidumbre devora la esperanza.

La esperanza arrima al desconcierto. La esperanza se vuelve en contra de su poseedor, lo traiciona, lo entrega al enemigo. La esperanza es sólo una ficción para mantenernos atados a la fe que intenta salvarnos de la incertidumbre. Tenemos esperanza de redención. Negación. Entrega. El verdadero sentido de la esperanza, lo que define la esperanza es la confianza. Confiar para descubrir la traición. El destino de la esperanza es la traición.

La abuela lo sabía, porque un día, lejano, en un tiempo desdibujado en el recuerdo, cuando soñaba con el futuro, ella también se dejó seducir por la esperanza. Y la esperanza, coludida con el futuro, en complicidad con la pasión y en contubernio con la felicidad, incendió su presente hasta que consumió su vigor, su energía, su confianza, su alegría. Le arrebató sus vínculos ancestrales, le arrebató su pequeño espacio de amor, la condenó al silencio.