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Entre la extinción y el rescate • Carlos Lavore

Las resistencias de los pueblos contra el modelo neoliberal.

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Escrito en OPINIÓN el

El planeta atraviesa un estado de emergencia climática. La región latinoamericana padece los efectos del despojo. Pueblos, comunidades y sociedad organizada ofrecen una terca resistencia. Carlos Lavore, autor de diversos trabajos sobre participación, planeación y comunicación, da cuenta en este libro de lo que está ocurriendo a escala global con los bosques, hielos, suelos y agua, cuya brutal explotación se traduce en desastres “naturales” y colapsos parciales con severas afectaciones a la vida. A partir del recuento de los saqueos de bienes y recursos naturales en los últimos 40 años en América Latina, Lavore explica el proceso de extinción de la vida planetaria, o de buena parte de ella; reflexiona sobre los efectos negativos que ha producido la concentración del poder financiero, político y mediático; y pone el acento en las posibilidades de rescate.

Si bien no existe un proyecto de liberación asumido colectivamente, este libro visibiliza las múltiples resistencias y consigna la potencialidad transformadora de distintas alternativas políticas y sociales a lo largo de América Latina, con un énfasis particular en México; como la experiencia del pueblo boliviano, el movimiento de los sin tierra, los zapatistas en el sureste mexicano, las fogatas populares en Cherán, el pueblo Yaqui en Sonora, los movimientos de mujeres en las grandes ciudades y una notable cantidad de resistencias locales.

Entre la extinción y el rescate ofrece una interpretación que resultará útil para la articulación política de quienes sueñan con reinventar el mundo, reinventar América Latina, reinventarnos.

Fragmento “Entre la extinción y el rescate” de Carlos Lavore de Editorial Debate, Cortesía de publicación Penguin Random House.

Entre la extinción y el rescate | Carlos Lavore

#AdelantosEditoriales

 

Introducción

Este trabajo se alimenta, en gran medida, de una serie de actividades desplegadas en los ámbitos de la Fundación para la Democracia y del espacio político Por México Hoy, entre 2015 y 2020. Foros regionales y nacionales; reuniones con grupos, comunidades y organizaciones, en el campo, las sierras y las ciudades; conversatorios con especialistas, académicos y militantes de diversos países; discusiones e intercambios con los equipos de trabajo de cada ámbito. Todos de una gran riqueza, fueron dibujando la naturaleza de los problemas que atraviesan México y América Latina, así como el potencial social para superarlos.

En su curso se pusieron en evidencia la delicada situación que atraviesa el planeta por la sobreexplotación de recursos y la emisión de gases, la profundidad y amplitud del despojo y destrucción propiciados por el modelo impuesto en la fase neoliberal del capitalismo, la fragmentación de las resistencias que pueden auspiciar el rescate, y el debilitamiento del soporte interpretativo político e ideológico, de diversas izquierdas y de quienes están descontentos con lo que ocurre y buscan un horizonte distinto. También las dificultades y tropiezos de los gobiernos progresistas de la región para abordar los cambios estructurales que se necesitan.

El trabajo intenta describir lo que está ocurriendo en el planeta, con el acento puesto en los países de Latinoamérica, en especial, en México; explicar el andamiaje del poder hegemónico concentrado que está detrás; visibilizar las resistencias y su potencialidad transformadora y reflexionar sobre el devenir posible. El propósito es ofrecer una interpretación que sea de utilidad para la articulación política de quienes sueñan otro mundo.

Desde un enfoque sistémico se presenta una secuencia que inicia con el proceso de extinción de la vida planetaria, o de una parte de ella, reflejado en el derretimiento de polos y glaciares, la destrucción de selvas y bosques, el agotamiento de recursos fósiles y minerales, la sobreexplotación del agua, la hiperurbanización y el cambio climático como síntesis de todo ello.

Ese proceso, en América Latina y en México, sucede a partir de los despojos consustanciales al modelo dominante, traducido en el saqueo de bienes y recursos naturales y en la explotación de mano de obra, que son las llamadas “ventajas comparativas” que la región entrega a la globalización, con la ilusión del progreso y el desarrollo alimentando los discursos oficiales y las expectativas de las personas.

Ello es propiciado por una hegemonía constituida por el capital financiero, los instrumentos institucionales de dominación y las corporaciones mediáticas, con el acompañamiento del crimen organizado. La estructura de la hegemonía se reproduce a nivel global, regional y local, con las variantes propias de cada caso. El capital financiero como poder supremo omnipresente, Estados, normatividad y regímenes ajustados a la dominación, los medios de comunicación construyendo subjetividades y sentido común, en abono del individualismo y un supuesto libre mercado, naturalizando la neocolonización.

La principal característica es el alto grado de concentración que presentan los componentes de la estructura hegemónica a nivel global, regional y nacional. El poder financiero con apoyo en las tecnologías de información y comunicación desplaza inversiones en tiempo real y lo puede hacer con fines especulativos o para desestabilización política. Una élite política, empresarial y tecnocrática administra los aparatos institucionales. Un grupo de corporaciones mediáticas controla lo que ven y escuchan millones de personas y unas pocas grandes empresas de internet funcionan como un “gran hermano” global que acapara información, interlocución y relaciones.

Los efectos de ese poder hegemónico y concentrado sobre nuestros países se ponen de relieve en la extracción ilimitada de riqueza, en la organización dependiente y deformada del territorio y las ciudades, con la infraestructura construida en función de lo global y el capital financiero inmobiliario determinando las urbes; en la subordinación de la política a la economía, de los políticos al modelo y de lo público a lo privado; y en la construcción del sentido común neoliberal, patriarcal y machista, que excluye alternativas y refuerza individualis­mo, consumismo, exitismo, competencia, egoísmo y colonización cultural.

Cuarenta años después, la resistencia al modelo de muerte conforma barreras infranqueables en la cultura milenaria de los pueblos originarios y comunidades del campo y las sierras, en la conciencia ambiental de múltiples organizaciones, en la conciencia cívica de otras tantas, en las movilizaciones de las mujeres contra el patriarcado y por el derecho a decidir, en todos los que reclaman por el derecho a la vida digna, sean víctimas, jóvenes, lgbtiq, trabajadores o ancianos y, también, en quienes son una reserva del pensamiento libre.

Esa resistencia se interrelaciona con numerosas y notables experiencias de rescate en toda América Latina y en particular en México, con propuestas de organización comunitaria, producción colectiva y cooperativa, relación armónica con el medio natural, con eje en el bienestar y no en el consumo, relaciones sociales solidarias y desarrollo cultural independiente, anclado en la historia propia. Configuran un paradigma opuesto al neoliberalismo y son un soporte y una referencia inevitables en el proceso emancipatorio.

Durante el año 2020 una invisible nube pandémica se expandió sobre la humanidad, poniendo en cruda evidencia las enormes desigualdades sociales, los límites y las contradicciones del modelo capitalista neoliberal y la falacia de su discurso. Esta crisis sanitaria, que se amplía a lo económico, social, político y cultural, trae severos cuestionamientos a la idea del libre mercado, el individualismo, el Estado subsidiario y el consumismo, como los motores fundamentales de la sociedad y crudamente expone las consecuencias de los atropellos a la naturaleza. En el epílogo del trabajo se plantea que tal vez llega el tiempo de irrumpir en la política desde la organización social para reinventar al mundo, reinventar América Latina, reinventarnos, tras un ideal de igualitarismo y comunitarismo, más necesario que nunca, en relación armónica con la Madre Tierra, en favor de la vida.

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Extinción

Una mirada más o menos abarcadora a lo que está ocurriendo en el planeta no puede menos que generar inquietud sobre el futuro de la humanidad. La advertencia científica de larga data y la evidencia empírica registrada desde hace muchos años en relación con los abusos contra la naturaleza y las personas tropiezan sistemáticamente con los intereses de los países desarrollados del norte y con la dificultad —o la negativa— de los grupos de poder y los respectivos gobiernos del sur para cambiar la lógica del modelo económico y cultural dominante o, al menos, atemperar sus aspectos más agresivos, eludiendo así el tránsito a la sexta extinción que muchos investigadores predicen.1

El cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el agotamiento de recursos no renovables, en particular el de los energéticos, son producto del modelo global. Si se agrega el factor demográfico (7 mil 500 millones de habitantes actualmente y hacia 2050, 10 mil millones), la combinación de todos ellos pone en crisis a la propia civilización tal como la conocemos. Según el Banco Mundial, en 2050 se necesitarían tres planetas Tierra para disponer de los recursos naturales necesarios, por lo que es imperioso cambiar el modelo extractivista y mercantil establecido y modificar las conductas de consumo.

Los grandes acuerdos internacionales como la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (onu, 2015) y el Acuerdo de París (cop 21, 2016) para reducir la emisión de gases de efecto invernadero, aunque significativos, no son suficientes para evitar el precipicio porque están planteados desde la misma lógica que genera lo que se pretende atender. “A pesar de llevar años hablando del problema, las emisiones mundiales están alcanzando niveles récord y no muestran signos de haber tocado techo”, reconoció en diciembre de 2019 el secretario general de la onu (Guterres, 2019), en tanto que, en diciembre de 2020, llamó a los gobiernos del mundo a declarar “estado de emergencia climática” para evitar una catástrofe.

Los ricos del mundo están preocupados por el cambio climático, pero más lo están por sus intereses. Las grandes potencias, en particular China, Estados Unidos y Rusia, tienen en consideración el tema, pero les preocupan mucho más las posiciones de poder y el control de materias primas a escala planetaria. En palabras de Greta Thunberg, “estamos a principios de una extinción masiva y todo lo que les interesa es el dinero y esas fantasías sobre el eterno crecimiento económico. Cómo se atreven”.

Es la sociedad, en muchas de sus expresiones organizadas, quien asume la inquietud y reacciona, se opone, resiste de distintas formas, en distintos lugares del mundo. Instinto de sobrevivencia, conciencia de la realidad, reclamo ante el despojo y la injusticia, otra concepción de la vida, van hilvanando la esperanza de frenar el tránsito a la extinción.

Jóvenes europeos alzando la voz para un reclamo contundente a los gobiernos incapaces de actuar pensando más allá de la corrección política coyuntural y del interés mercantil sobre los recursos naturales. “Están destruyendo nuestro futuro” es el grito de conciencia y madurez que se levanta ante la depredación, la indolencia y el mantenimiento del statu quo.

A la par, existen miles de conflictos socioambientales en América Latina por minería, agua, hidrocarburos, deforestación, grandes represas, transgénicos, agrotóxicos, turismo, expansión urbana, contaminación, cambio climático. Con distintos enfoques y formas organizativas se expresan en defensa del territorio, en la denuncia de despojos y en la formulación de propuestas alternativas.

En Estados Unidos cientos de organizaciones de base y movimientos populares, en campo y ciudad, articulan una alianza de alianzas para enfrentar la simulación verde, que implica más negocios para las grandes empresas, e impulsar una salida justa de la civilización petrolera (Ribeiro, 2018).

La vida y la muerte en contraste franco y transparente. Jóvenes y activistas del Norte desarrollado con plena conciencia de la catástrofe inminente haciéndose cargo de lo que el poder niega o disimula. Despliegue de comunidades en resistencia organizada en el Sur en vías de desarrollo, contra los proyectos de muerte y de los gobiernos que los avalan. Las miradas son distintas, pero potencialmente convergentes, ante un colapso inminente.

Para ampliar y profundizar esa convergencia es necesario que el conjunto de la sociedad adquiera conciencia plena sobre la dimensión real de la destrucción, identifique las causas verdaderas de lo que está ocurriendo y conozca la naturaleza de los mecanismos operantes y su funcionamiento global y local. Es condición necesaria, si se quiere tener alguna posibilidad de desmontar el andamiaje de la muerte y revertir el camino a la extinción.

La pandemia de covid-19 contribuye a esclarecer lo que se señala, dado que es consecuencia de los desequilibrios provocados, es una advertencia dramática sobre la hegemonía establecida, pone al descubierto la cara real de la globalización impuesta y, al mismo tiempo, abre una oportunidad para transitar hacia otro modelo civilizatorio.

Destrucción

Los polos se derriten, se incendian la Amazonía, Australia, África y Siberia, las sierras y montañas de América Latina son devastadas por la minería, la fractura hidráulica destruye a la tierra por dentro, los transgénicos y la ganadería extensiva la destruyen por fuera, en tanto el fondo del mar es devastado por la pesca de arrastre. Esta terrible agresión a la naturaleza y al planeta lo es también a los seres vivos, incluyendo a los humanos. La paradoja es que la maquinaria de destrucción es conducida por seres humanos y adquiere la forma de un modelo de explotación, control y dominación que es autodestructivo.

El planeta se entiende como una mercancía objeto de disputa y sobre él va quedando la huella predatoria del actual sistema de organización mundial, huella cada vez más profunda y extensa, que nos pone en el filo de la extinción. Según la revista Nature sólo 23% de la superficie del planeta, terrestre y marítima, se encuentra libre de explotación de recursos naturales y de ocupación humana. El 80% de los mares está poco o nada afectado por alguna forma de contaminación causada por humanos (Gómez, 2018).

“La falta de acceso al agua potable mata anualmente a cerca de 300 mil niños menores de 5 años en el mundo, y más de 2 mil 200 millones de habitantes del orbe carecen de acceso a los servicios básicos de agua y 4 mil 200 millones carecen de servicios de saneamiento” (onu, 2019). Esto se agravará con el acelerado proceso de urbanización que, hacia 2030, implicará un promedio de 60% de población urbana a nivel global y de 75% en 2050.

“Aproximadamente 60 mil millones de toneladas de recursos renovables y no renovables se extraen a nivel mundial cada año”, señala el informe de la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios de Ecosistemas (ipbes, por sus siglas en inglés, 2019).

Una presión sobre la tierra que además de excesiva se produce de manera desigual y es por el alto consumo de los países desarrollados, que cuadruplica la demanda de las naciones en vías de desarrollo. Lo paradójico es que son estos últimos los que soportan la demanda de los primeros. Profunda inequidad vinculada a una historia de colonialismo que se extiende hasta hoy (Sierra, 2019).

Consumimos una vez y media lo que el planeta puede proporcionar y la actividad que se desarrolla sobre él se traduce en profundos desequilibrios en la vida terrestre, con alta concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, destrucción de diversidades biológicas, devastación de selvas y bosques, deshielo en los polos, aumento del nivel del mar, hundimiento de suelos, inundaciones, muerte de arrecifes de coral, contaminación generalizada, extinción de especies de flora y fauna, escasez de agua, incremento del hambre, desperdicio de alimentos, expansión de enfermedades, conflictos derivados del control de recursos, millones de seres humanos desplazados, crisis financieras, por citar algunas de las penurias que ya estamos viviendo 99% de la población, sin que se haga sentir la reacción de los gobiernos.

Los efectos sociales de este proceso son catastróficos. Desigualdad, pobreza, despojo, expulsión, migraciones, violencia, desesperación, enfermedades, hambre, muerte, a escala nunca vista en la historia de la humanidad. En ese contexto, mujeres, niños y ancianos son los más afectados.

Y en una virtual torre de marfil tecnologizada, los dueños del capital financiero internacional mueven flujos especulativos, expanden su hegemonía, determinan regulaciones, provocan crisis y conflictos bélicos y entretejen redes supranacionales que articulan poderes económicos, políticos, mediáticos y del crimen organizado. En tiempos de pandemia, incertidumbre y muerte, siguen incrementando ganancias.

Polos y glaciares

El Ártico es un océano rodeado de tierra. La Antártida es una masa de tierra rodeada de océano. Aunque con procesos distintos, ambos polos están en situación irreversible de deshielo, si no se toman medidas drásticas y urgentes. A ellos se suman los glaciares de montaña como en Islandia (Okjokull),Venezuela (Humboldt) y el Himalaya. Los glaciares de Groenlandia difícilmente se recuperarán. En México el glaciar del Popocatépetl está casi extinto y en la cumbre del Iztaccíhuatl el glaciar Ayoloco fue declarado extinguido por expertos de la unam (La Jornada, 2021b). En tanto, el deshielo en las sierras de Chihuahua y Durango reduce el caudal de los ríos de Sonora y Sinaloa.

Hay alrededor de 150 mil glaciares en el mundo, que cubren cerca de 500 mil km2 de superficie. A través de los ríos ellos proveen de agua para riego y consumo. Su descongelamiento acelerado provocará falta de agua hacia 2050.

El derretimiento del permafrost (Siberia, Alaska, Canadá), ya en proceso, libera gases de efecto invernadero y patógenos desconocidos, congelados hace millones de años.

La temperatura de los océanos y de la superficie de la Tierra ha aumentado desde hace unos 30 años y en particular en los últimos 10. Con el deshielo hay menos reflexión solar, lo que contribuye al calentamiento y, en consecuencia, al incremento del nivel del mar. Cambia la composición del agua y se altera su biodiversidad.

Deshielo en el Ártico

En 40 años se ha reducido en 40% el área cubierta por hielo marino. Cada verano el casquete polar incrementa la posibilidad de desaparecer. Los osos polares pierden su hábitat paulatinamente y su existencia entra en riesgo.

DESHIELO EN EL ÁRTICO

Los incendios de selvas y bosques afectan a todo el planeta y en ciertas regiones están dejando de ser estacionales y se presentan todo el año, como en África. En muchos casos no hay recuperación porque el suelo se utiliza para agricultura y ganadería, como en Brasil y Argentina.

En los primeros ocho meses de 2019 los incendios forestales en Siberia y el Oriente ruso afectaron más de 10 millones de hectáreas. En Alaska, 1 millón de hectáreas (El Espectador, 2019) y otro tanto en Indonesia. En la mayoría de los casos, provocados por calor anormal y falta de lluvia. Es decir, el cambio climático retroalimentando su proceso.

En África, a finales de agosto de 2019, los focos de incendios sumaron 3 mil 400 en el Congo y 6 mil 900 en Angola. La cuenca del Congo alberga el segundo bosque tropical más importante del mundo. En la sabana que lo rodea, el incendio de pastizales responde principalmente a prácticas ancestrales (quema, barbecho y cultivo), pero sus efectos hoy no son inocuos como los de antaño. También se producen incendios para deforestar y expandir zonas agrícolas.

En la Amazonía, entre enero y agosto de 2019 se contabilizaron 73 mil incendios, afectando a Brasil, Bolivia y Paraguay. Sólo en agosto se quemaron 2.5 millones de hectáreas (Greenpeace, 2019). Entre enero y mayo de 2020 más de 2 mil km2 deforestados, 34% más que en el mismo periodo de 2019. En Australia, los devastadores incendios, que se prolongaron desde septiembre de 2019, han quemado 50 mil km2 y matado casi 500 millones de animales, hacia finales del mismo año. El drama se repitió en 2020, con pérdidas incalculables en bosque y fauna.

En la cuenca del Amazonas muchos de los incendios tienen el propósito de deforestar para la agricultura y la ganadería. En la Amazonía brasileña, 65% de la tierra deforestada es ocupada para ganadería extensiva (bajo control de JBS, Minerva y Marfrig), que es emisora de gases efecto invernadero. El 6.5% es para cultivo de soya transgénica (Bayer-Monsanto) (Jezequel, 2019).

Es oportuno señalar que Estados Unidos, Brasil y Argentina se cuentan entre los países con mayor superficie de cultivos genéticamente modificados (70, 40 y 24 millones de hectáreas, respectivamente) y fumigados con agrotóxicos.

En México, durante los primeros meses de 2021, 92 incendios destruyeron 21 mil 490 hectáreas en 19 estados (La Jornada, 2021a) y los siniestros continuaban, combinándose con una sequía extendida en 85% del territorio nacional y poniendo en crisis los sistemas de embalses, lagos y lagunas (Enciso, 2021b).

Los bosques tropicales son un sistema natural de oxigenación. Sin ellos el cambio climático se acelera. La cuenca del Amazonas es el principal pulmón del planeta, con una biodiversidad de gran riqueza. Nada de ello cuenta ante la voracidad mercantil de las grandes transnacionales de la agricultura y la ganadería, la codicia del capital financiero que no tiene límites en la optimización de su tasa de ganancia, de su rentabilidad, y los gobiernos de turno que, por distintas razones, permiten y aprovechan la explotación indiscriminada de los recursos. En este sentido debe mencionarse la particular agresividad del gobierno de Brasil presidido por Jair Bolsonaro (2019-2022) en la devastación del Amazonas, sin ninguna consideración por los pueblos originarios, el medio ambiente y el cambio climático.

La confluencia de calentamiento, resequedad, explotación clandestina e indiscriminada, la ampliación de fronteras agropecuarias y la atracción de recursos mineros guardados bajo los bosques son letales para la biodiversidad y la especie humana. En marzo de 2021 los incendios se hilvanaron en América Latina desde la Sierra de Santiago en el norte de México hasta El Bolsón en el sur de Argentina, desbordando las capacidades institucionales, devastando vida y recursos.

Flora y fauna

No hay plena coincidencia entre especialistas sobre el número de especies existentes, pero sí la hay respecto a su progresiva desaparición, en muchos casos irreversible, y a su causa principal: los cambios de uso de la tierra y la sobreexplotación por parte de los humanos a través de la tala, la caza y la pesca, lo que además provoca pérdida de hábitat.

Treinta mil especies de fauna desaparecen cada año (cerca de tres por hora). Hacia 2050 será la mitad de los 10 millones que hoy existen (pájaros, mamíferos, anfibios, insectos), algunas por sobreexplotación. Se estima que hay al menos 35 mil plantas comestibles, sin embargo, sólo 20 especies proporcionan 90% de los alimentos de origen vegetal. De ellas, tres representan la mitad de las cosechas (maíz, trigo, arroz). Es un logro del monocultivo en desmedro de la biodiversidad (Taibo, 2017).

Un millón de especies de fauna y flora está en peligro de desaparecer. De los 8 millones de especies de animales y plantas que se calcula existen en el planeta, 5.5 millones corresponden a insectos, de los cuales por lo menos 10%, es decir, medio millón de especies, está en peligro de extinción. Del resto, al menos la cuarta parte está bajo amenaza por la destrucción de los bosques (ipbes, 2019).

El 40% de los anfibios y 25% de los mamíferos se encuentran en peligro debido a la reducción acelerada de sus poblaciones, al igual que 34% de coníferas y 33% de corales (Carrere, 2019).

1. El planeta tuvo cinco episodios de extinción masiva de especies: 1) Ordovícico, hace 445 millones de años; 2) Devónico, hace aproximadamente 360 millones de años; 3) Pérmico, hace unos 253 millones de años, el mayor de todos; 4) Triásico, hace 200 millones de años; 5) Cretácico, hace 66 millones de años.