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Decisiones difíciles • Felipe Calderón Hinojosa

Gobernar es decidir.

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Escrito en OPINIÓN el

"Gobernar es decidir. No es ni remotamente algo simple. En las decisiones que se toman como Presidente de la República lo que está en juego es el rumbo de la nación y las condiciones de vida de decenas de millones de personas".

Así comienza este recorrido en el que Felipe Calderón reflexiona sobre la compleja tarea de gobernar y lo que significa tomar decisiones en escenarios de incertidumbre, decisiones que, a fin de cuentas, nadie más quiere tomar.

Al enfrentar este reto, dice el autor, es inevitable relatar las circunstancias, las vivencias, las ideas que rodean cada hecho. Así, a partir de una concepción muy particular de la política, como vocación y deber, Felipe Calderón presenta una visión de conjunto de las decisiones más difíciles que ha tomado en su trayectoria, como espectador privilegiado de la transición democrática primero y después como protagonista en momentos fundamentales del pasado reciente, en particular como Presidente de México.

En un recuento crítico en el que intercala anécdotas personales y episodios inéditos hasta hoy, aborda sin cortapisas los temas más delicados de su administración, desde las elecciones en las que resultó ganador, pasando por la extinción de Luz y Fuerza, la crisis económica o la pandemia de la influenza, hasta la estrategia de seguridad implementada por su gobierno, lo cual permite al lector entrever las razones detrás de sucesos cruciales que configuraron el presente del país.

Con plena conciencia de que en las decisiones presidenciales es imprescindible la capacidad de preguntarse qué es lo correcto, la firmeza de carácter para actuar y la disposición de enmendar los errores que inevitablemente llegan a cometerse, Felipe Calderón finaliza la travesía con una carta dirigida a Andrés Manuel López Obrador, donde expone puntualmente su visión de la actualidad y los desafíos por venir.

La Silla Rota te regala un fragmento del libro "Decisiones difíciles", de Felipe Calderón Hinojosa, con autorización editorial de Penguin Random House.

Felipe Calderón Hinojosa (Morelia, 1962) fue Presidente de México de 2006 a 2012. Es abogado por la Escuela Libre de Derecho, tiene una maestría en Economía por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y otra en administración pública por la Escuela John F. Kennedy de la Universidad de Harvard. Cuenta con una larga trayectoria en la política y en la administración pública. 

Decisiones difíciles | Felipe Calderón Hinojosa

#AdelantosEditoriales


Fragmento del libro Decisiones difíciles de Felipe Calderón

En Hacienda, Agustín Carstens y su equipo diseñaron un esquema de liquidaciones que en realidad eran muy generosas; en discusión con la Secretaría del Trabajo se acordó la preparación de finiquitos que consideraran la suma de la liquidación prevista en la Ley Federal del Trabajo y otra más de acuerdo con el contrato colectivo de trabajo. Se les otorgaron ambas: cada trabajador tuvo un pago de retiro equivalente a dos años y medio de salario en promedio. En general, la gran mayoría de los trabajadores aceptó su liquidación. Hubo un grupo de 14 mil, de los 44 mil activos, que la rechazó y llevó hasta el final esta determinación. Ordené a Hacienda que se esmerara en planear una liquidación justa y generosa y me dijeron que así fue. El tema de las liquidaciones fue muy complejo, debido a que tuvimos que pensar cómo emitir, 24 horas antes del inicio del operativo, 44 mil cheques sin que nadie se diera cuenta. Era una logística impresionante que no podía fallar si queríamos que las cosas salieran de la mejor manera posible.

Desde el principio supe que la decisión de cerrar Luz y Fuerza podía implicar, por desgracia, la pérdida de vidas humanas. La prioridad era evitar a toda costa que eso sucediera. Sin embargo, tomada la decisión e iniciado el operativo, no podía haber marcha atrás. Temiendo que alguien no quisiera seguir con el plan estructurado, solicité en el grupo compacto en el que dábamos seguimiento a las decisiones que quien no estuviera dispuesto a cargar con esa responsabilidad histórica, abandonara en ese momento al equipo. Todos se sostuvieron.

CRUZAR EL RUBICÓN

Después de varias semanas de arduo y sigiloso trabajo las tareas preparatorias parecían, por fin, terminar. La checklist que preparaba el peor escenario avanzaba razonablemente bien. En realidad, los equipos avanzaban con solidez. Empecé a preguntar, a uno por uno de los asistentes, su opinión. Comencé por Fernando Gómez ­Mont: “Yo creo que sí, Presidente”; siguió Agustín Carstens: “Yo creo que sí, hay que hacerlo, de una vez”; Alfredo Elías: “Estamos listos, se ve bien”. Genaro estaba totalmente de acuerdo: “Vamos a darle”, dijo. Y así sucesivamente. “Pues vamos a tomar la empresa, está decidido”, dije. En la tensión de aquella tarde surgió un aplauso espontáneo y estruendoso, se escucharon varias exclamaciones de júbilo. “Alea jacta est”, dije recordando esta expresión aprendida en mi juventud. “A cruzar el Rubicón”, remató Luis Felipe Bravo Mena, entonces mi secretario particular.

Todavía faltaba determinar la manera en que se desarrollaría el operativo y el día en que se llevaría a cabo. Hubo varios momentos clave en la discusión. Algunos querían que la medida se implementara en marzo de 2010, cuando se pactarían modificaciones al contrato colectivo, de modo que los preparativos le parecieran naturales al SME y pensaran que el gobierno les estaba haciendo “la finta de siempre”. Se consideró muy en serio hacerlo de esa forma, pero debido al deterioro de la situación financiera del país y a la creciente presión del sindicato, que desafiaba de manera abierta al gobierno y bloqueaba arterias cada vez más importantes, como el Periférico de la Ciudad de México, se hacía cada vez más urgente tomar cartas en el asunto y no dejar pasar más tiempo. Había otro factor: en el mundo eran cada vez más evidentes los estragos causados por la crisis económica. Ya se sabía que había sido la peor desde la Gran Depresión de 1929, y por supuesto la de mayor alcance global en el terreno financiero. El nerviosismo de los mercados se sentía en todas partes. Grecia estaba a punto de derrumbarse, lo mismo Islandia y otros países. Incluso España e Italia daban señales de deterioro en el valor de su deuda. Había que quitar a México del riesgo de una corrida financiera en contra nuestra, y para ello había que dar señales muy claras de que el gobierno mexicano estaba comprometido con reducir el déficit creado por la crisis misma. El cierre de Luz y Fuerza no dependía del Congreso —medidas difíciles e impopulares casi nunca logran mayoría, por muy necesarias que sean—, era una decisión administrativa que constituiría en sí misma una señal muy poderosa del compromiso del gobierno mexicano con la responsabilidad fiscal. Así que la ventana de oportunidad era antes de la aprobación del paquete presupuestal para el año 2010. Ahora o nunca. Era el momento de reducir, de golpe, una partida de alrededor de 55 mil millones de pesos. Así, surgió la decisión de hacerlo durante el último trimestre de 2009, antes de la presentación del presupuesto y de la negociación del contrato. El factor sorpresa podía correr a nuestro favor y minimizar la violencia y cualquier derramamiento de sangre, objetivo clave de la medida.

El equipo siguió trabajando en búsqueda de la fecha más oportuna. El primer consenso fue que el operativo debería lanzarse por la noche, por sorpresa, en un día común. Sin embargo, era muy difícil imaginar una operación exitosa y sin violencia en medio de la vorágine de las actividades cotidianas de la Ciudad de México. Tendría que ser un fin de semana. ¿Cuál?

Al revisar el calendario, consideramos “puentes” vacacionales, días festivos, llegamos a pensar en la víspera del Día de Muertos. En aquellas conversaciones, que pasaban por momentos de serias y circunspectas, a charlas salpicadas de bromas, vimos que el sábado 10 de octubre se jugaba un partido decisivo entre México y El Salvador para lograr el pase al mundial de futbol de Sudáfrica. Me pareció la mejor oportunidad para realizar el operativo y el resto del equipo apoyó de inmediato.

Con la decisión tomada empezaron a correr todos los preparativos con muchísimo sigilo. La Policía Federal comenzó a concentrarse y, por su parte, la CFE se agrupaba y camuflaba algunas camionetas para que pasaran desapercibidas. Mientras tanto, el sindicato seguía sosteniendo que tenía el mando del Centro Nacional de Control de Energía (Cenace) y del suministro de energía eléctrica en las oficinas ubicadas en el Circuito Interior, pero en realidad hacía tiempo que controlábamos el suministro desde el Museo Tecnológico y otra base paralela en Puebla.

El día llegó. Con el operativo a punto, hablé con Margarita, mi esposa, para decirle lo que iba a suceder. Le informé sobre la magnitud del asunto y le pedí tener medidas de protección adicionales a las habituales con los niños. Como siempre, se mostró muy solidaria, aunque no podía esconder su asombro, incluso su cordial indignación, ya que no le había informado nada durante el proceso de planeación.

Ese sábado 10 por la mañana estaba concentrado en Los Pinos. En la soledad de mi despacho sentí la inquietud de hablarle a Martín Esparza, el líder sindical, de informarle de manera oficial lo que ocurría. Quizá podríamos negociar… recordé todas las veces que lo había intentado y las tácticas recurrentes de ellos: formar un grupo de trabajo, ganar tiempo, engañar. Desistí de hacerlo, pues sólo hubiera provocado un caos absoluto aquella noche y una confrontación abierta y muy violenta en las diversas instalaciones de la compañía. Creo que tuve razón.

También se había concentrado en Los Pinos una buena parte del equipo. Estaban Max Cortázar, Miguel Alessio, Patricia Flores, Alejandra Sota, Javier Lozano, Fernando Gómez­ Mont y Luis Felipe Bravo. El resto estaba en sus posiciones. Todo estaba listo.

Empezamos a ver el partido de futbol y conforme avanzaba el juego a mí me iban llegando reportes del comportamiento del sindicato. Gracias a los primeros reportes del Cisen supe que ese día nos había favorecido otra coincidencia: que se estaba llevando a cabo la boda de un prominente miembro del sindicato en Hidalgo, justo en el pueblo de Martín Esparza, y que por lo tanto ahí se hallaba una buena parte de la dirigencia sindical. En la boda también había personas pertenecientes al SME que estaban trabajando como informantes para el Cisen, y estaban narrando lo que se conversaba en la mesa de los líderes sindicales. Uno de los reportes decía que algunos miembros del sindicato le habían dicho a Esparza: “Oye, Martín, la gente nos dice que han visto varias camionetas de la CFE fuera de su zona, en nuestros territorios, ¿no será que quieran tomar la empresa?” A lo que respondió: “Éstos no tienen los hu… suficientes”. Y siguieron la fiesta.

Continuábamos viendo el futbol. Cuando Cuauhtémoc Blanco anotó el segundo gol contra El Salvador y el estadio Azteca estalló, dije: “Ya, es ahora o nunca”. Revisé de nuevo en mi oficina todos los detalles para asegurarme de que todo estuviera perfectamente organizado. Los operativos iban a empezar a las 12 de la noche porque el decreto de intervención, que con cuidado había preparado Miguel Alessio Robles, el consejero jurídico, saldría publicado en el Diario Oficial de la Federación justo a la medianoche.

Alrededor de las nueve de la noche supimos que la dirigencia sindical sabía que algo estaba pasando, y se empezaron a movilizar. Aun así, teníamos cierta ventaja: parte importante de los líderes del sindicato tenía todavía que trasladarse desde la boda hasta la Ciudad de México y su capacidad de reacción era reducida debido a la dispersión del grupo, incluso por las condiciones en que se encontraban algunos de ellos.

A pesar de ese pequeño margen de tiempo a nuestro favor, era evidente que el SME estaba operando con rapidez para activar a los diversos grupos que supuestamente resguardaban las instalaciones. Por eso les dije a los Secretarios de Gobernación y de Seguridad Pública, Gómez­ Mont y García Luna: “Necesitamos apresurarnos. A las 12 de la noche entran; ni un minuto después; tienen que estar ahí. Sin embargo, el resguardo de las instalaciones sigue siendo una responsabilidad federal, independientemente del decreto, asuman esa responsabilidad”. Entendían a la perfección lo que estaba en juego. Para llegar a cada una de las instalaciones estratégicas había que comenzar ya los traslados y no esperar a la medianoche. En efecto, a pesar del decreto, el gobierno federal tenía la obligación de garantizar la operación del servicio y el Estado la de mantener la integridad y la seguridad de las instalaciones estratégicas. Esa obligación permitía actuar a las fuerzas federales.

Comimos algunos sándwiches que habían traído a la oficina, y mientras tanto monitoreábamos ansiosos las noticias, los reportes del Cisen, la CFE, el Ejército, la Marina y Seguridad Pública, y repasamos el “mi nuto a minuto” que meticulosamente se había preparado. Al terminar les dije a los colaboradores que ahí se encontraban: “Me voy a dormir porque mañana va a ser un día muy difícil”. Les pedí a Max Cortázar y a Patricia Flores que monitorearan el operativo y que me avisaran si algo salía mal, pero que si todo estaba yendo como lo habíamos planeado no me despertaran. Sabía que el día siguiente iba a ser uno de los más complicados de mi gestión. Cité a reunión al equipo a las seis de la mañana del día siguiente y me fui a dormir a eso de la medianoche. Los equipos de la Policía Federal y de la CFE estaban iniciando la toma de instalaciones. Casi a las tres de la mañana me desperté y, al revisar mi teléfono, encontré mensajes de Fernando Gómez ­Mont y Patricia Flores que me pedían que prendiera la televisión. Para ese momento Milenio TV ya estaba transmitiendo en vivo. Los operativos que se planeaban completar en seis horas se completaron en dos y media con una precisión impecable. Habíamos tomado exitosamente la empresa, y sin un solo incidente de violencia. Una verdadera victoria. Todo resultó más rápido de lo que imaginamos. Para la población y la prensa fue una verdadera sorpresa, para el grupo dirigente del sindicato un movimiento definitivo para el cual no estaba preparado. Ahora debíamos alistarnos para la reacción.

EL DÍA DESPUÉS

En efecto, los reportes del Cisen compartidos por Guillermo Valdés en la reunión que había convocado por la mañana del domingo muy temprano eran preocupantes, los esperados. Miles de trabajadores de Luz y Fuerza se estaban congregando en el Monumento a la Revolución y muchos iban armados con cadenas, marros, palos, tubos y sopletes. Algunos líderes fueron vistos con armas de fuego. Pronto tendría lugar una asamblea deliberativa muy intensa en la sede del sindicato, que acababa de inaugurar nuevas instalaciones en esa zona. La discusión era acalorada y confusa. En medio de la indignación y las consignas violentas hubo también reproches hacia la dirigencia por haber tensado las cosas hasta el máximo. Un grupo radical quería marchar con todo y tomar Los Pinos. Otro más informaba que había intentado acercarse y estaba ocupado por la Policía Federal —una vez más aparecía la importancia de haberla creado— y lo que ellos llamaban “tanquetas” y que sería difícil llegar hasta la oficina presidencial. Con seguridad eran los vehículos lanza­agua. Algunos ni siquiera funcionaban, pero los colocamos estratégicamente en varias calles. Además de ésos exhibimos otros vehículos inservibles de la fuerza pública, pero pintados como de la Policía Federal. Era un dispositivo de disuasión; era lo único para lo que podían servir y funcionó.