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Colapsología • Pablo Servigne y Raphaël Stevens

El horizonte de nuestra civilización ha sido siempre el crecimiento económico; pero hoy, es el colapso.

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Escrito en OPINIÓN el

Hoy la utopi´a ha cambiado de bando: somos unos ilusos al creer que todo puede continuar como antes. El colapso es el horizonte de nuestra generación, el comienzo de nuestro futuro.

Muchas son las preguntas que surgen con sólo mencionar la palabra colapso: ¿Que´ sabemos del estado global de la Tierra? ¿Y del de nuestra civilizacio´n? ¿Es comparable un colapso de las cotizaciones de la bolsa con uno de la biodiversidad? ¿Pueden arrastrarnos la convergencia y la perpetuacio´n de las distintas «crisis» hacia una vora´gine irreversible? ¿Hasta do´nde puede llegar todo esto? ¿En cua´nto tiempo? ¿Es posible vivir un desmoronamiento «civilizado», de manera ma´s o menos paci´fica?

Pablo Servigne, ingeniero agro´nomo y doctor en Biologi´a, y Raphae¨l Stevens, investigador y especialista en transicio´n ecolo´gica, analizan todos los estudios cienti´ficos que han mostrado la posibilidad real de un colapso, y ofrecen una visio´n interdisciplinaria de un tema au´n hoy tabu´ para muchos: la Colapsologi´a. En este libro ponen palabras a nuestras intuiciones sobre las consecuencias de las mu´ltiples crisis que estamos experimentando: crisis ecolo´gica, energe´tica, demogra´fica, financiera, de salud pu´blica...

Sin embargo, para Servigne y Stevens el peor de los escenarios no tiene porque´ llegar a hacerse realidad; ni se rinden, ni caen en el catastrofismo. Por el contrario, nos invitan a reaccionar, a actuar y dar a luz a una sociedad ma´s sostenible, ma´s amigable, ma´s humana.

Fragmento libro “Colapsología” de Pablo Servigne y Rapahël Stevens editorial arpa, distribuido por Océano. Publicado con el permiso de Océano.

Pablo Servigne es ingeniero agro´nomo y doctor en Biologi´a, especialista en temas de transicio´n, agroecologi´a y colapsologi´a, neologismo que creo´ junto con Raphae¨l Stevens. Durante varios an~os investigo´ el comportamiento y la ecologi´a de las hormigas, primero en Sudame´rica y ma´s tarde en Europa, lo que origino´ su pasio´n por los mecanismos de ayuda mutua (uno de los ejes de la colapsologi´a).

Raphae¨l Stevens es investigador y ecoasesor. Especialista en estudios prospectivos, ciencia de la complejidad y modelado cualitativo. En 2008 cofundo´ la firma de investigacio´n y consultori´a Greenloop, que apoya a organizaciones y comunidades territoriales en su transicio´n ecolo´gica. Adema´s, es uno de los fundadores de la ONG Biomimicry Europa, especializada en biomime´tica.

Colapsología | Pablo Servigne y Raphaël Stevens

#AdelantosEditoriales


INTRODUCCIÓN

ALGÚN DÍA HABRÁ QUE ABORDAR EL TEMA...

Crisis, catástrofes, colapsos, declive… El apocalipsis se lee entre líneas en las noticias cotidianas del mundo. Aunque ciertas catástrofes son completamente reales y satisfacen la necesidad de actualidad de los periódicos —accidentes de avión, huracanes, inundaciones, la extinción de las abejas, accidentes bursátiles o guerras—, ¿está justificado insinuar que nuestra sociedad «va directa al fracaso», anunciar una «crisis planetaria global» o constatar una «sexta extinción masiva de las especies»?

Resulta paradójico soportar esta avalancha mediática de catástrofes y no poder hablar explícitamente de grandes catástrofes sin que te tachen de… «¡catastrofista!» Por ejemplo, todo el mundo sabe que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) publicó en 2014 un nuevo informe sobre la evolución del clima, pero ¿hemos visto un verdadero debate acerca de las nuevas circunstancias climáticas y sus implicaciones en lo que respecta a los cambios sociales? No, claro que no. Demasiado catastrofista.

Quizás estemos hartos de las malas noticias. Además, ¿no ha habido siempre amenazas de fin del mundo? ¿Plantear el mañana como si fuera lo peor no es un fenómeno narcisista típicamente europeo u occidental? ¿Acaso no es el catastrofismo el nuevo opio del pueblo, destilado por ayatolás ecológicos y científicos sin financiación? Vamos, pues, ciudadanas y ciudadanos, ¡un último empujón y saldremos de «la crisis»!

O puede que no sepamos hablar de catástrofes, de las verdaderas, las que duran, las que no se corresponden con el ritmo de la actualidad. Porque, hay que reconocerlo, nos enfrentamos a serios problemas medioambientales, energéticos, climáticos, geopolíticos, sociales y económicos, que han alcanzado hoy en día puntos de no retorno. Pocos lo dicen, pero todas estas «crisis» están interconectadas, se influyen y se alimentan unas a otras. Actualmente disponemos de una gran cantidad de pruebas e indicios que sugieren que nos encontramos ante crecientes inestabilidades sistémicas que amenazan seriamente la capacidad de ciertas poblaciones humanas —incluso del ser humano en su totalidad— para mantenerse en un ambiente sostenible.

¿COLAPSO?

No se trata del fin del mundo, ni del apocalipsis. Tampoco de una simple crisis de la que se sale indemne, ni de una catástrofe puntual que se olvida unos meses después, como un tsunami o un ataque terrorista. Un colapso es «el proceso a partir del cual una mayoría de la población ya no cuenta con las necesidades básicas (agua, alimentación, alojamiento, vestimenta, energía, etc.) cubiertas [por un precio razonable] por los servicios previstos por la ley». Por tanto, se trata de un proceso irreversible a gran escala, como el fin del mundo, efectivamente, ¡solo que no es el fin! Lo que vendrá después se prevé de larga duración, y habrá qué vivirlo con una certeza: no tenemos manera de saber en qué consistirá. Sin embargo, si peligran nuestras «necesidades básicas», no nos cuesta imaginar que la situación podría resultar incalculablemente catastrófica.

Pero ¿hasta qué punto? ¿A quién afecta? ¿A los países más pobres? ¿A Europa? ¿A todos los países ricos? ¿Al mundo industrializado? ¿A la civilización occidental? ¿Al conjunto de la humanidad? O incluso, como afirman algunos científicos, ¿a la inmensa mayoría de las especies vivas? No hay respuestas claras a estas preguntas, pero lo que es seguro es que no se puede descartar ninguna de estas posibilidades. Todas las «crisis» que sufrimos están relacionadas con estas categorías: por ejemplo, el fin del petróleo afecta al mundo industrializado (pero no a las pequeñas empresas rurales olvidadas por la globalización); los cambios climáticos, en cambio, amenazan a todos los humanos, incluyendo una buena parte de las especies vivas.

Las publicaciones científicas que contemplan derivas globales catastróficas y una creciente probabilidad de colapso son cada vez más numerosas y están más respaldadas. Los informes de la Royal Society de Reino Unido de 2013 incluyeron un artículo de Paul y Anne Ehrlich sobre el tema, que dejaba pocas dudas al respecto… Las consecuencias de los cambios medioambientales globales que se estimaban plausibles para la segunda mitad del siglo xxi, se manifiestan hoy en día muy concretamente a la luz de unas cifras cada día más precisas y contundentes. El clima se desboca, la biodiversidad colapsa, la contaminación alcanza todos los rincones y se convierte en una constante, la economía está frecuentemente al borde de un paro cardiaco, las tensiones sociales y geopolíticas se multiplican, etc. No resulta extraño ya ver a responsables del más alto nivel e informes oficiales de grandes instituciones (Banco Mundial, ejércitos, IPCC, bancos de negocios, ONG, etc.) insinuar la posibilidad de un colapso, o lo que el príncipe Carlos llama un «acto suicida a gran escala».

En un sentido más amplio, «Antropoceno» es el nombre que se ha dado a esta nueva época geológica que caracteriza nuestro presente. Nosotros —los humanos— venimos del Holoceno, una era de destacable estabilidad climática que duró unos 12.000 años y que permitió la aparición de la agricultura y las civilizaciones. Desde hace algunas décadas, los seres humanos (en todo caso, muchos de ellos, y el número crece) han sido capaces de trastocar los grandes ciclos biogeoquímicos del sistema Tierra, creando una nueva época de cambios profundos e imprevisibles.

No obstante, estos balances y cifras son un tanto abstractos. ¿Cómo afectan a nuestra vida cotidiana? ¿Acaso no sentís que hay una especie de vacío enorme por llenar, un lazo de unión que falta entre estas grandes declaraciones científicas rigurosas y globales y la vida diaria que se pierde en los detalles, el caos de los imprevistos y el calor de las emociones? Ese es precisamente el vacío que trata de llenar este libro; establecer la relación entre el Antropoceno y vuestro día a día. Para eso, hemos elegido la idea de colapso, que permite combinar distintos niveles, es decir, tratar tanto tasas de pérdida de biodiversidad como emociones asociadas a las catástrofes, o comentar riesgos de hambrunas. Es una idea relacionada con imaginarios cinematográficos ampliamente conocidos (¿quién no visualiza a Mel Gibson en el desierto, armado con una escopeta recortada?), pero también con informes científicos muy especializados; que permite plantear diferentes cronologías (desde la urgencia de lo cotidiano hasta el tiempo geológico) viajando cómodamente entre pasado y futuro; o que hace posible establecer un nexo entre la crisis social y económica griega y la desaparición masiva de poblaciones de pájaros e insectos en China o en Europa. En resumen, es la idea que convierte el concepto de Antropoceno en algo vivo y tangible.

Aun así, en el ámbito mediático e intelectual no se plantea con seriedad la cuestión del colapso. El famoso problema informático del año 2000 y, después, el «fenómeno maya» del 21 de diciembre de 2012, acabaron con cualquier posibilidad de argumentación seria y factual. Insinuar un colapso en público equivale a anunciar el apocalipsis y, por tanto, a verse relegado a la categoría muy delimitada de «creyente» y de «irracional» que «ha habido siempre». Punto final, siguiente tema. Este proceso de destierro automático —que en este caso parece verdaderamente irracional— ha dejado el debate público en tal estado de deterioro intelectual que ya no es posible expresarse si no es por medio de dos posturas caricaturescas que a menudo rozan lo ridículo. Por una parte, tenemos que soportar discursos apocalípticos, supervivencialistas o seudomayas, y por otra, hemos de aguantar las refutaciones «progresistas» de algunos como Luc Ferry, Claude Allègre y del estilo de Pascal Bruckner. Las dos posturas, ambas frenéticas y crispadas por un mito (el del apocalipsis o el del progreso), se nutren mutuamente por un efecto «espantapájaros» y comparten la fobia al debate pausado y respetuoso, lo que refuerza esa actitud de negación colectiva desacomplejada tan característica de nuestra época.

NACIMIENTO DE LA «COLAPSOLOGÍA»

Pese a la gran calidad de ciertas reflexiones filosóficas que tratan este tema, el debate sobre el colapso (o «el fin de un mundo») adolece de ausencia de argumentos basados en hechos. Se queda en el terreno de lo imaginario o de la filosofía, o en otras palabras, básicamente, «en las nubes». Los libros que examinan el colapso se limitan en general a un punto de vista o una disciplina (arqueología, economía, ecología, etc.), y los que tienen una intención sistémica presentan lagunas. Colapso, por ejemplo, el best seller de Jared Diamond, se conforma con la arqueología, la ecología y la biogeografía de civilizaciones antiguas, y deja en el tintero algunas cuestiones esenciales de la situación actual. Respecto a otros títulos exitosos, suelen plantear el tema desde la postura supervivencialista (cómo fabricar un arco y unas flechas o conseguir agua potable en un mundo de fuego y sangre) y provocan en el lector el mismo escalofrío que siente al ver una película de zombis.

Hace falta, no solamente un verdadero estado del arte —o mejor, un análisis sistémico— sobre la situación económica y biofísica del planeta, sino ante todo una visión de conjunto de lo que podría ser un colapso, de cómo podría desencadenarse y de sus implicaciones psicológicas, sociológicas y políticas para las generaciones presentes. Es necesaria una auténtica ciencia aplicada e interdisciplinar sobre el colapso.

En este libro proponemos reunir, a partir de numerosos trabajos repartidos por todo el mundo, las bases de lo que llamamos, con una cierta autoburla, «colapsología» (del latín «collapsus», «que cae en un solo bloque»). El objetivo no es satisfacer el mero deseo científico de acumular conocimientos, sino aclararnos acerca de lo que nos pasa y podría pasarnos; es decir, dar un sentido a los acontecimientos. Al mismo tiempo, y ante todo, es una manera de tratar el tema con la mayor seriedad posible para poder analizar serenamente qué políticas deberíamos poner en marcha frente a tal perspectiva.

Son muchas las preguntas que surgen con solo mencionar la palabra «colapso». ¿Qué sabemos del estado global de la Tierra? ¿Y del de nuestra civilización? ¿Es comparable un colapso de los valores de la bolsa con uno de la biodiversidad? ¿Pueden la convergencia y la perpetuación de las «crisis» arrastrar a nuestra civilización a una vorágine irreversible? ¿Hasta dónde puede llegar todo esto? ¿En cuánto tiempo? ¿Podremos conservar las formas políticas democráticas? ¿Es posible vivir un colapso «civilizado» de una manera más o menos pacífica? ¿Será el final inevitablemente desafortunado?

Sumergirse en el fondo de esta palabra, entender sus sutilezas y sus matices, distinguir los hechos de las fantasías, son algunas de las metas de la colapsología. Es urgente sacar a la luz esta idea y conjugarla en diferentes tiempos, darle textura, detalles, matices; hacer de ella, en fin, un concepto vivo y operativo. Ya sea con el ejemplo de la civilización maya, del Imperio romano o de la más reciente URSS, la historia nos muestra que existen distintos grados de colapso, y que aunque haya rasgos comunes, cada caso es único.

Además, el mundo no es uniforme. Habrá que reconsiderar la cuestión de las «relaciones Norte-Sur» desde un nuevo ángulo. Un estadounidense promedio consume muchos más recursos y energía que un africano promedio. No obstante, las consecuencias del calentamiento global serán más graves en los países próximos al ecuador, que son precisamente los que menos han contribuido a la emisión de gases de efecto invernadero…

Parece evidente que la cronología y la geografía de un colapso no serán, respectivamente, ni lineal ni homogénea.

Este libro no está pensado para infundir miedo. En él no hablaremos de escatología milenarista ni de posibles fenómenos astrofísicos o tectónicos que podrían provocar una gran extinción de las especies, como la que vivió la Tierra hace 65 millones de años. Lo que saben hacer los humanos por su cuenta da suficiente de qué hablar. Tampoco es un libro pesimista que no cree en el futuro, ni uno «positivo» que minimiza el problema y aporta «soluciones» en el último capítulo. Es un libro que pretende exponer los hechos de manera lúcida, plantear cuestiones pertinentes y reunir una caja de herramientas para comprender el tema al margen de las películas hollywoodenses catastróficas, el calendario maya y la «tecnofelicidad». No solo presentamos el ranking de malas noticias del siglo, sino que proponemos un marco teórico para escuchar, comprender y acoger todas las pequeñas iniciativas que ya existen en el mundo «poscarbono» y que surgen a una velocidad inaudita.

ATENCIÓN: TEMA DELICADO

Sin embargo, la mera racionalidad no basta para tratar un tema de tal calibre. Hace ya algunos años que nos interesamos por él, y la experiencia —en especial, los encuentros con el público— nos ha enseñado que las cifras, por sí solas, no pueden dar cuenta de la realidad. Sin duda alguna, hay que añadirles intuición, emociones y una cierta ética. La colapsología no es, por tanto, una ciencia neutral, alejada de su objeto de estudio. Los «colapsólogos» están plenamente involucrados en lo que estudian. No pueden permanecer neutrales. ¡No deben hacerlo!

Elegir este camino no deja a nadie indemne. El tema del colapso es tóxico y llega hasta lo más profundo del ser. Es un impacto enorme que hace pedazos los sueños. En el trascurso de estos años de investigación, nos hemos sumergido en olas de ansiedad, de cólera y de profunda tristeza, hasta experimentar, muy progresivamente, una cierta aceptación, e incluso, a veces, esperanza y alegría. Al leer obras sobre la transición, como el famoso manual de Rob Hopkins, hemos podido vincular dichas emociones a las etapas de un duelo. El duelo de una visión del futuro. En efecto, comenzar a entender, y después a creer en la posibilidad de un colapso, al final, equivale a renunciar al futuro que nos habíamos imaginado. Supone la destrucción de esperanzas, sueños y expectativas que llevábamos forjando desde la más tierna infancia, o que teníamos para nuestros hijos. Aceptar la posibilidad de un colapso es consentir en ver morir un futuro que era importante para nosotros y que nos tranquilizaba, por irracional que sea. ¡Qué desgarrador!

También hemos pasado por la desagradable experiencia de observar la cólera de alguien cercano proyectarse en nosotros para no alejarse nunca más. Es un fenómeno muy conocido: para que desaparezca la mala noticia, se mata al mensajero, a los agoreros y a los que dan la voz de alarma. Pero, más allá del hecho de que eso no resuelve el problema del colapso, advertimos al lector desde este momento de que no somos muy amigos de tal práctica… Analizamos el colapso, pero con calma. Es cierto que la posibilidad de un colapso anula futuros que nos eran queridos, y es de una violencia enorme, pero también abre infinidad de opciones, algunas sorprendentemente alegres. La clave está, pues, en descifrar lo venidero y hacer de ello un lugar habitable.

En nuestras primeras intervenciones públicas, tratábamos de hablar únicamente de cifras y de hechos para ser lo más objetivos posible. Siempre nos sorprendían las emociones del público. Cuanto más claramente se exponían los hechos, más se intensificaban las emociones. Queríamos hablar a la cabeza pero llegábamos al corazón: a menudo, el público respondía con tristeza, llantos, angustia, resentimiento o efusiones de cólera. Nuestro discurso ponía nombre a las sospechas que muchos ya tenían, y calaba hondo. Al mismo tiempo, esas reacciones eran el eco de nuestros propios sentimientos, que intentábamos ocultar. Tras las conferencias, los impulsos de gratitud y de entusiasmo eran cada vez más frecuentes y, sobre todo, más fuertes. Concluimos que no solo había que darle a nuestro discurso abstracto y objetivo el calor de la subjetividad —con un lugar importante reservado a las emociones—, sino que también teníamos mucho que aprender de los descubrimientos de las ciencias del comportamiento sobre la negación, el duelo, el storytelling y cualquier otro tema que pudiera unir psique y colapso.

Ha habido momentos en los que se ha abierto todo un mundo entre nosotros y personas cercanas que conservaban —¡e incluso defendían!— el imaginario de continuidad y de progreso lineal. Con el paso de los años, claramente nos hemos ido alejando de la doxa, esto es, de la opinión general que da un sentido común a las noticias del mundo. Se puede hacer la prueba: si se escucha el telediario desde esta perspectiva, ¡no tiene nada que ver! Es una extraña sensación la de formar parte de este mundo (¡más que nunca!), pero no salir en la imagen dominante que tienen los demás… Esto hace que nos cuestionemos la pertinencia de nuestro trabajo con frecuencia. ¿Nos habremos vuelto locos, unos sectarios? No necesariamente. Porque, por un lado, el diálogo aún es posible, y por otro, no podemos ignorar el hecho de que no estamos solos ni mucho menos; la cantidad de colapsólogos (y entre ellos, sorprendentemente, muchos ingenieros e investigadores) y de personas sensibilizadas con este tema crece, como un movimiento que toma conciencia de sí mismo, una red que se conecta y se fortalece. En muchos países, expertos económicos, científicos y militares, además de algunos movimientos políticos (decrecimiento, transición, Alternatiba*, etc.), no dudan en hablar explícitamente de escenarios de colapso. La blogosfera global, aunque en especial la anglosajona, está muy activa. En Francia, el Institut Momentum ha realizado un trabajo pionero en este sentido, y le debemos mucho. Hoy por hoy, resulta difícil ignorar el colapso que se avecina.

En la primera parte del libro abordaremos los hechos: ¿qué le está ocurriendo a nuestras sociedades y al sistema Tierra? ¿Realmente estamos al borde del abismo? ¿Cuáles son las pruebas más convincentes? Veremos que la convergencia de todas las «crisis» es la que permite prever tal trayectoria. Sin embargo, todavía no ha tenido lugar un colapso global (al menos no en el norte de Europa, porque quizá Grecia y España sean ejemplos de un comienzo), así que debemos abordar el peligroso tema de la futurología. De forma que, en una segunda parte, trataremos de reunir indicios que nos abran el camino a este porvenir. Por último, la tercera parte será una invitación a dar una forma concreta a la idea de colapso. ¿Por qué no nos la creemos? ¿Qué nos enseñan las civilizaciones antiguas? ¿Cómo «vivir con ello»? ¿De qué forma reaccionaremos como cuerpo social si el proceso dura décadas? ¿Qué políticas deberían plantearse, no ya para evitar este fenómeno, sino para atravesarlo lo más «humanamente» posible? ¿Podemos colapsar siendo conscientes de lo que pasa? ¿Es tan grave?

*N. de la T.: Alternatiba es un proyecto nacido en Francia y de ámbito europeo orientado a la movilización climática.