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La libertad • Paco Ignacio Taibo II

Trece historias para la historia.

Por
Escrito en OPINIÓN el

Aquí se reúnen un actor de cine, héroe de guerra destinado a substituir a Bogart, y que vivió bajo el odio a la pantalla y la culpa; un general soviético que cambió diez veces de nombre y estuvo en todas las revoluciones del siglo XX; un espía contra la Comuna de París que tenía 11 casas; Josef Stalin, rey del Photoshop; un general zarista que quiso ser Gengis Khan; un cuadro maravillosamente romántico y su autor; un tuerto mexicano que dirigió la más exitosa huelga de prostitutas de la historia mundial; el joven John Reed en México; el amor del autor por los leones venecianos; las últimas 72 horas del anarquista español Francisco Acaso; un novelista misterioso apellidado Bogomolov; el revolucionario profesional venezolano Aponte; y el entrañable maestro del nuevo periodismo latinoamericano, Rodolfo Walsh. Son historias de la historia.

Fragmento del libro “La libertad. Trece historias para la historia” de Paco Ignacio Taibo II. Editorial Planeta© 2022. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

Paco Ignacio Taibo II | Incansable activista social, historiador y autor de las biografías de Pancho Villa, Tony Guiteras y de la más leída sobre el Che, así como de más de 70 obras en distintos géneros literarios publicadas en 28 países.

La libertad | Paco Ignacio Taibo II

#AdelantosEditoriales

 

1

Blücher, el general soviético

I

Uno de los infinitos problemas de este texto, Vasili Blücher, es la lejanía (no geográfica, personal), porque para mi desdicha y mi fortuna me resulta extremadamente difícil identificarme contigo.

Nunca se me ha dado aproximarme a la mentalidad militar y sus secuelas de orden, disciplina, jerarquía. De tal manera que mantengo una curiosa distancia, a veces llena de admiración, a veces llena de dudas, siempre llena de curiosidad.

¿Puedes tener tantos nombres en una sola vida? Porque serás conocido como el general Blyúkher, Blukher, Bliujer, Górev, Goliev, Galen, Kaling, Yvanov, Vasili Gurov, Gorieff, Van Rosen, Gordon. Quizá los tres primeros son juegos ortográficos a partir de las transliteraciones del cirílico ruso, los dos últimos son vagas referencias imposibles de localizar. Pero, aun así, ¿no son demasiados? El misterio de las grandes operaciones de la Internacional Comunista, la tradición leninista del seudónimo que se convierte en marca de fábrica, el juego de las máscaras. Pero ¿tantos? ¿No son un abuso? ¿No generan mil y una confusiones? ¿Significa que viviste varias vidas, no una?

Vasili Konstantínovich Blücher nace, y el personaje no deja de ser enigmático cuando los historiadores proporcionan dos fechas a causa de la variación de calendarios, el 19 de noviembre o el 1 de diciembre de 1889, probablemente en un poblado cerca de Yaroslav, llamado Barshchinka, a doscientos cincuenta kilómetros al noreste de Moscú sobre el Volga, en una familia de campesinos pobres. A pesar del apellido con clara raigambre germánica, no es tal; el apelativo lo heredan estos campesinos de un aristócrata general que estuvo en Waterloo combatiendo a Napoleón y que dejó su nombre a los siervos. Por si fuera poco, Blücher también es el nombre de un zapatón alto con agujetas.

En 1904 cursa un año de estudios en la escuela parroquial, poco más que aprender a mal leer. Ingresa en el mundo proletario, su padre lo lleva a Saint Peter donde trabaja como «niño» en un taller; posteriormente será empleado en una planta de ingeniería franco-rusa, de la que fue despedido por «asistir a reuniones de trabajo». ¿Reuniones? ¿Niño-adolescente de 15 años reuniéndose con adultos para fraguar qué? ¿Para conversar qué? ¿Para discutir las condiciones de trabajo?

En 1909 entrarás como mecánico en la empresa Mytishchi, cerca de Moscú. Serás mecánico, cerrajero, obrero despedido y preso político; serás encarcelado en 1910 por participar en manifestaciones y dirigir una huelga en Moscú, y sentenciado a dos años de cárcel, de los cuales cumplirás ocho meses. ¿Cómo es la cárcel para un novato perseguido en el zarismo? ¿Será, como con la mayoría de los socialdemócratas de la época, el gran momento para educarte políticamente? Al salir de la prisión, entre 1913 y 1914, trabajarás en los talleres del ferrocarril Moscú-Kazán. No he podido encontrar relatos tuyos o de tus compañeros de esta primera etapa. Serás parte pues del anónimo proletariado (aquí al menos se rompe el anonimato) que en Rusia hará una revolución.

La Primera Guerra Mundial te obliga a ingresar en 1914 en el 8º Ejército como soldado raso, tienes casi 25 años. Solo cuatro meses estarás activo, serás herido y enviado a casa; te otorgarán dos condecoraciones militares y serás ascendido a suboficial. ¿Por qué las medallas? ¿Dónde te hirieron? ¿Fue grave? ¿Cuáles son tus experiencias en la guerra de trincheras, la gran carnicería que inicia el siglo xx? Volverás al frente en enero de 1915 y apenas sobrevivirás a la batalla de Termopol, donde resultarás esta vez gravemente herido en ambas piernas. Después de trece meses en el hospital, serás dado de alta del servicio militar. No hallo testimonios que hablen de las secuelas. ¿Traes el alma herida, no solo las piernas? ¿Cojeas levemente?

Fuera de acumular pequeñas informaciones sueltas pescadas aquí y allá en revistas, libros que te dedican una línea, minúsculas menciones en internet, memorias en las que no serás ni siquiera personaje secundario; sin tener acceso a los archivos militares zaristas, sin hablar ruso, solo se puede avanzar colocando las piezas de un pequeño rompecabezas.

Pero incluso si hubiera ese acceso, poco podríamos conocer de lo que cruza por la cabeza del proletario Vasili al regresar de la guerra.Sabemos que retorna al mundo fabril. Entró a trabajar en el astillero Sórmovski en Nizhni Nóvgorod, luego se mudó a Kazán y comenzó a trabajar el granito en un taller, después laborará como mecánico en una fábrica. Es común el empleo «golondrina» para un proletario militante.

Y al fin una clave para esta nota biográfica: en 1916 te unes al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, uno de los ilegales partidos de la conspiración revolucionaria, y lo harás dentro de la facción bolchevique y, en febrero de 1917, en las grandes movilizaciones contra la guerra, y por pan y justicia, participas en la revolución que derrocará a tiros al zarismo en Samara, una ciudad de gran tamaño también sobre el Volga, pero ahora en el sureste de Moscú, cerca de donde pasó su infancia Lenin.

En mayo de 1917, el comunista Blücher se reunió con Valerián Kúibyshev, dirigente del soviet de Samara, además buen músico y poeta, quien lo envió para hacer trabajo de agitación, subversión y organización al 102º Regimiento de Reserva, donde fue elegido miembro del comité y luego diputado al soviet de obreros y soldados. La vida te preparó para la revolución y la revolución te lanzó a la vorágine. Al inicio de la explosión de octubre serás miembro del comité militar revolucionario local.

Localizo en los archivos rusos un memorial con notas biográficas de los participantes en la revolución en Samara, el manuscrito no tiene traducción, envidio a los historiadores que pueden contratar a un ayudante que explore en los archivos, sin ruso y sin ayudante, me queda la referencia.

II

Un mes después, en noviembre de 1917, la contrarrevolución zarista había iniciado una guerra civil a lo largo y ancho del derrocado imperio ruso. Llegaste a Cheliábinsk, en el sur de la cadena montañosa de los Urales que corta la Rusia europea de la Rusia asiática, como comisario de un destacamento de la Guardia Roja. A fines del mes, el 27, se alzaría en Orenburgo, al mando de unos siete mil hombres, el teniente general Alexander Ilich Dútov, un atamán del zarismo, famoso por haber intervenido en incontables purgas y represiones. Las fuerzas rojas, entre las que se incluía tu destacamento, combinando acciones con una huelga general obrera, en la que participaban los mineros de la zona, aplastaron la rebelión el 1 de enero del 18, y Dútov hubo de huir, perseguido por el recién construido Ejército Rojo, retirándose primero a Verjneuralsk, donde volvió a ser derrotado el 28 de abril y, más tarde, de nuevo empujado por las fuerzas soviéticas, a las estepas de Turgaia.

Pocas noticias hay, camarada Blücher, de tu participación en esta primera campaña. ¿Qué está pasando en la recién nacida república soviética? ¿Hay algún mapa que registre una ciudad de nombre para mí impronunciable como Verjneuralsk, las estepas de Turgaia, Oremburgo? ¿Existen fotos tuyas de esa época para saber con quién estoy hablando? Verjneuralsk sí existe, a ciento treinta kilómetros de Cheliábinsk y tiene diez hoteles de primera —según una página de viajes— a los que no pienso jamás ir y hace mucho frío en invierno, según se entera uno. Y sí, existe una foto, aunque sea del año posterior: bigote recortado, pelo fino, mirada apacible. ¿Tímido? Pareces un suboficial francés, griego, español, pero no, eres uno más de los proletarios rusos cultivados por la experiencia y no la educación formal. ¿Y el contexto? Hace falta un libro dentro o fuera de este libro para explicar la complejidad del momento. Afortunadamente ya existe, se llama El año i de la Revolución rusa y lo escribió el genial Víctor Serge; en él da cuenta de la nueva república cercada, invasiones inglesas, japonesas, norteamericanas en el Lejano Oriente, decenas de alzamientos de generales de ultraderecha, hambrunas, conflictos en el frente interno de los bolcheviques con social-revolucionarios, anarquistas y mencheviques; la presión alemana, la finesa en el frente occidental, un ejército levantado sobre un voluntariado obrero sin más entrenamiento que las insurrecciones callejeras y soldados de origen campesino que quieren volver a sus sembradíos, una división completa de soldados checoeslovacos que había que repatriar y se levantan en armas. Todo en vorágine, todo a medias, en la resistencia, en el límite, todo a trompicones, improvisando, esperando el milagro.

III

En el verano de 1918, varios destacamentos guerrilleros del sur de los Urales y unidades regulares del recién creado Ejército Rojo que operaban en la línea de Orenburgo-Ufá-Cheliábinsk quedaron aislados de sus zonas de apoyo y suministro por la insurrección de un ejército checo (que operaba durante la guerra en combinación con el zarismo) y los restos del alzamiento de los cosacos y tuvieron que reconvertirse en guerrillas.

A mediados de julio, cercados por los ejércitos blancos, se retiraron a Beloretsk. Aquí, en una reunión de mando el 16 de julio, se decidió unir fuerzas en un destacamento de los Urales combinado y abrirse paso. Víctor Serge, el gran cronista, cuenta:

Los checos se apoderaron de Verjneuralsk, y el pequeño ejército de Blücher creció con dos mil fugitivos. Los proletarios de la ciudad caída llevaban en carricoches a sus familias y todo lo que tenían de valioso en sus hogares: el samovar, las camas, las ropas… Se llevaban también una reserva de ciento treinta kilos de oro. Se hallaban casi rodeados. ¿Adónde irían? ¿Ganarían el Turquestán? ¿Se replegarían sobre la base del Volga? Resolvieron pasar a la otra vertiente del Ural para reunirse, al norte, con el Ejército Rojo. Aquello fue al mismo tiempo una guerra de guerrillas y la emigración de un pueblo. En cada gran fábrica que encontraban engrosaba el ejército con nuevos partidarios y con nuevos convoyes de fugitivos. A la vista misma de Verjneuralsk, y para abrirse paso, las guerrillas, faltas de municiones, tuvieron que atacar a la bayoneta y con lanzas una altura defendida por los cosacos, los oficiales y la juventud de las escuelas medias. Cara a cara, los enemigos se reconocían unos a otros: vivían en la misma calle, eran vecinos, primos, obreros y patronos, padres e hijos algunos de ellos. Vacilaban un momento antes de lanzarse al cuerpo a cuerpo. Y se tiraban a matar en un forcejeo frenético. Los rojos pasaron. En uno y otro bando el armamento era defectuoso. Se descolgaban los viejos fusiles de las paredes, se echaba mano de las escopetas de caza, se confeccionaban picas y mazas al estilo de las insurrecciones campesinas de la Edad Media; se fundían balas por los procedimientos que se tenían a mano; se empleaban carracas de madera para simular el crepitar de las ametralladoras. A retaguardia, las mujeres y los heridos acostados en sus carricoches, que conducían los niños de diez años, ponían también su aportación en el combate. Ni blancos ni rojos hacían prisioneros. Se estableció una disciplina perfecta y una buena organización en este ejército, cuyos soldados y mandos cobraban el mismo sueldo mensual, ciento cincuenta rublos, en el que los jefes combatían como todo el mundo y en el que los cartuchos escaseaban tanto que constituían un objeto precioso con el que se traficaba.

Solo hay que aportar una precisión a la narración de Serge, el comandante era Kashirin, y Blücher, el comisario político y su segundo, aunque pronto tomaría el mando de este pequeño ejército. Fueron ocho días de feroces combates, del 18 al 26 de julio. Los cuatro mil setecientos combatientes rojos mal armados y sin municiones se vieron obligados a replegarse. El 2 de agosto, Blücher reemplazó al herido Kashirin, y le dio forma rigurosa a las fuerzas, creando regimientos, batallones y mandos, y propuso un nuevo plan de acción: hacia el norte, hacia las fábricas de Krasnoufimsk, para que pudieran contar con el apoyo de más trabajadores, obtener suministros y alimentos. Obreros armados buscando obreros. La marcha comenzó el 5 de agosto, antes del día 13 cruzaron el cinturón de los Urales en la región de Bogoyavlensk, se unieron al destacamento los dos mil hombres de Kalmykov y luego los mil trescientos de Damberg. Ya tenían un ejército que incluía seis regimientos de fusileros, dos regimientos de caballería, una división de artillería y otras unidades (un total de diez mil quinientos hombres con bayonetas y sables) con una notable disciplina militar, «de hierro», la llamarían los futuros cronistas. El 20 de agosto, el ejército derrotó a las guardias blancas en el área de Zimino.

Sigue la narración de Serge:

Al cabo de un mes de privaciones y de combates, salvados los Urales, llegados a los establecimientos industriales de Bogoiavlensk y de Arkangelsk, cerca de Ufá, fue necesario exigir un nuevo heroísmo, porque se preveía que iba a resultar infinitamente difícil el abrirse paso: hubo que abandonar a las familias. El inmenso sacrificio fue votado a mano alzada, en medio de un silencio desolador.

El 27 de agosto, forzaron un enfrentamiento frente al río Simu y ocuparon la estación de Iglino (doce kilómetros al este de Ufá) y destruyeron parte de la estación de tren, cortando por cinco días las comunicaciones de los blancos con Siberia. Vuelve Serge:

El 2 de septiembre se encontraba el ejército de Blücher en KrassnyIar, ametrallado sin descanso por los blancos y empujado contra un río profundo, el Ufá. Se construyó durante una noche, con trescientos ocho troncos de árbol burdamente ensamblados, un puente. ¡Y los rojos pasaron! Habían creído que iba a perecer allí hasta el último. El Estado Mayor, resuelto a luchar hasta quemar el último cartucho, había tomado las últimas disposiciones: cada cual reservaba su última bala para un camarada; al jefe del ejército le correspondía únicamente suicidarse, cuando todos hubiesen caído.

Franqueado el río se hicieron doscientos prisioneros: no quedó uno solo con vida. Para el 10 de septiembre habían infligido nuevas derrotas a los blancos, llegados al área de Askinoy se habían conectado con unidades avanzadas del 3er Ejército Rojo hacia el 13 de septiembre. Después de diez días llegaron a Kungur, donde se unieron a otras unidades. En cincuenta y cuatro días el ejército guerrillero del sur de los Urales de Blücher (diez mil hombres) había viajado más de mil quinientos kilómetros por un terreno difícil: montañas, bosques espesos, pantanos del sur de los Urales, ríos aparentemente infranqueables, falta de comida, heladas; atacando a los blancos por la retaguardia, se habían enfrentado a los restos del zarismo en más de veinte batallas y derrotado a siete regimientos enemigos. Las crónicas no cuentan si recuperaron a los heridos y a las familias dejadas atrás.

Eres Vasili Blücher, el obrero, ahora convertido en coronel, y recibiste la Orden de la Bandera Roja, la medalla más importante del nuevo Ejército Rojo que se entregaba por primera vez. Bajo un lazo rojo y blanco, una condecoración donde la bandera se superponía a la hoz y el martillo. En la entrega del galardón se dijo: «El raid hecho por las fuerzas del camarada Blyukher en condiciones imposibles solo tiene equivalente con el cruce de Suiza por Suvórov durante las guerras napoleónicas». Serge, en una posterior novela (El caso Tuláyev) deja una mínima descripción del personaje: «Tenía un rostro curtido, surcado de líneas perpendiculares, de grandes ojeras».

Trotski, en esos momentos comisario de Guerra, comentaría:

Los antiguos suboficiales, sobre todo en Caballería y Artillería, tenían excelente idea de los asuntos militares y estaban realmente mejor informados y eran más expertos que los oficiales de carrera a cuyas órdenes habían servido. A esta categoría pertenecían hombres como Budionny, Blücher, Dybenko.

IV

Si tu ruta, a partir de mis limitadas fuentes, es clara para el año 18, no lo será en el 19. La guerra seguirá con similar intensidad, variando las regiones, los enemigos y los frentes, pero no la ferocidad de los enfrentamientos. Lenin insiste: «Kolchak y Denikin son los jefes y los únicos serios enemigos de la República Soviética». Las noticias son escasas: en febrero de 1919, Vasili Blücher fue nombrado comandante asistente del 3er Ejército y desde abril sirvió simultáneamente como jefe del área de fortificación en Vyatka. Hay vagos informes de una derrota de sus tropas en Kazán ante Antón Denikin, otro zarista insurrecto que inició su levantamiento con un ejército donde había treinta y seis generales, dos mil cuatrocientos oficiales y suboficiales, para un total de tres mil setecientos hombres. Hay reportes más vagos aún de que te rendiste en Simbirsk durante la fallida campaña que dirigió Frunze. Una red virtual rarísima que se llama Kaiserreich así lo registra. ¿Estuviste detenido? ¿Cómo? ¿Por cuánto tiempo? La información no parece ser certera.

En agosto de 1919, fuiste nombrado comandante de la reorganizada 51ª división de Infantería. Una unidad independiente del 3er Ejército, que actuó en Tobolsk para impedir que las fuerzas de Alexander Kolchak, el nuevo jefe de los ejércitos blancos, pudiera flanquear a las tropas rojas.

Existe una frase suelta en un discurso o en un documento de esos meses en que insistías: «Debemos lograr una centralización estricta, unidad de voluntad, ejecución incondicional de órdenes, no permitir ningún separatismo ni espontaneidad; solo en este caso podemos dirigir a propósito la energía revolucionaria de nuestros combatientes para aplastar y derrotar al enemigo».

¿Era esto pura retórica o escondía tu primer gran aprendizaje como militar?

Hasta ahora, ¿qué tenemos? Un proletario convertido por artes de la revolución y de la guerra en coronel de un ejército fundamentalmente miliciano. La historia no es inusitada en el siglo xx, habría de repetirse por centenares en la guerra de España con los comandantes de milicias como Durruti, el Campesino y Cipriano Mera; en Francia durante la resistencia con Rol-Tanguy de los ftP; en Grecia y, sobre todo, en Yugoslavia con Tito. Pero en tu siguiente experiencia de combate, que sería notable, darías un salto adelante.

V

El barón Piotr Wrangel, que había sucedido a Denkin en el mando del Ejército Blanco (las fotos muestran a un personaje cercano a la caricatura, estirado, de dos metros de estatura, vampiresco, ataviado con un lujoso uniforme de cosaco con abundantes condecoraciones zaristas), avanzó con éxito desde Crimea. Lenin pondrá el índice en el mapa y el dedo marcará el mayor peligro: «Las tropas de Wrangel están equipadas con ametralladoras, con tanques, con aviones, son mejores que todos los demás ejércitos que lucharon en Rusia», y el gobierno rojo estableció la prioridad de esta entre la docena de guerras que estaba librando la república, debían «detener inmediatamente el avance de Wrangel y destruir el nido de la Guardia Blanca en Crimea». La guerra civil ya rebasaba los dos años.

El 28 de junio de 1920, Vasili Blücher, ahora general de la División 51, recibió órdenes de salir al frente con sus fuerzas. En dos días sus trenes estaban en camino. A principios de agosto desembarcaron en la estación de Apostolovo, tomaron posiciones y junto a los fusileros letones (famosos porque fueron la unidad que tomó el Palacio de Invierno) y las divisiones 15 y 51, cubrieron el ala derecha del Ejército Rojo y el día siete cruzaron el Dniéper y ocuparon Kakhovka. Cuatro días más tarde expandieron la cabeza de puente de Kakhovsky. Blücher estaba encabronado, algunos dirán que «agresivo»; el comandante de la zona, Ieronim Uborévich (el jefe de ese ejército, un «viejo» bolchevique de 22 años, que parecía un estudiante), apresuró la orden de ataque y no permitió que la 51 se desplegara. Las relaciones entre los dos mandos se tensaron. Ante el peligro en su flanco izquierdo, los blancos contraatacaron sumando un cuerpo de caballería. Los rojos comenzaron a retirarse a Kajovka. Podía caer la cabeza de puente. A lo largo de tres días la 51 cubrió el repliegue de las otras divisiones y resistió al otro lado del río.

Blücher enviaba informes triunfales: «Las feroces batallas en las estepas de Zadneprovye terminan invariablemente en nuestra victoria». Pero, como diría un futuro analista de la batalla: «Nadie sabía realmente cómo terminaría. De hecho, la situación de los rojos era desesperada». Los blancos empujaban con brigadas de caballería e iban a poner en acción los blindados. Durante tres días, la División 51 y su vanguardia, los rifleros de Moscú, resistieron, pero al final no pudieron contener la embestida y los fusileros fueron cercados. Sin replegarse, fragmentaron sus fuerzas en grupos de resistencia, los llamados «erizos». Se quedaron sin balas y resistieron las cargas de la caballería con bayonetas. La situación era insoportable. Todos los comandantes de compañía estaban muertos o heridos. Sin embargo, la presión de los blancos, ante las enormes bajas que estaban sufriendo, cedió. La prensa de Wrangel registraba: «Ha llegado una nueva división bien entrenada, completamente comunista. Todas las posiciones de mando están ocupadas por viejos oficiales que se vendieron a los bolcheviques. El general alemán Blücher está a la cabeza […] El enemigo es muy fuerte, astuto, pero con la gracia de Dios será derrotado por nuestros valientes guerreros».

El 11 de agosto los rojos expandieron la cabeza de puente obligando a los blancos a replegarse a Kajovka; durante los siguientes días la División 51 repelió varios contraataques. La batalla parecía interminable.

Para romper el cerco el general del ejército Mijaíl Frunze ordenó pasar a la ofensiva el 13 de agosto. En ese momento en todo el frente de Crimea estaban involucrados los ejércitos rojos de Frunze, Blücher, la caballería roja de Semión Budiony y los carros de caballo con ametralladoras de las fuerzas del anarquista Néstor Majnó, cerca de ciento cincuenta mil hombres.

La División 51 de Blücher atacó y para el día 20 se había generalizado el combate. El ejército de Wrangel los esperaba con carros blindados enmascarados en los pajares. Blücher ordenó el avance de la artillería que combatía a fuego directo. Los blancos se quebraron en el pueblo de Torgayevka y lo abandonaron, pero lograron recuperarlo en días.

El 31 de agosto, al amanecer, las unidades blancas comenzaron a atacar con el apoyo de artillería y aviación. Ocho veces los rojos pudieron repeler los ataques cerca del pueblo de Torgayevka. Pero por la noche las unidades blancas dirigieron su golpe principal a la aldea donde estaba el Estado Mayor rojo. Bajo fuego de artillería pesada y aviación, la casa donde estaba el cuartel general quedó totalmente destruida. Blücher se salvó de milagro. Luego avanzaron dieciocho vehículos blindados, seguidos de carricoches con ametralladoras, abriendo el camino para la infantería y la caballería. Blücher ordenó retirarse de la cabeza de puente de Kajovsky. Llegaron refuerzos y Vasili corrió hacia su artillería con el comandante Góvorov. Pusieron en acción cañones que estaban fuera de combate y abrieron fuego directo. Gracias a eso se sostuvo la cabeza de puente de Kajovsky.

En su mensaje a las tropas dijo: «Aprieten el rifle. La victoria está cerca». Pero no lo estaba. Durante septiembre, en medio de pequeñas escaramuzas, ambos ejércitos preparaban el enfrentamiento decisivo. Y, de nuevo, nadie podía apostar por un destino cierto. El 21 de septiembre Mijaíl Frunze (originalmente Frunzá), un «viejo bolchevique» de 35 años de origen ruso-rumano, general de guerrilleros durante la Revolución de Octubre, fue nombrado por Trotski jefe del Frente Sur, y los rojos optaron por una estructura defensiva.

Blücher dirigía la zona fortificada de Kajovsky apoyado por un genio de la ingeniería militar llamado Dmitry Karbyshev, un exoficial zarista que cambió de bando y que moriría veinticinco años más tarde en el campo de concentración nazi de Mauthausen.

Se construyeron tres líneas de barreras de alambre de púas conectadas entre sí por trincheras de comunicación, pequeñas fortalezas, zanjas antitanques y campos minados. Consiguieron artillería anti-tanque para poder hacer fuego directo, se sumó la Brigada de Choque, armada con lanzallamas y ciento sesenta ametralladoras pesadas.

En la noche del 8 de octubre de 1920, se inició la ofensiva del ejército de Wrangel en Zadneprovskaya. El 13º Ejército Rojo se retiró al noreste. Los blancos aplastaron a la División 46 y al 2º Ejército de Caballería en Nikopol. Los rojos tuvieron que debilitar la cabeza de puente de Kajovsky retirando tres divisiones y sobre ella fue la siguiente ofensiva blanca.

Por la noche, los aviones de Wrangel dejaron caer folletos en las posiciones rojas. Proponían que los soldados de la División 51 se tumbaran desarmados en el suelo para rendirse. Blücher, en respuesta, emitió una orden en la que exigía a comandantes y comisarios que «ninguna de las hazañas del Ejército Rojo debe permanecer sin registrar. Como comandante de alto rango, ordeno, y como comunista de alto rango, te obligo a observar estrictamente cada hazaña de tus compañeros más jóvenes».

El 14 de octubre a primera hora de la mañana se inició la ofensiva después de una poderosa preparación de artillería. «Doce tanques blancos, catorce vehículos blindados, y doscientas ametralladoras en la vanguardia». Los tanques parecían especialmente aterradores: los cascos de acero, con una longitud de diez metros y una altura de más de dos, estaban armados con cinco ametralladoras y dos cañones. Sus tripulaciones estaban compuestas por oficiales y el tanque Mariscal de Campo Príncipe Suvórov estaba comandado por un general que se quemaría vivo con su tripulación. Bajo la cubierta del fuego de la artillería, la infantería se movía en gruesas líneas.