#ADELANTOSEDITORIALES

Un país posible • Julio Madrazo

Manual para trazar el México del futuro.

Escrito en OPINIÓN el

Una propuesta imparcial y práctica para elaborar un nuevo contrato social.

Quieres caminar seguro por las calles, que tu voz sea escuchada y que puedas estar orgulloso de tus gobernantes. Ese México es posible, pero ¿de dónde hay que partir? De la participación ciudadana.

Este libro brinda un análisis meticuloso de lo que ha sucedido en las últimas décadas: del capitalismo voraz a las ocurrencias del régimen actual, y propone el camino para colocar los cimientos de un país con Estado de derecho, con ética y honestidad, con seguridad y con respeto a la propiedad privada.

¿Estás dispuesto a participar en la construcción de un México que vea por el bienestar de sus habitantes? La decisión es tuya.

Fragmento del libro “Un país posible” de Julio Madrazo, editado por Ariel. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

Un país posible | Julio Madrazo

#AdelantosEditoriales

 

Capítulo 1

¿Se agotó la capacidad de nuestros sistemas político y económico de generar mayor bienestar social?

¿De dónde vienen nuestras reglas políticas y económicas?

Una idea que se sostiene a lo largo de este texto es que las sociedades han venido evolucionando y determinando formas de organización y gobierno durante toda su existencia. Desde que fuimos tribus nómadas, cada una de las sociedades que han existido establecieron sus normas y reglas, tenían sus propios valores, principios y rituales.

En términos del sufragio, por ejemplo, en su origen solo votaban los hombres blancos con propiedades, después pudieron votar todos los hombres blancos. La primera Alianza Internacional para el Voto de la Mujer se realizó en junio de 1904 en Berlín, Alemania, con representantes de Australia, Alemania, Inglaterra, Holanda, Dinamarca, Noruega, los Países Bajos y Estados Unidos (1).Casi 15 años después, el derecho al voto de las mujeres se ganó por primera vez en la historia en Inglaterra en 1918 (2), siempre y cuando fueran mayores de treinta años y propietarias de tierra. El voto universal para las mujeres en Francia se otorgó en 1944 (3), y en México fue en 1953. En temas raciales ha sido aún más reciente, el voto de los negros en Estados Unidos no se concedió sino hasta 1965 (4).

En México, como parte del mundo occidental, somos herederos de la cultura del liberalismo y del capitalismo que se forjaron en los siglos XVIII y XIX. Estos dos «modelos» de organizarnos nacieron y han evolucionado juntos. Son hermanos mellizos. El óvulo de la naciente modernidad fue inseminado por dos espermas: liberalismo y capitalismo.

El liberalismo es la expresión de una filosofía política de cómo resolver la lucha y la competencia por el acceso al poder, mientras que el capitalismo es su sistema económico, fundado en la propiedad privada, el libre mercado y la competencia por consumidores. Son la pierna izquierda y derecha de un «cuerpo social», pero no siempre han sido lo que hoy entendemos por estos conceptos. Han significado cosas muy distintas a lo largo del tiempo. La consigna francesa de «libertad, igualdad y fraternidad» promovía conceptos que no aplicaban de manera universal ni igual para todos los ciudadanos. A finales del siglo XVIII y durante 150 años hasta mediados del siglo XX, eran conceptos y principios que se ceñían a la igualdad entre los ciudadanos de primera; los blancos, en el caso de Europa y Estados Unidos, y, una vez importados a América, los criollos. En cambio, los indígenas, los negros y las mujeres no tenían los mismos derechos que los hombres blancos.

No es el propósito de este texto revisar la historia de la evolución del liberalismo y la democracia, pero es importante señalar que la democracia no ha sido estática y que más bien ha ido cambiando mucho. De la polis griega a las revoluciones de Inglaterra, Francia y la Independencia de Estados Unidos (con el largo paréntesis de la Edad Media y las monarquías absolutistas), se han ido forjando las normas o reglas de lo que se entendía por un gobierno liberal y democrático, así como los derechos y obligaciones que les competen a los gobiernos y sus ciudadanos. El «contrato social» que implica estos arreglos ha ido cambiando mucho, esa es su naturaleza.

El antropólogo y activista David Graeber lo sintetiza con mucha claridad:

La palabra democracia ha tenido múltiples significados a lo largo de la historia. […] En realidad la noción de democracia tardaría bastante en identificarse con la noción actual de un sistema en el que los ciudadanos de un Estado eligen a sus representantes para que ejerzan el poder en su nombre. […] Solo tras la transformación del término, cuando democracia incluyó el principio de representación —término que a su vez posee una historia curiosa, pues como señalaba Cornelius Castoriadis, originalmente se refería a los representantes del pueblo ante el rey, y no a individuos que ejercieran ningún tipo de poder—, solo tras esa transformación, el término adquirió el sentido que le damos en la actualidad. (5)

Liberalismo y capitalismo

En Inglaterra, de 1642 a 1689 se vivió la Gran Revolución que terminó por instaurar la monarquía parlamentaria. En medio de esta guerra civil británica, se publicaría en 1651 el Leviatán de Hobbes (1588-1679) que, por primera vez en la evolución de la sociedad moderna, definía el uso legítimo de la fuerza como una facultad fundamental del Estado para construir y conservar la paz y la estabilidad social, económica y política que una sociedad requiere para prosperar.

La independencia de Estados Unidos en 1776 marcó un quiebre en la historia del pensamiento y desarrollo político de la sociedad occidental. Los llamados padres fundadores (Washington, Jefferson, Madison, Adams, Jay, entre otros) se levantaron en armas y declararon la independencia de las colonias frente al Imperio de la Gran Bretaña para construir la primera nación liberal. Este Estado quedó plasmado en la Constitución de 1789, que se votó por la Asamblea en marzo de ese año en la ciudad de Filadelfia.

También en 1789 en Francia, el 14 de julio con la toma de la Bastilla, se dio el chispazo de la Revolución que se fundó promoviendo «libertad, igualdad y fraternidad» e impulsando el ideario de filósofos como Montesquieu (1689-1755), Voltaire (1694 -1778) y Rousseau (1712 -1778). La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano estableció en su primer artículo que «Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos», rompiendo así con cualquier diferencia ciudadana que hasta entonces tenían el rey y su corte.

Los fundamentos centrales fueron el Estado de derecho, la igualdad ante la ley para todos los ciudadanos, la propiedad privada, el contrapeso y balance de los tres poderes del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial) y el sufragio como vehículo o mecanismo para elegir a los gobernantes.

Un motor fundamental para entender estas revoluciones tiene que ver con el cauce del crecimiento y dinamismo económico que venía floreciendo en estas sociedades, producto del colonialismo, el comercio y la tecnología. En los tres casos, además, buena parte de la pólvora política que impulsó estas tres revoluciones fue la lucha contra los privilegios, los monopolios, las rentas, los tipos de impuestos, todas ellas estructuras económicas monárquicas que se habían agotado ante la expansión de la burguesía, es decir, las clases medias.

De ahí que «libertad, igualdad y fraternidad» fueran conceptos inspirados en gran medida también en el surgimiento del capitalismo desde el siglo XVIII.

La primera máquina de vapor había sido inventada por Thomas Savery en 1689, y más tarde, James Watt patentó en 1769 el primer motor de vapor. El surgimiento de esta nueva tecnología dio lugar a la Revolución Industrial y a una evolución completamente diferente de la sociedad, de su forma de producir y organizarse, así como de las nuevas élites económicas y políticas. También acompañaron el desarrollo de esta nueva economía sus académicos, en particular, Adam Smith (1723-1790), quien publicó La riqueza de las naciones en 1776, y David Ricardo (1772-1823), que publicó Principios de la economía política y tributaria en 1817. Ambos economistas pusieron en blanco y negro el funcionamiento de lo que ya era el adn y los cromosomas del capitalismo. De ahí que esas luchas políticas tuviesen como objetivo la necesidad de democratizar el poder político. El libre mercado, la competencia, la innovación tecnológica requerían que la corona no fuera la dueña de los permisos para importar, autorizar aduanas, exportar la producción de una fábrica o capturar la renta de lo que se extraía de las colonias.

El punto que quiero destacar es que todos estos filósofos, economistas, pensadores, fueron fundamentales para describir, concebir y, sobre todo, explicar lo que la sociedad ya vivía. No pretendo restar ningún valor a lo que cada una de estas personas contribuyó a la evolución del pensamiento, la cosmovisión y la comprensión del mundo occidental. En cierto sentido, lo que hicieron fue entenderlo mejor que nadie, e incluso bautizar cosas que ya sucedían, poniéndoles nombre y ordenándolas en el esquema mental y el paradigma social de entonces (6).

En ese momento particular de la historia, su trabajo sentó las bases («los mandamientos», por así llamarlos), así como los alcances («el tablero») y la regulación necesaria de lo que fue el debate político durante todo el siglo XIX en el mundo occidental, en el que tuvo lugar el choque de visiones entre liberales y conservadores.

El pensamiento de izquierda

Con el desarrollo de la industria y el mundo capitalista del siglo XIX evolucionó el pensamiento de izquierda, impulsado fundamentalmente por Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895). Marx publicó en 1848 el Manifiesto del Partido Comunista y en 1867, El capital. Engels, quien fue coautor del Manifiesto, publicó de forma independiente, en 1884, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. La obra y el pensamiento de ambos autores establecieron el socialismo científico que tanto influyó en otro quiebre del desarrollo social y político del mundo entero. Contribuyeron también de manera importante a la ideología marxista teóricos como Karl Kautsky (1854-1938) y Rosa Luxemburgo (1871-1919), entre otros.

Ya en el siglo XX hay dos grandes revoluciones determinantes: la Revolución mexicana de 1910 y la Revolución bolchevique de 1917. En lo que se refiere a esta última, sus ideólogos y líderes, Lenin, Trotski, Stalin, influyeron en la política del mundo entero con la fundación de partidos comunistas en los cinco continentes. Vale la pena señalar, en particular, al Partido Comunista Chino, fundado en 1921 y que, con cien años de vida, es el partido comunista más longevo en el poder, aunque, para conservarlo, ha claudicado al ideario comunista e implantado con gran éxito un capitalismo de Estado, brinco ideológico y político único e inédito en la historia (7).

El orden mundial de la posguerra

Tras la victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial y la instauración del entonces nuevo orden mundial, con Bretton Woods (que sentó las bases del sistema financiero occidental) y el mundo bipolar que surgió entre la Unión Soviética y sus satélites, por un lado, y Estados Unidos y Europa por el otro, se acentuó en todo el orbe el debate ideológico y político entre comunismo y capitalismo. El debate se centraba en cuál de estos dos modelos políticos y económicos sería más exitoso para promover bienestar, igualdad y desarrollo en la sociedad. Por un lado estaba el comunismo, gobernado por un partido político único que encabezaba la «dictadura del proletariado», con ideas de socializar los medios de producción, que proponía planes quinquenales de una economía estatal y un Estado totalitario que prometía acabar con la desigualdad social y promover un bienestar generalizado. En el otro extremo se encontraba el liberalismo democrático occidental, que defendía al individuo, la propiedad privada, el libre mercado y la competencia, la libertad de expresión y asociación, el sufragio directo y universal para la elección de gobernantes, además de un sistema político con equilibrios y contrapesos para velar por el pueblo y el interés general de la sociedad.

Este ha sido el péndulo en el que ha oscilado el debate político-económico sobre qué modelo o paradigma es el más eficaz para crear una sociedad donde el mayor número de personas vivan con el más alto grado de bienestar posible. ¿Cómo conciliar o corregir el balance entre quienes abogan por el mercado como el instrumento que debe regir prácticamente todas las relaciones de la sociedad versus la planificación de la economía por parte del Estado? En el centro, a veces más cerca de un extremo o del otro, estamos los que abogamos por la rectoría eficaz, inteligente, sensata, precisa del Estado para favorecer los intereses de la mayoría y contener la vorágine capitalista de la conquista de mercados y las ganancias a cualquier costo.

La Guerra Fría fue el choque de estos dos modelos ideológicos. Lo más grave es que no fue simplemente una competencia entre modelos de gobierno. La lucha por la hegemonía ideológica, que derivó en graves y serios enfrentamientos en todas las latitudes, se tradujo en guerras, golpes de Estado y conflictos armados en Asia, África y América Latina durante décadas. Tal vez el último momento de la historia en que estos dos modelos lucharon milímetro a milímetro por la hegemonía del globo se vivió en la Crisis de los Misiles en Cuba y en la carrera por la conquista del espacio. Ambos sucesos, en octubre de 1962, el primero de ellos, y la llegada del Apolo 11 a la Luna en julio de 1969, terminaron con una victoria de Estados Unidos y, a mi juicio, fueron el preámbulo de la caída del poder soviético y lo que forzó las reformas económica y política de Mijaíl Gorbachov en 1985.

Así, durante los setenta y ochenta en el mundo occidental se consolidó la hegemonía económica, política y militar de Estados Unidos, con Europa como su principal aliado, que había comenzado su proceso de integración desde 1952 en lo que hoy es la Unión Europea.

Tras la posguerra, se vivieron décadas de una gran expansión económica y social. El Estado de Bienestar promovido por Keynes se generalizó en Estados Unidos y en Europa. Se vivieron años dorados del capitalismo humano (8), crecimiento económico, empleo e industrialización en el primer mundo. Fueron años de una enorme expansión de bienestar económico y social.

La salida de la Gran Depresión a raíz de la Segunda Guerra Mundial fue mucho más que un paquete involuntario de estímulos económicos: fue un esfuerzo común inmenso en el que líderes crearon narrativas de pertenencia y obligación mutua. Su legado fue convertir a cada nación en una comunidad gigantesca, sociedades con un fuerte sentido de identidad común, obligación y reciprocidad (9).

Esta somera y muy básica síntesis de la historia tiene como objetivo simplemente señalar que, hasta la caída del Muro de Berlín en 1989, los conceptos con los que nos gobernamos —Estado de derecho, propiedad privada, libre mercado, competencia económica, libertad de expresión, igualdad, contrapesos de poderes, representatividad, votación, voluntad popular— se fueron consolidando en el mundo occidental y desde ahí se exportaron al mayor número de países posible. Vale la pena señalar que no todos estos conceptos nacieron al mismo tiempo, ni tampoco han tenido el mismo alcance ni dimensión en las naciones que los han adoptado.

Más grave aún, la crisis de legitimidad del sistema político liberal se deriva precisamente de que hoy, a la luz de los serios problemas que han aflorado en las últimas dos décadas, parecen principios un tanto o bastante huecos, vacíos. Pero esto no tendría que ser necesariamente así. En mi opinión, su desgaste se ha dado porque ambos sistemas han sido incapaces de cumplir con lo que dicen promover. El resultado ha sido el contraste y la disonancia entre la letra escrita y las promesas contra la realidad de cómo se vive cada uno de ellos, lo cual ha generado cansancio, frustración y rechazo hacia el sistema económico neoliberal y hacia la democracia como manera de organizarnos.

¿Acaso la democracia liberal tiene en su diseño o corren por su sangre las células del cáncer que hoy padece? Ciertamente, la democracia de, por y para el pueblo no se ha ganado el apoyo y el respeto de este. El informe de Latinobarómetro en 2021 señala que apenas 49% de la población latinoamericana cree que la democracia es preferible a otras formas de gobierno; asimismo, 71% dice estar insatisfecha con la democracia; 79% piensa que sus gobiernos ejercen su mandato solo para beneficio propio; únicamente 16% de las poblaciones de la región siente que la riqueza se distribuye de manera justa, y 32%, en promedio, aprueba a sus gobiernos (10).

En el caso de México, según este mismo estudio, el apoyo a la democracia bajó de 63% en 2002 a 43% en 2020. En cuanto a la oposición a un gobierno militar, mientras que en Costa Rica es de 88% y en Chile de 70%, en México es de apenas 55%. Asimismo, 69% de los mexicanos piensa que los grupos poderosos gobiernan para su propio beneficio y solo 29% afirma que se gobierna para el bien de todo el pueblo (11).

De ahí la amplia producción académica sobre la crisis de la democracia liberal con base en la cual se diseñó el andamiaje institucional mexicano. Autores como J. R. Dunn, quien en su libro Death by Liberalism analiza los altos costos del liberalismo, o Levitsky y Ziblatt, académicos de Harvard, con ¿Cómo mueren las democracias?, o Nadia Urbinati, con Yo, el Pueblo, son tres ejemplos de esta corriente de investigadores y analistas que ahondan en la crisis de los sistemas políticos occidentales (12).

Si bien, cayó el Muro de Berlín, se derrumbó la Unión Soviética y el comunismo no dio resultados, lo cierto es que el capitalismo, en su piel neoliberal, también se ha quedado muy lejos de cumplir con las promesas de un mundo mejor y de un mayor bienestar compartido por las mayorías.

Y llegó el neoliberalismo

Con la llegada del pensamiento neoliberal se acentuó y agudizó el comportamiento del sector privado para maximizar sus utilidades, pasando por encima de cualquier otra prioridad. El mercado dejó de ser el altar de la Iglesia, más bien se convirtió en la Iglesia misma. Ante los ojos de sus ideólogos, cualquier regulación del Estado era una limitante a la libertad individual, y por ende, el primer paso al comunismo o al fascismo y de ahí la necesidad de desmantelar la rectoría del Estado por completo.

La manera más común de entender el neoliberalismo es como un ensamble de políticas económicas que coinciden en su principio original de afirmar la libertad de los mercados. Estos incluyen la desregulación de las industrias y de los flujos de capital; la reducción radical de las provisiones del Estado de bienestar y de sus protecciones para quienes son vulnerables; la privatización y subcontratación de bienes públicos […] el reemplazo de esquemas hacendarios y de arancel progresivos por regresivos; el fin de la redistribución de la riqueza como una política económica o sociopolítica; la conversión de cada necesidad o deseo humano en una empresa rentable […] y, más recientemente, la financiarización de todo y el creciente dominio del capital especulativo sobre el capital productivo en la dinámica de la economía y la vida cotidiana. (13)

La desregulación del sector financiero comenzó en 1982 con Ronald Reagan, pero también se aceleró la globalización con la firma de tratados de libre comercio en el mundo entero, los cuales redujeron las barreras arancelarias para que bienes y servicios pudieran acceder a más mercados y alcanzaran a más consumidores. Se critica ambos procesos como si fueran un mismo mal, pero son muy distintos.

Por un lado, el crecimiento del sector financiero en el neoliberalismo, que hace dinero de la especulación, catalizó lo peor del espíritu capitalista al multiplicar la riqueza de unos cuantos. (14) Por otro lado, la mayor apertura comercial y la globalización de inversión productiva, bienes y servicios generó una base industrial y de desarrollo económico que sumó cadenas globales de valor que han profundizado la integración del mundo productivo con grandes beneficios.

Para sus ideólogos, estas políticas de desregulación, con una menor rectoría del Estado en la economía, acompañadas de un manejo responsable de las finanzas públicas (lo cual incluye no tener déficit y manejar un endeudamiento bajo con respecto al PIB), serían la fórmula para el crecimiento y el desarrollo. El tercer elemento de la ecuación planteaba que el sector privado haría de manera más eficiente y con mejor calidad muchas de las actividades económicas: carreteras de paga, servicios financieros, telecomunicaciones, generación de energía eléctrica, entre otras. Todo lo anterior haría que el crecimiento de la economía se acelerara y que, con ello, los beneficios fueran permeando a toda la sociedad («trickledown economics»). El neoliberalismo ganó la batalla ideológica para impulsar al mercado como el instrumento más eficaz para alcanzar mayores estados de bienestar. La generación de la riqueza se derramaría a todos los segmentos de la población.

El empobrecimiento de las ideologías

En este contexto, hoy las categorías de izquierda o derecha se diluyeron, ya no dicen mucho, más bien dificultan la construcción de acuerdos, polarizan y reducen la conversación a generalidades vagas. En particular, el debate que más interesa en lo que concierne al objetivo de este libro es el que se ha generado durante estos últimos 40 años sobre el papel del Estado.

¿Qué actividades le corresponden al gobierno? ¿Cuáles a la iniciativa privada? ¿Es posible tener un Estado fuerte y eficaz, pero «delgado»? ¿Es neoliberal tener finanzas públicas sanas, no gastar más de lo que se tiene, o simplemente es responsable, lo sensato, lo correcto?

Como ya apuntaba, los conceptos se han quedado vacíos, las campañas políticas siguen la ruta de la demagogia, derrochando promesas sobre asuntos que las encuestas indican como temas estratégicos para obtener votos. Promesas electorales enmarcadas en campañas carentes de sustento, diseñadas para ganar y no para cumplir.

Pero, además, estructuralmente el sistema no practica los principios y valores que promete con los pilares del sistema. Tomemos como ejemplo la libre competencia. No todas las empresas compiten en igualdad de condiciones, los actores económicos que dominan un sector se encargan de crear barreras para otros, capturan a los reguladores o incluso compran a sus posibles competidores. Un caso muy ilustrativo es cómo Facebook ha adquirido a startups que podrían haber crecido hasta hacerle competencia. La compra de Instagram es tal vez el mejor ejemplo. Pero esto ocurre en todos los sectores de mayor o menor manera, de forma burda o sigilosa. Existen ejemplos de cómo los actores más grandes se coluden para repartirse el mercado e inhibir la competencia.

1 Penny A. Weiss, Feminist Manifestos, New York University Press, 2018, p. 119.

2 En 1918, primera vez que se le otorgó el voto a las mujeres, el parlamento del Reino Unido votó una ley (en inglés Representation of the People Act 1918) acordando el derecho de voto a las mujeres de más de treinta años, siempre que fueran propietarias de tierras, o bien, arrendatarias que tuvieran un ingreso anual superior a cinco libras, o bien, egresadas de la universidad.

3 Si bien, el voto universal de las mujeres se otorgó en Francia en 1944, la lucha por la equidad de género ha sido una batalla permanente, que culminó con la Ley de Paridad, aprobada en el año 2000. Ver Joan Wallach Scott, Parité! Sexual Equality and the Crisis of French Universalism, Chicago University Press, 2005.

4 La Ley de Derecho al Voto de 1965 (en inglés Voting Rights Act of 1965) es una ley histórica dentro de la legislación estadounidense, ya que prohibió las prácticas discriminatorias en el derecho al voto a los afroamericanos en Estados Unidos.

5 David Graeber, El Estado contra la democracia, Errata Naturae, Madrid, 2021, pp. 16 y 57.

6 En ese sentido, la regulación y los acuerdos jurídicos de cómo organizarnos suelen darse después de que la sociedad ya ha estado funcionando en un nuevo paradigma. Esto ocurre aún más con las innovaciones y la nueva tecnología. ¿Cómo regular algo que no existía? A este respecto, el atraso en la regulación, ahora con la Cuarta Revolución Industrial, no es algo que ocurra por primera vez; sin embargo, lo que sí es nuevo es el carácter de esta revolución, los ámbitos en los que ha implicado cambios son enormes, y la velocidad, exponencial y no lineal, nunca vivida antes.

7 Macarena Vidal Liy, «El Partido Comunista de China cumple 100 años reescribiendo la historia», El País, 30 de junio de 2021, p. 8.

8 Ver David Brooks, «¿Biden ha cambiado? Él mismo nos lo cuenta», El País, 30 de mayo de 2012, p. 13. «Hasta finales de la década de los setenta, los directores generales de las empresas ganaban de 35 a 40 veces más que el empleado promedio. Ahora ganan 320 veces más. ¿Qué están fomentando? ¿Qué están haciendo?».

9 Paul Collier, The Future of Capitalism, Penguin Random House, Londres, 2019, p. 49.

10 Corporación Latinobarómetro, Informe 2021, disponible en latinobarometro.org/latContents.jsp.

11 Idem, pp. 21, 33, 37 y 43.

12 J. R. Dunn, Death by Liberalism. The Fatal Outcome of Well-Meaning Liberal Policies, Broadside, Nueva York, 2011; Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, How Democracies Die, Harvard University Press, Cambridge, MA, 2018; Nadia Urbinati, Me the People, Harvard University Press, Cambridge, MA, 2019.

13 Wendy Brown, El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo, Malpaso, Barcelona, 2015, p. 30.

14 Robert B. Reich, The System. Who Rigged It, How We Fix It, Alfred Knopf, Nueva York, 2020, p. 127.